En el barro de la historia
Un libro sobre la composición ideológica del discurso de la derecha argentina actual
El tiempo sin juego no es tiempo, escribía Georges Bataille. Y quizás no haya mejor señal de una torsión del tiempo que cierta puerilidad del juego que domina los discursos políticos. El historiador Fabio Wasserman acaba de publicar el libro En el barro de la historia, política y temporalidad en el discurso macrista (Editorial Sb), en el que arriesga una hipótesis original sobre la composición ideológica de la derecha argentina actual. Hipótesis que, más allá de su valor inmediato, permite precisar el fenómeno de una doble encarnación exitosa en eso que el autor llama el “discurso macrista”. Primera encarnación: la articulación coyuntural efectiva y duradera de creencias divergentes reunidas en torno a una común pasión antipopulista y antiigualitarista. Segunda encarnación: lo que en el mundo la academia historiográfica europea –ejemplificada en el sociólogo alemán Hartmut Rosa– se plantea como un trastocamiento en la relación clásica entre formulación ideológica y temporalidad, según la cual ya no es la izquierda sino la derecha la que aparece como aspirante al futuro enunciado como transformación, incluso revolucionaria.
Respecto de la primera encarnación, Wasserman repara, sobre todo, en una cierta matriz futurista, muy presente en aquel triunfo macrista en las elecciones legislativas de 2017. El macrismo se refería a sí mismo como “el cambio” y proponía una ética de la innovación como clave absoluta de un tipo de acción post-política basada en dos ideas, o mas bien dos actitudes, simples y coherentes entre sí: el ideal emprendedor y el abandono del pasado como un lastre que entorpece la disposición desprejuiciada hacia el tiempo que viene. Claro que puestos a gobernar (entre 2015 y 2019) un país con historia, se producen escenas desopilantes que el historiador documenta con admirable rigor. En palabras del propio ex Presidente Mauricio Macri, José de San Martin es recordado como “un emprendedor que nos dejó el legado de la libertad” y Manuel Belgrano fue “un innovador”. Siguiendo al detalle la intervención en las redes sociales de funcionarios e intelectuales ligados al macrismo, Wasserman da cuenta del momento de mayor optimismo, en que el entonces presidente del Banco Ciudad, Federico Sturzenegger, se pone una remera con la imagen fusionada de la cara de Macri con la del Che Guevara: el “hombre nuevo” de la revolución sólo se vuelve alcanzable en un tiempo determinado como sumisión al capital.
El mayor interés de la investigación de Wasserman consiste, sin embargo, en mostrar cómo se articula esta retórica proveniente del marketing de las comunicaciones –que resulta fácilmente rastreable en la jerga de Marcos Peña, Jaime Durán Barba y Alejandro Rozitchner– con un discurso de signo opuesto, historicista y conservador, atento al pasado y al orden. Con considerable audiencia y tradición, aparece en la lengua macrista cuando la crisis económica y la persistencia de las luchas sociales –es decir, del populismo– obliga a caracterizar a la naturaleza histórica de las fuerzas que oscurecen y bloquean el progreso. Discurso que el historiador rastrea no sólo en el antiperonismo de José Luis Romero y Juan José Sebreli, sino también en aquel episodio plagado de resonancias en el que el entonces ministro de Educación, Esteban Bullrich, anunció una nueva campaña del desierto educativa. Evocación de los buenos tiempos en que el “burgués conquistador” –como le llamaba David Viñas– avanzaba a paso firme contra el malón indio y la montonera federal, como si de la misma cosa se tratase.
Respecto de la segunda encarnación, el planteo de Wasserman difiere de otros que se hacen escuchar en el presente, como sucede con el reciente libro ¿La rebeldía se volvió de derecha?, del también historiador Pablo Stefanoni (Siglo XXI). All se presenta un cuadro global dominado por una derecha capaz de apropiarse de la transgresión y la desobediencia, mientras que las corrientes populares, identificadas sobre todo con las corrientes llamadas progresistas, permanecen en una actitud defensiva, cada vez más abrazadas a lo políticamente correcto. Mientras la investigación de Stefanoni convoca a la izquierda a prestar atención a las novedades producidas en el campo de las derechas extremas –los “indignados” de hoy son de derecha– la hipótesis de Wasserman apunta menos a los éxitos reaccionarios de neofascistas (nuevos libertarios o antivacunas) y más a la tentativa específicamente neoliberal de apropiarse, no tanto de la protesta, cuanto de la dimensión temporal del futuro como tal, que hace de la transgresión menos la expresión del descontento y más una actitud orientada a imaginar mundos posibles. Se trata de investigaciones complementarias.
Ahí donde Stefanoni parafrasea al neorreaccionario Nick Land: “La izquierda se encuentra con frecuencia encerrada en una lucha por defender el capitalismo tal como es frente a un capitalismo al como amenaza con convertirse”, Wasserman repasa el artículo de 2014 de un militante macrista, Nicolás Pechersky, titulado “A la derecha le falta poesía”, en el que convocaba a construir un relato épico basado en una lucha por la libertad fundada en el derecho a la propiedad privada. En ambos casos, Stefanoni y Wasserman, se intenta recuperar aliento y superar cierta perplejidad a la que se nos somete mediante un juego de distorsiones que vuelven irreconocible aquella cita de Karl Marx según la cual sólo cabe a las revoluciones proletarias del siglo XIX “extraer poesía del porvenir”. Y, sin embargo, el juego no ha concluido. Mientras prestamos renovada atención a esta ofensiva reaccionaria, con su desmedida ambición de expresar descontentos y adueñarse del futuro, se hace evidente el límite de su propuesta en las calles de Cali o en el despertar chileno. Por más atractivo que sea observar al cohete chino, cuyas partes se desintegran con solo cruzar el cielo, es difícil permanecer indiferentes a las contundentes señales de un tiempo distinto. Leer a la derecha desde estas nuevas premisas, es tarea urgente del tiempo que viene.
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