En default militar

Las FFAA con el mayor nivel de deterioro de los últimos 15 años

 

Hace unos días la Fuerza Aérea Argentina desprogramó de manera adelantada el último Fokker F 28 (matricula TC 53) de una dotación original de seis, que se incorporaron en 1975. La aeronave estaba aún en condiciones limitadas de vuelo. La antigüedad del aparato, discontinuado en gran parte del mundo, los problemas para obtener repuestos, así como fallas continuas, dificultaban permanentemente su desempeño. La aparición de una fisura profunda en uno de sus planos, derivó en la desprogramación anticipada. El F 28 se mantenía operativo gracias a un esfuerzo de artesanía técnica – militar encomiable, pero que pone de manifiesto crudamente el estado de situación límite en que se opera.

El caso es una radiografía vivida de las condiciones en que se desempeñan las Fuerzas Armadas en la actualidad. De hecho, nuestro país no cuenta con Fuerzas Armadas en sentido estricto; es decir con un aparato militar que pueda cumplir con los roles y funciones que debe estar en condiciones de ejecutar una fuerza militar en combate; pese a que el Estado Nacional va a invertir en 2019 más de 100.000 millones de pesos.

Por el contrario, la Argentina cuenta con unas Fuerzas Armadas que agrupan un conjunto de materiales y equipos predominantemente obsoletos y desactualizados tecnológicamente, muy limitados para las operaciones. Los recursos humanos en su mayoría poseen un bajo nivel de adiestramiento y experiencia, en función de las limitaciones mencionadas. Esta situación, combinada con bajos recursos presupuestarios asignados para funcionar, constituye un cóctel crítico para una profesión que de por si supone actividades de riesgo. Los recurrentes incidentes, accidentes, fallas, problemas de adiestramiento y dificultades logísticas son expresión de esta situación.

La lógica del funcionamiento de una fuerza militar en tiempo de paz es prepararse para la guerra y cumplir además un conjunto de misiones secundarias legalmente autorizadas en función del equipamiento específico que poseen. Por ello es clave la dotación de un mínimo de equipos en el mejor estado de funcionamiento, lo más completos posible en cuanto a sus dotaciones y que cuenten con presupuestos que permitan su empleo habitual. Esto permite que el personal se prepare para operar efectivamente esos elementos e ir formando cuadros experimentados en la conducción de las Fuerzas Armadas. Esa es la relación esencial entre medios y personal, para disponer de fuerzas armadas operativas y profesionales. De modo tal, no se requiere tener permanentemente una dotación militar de gran magnitud, sino aquella que permita la preparación para su empleo eventual. La tragedia del Submarino ARA San Juan es la manifestación más extrema de la situación de vulnerabilidad del presente. En este episodio convergen serios problemas logísticos, limitaciones en la preparación del personal y una aguda y continuada desatención política.

El contexto señalado dificulta seriamente la posibilidad de capacitar, adiestrar y preparar a las FFAA; atenta contra la profesionalización de los hombres y mujeres que las integran y fundamentalmente produce una situación de decaimiento moral que hoy es significativo.

La democracia argentina heredó un sistema militar de gran envergadura, que se configuró históricamente en un contexto signado por Fuerzas Armadas que desempeñaban un rol político autonomizado y predominante en el sistema político argentino. Organizadas sobre la base de hipótesis de conflicto vecinales, internos y globales y con acceso a recursos económico-presupuestarios significativos. Estas condiciones se evaporaron aceleradamente a partir de la restauración democrática en 1983. En un contexto de subordinación militar, la dirigencia política desplegó -salvo excepciones-, una modalidad de conducción deficitaria y delegativa de los asuntos militares. Además, no llevó adelante iniciativas tendientes a readecuar de manera integral la organización castrense heredada a las nuevas condiciones emergentes, en especial en sus aspectos operacionales, logísticos y de despliegue.

Es notable, pero hoy aún persiste el remanente de esa organización, una matriz organizativa y funcional anacrónica, operacionalmente endeble y presupuestariamente insostenible, que no ha podido ser reconvertida en sus aspectos organizativos y funcionales esenciales, por falta de voluntad y decisión de la dirigencia política. La actual administración de Mauricio Macri agudizó hasta el extremo estas condiciones.

Es un dato elocuente que el país no enfrenta en la actualidad un horizonte de guerra o conflictos que puedan demandar el uso inmediato el poder militar efectivo. Sin embargo, el escenario global se volvió más pugnante que en el pasado. América Latina y Sudamérica se han vuelto un ámbito de disputa de intereses entre potencias globales -Estados Unidos, China y Rusia en primer lugar- por el acceso a mercados, negocios, recursos naturales e influencia política. Estas situaciones pueden ser fuente de tensiones y conflictos, deberían ser ponderadas en nuestra ecuación de Defensa.

Es entendible que a la política vernácula no la seduzca invertir significativos recursos económicos -siempre escasos-, en el marco de zozobra social y económica en que nos deja la administración macrista. Además, es un rubro que no reditúa políticamente, eso es así acá y en cualquier parte del mundo. Si no hay una guerra en ciernes, el presupuesto y la agenda de la defensa tienen poco peso. No obstante, en el caso de la República Argentina, el nivel de deterioro operativo y logístico de las Fuerzas Armadas es abrumador. Hace 15 años había margen para maniobrar, hoy  es casi inexistente.

La dirigencia política argentina debería definir seriamente qué es lo que quiere hacer con sus Fuerzas Armadas antes que estas se terminen consumiendo a sí mismas, y ese horizonte está a la vuelta de la esquina.

 

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