ERAMOS MUCHOS Y NO PARIÓ LA ABUELA

Para 2100 habrá en el mundo el doble de adultos mayores de 80 años que niños menores de 5

 

La pandemia transcurre en estos días con el recrudecimiento de los contagios y los decesos. Los aciagos momentos también profundizan el desagrado y desazón que genera la coartada de obviar el cálculo económico más elemental para volver respetable el encolumnarse tras el falso dilema salud versus reapertura de las actividades. A los que se podría motejar de negadores seriales, el soslayo les resulta conveniente por razones tanto inmediatas como estratégicas. De corto plazo, al solo efecto de oponerse al gobierno de la coalición que los desalojó por los votos de la Casa Rosada. A más largo plazo, porque esa oposición de ser exitosa los acerca cada vez más a su meta histórica: el país para pocos.

 

 

Costo-beneficio

Los aludidos negadores seriales, mejor dicho sus intelectuales orgánicos, son muy dados al cálculo costo-beneficio como puntal discursivo dado que siempre cuentan con la ventaja de defender el status quo. No obstante, en la circunstancia de la cuarentena le esquivan y evitan hasta la mínima mención del instrumento técnico de medición, porque no pueden ni con la más refinada treta algebraica encontrarse con otro corolario que no sea uno que hable muy a ciencia cierta de la racionalidad de la política gubernamental emprendida en este terreno.

En todo caso, la omisión es una primera prueba de que sostener contra viento y marea (y pandemia) la reapertura completa de las actividades insume mucho más costos que beneficios. Si se considera la diferencia entre los muertos cada 1.000.000 de habitantes de la Argentina contra los de los países que no siguieron el mismo camino, la diferencia oscila entre un quinto y un décimo a favor de nuestro país. En la región la Argentina y los otros países grandes sufrirán una caída del PIB que se calcula en promedio y con poca dispersión sería más o menos del 10% en 2020. Dado ese parámetro común, los muertos por millón de la Argentina y Brasil hasta mediados de julio, de 53 para la primera y de 382 para el segundo, arrojan una diferencia de 329 seres humanos de cada millón que ya no están.

Cuando se rehaga la actividad económica al imputar la capacidad de generar el producto bruto per capita para hallar el impacto sobre el crecimiento del producto total, hay que multiplicar por 392 y eso multiplicarlo por 46 (somos esa cantidad de millones) y sumar el resultado a favor de la Argentina y restárselo al Brasil multiplicado por 211 (son esa cantidad de millones). Eso debido a que las diferentes políticas frente a la pandemia preservaron la vida de esa mayor cantidad de argentinos. Organizada así la intuición, sin necesidad de ir hacia cálculos más precisos (imprescindibles para otro tipo de análisis), aún en su tosquedad perfila el contraste entre una manera objetiva de ligar salud y economía y otra subjetiva y apócrifa en la cual sólo se plantea la situación imposible de contabilizar beneficios únicamente, sin que la mayor cantidad de muertes que conlleva generen un aumento de los costos sociales. Es precisamente esa situación la que incita a pasar de largo y no recalar en este tipo de indicadores a la porción cerrada, terca y derechizada de la oposición argentina. A pesar de su sobrada experiencia en el embuste, no se ven capaces de vender la lúgubre falsedad con su herramienta más tradicional del costo-beneficio. Al fin y al cabo, no es nada fácil —siquiera factible— vencer la lógica de la política gubernamental de controlar lo más posible daños a afectos de estar lo mejor preparados para arrancar el día después.

 

 

 

Largo plazo

Si hay algo de destacar en los negadores seriales es su coherencia en la mezquindad: su maltusianismo de corto plazo es consistente con su maltusianismo de largo plazo. Durante los cuatro años del gatomacrismo hicieron lo que pudieron para embromarles la vida a los inmigrantes. La Argentina entre 2003 y 2015 había llevado adelante –sanción de una nueva ley incluida al principio de ese período— una política migratoria que por su sentido humano y efectividad práctica solamente recibió comentarios elogiosos de un mundo muy hostil a sus imprescindibles inmigrantes. Esa intuición gatomacrista inhumana antiinmigrante y entonces anti desarrollo ahora se ve confirmada en las nuevas proyecciones de la población mundial. En la revista científica The Lancet se publicó (14/07/2020) un estudio realizado por investigadores del Instituto de Medición y Evaluación de la Salud (IHME) de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington, en el que se pronostica que la población mundial alcanzará su punto máximo en 2064 en alrededor de 9.700 millones antes de disminuir a 8.800 millones para fines de siglo y mucho más envejecida de lo ya previsto. Las nuevas previsiones de población contrastan con las proyecciones de uso generalizado de "crecimiento global continuo" de la División de Población de las Naciones Unidas.

El último informe de la División de Población de las Naciones Unidas (2019) estima que es probable que la población mundial alcance los 10.880 millones para 2100. Los pronósticos de la División de Población de las Naciones Unidas utilizan las tendencias de tiempos pasados como determinantes de futuras trayectorias de fecundidad y mortalidad. Tal enfoque no permite escenarios alternativos vinculados a políticas u otros factores de fecundidad y mortalidad. En el nuevo estudio realizado por el IHME, los investigadores desarrollaron una estrategia de modelado estadístico que utiliza tendencias pasadas y pronosticadas en los impulsores de la fecundidad (educación y la necesidad satisfecha de anticonceptivos modernos), mortalidad (variables sociodemográficas y más de 70 factores de riesgo de enfermedad) y migración (variables sociodemográficas, muertes por conflictos y desastres naturales, y la diferencia entre las tasas de natalidad y mortalidad). También evaluaron los posibles efectos económicos y geopolíticos del cambio demográfico en este siglo.

En términos más prácticos, la diferencia entre las nuevas proyecciones del IHME y los pronósticos de  Naciones Unidas puede explicarse en gran medida por el ritmo sin precedentes de disminución de la fecundidad pronosticado por el primero para el África subsahariana y las declinaciones sostenidas en muchos países de la fecundidad por debajo de la población nivel de reemplazo (2,1 nacimientos por mujer). Con menos personas en Asia y Oceanía para fines de siglo, esa desaceleración del crecimiento en las próximas décadas, seguida de una disminución absoluta, se debe principalmente a la caída drástica de las tasas de fecundidad total de 2,37 niños por mujer promedio mundial actual a 1,66 en 2100. El nuevo estudio también predice grandes cambios en la estructura de edad global, con un estimado de 2.370 millones de personas mayores de 65 años en todo el mundo en 2100, en comparación con 1.700 millones con menos de 20 años. Para 2100 las proyecciones sugieren que habrá el doble de adultos mayores de 80 años que niños menores de 5 años. Los autores señalan que las políticas de inmigración adecuadas ayudan a mantener el tamaño de la población y el crecimiento económico, cuando la fecundidad disminuye.

Los cambios de población proyectados no se desarrollarán de manera uniforme en todo el mundo, lo que significa que se abre el camino para ajustes importantes en el orden internacional. Para 2100, las tasas de fecundidad proyectadas en 183 de 195 países no serán lo suficientemente altas como para mantener las poblaciones actuales. Se pronostica que para esa fecha habrá 23 países que reducen las poblaciones en más del 50%. Este grupo incluye a Japón, Tailandia, Italia y España. India y China verán caer marcadamente las poblaciones en edad de trabajar lo que obstaculizará el crecimiento económico. Se espera que los Estados Unidos sean más resistentes al declive que la mayoría de las naciones desarrolladas, y se prevé que su población en 2100 aumente ligeramente sobre los niveles actuales. Pero estarán mucho más envejecidos, y esos números podrían verse profundizados si la inmigración, la principal fuente de crecimiento en el futuro, se redujera aún más.

Pese a la caída en la fecundidad comentada sobre África, se prevé que la región subsahariana escape de la disminución de la población, lo que significa que lo que actualmente es la parte más pobre del mundo es la que tendrá un excedente de un recurso en peligro de extinción: los adultos en edad laboral. Según el estudio, la Argentina alcanzara su pico de población en el año 2064 que se ubicaría entre los 54 y 59 millones de habitantes. Para 2100 se proyecta que nuestro país verá caer su población a 39 millones de habitantes, o sea una declinación de entre el 28 y el 34 % dependiendo de cuál sea finalmente el pico alcanzado en 2064.

 

 

Tensiones

Está claro que si queremos crecer vamos a necesitar inmigrantes, como sucedió en el Centenario, con la sensible diferencia de que tal como viene la mano —y aunque ahora parezca imposible— la inmigración va camino a convertirse en un juego de suma cero con todos los conflictos que eso se trae. Por más robots que remplacen a humanos, eso únicamente será económicamente factible si los gobiernos se hacen cargo de transferir ingresos a los que van quedando en el camino. En cualquier, caso siempre se necesita demanda, lo que supone la existencia de seres humanos que la sostengan.

Mientras se sopesan las probabilidades de ese escenario, cabe considerar respecto de las luces del Centenario que la derecha dura suele idealizar para despotricar contra el sentido igualitario del país del Bicentenario, olvidando este pequeño detalle de los entonces recién venidos, o mucho peor aún, insistiendo que eran europeos y los actuales y previsibles no. Esto de relegar la mortalidad potencial de la pandemia tiene su prontuario pincelado de la desgracia del racismo.

De todas formas, este presente de recrudecida pandemia y esa forma obtusa de examinar la actualidad y el pasado indican una agudización de las tensiones ya arduas en la vida democrática argentina.

El filósofo italiano Mario Tronti, inscripto con sus marcadas singularidades en la tradición de Antonio Gramsci, en un artículo académico de 2009 cuyo título es: “Hacia una Crítica de la democracia Política”, nos recuerda que “[…] dentro de la democracia, dentro de su historia, encontramos anudados una práctica de dominación y un proyecto de liberación [que] siempre se presentan juntos, son co-presentes”. Establece el pensador italiano que “dependiendo de la forma en que se establezca, articule y constituya el equilibrio de fuerzas entre la parte superior y la parte inferior de la sociedad, a veces una es más visible que la otra”. Tronti resalta respecto de la presentación conjunto de los dos proyectos contradictorios entre sí que “en algunos períodos (períodos de crisis, estados de excepción) estas dos dimensiones están en conflicto. En otros […] de normalidad […] están integrados. Y estas dos dimensiones —práctica de dominación y proyecto de liberación— no son dos caras; son la cara única, el Jano bifronte de la democracia […] Esta es la razón por la cual la democracia ya no es lo mejor de lo peor; es lo único que hay. Es decir, no hay nada más fuera de ella”. “La democracia es esto: no la tiranía de la mayoría, sino la tiranía del hombre promedio. Y este hombre promedio constituye una masa dentro de la categoría nietzscheana del último hombre”, define Tronti, que es senador y en 2019 publicó su último ensayo Il Popolo Perduto: Per una critica della sinistra (El Pueblo Perdido: Para una crítica de la izquierda).

 

 

Mario Tronti, el pueblo perdido.

 

En criollo, Nietzsche categoriza al último hombre como lo que nosotros en lunfardo agrupamos bajo el concepto de la gilada. En un período anormal como el de estos días, donde la dimensión de dominación entra en crisis con la de liberación, es muy difícil que el autoritarismo (la práctica de dominación) conquiste el corazón del último hombre (machirulo Nietzsche), mientras que el susodicho sienta a la democracia como un proceso liberador. También que la oposición logre que se manifieste incrédulo de los resultados de la cuarentena y que se muestre contrario a la misma cuando no es posible falsearle los resultados. No obstante estos retrocesos de corto plazo, la derecha áspera tratará de alienarlo respecto de los objetivos de largo plazo que es donde se juega el verdadero proceso de liberación que es el desarrollo, el que se realimenta con el no menos veraz de la democracia. Para victoria definitiva de la nación, el movimiento nacional debe querer alcanzar el desarrollo dejando atrás en la coyuntura ideas ridículas como esas ofertistas de necesitar de industrias que empleen mano de obra en volumen, de sectores que aporten avances tecnológico y servicios que tomen trabajadores de baja calificación. El desarrollo supone exactamente lo contrario de estas utopías reaccionarias (basta preguntar: ¿cómo se hace para crear puestos de baja calificación?, para que la falta de respuesta deschave la farsa), porque el proceso que lleva al alza las fuerzas productivas se enciende cuando avanzan los salarios. Esas ideas ridículas como las señaladas son para congelarlos y retrasarlos.

 

 

 

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