En la pobreza, ¿se cae?

Las metáforas que impone el poder están siempre envenenadas

 

“Si los medios de comunicación hegemónicos hubieran cubierto mi gobierno con un 10% en relación a lo que hacen con el de Mauricio Macri, hubiera sido Gardel y Lepera”, sostiene la Vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner en su best-seller. Y tiene razón, porque la política mediática ha sido la única que efectuó a la perfección y a su conveniencia el gobierno de Mauricio Macri y que su séquito mediático sigue utilizando.

El rol que desempeñaron los medios de difusión en estos últimos años han sido clave, ya que ellos fueron quienes construyeron representaciones a las que el sentido común colonizado se aferró como el diez a la pelota. Porque se les ofreció como carnada un universo de representaciones a partir de imágenes y metáforas que encajaron no solo con su lenguaje y experiencias, sino también con su imagen del mundo.

Una forma de ingresar a esas representaciones es mediante el estudio de las metáforas. Aclaramos que las metáforas son una buena herramienta de persuasión, razón que nos lleva a sostener que ese costado «poético» cubre de alguna manera los intereses ideológicos de cada medio, de forma que muchas veces pasen inadvertidos, excepto para nosotros.

La metáfora que nos interesa abordar en las próximas líneas es la de «caer en la pobreza». Sin dudas es una metáfora porque nunca vimos literalmente a ninguna persona 'caer' en la pobreza, más bien es parte de un hecho representado. Esta representación se constituyó como una categoría construida social e históricamente y se asentó en la mente de las personas a partir de su repetición sistemática desde el 2015.

Para que dicha representación sea considerada «legítima» por el receptor, se debe, en primera instancia, celebrar un contrato de lectura con la intención de que posea credibilidad. Las modalidades aceptadas serán aquellas que respondan a una visión del mundo que coincida ideológicamente con el conjunto de esquemas de interpretación del receptor. Es decir que esta metáfora tendrá mayor cabida en el sentido común colonizado que se creyó que el pobre es pobre porque quiere, y no porque existió un proyecto político regresivo que lo empujó para que esté por debajo de la línea de la pobreza.

Recordemos que las metáforas duermen en nuestro cerebro a la espera de que alguna situación las despierte. La esencia de una metáfora es entender y experimentar una cosa en términos de otra. Como las corporaciones mediáticas no pueden darles una representación del mundo que explique las razones de por qué creció la pobreza ―sin poner en evidencia sus propios intereses―, tiene que ofrecerle a este público la explicación de que caen solos y porque quieren.

En este sentido y a partir del Informe de UNICEF, hemos encontrado en este titular del diario La Nación ―tribuna habitual de la oligarquía― (20 de mayo): “En la Argentina, UNICEF estima que 700.000 chicos caerán en la pobreza”, una expresión que pertenece a la metáfora conceptual madre de «caer en la pobreza».

Esta metáfora conceptual es de tipo orientacional y está relacionada con la orientación espacial, organiza un sistema global en términos de otro: arriba-abajo, dentro-fuera, delante-detrás, profundo-superficial, central-periférico.

Este tipo de metáforas tiene el poder de atribuirle a un concepto una orientación espacial, en el que arriba es bueno, mientras que abajo es malo. Incluso, si lo pensamos desde la concepción de la religión católica, notamos que el paraíso se encuentra arriba, mientras que el infierno está abajo.

En Patas arriba, la escuela del mundo del revés, del inigualable Eduardo Galeano, las categorías de arriba y abajo se hacen todo el tiempo presentes. Mientras que arriba están los que humillan, abajo están los que esperan desde hace siglos en la cola de la historia. Por eso la metáfora de caer en la pobreza esconde de forma perversa el lugar al que nos quiere condenar los de arriba. Nos quieren condenar a la pobreza porque entienden que ese es nuestro lugar, aportan una representación en la que caemos porque queremos y no porque fuimos arrojados por su modelo perverso de desigualdad.

Está claro que caer en la pobreza es malo. Pero no porque nos alejemos de la clase media, ese lugar cultural y simbólico al que se llega mediante el consumo, sino porque caer en la pobreza significa tener que elegir cuál de las cuatro comidas se tendrán que sacrificar, dejar atrás los derechos conquistados, pero sobre todo significa que nuestros niños y niñas dejan de ser tales porque están obligados a salir a trabajar para revertir esa situación.

Una metáfora de este tipo es servicial a la clase política que empujó con recetas neoliberales a los chicos y chicas a la pobreza. Fue elaborada semánticamente por los grupos de poder mediáticos para naturalizar los mecanismos de explotación que perpetraron durante el macrismo una desigualdad social creciente, y que constituye el ocultamiento del blindaje mediático. No tenemos que usarla, tenemos que patalear y advertir sobre la peligrosidad de su uso.

La metáfora de «caer en la pobreza» tiene la potencialidad de engañar, convencer y persuadir. Ya vimos cómo su utilización no es ni neutra ni objetiva y, que detrás de ella, existe toda una maquinaria para garantizar que su elección esconda los posicionamientos ideológicos del sector que las utiliza. Dejemos de decir que cada vez son más los que caen en la pobreza, para comenzar a decir que «Las políticas macristas condenaron al hambre a los argentinos y argentinas». Y que después de la pandemia tenemos que diseñar políticas públicas que tiendan a revertir las injusticias y desigualdades tan profundas para hacer realidad aquello que nos legaron como imperativo social y ético: “Los únicos privilegiados son nuestros niños y niñas”.

 

 

 

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