Desde la aprobación pírrica de la reforma previsional en diciembre pasado, todo parece salirle mal al gobierno. La corrida cambiaria condujo a una crisis del esquema económico vigente y finalmente desató una crisis política que aún no está claro hasta dónde podrá llegar.
En este escenario el mundo de la política dejó atrás el pronóstico de un camino allanado a la triple reelección –cuyo lanzamiento hasta hace pocas semanas se esperaba para después del Mundial—, y asumió que es necesario imaginar distintos escenarios, pero que ni siquiera en los más optimistas se puede afirmar que Cambiemos ganará cómodamente.
Más allá de cualquier especulación es evidente que la clase dominante, el poder real detrás del macrismo, necesita construir un plan B de recambio, ante la posibilidad cierta de que el plan A no esté en condiciones de ser reelecto.
Tres vías
Pueden imaginarse tres grandes posibilidades de recambio que, como fue siempre usual en nuestra historia, no son excluyentes entre sí.
La primera es una renovación al interior de Cambiemos: el plan Vidal, que apunta a descargar el costo político del programa neoliberal en Macri, buscando mantener a salvo a la gobernadora bonaerense. Esta hipótesis supone que existe un cierto grado de autonomía de la imagen pública de Vidal respecto del Presidente, algo que al día de hoy cuestionan distintos estudios de opinión.
Si se pusiera en práctica implicaría una gran dificultad para reemplazarla en la crucial elección bonaerense, cuya gobernación quedaría supeditada a una transferencia de votos como la que realizó en 2017, pero en condiciones políticas bien distintas.
Finalmente, también serían un enigma las consecuencias de una decisión de esa naturaleza al interior de la propia alianza Cambiemos y especialmente en el PRO, un proyecto político estructurado hace más de quince años alrededor de un liderazgo indiscutido, que por primera vez sería desplazado.
La segunda vía es la construcción de una candidatura pseudo-opositora sustentada en el “peronismo racional”, que a rigor de verdad fue la opción de Macri desde fines de 2015 pero que no obtuvo anclaje electoral en 2017.
La reciente reunión en San Isidro entre Peña, Vidal, Rodríguez Larreta y Frigerio con Schiaretti, Urtubey, Pichetto y Massa, para discutir un acuerdo de gobernabilidad de cara a los 17 meses restantes de mandato presidencial, es una muestra clara de este camino.
Pero el “peronismo racional” se encuentra en un callejón sin salida. Si mantiene una postura dialoguista, corre el riesgo de hundirse junto al gobierno; si en cambio adopta una postura de confrontación, tributa al polo realmente opositor identificado con CFK.
En 1989 y 2001 el PJ les soltó la mano a sendos gobiernos radicales, volviendo irreversible sus crisis, ante la certeza de que, tras su caída, el poder caería en sus manos. Sin embargo, en la actualidad no cuenta con una certeza parecida. Al contrario, tiene buenas razones para pensar que sería el kirchnerismo el que podría capitalizar la situación, es decir un sector ajeno con el que también tendría que negociar en una posición de inferioridad. Por esa razón, al menos por el momento, prefiere explorar la posibilidad de negociar con el gobierno para sostenerlo.
Una disyuntiva similar le ocurre a la conducción de la CGT, que realizó el paro más contundente de las últimas décadas pero no acierta a concretar cómo seguir, entre quienes buscan acordar con el gobierno desde la nueva posición de fuerza y quienes aspiran a colaborar con una oposición política que pueda cambiar el rumbo de la política económica del país.
De cualquier manera, es muy difícil imaginar que entre la voluntad del gobierno y las ambiciones de estos sectores no se termine construyendo una candidatura peronista contraria a CFK, como sucedió con los casos de Massa y de Randazzo en 2017.
Desde el punto de vista de la clase dominante el punto débil principal de este sector es su falta de candidatos competitivos. Pero no se trata tanto de una cuestión de marketing político ni de capacidad individual, sino fundamentalmente de que quienes intentaron proyectarse en las urnas en 2017 obtuvieron un claro rechazo de la sociedad a la política de acuerdos con el gobierno que implementaron desde diciembre de 2015.
La tercera vía es condicionar e influir en el armado político que se agrupe en torno de CFK, como también apostaron en 2015 poniendo sus fichas detrás de la candidatura de Scioli. El argumento político principal para abrirle la puerta a esta posibilidad es el presunto “techo electoral insuperable de Cristina”, frente al que sería necesario ubicar a un candidato más moderado que pueda “traer votos” que la ex presidenta no estaría en condiciones de acercar. Incluso se menciona al ex gobernador bonaerense Solá como una posibilidad para jugar ese rol.
Se trata del mismo argumento que condujo a la derrota electoral de 2013 en la provincia de Buenos Aires y sobre todo a la derrota en el balotaje de 2015. No se hace ningún balance de esas experiencias, ni tampoco del derrotero al que condujo una opción similar en Ecuador, que culminó con la persecución política de un sector de su propia fuerza al ex Presidente Correa.
Pero además también se soslaya que la razón por la que una candidatura de CFK —o de algún dirigente leal a ella— no sería bien vista por los medios de comunicación hegemónicos, es precisamente por las políticas que desarrolló durante sus gobiernos. Es decir que en realidad lo que se omite es que para poder ganarle a Macri sería necesario proponer un gobierno que reniegue de políticas como las implementadas por el kirchnerismo. Este es justamente el condicionamiento que busca ejercer la clase dominante.
La construcción del 2019
Después de dos años y medio de acción fundamentalmente defensiva, las fuerzas nacionales y populares finalmente afrontan la oportunidad de desplegar una contraofensiva para derrotar el intento de restauración neoliberal. Es decir, surge la posibilidad de ir construyendo durante los próximos meses un escenario de triunfo electoral en 2019 mediante la acción callejera de masas, la resistencia al ajuste pactado con el FMI y la formación de una fuerza política y una propuesta para devolver la esperanza al país.
Ese rumbo supone la mayor unidad posible para dar lugar a un frente antineoliberal y, en consecuencia el reconocimiento de las relaciones de fuerzas realmente existentes entre sus diversos componentes.
A lo largo de los años distintos dirigentes pronosticaron reiteradamente la disolución o un giro a la derecha del kirchnerismo. Luego fundamentaron en esas lecturas las alianzas políticas más contradictorias y terminaron siempre en el lado equivocado de la historia. El recorrido político de Libres del Sur o de Proyecto Sur desde 2008 es más que elocuente al respecto. Lo concreto es que ninguno de esos dos pronósticos sucedió.
En este sentido, desde el campo de las fuerzas que buscan ubicarse a la izquierda del kirchnerismo, continúa actuando una alternativa de hierro: o bien permanecer voluntariamente en posiciones electorales testimoniales –como el FIT— o bien asumir el desafío de aportar a un frente antineoliberal en torno del liderazgo de CFK de cara a las elecciones presidenciales.
La construcción de una fuerza político-electoral contra el neoliberalismo es la principal tarea estratégica en la agenda política de las fuerzas populares. Cualquier cosa es mejor que Macri gobernando, pero así como la clase dominante busca su plan B, los sectores populares necesitamos construir nuestro plan A, para evitar tener que optar eventualmente por el mal menor.
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