¿En qué mundo vive Biden?
El Presidente de Estados Unidos desató un juego que favorece la convergencia de Moscú y Beijing
Las declaraciones hechas por Joseph Biden sobre Taiwán, en Japón, el pasado 23 de mayo, fueron tan sorprendentes como alarmantes. En una rueda de prensa que compartió con el primer ministro japonés Furio Kishida, dijo explícitamente que Estados Unidos intervendría militarmente para defender a Taiwán si fuera atacada por China. Insólito: nada, lo que se dice nada, había sucedido para que se despachara con semejante brulote. Añadió, incluso, que el compromiso era “aún más fuerte” después de que Rusia desatara la guerra contra Ucrania. Curioso: parecería que a su entender la contienda ruso-ucraniana estaría alimentando la posibilidad de que Beijing atacara a Taipei. Es difícil comprender, a veces, qué es lo que pasa por la ya casi octogenaria cabeza del Presidente de los Estados Unidos.
Un breve repaso histórico indica que en 1954 se había firmado un Tratado de Defensa Mutua Sino-Estadounidense, que estaba destinado a defender a la isla de Taiwán ante la posibilidad de que fuera invadida por la República Popular China. Tuvo vigencia hasta fines de 1979, cuando fue derogado por el entonces Presidente Jimmy Carter. A partir de ese momento, Washington practicó una política de “ambigüedad estratégica”, consistente en aportar a Taipei recursos bélicos para su defensa pero sin que hubiera un reconocimiento explícito de que fuera una república independiente.
No es fácil comprender el reciente comportamiento de Biden. Da la impresión de que ha embestido contra ese ya añoso statu quo alcanzado con Beijing al que probablemente considere desactualizado o caduco, para abrir la posibilidad de ejercitar una defensa activa de Taiwán, en abierto desafío a la República Popular China que, desde luego, no está ni por asomo dispuesta a reconocer la autonomía de Taiwán.
Las declaraciones del Presidente norteamericano enfurecieron a Beijing. Sin ir más lejos, el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino, Wang Wenbin, dijo en respuesta a lo expresado por Biden que China deploraba sus comentarios y que Estados Unidos debía abstenerse de enviar mensajes de esa clase. Sostuvo, también, que “en las cuestiones que afectan a los intereses fundamentales de China, incluida su soberanía e integridad territorial, no hay lugar para acuerdos ni concesiones”. Notable: el encargado de contestarle al Presidente norteamericano fue un alto funcionario pero de segunda categoría, lo que parece haber sido, adrede, una bajada de precio hacia el primer mandatario de la gran potencia del norte.
AUKUS y Marco Económico del Indo-Pacífico
El 16 de septiembre del año pasado, Estados Unidos, el Reino Unido y Australia sellaron una alianza militar dispuesta a operar en el área Asia-Pacífico y, en particular, en los mares de China del Sur y del Este: AUKUS, que es un acrónimo que contiene las letras iniciales, en inglés, de los tres países que la componen. Fue la primera decisión importante y explícita de Biden dirigida a contener la expansión económico-comercial y geopolítica de Beijing, en beneficio de los intereses norteamericanos y los de sus socios de menor talla.
Merece ser recordado que esta decisión de Biden motivó una ácida querella triangular. Justo en el momento en que está tripartita alianza se diera a conocer, Australia y Francia tenían avanzado un convenio de compra-venta de modernos submarinos franceses convencionales, que el Presidente norteamericano desbarató en función de incorporar a los australianos a la nueva entidad. Les ofreció, además, la venta de submarinos de propulsión nuclear pero sin armamento atómico: una oferta superior a la francesa. Al Presidente galo, Emmanuel Macron, no le quedó más remedio que tascar el freno.
AUKUS fue así el instrumento inicial de una campaña encabezada por Washington dedicada a contener la expansión china que, como no podía ser de otro modo, desató la ira de Beijing. El vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores chino indicó que el nuevo pacto amenazaba “con dañar gravemente la paz regional… intensifica la carrera armamentística”. Y que esta decisión correspondía a “una mentalidad obsoleta de Guerra Fría”.
A este primer paso se le ha sumado muy recientemente una nueva iniciativa norteamericana: el flamante Marco Económico del Indo-Pacífico. Se trata de una entidad de cooperación regional orientada a promover el comercio y la inversión entre los países que la impulsan, que son Estados Unidos, Japón, Australia, Brunei, Corea del Sur, India, Indonesia, Filipinas, Malasia, Nueva Zelanda, Singapur, Tailandia y Vietnam.
En su declaración inicial indican que “comparten el compromiso por una región del Indo-Pacífico libre, abierta, justa, inclusiva, interconectada, resiliente, segura y próspera”. Reconocen la “interconexión de sus intereses económicos” y se muestran dispuestos a profundizarlos, con el propósito de “mantener el crecimiento, la paz y la prosperidad”. Y claro, también con “garantizar las cadenas de suministros” desde las materias primas a los semiconductores –obviamente entre otros insumos– para evitar que el ciclo de la producción se detenga.
Si bien los miembros fundantes de este emprendimiento han dejado las puertas abiertas a nuevos socios, es completamente notorio que China ha sido relegada de este foro y se descuenta que es el antagonista a enfrentar y contener. Wang Yi, ministro de Relaciones Exteriores de China, se ha limitado por ahora a decir que su país se complace con iniciativas que fortalecen la cooperación regional pero se opone a la creación de divisiones y confrontaciones.
Juego a dos bandas y final
Aunque parezca increíble, Biden ha sumado al embate bélico contra Rusia, que ha tomado la forma de una guerra por delegación en la que ha comprometido a Ucrania como presunto titán de Occidente, también una confrontación con China. Es decir, ha desatado un pesado y peligroso juego a dos bandas, que está por verse si su país está en condiciones de sostener. Basta recordar que no lo pudo cuando se embarcó en las “guerras interminables” de Medio Oriente y alrededores, de las que terminó retirándose sin alcanzar prácticamente triunfo alguno. Es obvio que quien no puede lo menos, no alcanza lo más.
Se me dirá, quizá, que el embate contra China es, por ahora, predominantemente retórico. Probablemente lo sea. Pero aun así no es inocuo. Porque la conformación de alianzas de países y los despliegues de fuerza existen. Y las maniobras territoriales también. Y cada quien debe tomar sus correspondientes recaudos frente a estas circunstancias. Más todavía: Washington debería comprender que su manera de encarar las cosas –esto es, el “trabajo” a dos bandas– no hace más que fortalecer el entendimiento entre Moscú y Beijing, lo que paradojalmente va en contra de sus propios intereses. ¿De qué le sirve abonar el acercamiento de sus dos principales antagonistas?
Pero hay todavía más. A esta compleja situación geopolítica instalada en buena medida por la torpeza del Presidente norteamericano se acopla otra disruptiva tendencia: el avance hacia una recesión o, peor aún, de una estanflación, es decir, de estancamiento más inflación a escala mundial. Esto como consecuencia, en parte, de secuelas de la pandemia, de la guerra ruso-ucraniana y de los descalabros producidos en el sistema económico internacional.
No son pocos los economistas que han percibido ya que, además de las circunstancias económicas locales, han sido golpeados también los fundamentos de la globalización económica, tal como la hemos venido conociendo hasta ahora. De hecho, la creación del Marco Económico del Indo-Pacífico estaría marcando el punto de partida de una globalización segmentada, lo que desde el punto de vista lingüístico no es más que un poco apreciable oxímoron dado que recortado el universo, el concepto de globalización teóricamente caduca. Fundamentalismo de mercado, en cambio, podría subsistir. Pero, claro, estas son cuestiones más bien semánticas que políticas.
Volviendo a Biden, su conducta parece indicar que no es consciente de que su país ha dejado de ser una superpotencia solitaria; que no es capaz de asumir los fracasos bélicos norteamericanos del pasado inmediato (léase guerras de Medio Oriente); que yerra al desestimar la situación por la que atraviesa actualmente el mundo, en la que se suman pandemia, guerra ruso-ucraniana, más perspectiva de recesión o de estanflación y de segmentación de la globalización; y que no alcanza a apreciar –como correspondería– que favorecer la convergencia de Rusia y China no le conviene a su país.
Da toda la impresión, en fin, de que no sabe en qué mundo vive.
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