Entre Adam Smith y Ramón Carrillo

No se trata de La Riqueza de las Naciones sino de derechos sociales, como la salud

El compromiso de cientos de miles de trabajadores de la salud de todo el mundo es reconocido todos los días a las 21 horas con aplausos. Esa iniciativa originada en la ciudad de Wuhan, en enero de 2020, se generalizó con la etiqueta #ClapBecauseWeCare (aplaudimos porque nos importa o porque cuidamos). Ese homenaje es más que merecido, pero queremos ir más allá de los aplausos para preguntarnos: ¿cuál es la importancia de los sistemas de salud universales con financiamiento público? ¿Cómo afecta la pandemia la salud de las y los trabajadores de la salud? ¿Qué actores del complejo médico industrial ganan con la pandemia? ¿Cuál es la relación entre la falta de insumos y la geopolítica?

 

Los sistemas públicos de salud

La pandemia ha demostrado la importancia de los sistemas públicos de salud en la mayoría de los países. Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido, siempre sostuvo que el Servicio Nacional de Salud (NHS, por sus siglas en inglés) creado en 1948, debía ser privatizado, pero cuando le dieron el alta de terapia intensiva, luego de su afección por Covid-19, tuvo que agradecerle al NHS por haberle salvado la vida.

Después de décadas de reformas, el campo de la salud demuestra en esta pandemia no solo la importancia de los sistemas universales con financiamiento público, sino también su eficacia. La Argentina, cuyo sistema público de salud tiene una larga historia iniciada en el primer gobierno de Perón, con Ramón Carrillo como ministro de Salud, muestra una mejor respuesta que otros países de América Latina que no tienen tal tradición. Al comparar la situación entre la Argentina y Estados Unidos —paradigma de la salud como bien de mercado— no quedan dudas de los beneficios de una u otra forma de financiamiento.

 

 

La salud de lxs trabajadorxs de la salud

Esta pandemia pone en agenda la salud de lxs trabajadorxs de la salud, un tema tabú en los estudios de salud y trabajo. A pesar de que la relación entre trabajo y salud ya aparece en Hipócrates, la salud de lxs trabajadorxs de la salud pasó a ser objeto de investigaciones hace pocas décadas. En la situación actual, representa un conjunto poblacional con mayor probabilidad de exposición por sobre otrxs trabajadorxs y se estima que constituyen un 10% de los casos notificados en cada país. En Italia hubo muertes de profesionales de la medicina que se habían jubilado y que habían vuelto a trabajar, además de suicidios entre el personal de enfermería que se había contagiado. La magnitud del impacto de la Covid-19 en lxs trabajadorxs de la salud en la Argentina alcanza una proporción del 16,92% de infectadxs, arriba de la media mundial, y en la provincia de Río Negro alcanza 24,25%, el mayor valor a nivel nacional.

Los factores por los cuales se infectan son:

  • ausencia o insuficiencia de elementos de bioseguridad para la protección personal (porque no hay disponibilidad en el mercado o porque los gobiernos o las entidades privadas no los compran o no los distribuyen);
  • ausencia de atención diferenciada entre pacientes Covid-19 y no Covid-19;
  • pluriempleo;
  • precariedad laboral;
  • descanso insuficiente;
  • no implementación de equipos rotativos y
  • falta de habitus en prácticas de bioseguridad.

Esas situaciones son más evidentes en efectores privados, ya que dichos procedimientos afectan sus tasas de ganancia y, por lo tanto, se realizan por debajo de los standards establecidos.

Esas situaciones producen en lxs trabajadorxs diferentes respuestas: negación del riesgo, omnipotencia, ocultar síntomas por temor a quedar en aislamiento, pánico, o el ausentismo que señala una desafiliación al trabajo.

La mayoría de lxs infectadxs por Covid-19 son hombres; sin embargo, entre lxs trabajadorxs de la salud este diferencial se invierte impactando más en las mujeres trabajadoras (el 60% de la fuerza de trabajo es femenina).

En CABA lxs residentes y concurrentes agradecieron los aplausos, pero expresaron que no se sentían ni héroes ni heroínas sino trabajadores de la salud y que exigían trabajar de manera segura con jornadas rotativas, testeos del personal y derechos laborales para todo ellos.

No sólos aplausos reciben sino también discriminación y violencia por parte de vecinos ante el temor al contagio, no solo en la Argentina sino también en otros países, lo que lleva a ocultar su trabajo, sobre todo el personal de enfermería.

 

 

 

El complejo médico industrial y la Covid-19

El 17 de enero de 1961, el Presidente de Estados Unidos Dwight Eisenhower advirtió sobre una enorme industria armamentística, a la que llamó “el complejo militar-industrial” que, junto al establishment militar, había adquirido gran poder político y económico. Su preocupación radicaba en el posible conflicto entre intereses públicos y privados en la investigación y el desarrollo tecnológico, en la defensa nacional. En 1980, Arnold Relman editor en jefe del New England Journal of Medicine, hizo referencia en esa revista al “nuevo complejo médico industrial”, y citando el discurso de Eisenhower analizó la aparición de una red de corporaciones privadas implicadas en el negocio de la salud con una finalidad meramente lucrativa, surgida en la década de 1970.

Es conocida la falta de interés de las farmacéuticas en el desarrollo de nuevos antibióticos y vacunas, ya que la rentabilidad está en otros nichos terapéuticos. Un informe anterior a la pandemia señala que solo seis ensayos clínicos se desarrollaban contra la coronavirus en Estados Unidos, todos con financiación pública, es decir, ninguna compañía farmacéutica tenía interés en investigar el SARS CoV. Todo cambió con la pandemia, la OMS publicó que ahora existen más de 80 proyectos para desarrollar una vacuna. Dado que es probable que lleve varios años producirla en escala suficiente, es lógico pensar que el primero en tenerla será quien inmunice a su población, quien retome más rápidamente la actividad económica, y, por lo tanto, quien mejor se posicione geopolíticamente pospandemia. La búsqueda de la vacuna se ha convertido en una especie de carrera para ver quién obtendrá primero la aprobación para comercializarla.

En las últimas semanas, las empresas biotecnológicas dedicadas a la investigación en vacunas, como los laboratorios que poseen la patente de fármacos que prometen una posibilidad de tratamiento, han visto cómo sus acciones se dispararon después de anunciar investigaciones promisorias. Entre las iniciativas en torno a vacunas, la compañía estadounidense Moderna se revalorizó un 30% durante febrero, luego de anunciar que su producto había superado los ensayos preclínicos.

Diversos ensayos clínicos se están llevando a cabo a nivel global, la mayoría intentan probar si los fármacos ya comercializados para tratar otras patologías pueden ser utilizados en Covid-19. Uno de los más comentados fue el de remdesivir, un antiviral patentado por Gilead Sciences en 2002 para el tratamiento del síndrome respiratorio agudo grave (SARS, por sus siglas en inglés). Tras el anuncio de que el medicamento estaba siendo sometido a ensayos para tratar el nuevo virus, las acciones de la farmacéutica se dispararon un 18%. También las acciones de Novartis tuvieron su máximo valor en seis semanas luego de aprobarse un ensayo clínico con hidroxicloroquina, un fármaco para tratar la malaria y algunas patologías autoinmunes. Si se consigue un nuevo tratamiento, las compañías que posean las patentes podrán comercializarlos a precios monopólicos, lo que negará el acceso universal a innovaciones realizadas con contribuciones mayormente públicas, situación que ocurrió con el VIH y la hepatitis C.

La emergencia sanitaria presenta una oportunidad para revisar el modelo vigente de investigación y desarrollo en medicamentos y vacunas. Apoyar la investigación con fondos públicos para luego dejar en manos de privados la producción y comercialización, ¿responde a las necesidades sanitarias de la población o solo da respuestas ante sus inversores en las principales bolsas del mundo? Este modelo, basado en garantizar los derechos de propiedad intelectual a través de patentes, no pareciera ser muy eficiente.

 

 

Geopolítica y Covid-19

La disputa geopolítica no se da solo por encontrar nuevos tratamientos, también gira alrededor de la disponibilidad de insumos y tecnologías: camisolines, barbijos, respiradores, kits diagnósticos y otros. Los principales países del mundo quieren lo mismo y al mismo tiempo, pero el mercado, dominado por China, no consigue dar respuesta a la demanda y favorece un mercado negro que llega a elevar los precios de 5 a 20 veces su valor.

Ese escenario provocó diferentes estrategias para apropiarse de insumos o bloquear exportaciones por los Estados miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, provocando conflictos y acusaciones entre ellos. El desparpajo llevó a la violación de tratados multilaterales, y provocó el llanto del Presidente de Serbia que expresó "la gran solidaridad internacional de hecho no existe. La solidaridad europea no existe. Fue un cuento de hadas sobre el papel".

Todo parece una película de intriga y suspenso que los medios reflejan con términos como piratería moderna, guerra sucia, espionaje, golpes bajos, chantaje, corrupción, robos, decomisos y servicios secretos, y algunos titulan como “la guerra de los barbijos”.

Los hechos políticos y los relatos de funcionarios abonan el guion cinematográfico. Jean Rottner, presidente de la región francesa de Gran Este, una de las más afectadas en Francia afirmó “en la pista, los estadounidenses sacan el dinero en efectivo y pagan tres o cuatro veces el precio de esos pedidos que nosotros hemos hecho". Pocos días después, y con base en un decreto firmado por Emmanuel Macron, Francia confiscó, en Lyon y Marsella cuatro millones de barbijos de la empresa sueca Mölnlycke cuyos receptores eran España e Italia. Luego de 15 días de negociaciones, debieron devolverlos.

En el Canal 12 de la televisión israelí un agente del Mossad (servicio de inteligencia de Israel) confesó que habían utilizado “relaciones especiales” para el hurto de barbijos y equipos médicos, y que “los ciudadanos israelíes no sufrirán escasez (…) En el mundo, en general, habrá una gran escasez. La gente muere por falta de equipos. El pueblo israelí no experimentará eso”.

El Presidente Donald Trump invocó la Ley de Producción de Defensa para prohibir la exportación de barbijos y exigió que las empresas estadounidenses aumenten la producción de insumos médicos. Hablar de la insuficiencia de equipamientos tiene sus problemas, y varios hospitales amenazaron con despedir al personal si lo hacen.

Ante estos juegos de geopolítica y el desabastecimiento que provocan, se proyectan escenarios muy graves que no solo afectan la calidad de la atención, sino también la salud de lxs trabajadorxs de la salud, ya que se comienzan a analizar técnicas de esterilización para reutilización de materiales, o se pretenden suplir con técnicas de producción a nivel local que no siempre alcanzan los standards de bioseguridad. Nuestro país no es ajeno a lo narrado.

 

 

A manera de cierre

¿Podemos dejar la atención médica librada al juego del mercado, cuando se carece de estudios suficientes sobre sus aportes a la calidad y a la disminución de costos? Fue la pregunta que realizó en 1980 Arnold Relman —editor en jefe del New England Journal of Medicine— al describir el complejo médico industrial. La evidencia de la importancia de los sistemas públicos debe ser utilizada para una discusión a nivel nacional e internacional que ponga fin a los intentos de privatización o desmantelamiento de los sistemas públicos, y así volver a la idea social de la salud que en Argentina expresara Ramón Carrillo. No se trata de La riqueza de las naciones, como escribió Adam Smith, sino de derechos sociales, y la salud no es un bien de mercado, sino un derecho social.

 

 

 

* Los autores de este informe son Hugo Spinelli, Andrés Trotta y Federico Piñeiro
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