En el contexto del enorme crecimiento de conflictos que se observa en el mundo, se encuentra presente una fuerte alteración de los vínculos económicos y financieros internacionales, cuya evolución es incierta también para la Argentina.
En lo inmediato, la incertidumbre sobre los precios de productos básicos (commodities) en un mundo en guerra se ha convertido en una de las principales preocupaciones para economías dependientes de la exportación de materias primas, como la Argentina. En este escenario global, donde las confrontaciones armadas, las tensiones geopolíticas y las disputas comerciales aumentan, la volatilidad de los precios de los productos básicos plantea desafíos complejos.
Los efectos de las guerras y tensiones internacionales afectan tanto la oferta como la demanda de recursos, alterando las dinámicas de los mercados globales y provocando fluctuaciones difíciles de predecir.
Las guerras en Ucrania y Medio Oriente y las peligrosas tensiones en el mar de China ya tienen en lo inmediato un correlato en las condiciones de producción y abastecimiento internacional de productos clave. Las incógnitas se verifican también en las alteraciones de los flujos de capitales, las condiciones de endeudamiento público y privado y la inestabilidad cambiaria, por la superposición de mayor intervencionismo de bancos centrales, devaluaciones competitivas y huida al riesgo de capitales.
El consenso a favor de mercados abiertos y la globalización que prevaleció durante las últimas décadas en gran medida han desaparecido. En su lugar, las divergencias internacionales están aumentando, poniendo en evidencia no solo la inexistencia de benevolencia capitalista, sino también la creciente esterilidad y/o marginación de organismos o instancias multilaterales para la resolución de disputas.
En tiempos de conflicto, los países no solo determinan restricciones a contendientes (bloqueos), sino que priorizan con mayores medidas de intervención pública sus propios intereses estratégicos, reforzando la autosuficiencia y aspirando a reducir la dependencia externa. Es un proceso que genera rupturas de cadenas de valor, proteccionismo y políticas públicas que favorecen la producción y acumulación de recursos clave, priorizando requerimientos bélicos.
De la inestabilidad se derivan crecientes diferencias y tensiones entre países y dentro de cada uno y el resurgimiento de peligrosas tendencias disgregadoras y de exclusión social. ¿Cómo se ubica el gobierno libertario de la Argentina, llamado a “salvar a Occidente”?
Primero el servilismo
Enunciativamente, la política exterior del gobierno de Milei se ha presentado como un compendio de dogmatismo ideológico fanático, clamando priorizar vínculos con Estados Unidos e Israel y aliados contra “países estatistas”. Lo ha explicitado poniendo de relieve “diferencias insalvables” con relación a países que caracteriza como “comunistas” o “progresistas”, y presentándose en todo foro internacional como campeón de la libertad de mercados contra el intervencionismo estatal.
Milei se posiciona como un vigía de Occidente —como lo demostró en su reciente discurso en la Asamblea General de la ONU—, pero sus contradicciones son evidentes. Ello no sólo por plagiar desvergonzadamente frases de la serie estadounidense The West Wind (El ala oeste) sobre definiciones y conflictos en la Casa Blanca, que tal vez supone del mismo nivel de los que se desarrollan en la Casa Rosada.
Paradójicamente, mientras critica a los regímenes comunistas o progresistas, gran parte del comercio exterior argentino se vincula con países como China y Brasil que, bajo su propia definición, deberían estar fuera de la órbita de relaciones estatales. En tanto, mientras supone que brindando prioridad de atención y políticas de ajuste regresivo para satisfacer sus expectativas lloverán créditos e inversiones privadas, ante la imposibilidad temida para afrontar crecientes compromisos financieros, espera benevolencia por parte de organismos multilaterales (FMI) y gobiernos “amigos” para un salvataje estatista.
El mundo no es el que supone ni el que clama Milei en sus discursos vituperadores y auto-laudatorios. Él mismo ha debido hacer virajes explicativos en el aire incongruentes: “Me sorprendí muy gratamente con China. Es un socio comercial muy interesante, porque no exige nada; lo único que piden es que no los molesten”, anticipando además que pronto viajará hacia allí.
Sin capacidad siquiera de reconocerlo, y de allí también los recurrentes desatinos y virajes de la canciller Mondino, la presidencia de Javier Milei enfrenta un escenario internacional en plena efervescencia bélica y geopolítica. La visión dogmática, basada en un liberalismo extremo y una defensa rígida del libre mercado, choca con la realidad.
Las políticas económicas y financieras mileístas se apoyan en una lógica agarrada con palitos, sin una estructura sólida que la respalde. El gobierno confía en que las medidas de ajuste fiscal, la reducción del gasto público y la liberalización del mercado atraerán la confianza de los inversores internacionales. Sin embargo, la realidad es que los mercados no actúan por una cuestión de fe o afinidad ideológica. Estos no premian discursos provocativos o ideas abstractas; se rigen por intereses concretos, es decir, por el cálculo de ganancias y la percepción de estabilidad y seguridad en el mediano y largo plazo.
Las promesas de Milei de una transformación económica radical no han generado el entusiasmo inmediato que él esperaba de grandes inversiones apurando la aprobación de un régimen de incentivos desmedido, el RIGI. Por el contrario, lo que se ha visto de la mano de un ministro de Economía como Luis “Toto” Caputo, especializado en juegos financieros volátiles ya en el gobierno de Mauricio Macri (2015-2019), ha sido un repunte en las inversiones especulativas de corto plazo que buscan aprovechar las ventajas inmediatas de las políticas monetarias y cambiarias sin ningún compromiso con el desarrollo económico real del país.
El carry trade, de aprovechamiento de las altas tasas de interés locales para obtener beneficios rápidos con capitales especulativos de corto plazo, ha sido una de las herramientas financieras que Caputo ha manejado con gran destreza, pero también con consecuencias en perspectiva desastrosas en lo social y con un crecimiento récord de la deuda pública que se oculta con maniobras y tergiversaciones (traslado de deudas del Banco Central al Tesoro nacional).
Ante definiciones reales
La tensión entre la retórica y la realidad no es nueva para la Argentina. Lo que ocurre es que ahora el escenario convoca indefectiblemente a la toma de posición y acciones concretas ante un contexto de inestabilidad global creciente con pronóstico incierto.
Una incógnita es cómo la Argentina, bajo una gestión provocadora, fanática, libertaria, podrá lidiar con un mundo que parece dirigirse hacia economías de guerra.
Ante crecientes conflictos, los gobiernos tienden a intervenir más en sus economías, incluyendo controles financieros y de los precios estratégicos de las commodities. Las principales potencias mundiales, como Estados Unidos, China y la Unión Europea, han adoptado políticas de intervención en sectores clave como el energético, el alimentario y el tecnológico, con el fin de garantizar su seguridad nacional. Esto genera nuevas distorsiones en los mercados internacionales, ya que las economías más grandes imponen barreras comerciales, subsidios y controles de precios, en paralelo a restricciones financieras.
En medio de este panorama incierto, hay un patrón de conducta que parece claro: Milei ha demostrado no tener problemas en buscar chivos expiatorios para justificar los fracasos de su gestión, en lugar de asumir la responsabilidad por las consecuencias de sus políticas y desatinos. Es probable que siga culpando al gobierno anterior, a los sindicatos, a los jubilados, a las universidades públicas y a los programas sociales. Pero sin dudas no temería tampoco hacerlo con “enemigos externos”, incluyendo países vecinos.
Contrario a la verborragia conspirativista-chauvinista de la derecha fanática, la cuestión central a definir es si la Argentina y América Latina deberían participar activamente en el escenario internacional asumiendo una postura definida en medio de bloques en conflicto o si deberían optar por una posición de neutralidad estratégica (debate que fue central con relación a las dos grandes guerras mundiales para América Latina en el siglo XX). Esta última opción evitaría involucrarse en pugnas externas que podrían comprometer tanto intereses nacionales como regionales. Hay un camino para bregar y recorrer en común y no para azuzar peligrosas tensiones que podrían multiplicarse ante mayores desajustes mundiales.
La estrategia de culpar a otros podría tener cierto éxito en el corto plazo, pero no resolverá los problemas estructurales de la sociedad. Los desafíos que enfrenta el país requieren soluciones de fondo, no discursos incendiarios ni la búsqueda de chivos expiatorios internos o externos. La política de Milei, basada en una mezcla de dogmatismo y oportunismo, carece de una visión integral para enfrentar los grandes retos del presente y del futuro.
La Argentina sigue enfrentando un futuro incierto, con un liderazgo que, lejos de ofrecer soluciones, parece más interesado en encontrar a quién culpar de su acumulación de provocaciones y decadencia. Muy peligroso.
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