En busca de una superficie de placer
Roberto Jacoby repasa sus contribuciones a Virus en los ‘80
En los pasados 50 años (tal vez un poco más) Roberto Jacoby tuvo múltiples, interesantes y reales vidas. Una de las más recientes aconteció durante el encierro pandémico. En ese prolongado no-tiempo se puso en contacto con los más de 40 temas que en la década del ‘80 creó para el grupo Virus. Con mirada de antología, estirpe de memoria personal y condición de cancionero escribió el libro Superficies de placer (Mis letras para Virus y otras canciones), editado por Planeta. Está dedicado a Federico Moura (líder de la banda) y lleva prólogo (excelente) de Andrés Calamaro.
Estuvo en todos lados este Jacoby, pero no desde la simple obligación de tocar e irse, sino buscando el costado vanguardista y lúdico, la experiencia renovadora y transformadora. ¿Instituto Di Tella? Sí. ¿Diario La Opinión? Allí estuvo. ¿Poeta? De a ratos. ¿La sociología? También. ¿Activista del arte visual? Tiempo completo. ¿El rock? Claro. Y, como si fuera poco, desde no hace tanto su rol de cantautor (“pero no cansautor ni chantautor”, añade). Ya grabó el disco Golosina caníbal con el asesoramiento y curaduría de Nacho Marciano y espera fecha de aparición de otro trabajo con cinco covers de Virus.
Sus contribuciones con la banda de los hermanos Moura se iniciaron en 1981. Luego puso su firma (total o compartida) en trabajos como Recrudece, Locura, Tierra del Fuego, Bajas pasiones, Imágenes paganas y algunos más. Las letras tienen tono festivo, humor y lucen ingeniosos juegos de palabras. El tema Bandas chantas arañan la nada es un ejemplo. En su homenaje a la primera vocal del abecedario dice: “Las palabras santas/gastan al parlar/macanas baratas/para abatatar/a las masas rascas”. En Loco, Coco recomienda: “Loco, no te hagas el coco, Coco, no te hagas el loco”. Reportaje sincero y anticonvencional se vale del recurso de la esdrujulización: “Yo soy un ídolo/con fama de frívolo/y un tanto díscolo… No resulta insólito/en nuestro ámbito/morir por un éxito/aunque sea hipotético”. En Entra en movimiento se escucha: “Andamos con la locura puesta/sabemos lo que nos cuesta”. Ninguna se celebró tanto como Hay que salir del agujero interior porque, según considera Jacoby, “significa la revelación de la banda hacia una audiencia más amplia”. Estrenada en los meses previos a la recuperación de la democracia, propone “poner el cuerpo y el bocho en acción/a la vida hay que hacerle el amor/sin drama, con locura y pasión/sin tener que pedir perdón”. Consultado para esta crónica, Jacoby afirma que el público deliraba en los recitales siguiendo el tema, en especial cuando Moura lo modificaba diciendo “Hay que sacarse la ropa interior”. Asegura que, en cada recital, no menos de veinte o treinta calzones femeninos, arrojados por las seguidoras, se acumulaban en el escenario.
Compuesto durante una breve e intensa temporada en Río de Janeiro, el grupo publicó en 1983 su disco Superficies de placer. “Es también una canción que musicalizó y cantó Federico Moura. Pensé en lo superficial y en lo profundo. A partir de una idea que sostengo hace tiempo, y es que todo es superficie. Por momentos esa superficie se pliega y en otros se repliega, se convierte en boca, se convierte en ano. Si no están negadas, todas esas superficies dan placer”. Denostados por ciertos campos culturales, acusados de hedonistas y superficiales, sin embargo, en plena dictadura, Virus se propuso instalar el muy desafiante concepto de “la estrategia de la alegría” antagónico al de “la sobreabundancia del espanto imperante”. El libro abre con una frase de Federico Moura: “El miedo a la alegría ha sido claramente producido por los años de represión. Es muy grave suponer que el dolor está más cerca de la verdad que la alegría”.
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Antes y después de Virus, mucho de lo que hizo Jacoby estuvo anticipado a su tiempo. A mitad de los ‘60, cuando de la mano de Marta Minujin los happenings se habían puesto de moda, junto a un grupo de secuaces, artistas del palo visual como él, inventaron uno de principio a fin y varios medios escritos cayeron en la trampa y lo comunicaron como si hubiera existido. A fines de 1968 participó de la muestra multidisciplinaria organizada en Rosario por la CGT de los Argentinos. Esa muestra estuvo considerada como una acción clave de la radicalización del arte. Más adelante vinieron acciones como festivales, exposiciones, portales, intervenciones, performances que partiendo de lo festivo y el propósito de provocar nunca resignaron sus intenciones políticas.
Con Mariana “Kiwi” Sáinz crearon la agencia Fabulous Nobodies, desde la que realizaron emprendimientos publicitarios que no promocionaban nada. Aunque no siempre fue así. Desde ese mismo espacio en 1994 lanzaron la campaña Yo tengo Sida, claro homenaje a Federico Moura, que había fallecido por HIV en 1988. Jacoby recuerda que esa propuesta de luchar contra la estigmatización que provocaba la enfermedad fue resistida, hasta por quienes habían contraído el virus. Y reconoce a Andrés Calamaro como el primer artista del rock nacional que aceptó ser fotografiado con una remera que llevaba esa inscripción. Pasado el tiempo, esa remera se convirtió en objeto de arte y aún hay algunas muestras a la venta en galerías exclusivas.
Con Sáinz y otros colaboradores editan durante una década y 101 números Ramona, la primera revista de artes visuales sin imágenes, solo adornada con tipografía helvética (disponible en AHIRA, Archivo Histórico de Revistas Argentinas). Cercano a intelectuales como Oscar Masota y Eliseo Verón, Jacoby estudió en profundidad las sinuosidades de los medios masivos. En co-autoría con seis especialistas más (B. Balvé, B. Balvé, M. Murmis, J.C. Marín, L Aufgang, T. Bar) firmó Lucha de clases, lucha de calles, un análisis del Cordobazo y sus consecuencias.
A principios del 2002, luego de la descomunal crisis del año anterior, con “Kiwi” Sainz y otros pusieron en marcha el Proyecto Venus, según Jacoby, una idea concebida como complot. “Complotaba contra el desánimo y la desintegración de los vínculos sociales”. Funcionó como comunidad integrada por 600 miembros “deseantes” que contaron hasta con una moneda propia, llamada Venus, con la que en tiempos de cuasi-monedas en varias partes del país se podía comprar y canjear, establecer ofertas y demandas. El toque irónico lo daba el respaldo que habían encontrado: por supuesto, no era el dólar, sino un lote de 700 botellas de vino y un kilo de marihuana. En 2014, junto con Sid Krochmalny, Jacoby expuso en una sede del Fondo Nacional de las Artes, Diarios del odio una recopilación basada en los foros de lectores de La Nación y Clarín.
Aunque luego tuvo otras exhibiciones, es una pena que esos escalofriantes testimonios no se hayan convertido en exposición permanente. A fines del 2023 organizó una suelta de obras de arte de su propiedad, que atestaban las paredes de su departamento, en el barrio del Congreso. Lo hizo a partir de preguntarse cuál era el beneficio de tenerlas allí, a la vista de muy pocos. Más de 70 obras se subastaron en una prestigiosa casa de remates.
En este 2024 Roberto Jacoby cumplirá 80 años. Pero por su curiosa manía de apresurar las circunstancias lo festejó hace cinco años. “Uno nunca sabe, si llega”, cuenta, y piensa que en el nuevo aniversario celebrará los 85. Tranquilo, escéptico, poniendo en duda la afirmación de que su obra de arte más lograda sea él mismo, Jacoby confiesa que su más segura y actual “superficie de placer” es su perra. Guau, exclamaría Rita.
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