En descomposición
El combo de incompetencia, ignorancia y reaccionarismo pone en peligro a la sociedad
Entregar o no alimentos básicos a gente careciente de todo no debería ser una discusión en una sociedad normal. Lo es en la Argentina, donde el gobierno nacional ha decidido resistirse por todos los medios a la orden judicial de entregar alimentos perecederos en las numerosas regiones de indigencia profunda.
La indigencia –la incapacidad de poder adquirir una canasta alimentaria mínima– llega hoy al 18% de la población. El número de indigentes se duplicó desde el comienzo de la actual gestión, con la particularidad de que Milei y sus ministros se regodean en la no entrega de los productos que aún quedan de la gestión anterior. Han hecho de esta salvajada una bandera de lucha en defensa del superávit fiscal. Por si hiciera falta aclararlo, el superávit fiscal se puede lograr de diferentes formas, no hace falta matar gente.
Más allá de que, presionados por la propia Justicia conservadora, están entregando algunos productos en provincias seleccionadas con criterios grotescamente partidistas, y a través de una organización confesional retrógrada, la pregunta que continúa vigente y sin respuesta es qué ocurrirá cuando se agoten estas existencias. ¿Empezarán a comprar en serio y a distribuir correctamente o seguirán convocando a la violencia?
La deserción del Estado es inconcebible en este tema, pero el gobierno defiende la barbarie con el argumento inoxidable de la derecha, previamente ensayado por el macrismo: la existencia de supuesta corrupción en los comedores y merenderos populares, lo que justificaría en el bizarro mundo del terraplanismo económico que se le corten los envíos a millones de personas dependientes de estos alimentos básicos.
La incapacidad del gobierno para dar marcha atrás en estas cuestiones sensibles, la teorización de Milei de que no puede dejarse llevar por las emociones sino por “estadísticas” , la locura fanática en torno a un ajuste completamente sesgado contra la mayoría del país, van a llevar a la sociedad a niveles de conflicto muy graves.
Al reafirmar su apuesta al hambre –y por lo tanto a la muerte de personas–, el gobierno se presenta a sí mismo como un obstáculo al sostenimiento de los derechos humanos más elementales. Hay abundantísima literatura sobre la primacía del derecho a la vida sobre el derecho a la propiedad cuando se trata de alimentos. Es cierto, no son los temas intelectuales que animan las tertulias libertarias.
Entre tanto, el gobierno despilfarró, por impericia, ignorancia y fanatismo ideológico, más de 450 millones de dólares por no haber gastado menos de 50 millones en completar la instalación de las tres plantas compresoras en el Gasoducto Néstor Kirchner para duplicar la capacidad de transporte, que hubieran permitido inyectar en el sistema nacional 10 millones de m3/día más desde Vaca Muerta. Todo para favorecer el humo del fiscalismo ilusorio mileísta. Pero después tuvieron que gastar 500 millones en importaciones de gas comprimido de Brasil a las apuradas.
El despilfarro de 450 millones de dólares, que debería constituir un escándalo mayúsculo en un país con una dirigencia con sentido nacional, puede ser pensado también en términos de cuidar a los más golpeados. Con 450 millones, calculando el costo de la caja de leche en polvo de 800 gramos a 4 dólares (precio al consumidor actual en góndola), se pudieron haber adquirido 112 millones de cajas de leche en polvo... No es que no hay plata. Esta dirigencia no está para servir al pueblo.
“Keynes sos ladrón”
Este estribillo se escuchó en el acto de presentación del libro de Milei en el Luna Park. Es difícil encontrar una expresión más sintética de lo que es la dislocación conceptual del espacio social que encabeza el Presidente.
Keynes, que provenía de una familia acomodada, nunca robó nada, ni en materia física ni en materia intelectual, pero se cantaba “Keynes ladrón” en un acto de un autor reiteradamente acusado de plagio o copia directa.
Pero lo despreciable del cantito escuchado en el Luna va más allá de esta cuestión formal de si es cierto o no. Se puede disentir con Keynes parcial o totalmente, pero apelar al paupérrimo argumento de que es “ladrón” habla de hasta qué punto se ha caído el debate de ideas en la Argentina. Debemos recordar que ha sido la derecha comunicacional la que ha reforzado en las últimas décadas, hasta el hartazgo, el pensamiento “chorro-céntrico”, tan difundido lamentablemente en nuestro país y tan empobrecedor del pensamiento.
Mucha gente no es capaz de ir más allá de eso: “¿son chorros o no son chorros?”, lo que les destruye toda posibilidad de entender las diferencias políticas verdaderas, e instala la estupidez de que alcanza con ser honesto para que las cosas anden bien en las políticas estatales.
Usar como todo argumento o como el más degradante posible la idea de “ladrón” es carecer de conceptos más complejos y de lenguaje para expresarlos.
Pero en el plano de los posicionamientos ideológicos concretos, si se habla de amor por el capitalismo y de odio por el socialismo, Keynes y Hayek eran muy parecidos. La diferencia entre ambos era su grado de comprensión de la realidad del capitalismo contemporáneo.
Precisamente porque a Keynes le preocupaba mucho el avance del comunismo, y ante el evidente estancamiento de la economía capitalista luego de la crisis del ‘29 y el completo fracaso de la economía convencional que aseguraba que los mercados volverían espontáneamente al equilibrio, debió enfatizar que el Estado tenía que meter mano en pleno motor económico para restituir el equilibrio en los mercados y relanzar el ciclo de acumulación capitalista. Hayek vivía en otro planeta conceptual y hubiera envejecido esperado la resucitación espontánea de la economía antes de darle poder alguno al gobierno para salir del pozo.
En síntesis: se observó en acto una manifestación penosa de ignorancia histórica, económica y de pobreza intelectual severa. Una especie de ideas económicas fake que se hacen de masas. Esperemos que este pozo de oscuridad no siga ampliándose, sobre todo porque constituye el soporte electoral fundamental de una política ruinosa para todo el país.
Es fácil ser alarmista
El gobierno ha tenido una larga lista de traspiés en la última semana. En lo económico, el cuadro general empezó a espesarse considerablemente.
Como siempre señalamos, es necesario ver las interacciones entre política, economía y sociedad. La crisis política creciente (escándalo de los alimentos guardados, votación masiva opositora de Ley Jubilatoria, peleas internas) del gobierno lo debilita en función de su capacidad para impulsar leyes de apetencia de los capitales globales.
Esto empezó a reflejarse en el índice de riesgo país, que de alguna forma capta la confianza mayor o menor de los capitales globales en los títulos de deuda argentinos, que de estar en 1.200 puntos hace dos semanas subieron a casi 1.600 el viernes. Es un aumento significativo, que muestra una reversión de la ilusión de los capitales financieros por las perspectivas de éxito del actual experimento con la Argentina.
El Banco Central debió desprenderse de dólares en cuatro oportunidades durante las últimas dos semanas, en un momento del año en que debería estar llenando sus alforjas con reservas para cuando se complete la liquidación de la cosecha gruesa.
La última semana fue también mala para los activos argentinos en el exterior, que sufrieron reiteradas caídas.
Si bien el dólar blue se mantuvo más tranquilo que la semana previa, la brecha entre el dólar Contado Con Liqui (CCL, operación legal para hacerse de dólares comprando y vendiendo activos que cotizan en el exterior) y el dólar oficial volvió a acercarse al 45%, una brecha demasiado grande que marca desconfianza en cuanto a la sostenibilidad del tipo de cambio oficial.
Este clima de duda tiene sentido, porque la insensata e irresponsable política exterior argentina del actual gobierno se ocupó consciente y explícitamente de dañar la relación con la República Popular China, sin considerar que muy próximamente se debe determinar si ese país renueva o no el swap de monedas oportunamente realizado con nuestro país. Si China no renueva el convenio, la Argentina deberá pagar en los próximos dos meses cerca de 5.000 millones de dólares, en dos cuotas.
Recordemos que es un gobierno que no ha conseguido crédito internacional, que tiene un tipo de cambio que es rechazado por el complejo agroexportador y que por lo tanto no recibe dólares en abundancia del comercio exterior, y que no está logrando contar con reservas importantes para afrontar un pago inesperado, tropiezo del cual es completamente responsable, en caso de no llegar a un acuerdo con las autoridades chinas.
Pero además están las vacas sagradas del mileísmo en peligro.
El superávit fiscal –trucho– logrado en base a ahorros salvajes e irrepetibles, está en serio riesgo de convertirse en déficit fiscal en el próximo tiempo, por el efecto combinado de mayores gastos exigidos por la sociedad, y derrumbe de la recaudación por el desastre que se está haciendo con la actividad productiva y el empleo.
En ese sentido debe entenderse el sorprendente voto por una mayoría de 160 votos en la Cámara de Diputados de un proyecto de ley que mejora los haberes jubilatorios, lo que contradice la lógica ajustadora contra las mayorías del gobierno nacional. Incluso algunos legisladores del PRO se unieron al voto de Unión por la Patria, la UCR, la Coalición Cívica y el bloque pichettista en la aprobación del proyecto de alivio jubilatorio. Es una suerte de rebelión mínima, básica, frente al salvajismo gubernamental, que tiene el valor político de encontrar juntos a sectores que parecían imposibles de ver asociados en ningún emprendimiento legislativo o político. Son desplazamientos que pueden tener significados a futuro. De salir la ley, implicará un costo fiscal de 0,45% del PBI, que pondrá aún más en duda la estrategia ajustadora antisocial del gobierno.
La otra vaca sagrada, la “baja de la inflación”, cambiaría de dirección en junio, promovida por el conjunto de aumentos tarifarios que venía postergando Luis Caputo, y que ya no puede seguir demorando para que el superávit fiscal no se revierta bruscamente. Y este repunte de la inflación, a la que no fueron capaces de hacer bajar a menos del 5% mensual, a pesar del derrumbe inducido de la actividad económica, ocurrirá sin que aún se produzca la esperada corrección cambiaria, la que generará el consiguiente impulso ascendente del IPC.
Otro elemento que hay que seguir con atención y preocupación es la deuda pública total del Estado. La deuda pública, gracias a la devaluación de diciembre, bajó del equivalente a 425.000 millones de dólares en noviembre de 2023 –último dato del gobierno del Frente de Todos– a 370.000 millones en diciembre. Sin embargo, desde ese momento no cesó de subir en forma acelerada: llegó en abril de 2024 a 414.000 millones, es decir que se incrementó en 44.000 millones de dólares en ¡cuatro meses! del gobierno de Milei: 11.000 millones de dólares por mes. Es un crecimiento disparatado e insostenible teniendo en cuenta que el Estado está efectuando un recorte salvaje del gasto social y paralizó la obra pública. Es insostenible, porque no puede estar endeudándose en un monto equivalente a 132.000 millones de dólares anuales.
Con la estupidez ideológica de diagnosticar a la inflación como fenómeno estrictamente monetario, están tratando de sacarle las deudas al Banco Central, para lo cual se las transfieren al Tesoro de la Nación. Si bien el Tesoro no emite pesos –no es esa su función–, emite deudas que equivalen a pesos en algún momento del futuro.
No hay secretos, ni pases mágicos. Los desequilibrios entre ingresos y egresos del sector público no desaparecen por pasar la billetera del bolsillo izquierdo al derecho. Los dólares que no están, no están, y nadie se confunde sobre ese flanco desguarnecido de la actual gestión, salvo un electorado desinformado y engañado por los medios de comunicación y la dirigencia que votaron.
El gobierno está metido en un conjunto de severos desequilibrios económicos que sólo la pirotecnia constante del showman presidencial ha logrado disimular hasta el presente, requiriendo crecientes dosis de espectacularidad.
Esta situación se da cuando aún no ha emergido con toda su potencia la protesta social masiva contra el deterioro sistemático de las condiciones de vida. Y también contra la crueldad planificada. No se pueden entender de otra forma dos decisiones de desprecio humano extremo tomadas en esta última semana por el gobierno nacional: la eliminación del Registro de personas electro-dependientes, que sirve para que sean especialmente consideradas por las empresas distribuidoras de energía eléctrica, y el cierre de la Subsecretaría de Protección contra la Violencia de Género, organismo que otorgaba algún grado de cuidado público a cientos de mujeres que sufren maltrato por su condición. Dado que presupuestariamente estos “ahorros” son insignificantes, se observa con claridad que no es un tema de plata, sino de ideología antisocial.
Patologías ideológicas presidenciales
La insistencia del Presidente en su fantasiosa descripción de los 100 años de decadencia argentina, que serían equivalentes a “100 años de políticas socialistas”, podrían engrosar un risueño compendio del pensamiento bizarro si no fuera porque tienen efectos sobre la realidad, ya que existe un conjunto enorme de medios que las reproducen sin ningún tipo de consideración critica.
Eso es lo que le ha permitido afirmar recientemente ante una periodista extranjera que él viene “del futuro (del mundo)”, que sería la Argentina actual. Ese futuro mundial estaría mostrado por lo que le pasó a nuestro país por culpa del siglo “socialista” que vivimos. En este argumento disparatado, él vendría mesiánicamente a salvar al mundo de caer en similar “socialismo”. Lo interesante es que la historia real le importa un rábano: hasta sus amados Menem y Cavallo quedan incluidos, junto con los oligarcas de los años ‘30, la Revolución Libertadora, Frondizi, Onganía, Videla y Macri, en ese infausto reinado colectivista.
En estos días el Presidente Biden, jefe del país que es bastión mundial del capitalismo, potencia a la cual reporta puntillosamente Milei, escribió en las redes sociales: “I’m fighting corporate greed – calling on corporations with record profits to lower prices. I’m fighting to make rent more affordable. I’m fighting to lower the cost of health care and prescription drugs” (Estoy luchando contra la avaricia corporativa, pidiendo a las corporaciones con ganancias récord que bajen los precios. Estoy luchando para que el alquiler sea más asequible. Estoy luchando para reducir el costo de la atención médica y los medicamentos recetados). Se abren dos posibilidades: o Estados Unidos ya cayó en el socialismo tan temido y Milei llegó tarde, o el Presidente argentino y su discurso están completamente fuera de la realidad del mundo.
Pero además, la Argentina como país no puede tener un Presidente que se jacta de odiar al Estado. Milei se considera un “topo” dentro del Estado nacional, cuya misión es destruirlo desde adentro. Es sorprendente que todo el sistema político partidario institucional no haya salido, aunque sea formalmente, a repudiar tales declaraciones, ya que el Estado Nacional es una institución central de la Nación Argentina. Se evaporaron los constitucionalistas, los republicanos y todas las vestales de la república burguesa.
A la luz de semejantes declaraciones antirrepublicanas, cobra más sentido el espectáculo bochornoso de la falta completa de conducción estatal de los últimos seis meses. Se entiende mejor el porqué de los cientos de nombramientos de funcionarios clave no realizados, las fusiones salvajes e improvisadas de ministerios, la designación de personas que no saben nada sobre los temas que deben gestionar, las interminables listas de funcionarios que renuncian o son expulsados de la administración en cortísimo tiempo. Se está sembrando el caos dentro de la administración pública nacional y esto ya está golpeando sobre múltiples sectores y actividades.
La incompetencia, la ignorancia y el reaccionarismo del gobierno se aúnan para ofrecer un cuadro peligroso para la sociedad.
Ojalá todo este cuadro en descomposición incida sobre la votación de la ley Bases y sobre el rechazo del neocolonial Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI). En ese último tema, llamaron la atención dos datos significativos: la propia CGT publicó en X una sencilla explicación sobre los perjuicios que traerá ese régimen para nuestro país. No es común ver a la CGT actual “inmiscuirse” en temas que “son de los empresarios”, pero lo hicieron y muy bien.
Y sorpresivamente, el diario Clarín reseñó un documento crítico sobre el RIGI, muy sólido, elaborado por la Cátedra Libre Plan Fénix de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. Cabe recordar que el Plan Fénix fue fundado en las postrimerías de la convertibilidad y aportó una mirada esperanzadora sobre el desarrollo nacional que se cristalizó parcialmente en los años 2000. Sin embargo, ese desarrollismo democrático y popular cayó luego del lado “incorrecto” de la grieta según la visión de Clarín, y los análisis de sus economistas fueron prolijamente ignorados por el diario, hasta este momento.
Lo cierto es que frente a la inminencia del debate sobre la Ley Bases, ha sido convocada una potente manifestación popular en el Congreso para el miércoles próximo, en la que se tratará este proyecto insignia del mileísmo.
Es una excelente ocasión para que se expresen ampliamente todos los sentimientos que el actual proyecto político les genera a los que quieren realmente a nuestro país.
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