En busca de la industria perdida

Trump convierte el ámbito del comercio internacional en un campo de batalla

 

Las medidas tomadas por el Presidente Donald Trump durante sus dos meses de gobierno no muestran un camino en el que se vislumbre la prosperidad y el crecimiento, como anunció en campaña, sino más bien uno de turbulencias, caos e incertidumbre en los ámbitos geopolítico y económico. Ello se ha visto reflejado en las recientes perspectivas de crecimiento económico, la caída de los índices de confianza del consumidor, la retracción de las inversiones y, en la semana que acaba de transcurrir, en la estrepitosa caída de Wall Street, que arrastró a todas las bolsas del mundo. La empresa TESLA de su asesor estrella, Elon Musk, portador de la motosierra en ese país, ha perdido 40% de su valor desde que Trump asumió la presidencia el 20 de enero.

La guerra comercial que ha desatado contra sus vecinos del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), que él mismo negoció, así como contra su otrora aliada estratégica, la Unión Europea –sobre la cual ha señalado, con total desconocimiento o desfachatez, que fue creada para “fastidiar” a Estados Unidos– está frenando el crecimiento económico. La metralleta de aranceles se ha impuesto también a China y a países latinoamericanos, como Brasil y la Argentina. Trump ha anunciado que impondrá aranceles sobre automóviles, semiconductores, productos farmacéuticos, madera y productos agrícolas. Inclusive los aranceles sobre el cobre también están siendo investigados. Solo alguien tan desubicado como Javier Milei puede pensar que la Argentina, en la actual coyuntura, podría suscribir un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos.

El ámbito del comercio internacional se ha convertido en un campo de batalla. El Presidente ha reconocido que por su embestida arancelaria puede haber cierto dolor económico a corto plazo para los consumidores estadounidenses. En una entrevista en Fox News, en la víspera del pasado lunes negro de las Bolsas, dijo que la economía pasa por una fase de “transición”. Y no cerró la puerta a una recesión. “Odio predecir cosas así [...] Habrá disrupciones, pero estamos cómodos con ello”.

La popularidad del Presidente Trump ha registrado una caída significativa en su nivel de aprobación pública, de acuerdo con una encuesta de Rasmussen Reports: si bien el 51% de los votantes aprueba la gestión de Trump contra el 48% que la desaprueba, llama la atención el rápido declive de su imagen, dado que la diferencia entre ambos parámetros se redujo de diez a sólo tres puntos en menos de 15 días.

 

El remedio es peor que la enfermedad

El pasado miércoles, Trump impuso 25% de aranceles a las importaciones de acero y aluminio procedentes de todo el mundo, sin excepción. Con estas medidas, intenta temerariamente reactivar una base industrial que emigró a otros países en el apogeo de la globalización. Pretender desandar ese complejo andamiaje con la imposición de aranceles resulta un sinsentido que solo impactará negativamente. No todos los países afectados (Canadá, México, la Unión Europea, China, Brasil y la Argentina) aplicaron contramedidas como represalia. Los latinoamericanos no lo han hecho por el momento. Trump amenazó a Canadá con duplicar dichos aranceles hasta el 50%, pero dio marcha atrás cuando el gobernador de la provincia canadiense de Ontario desistió de sus planes de imponer un recargo sobre la electricidad que su país envía a Estados Unidos. Canadá es su principal proveedor de acero y aluminio, por lo que está seriamente afectado. A ello se añaden las agresiones de Trump al mencionar reiteradamente su deseo de incorporar a Canadá como Estado número 51 de su país. Al interior de varias naciones, en particular de su vecino del Norte, se han organizado boicots contra la compra de productos provenientes de Estados Unidos.

Los aranceles elevarán los costos de algunas industrias estadounidenses que dependen en gran medida de los suministros de acero o de cualquier otro producto afectado con las medidas. Sin embargo, quienes defienden el plan del Presidente argumentan que, en última instancia, los aranceles propiciarán una mayor fabricación en Estados Unidos. En ese caso, se tendrán que soportar precios más altos, lo que probablemente contribuirá a la disminución de su demanda y, con ello, también de su producción, con un impacto en el empleo. Ello sin tomar en cuenta las medidas de represalia que adopten los países afectados. La fantasía de recuperar la industria perdida no tiene asidero.

La imposición de estos aranceles es presentada por Trump como necesaria para reequilibrar un sistema comercial mundial que ha venido “estafando” a la nación por los crecientes déficits comerciales que mantiene con las principales economías del mundo. Lo que Trump no menciona es que el dólar funciona como valor de reserva y circulación, pilar sobre el cual se sostiene su hegemonía. El excedente de dólares de los superavit comerciales que mantienen la Unión Europea, China, Japón, México, entre otros muchos países, con Estados Unidos, fluye hacia este país, ya sea para adquirir bonos del Tesoro de Estados Unidos o invertir en el sector inmobiliario, en fondos de inversión o en sus mercados bursátiles. Es decir, parte importante de esos excedentes comerciales retornan al país del Norte para financiar su presupuesto o inversiones. Los ingentes gastos en defensa, entre otros, no podrían ser financiados sin ese capital global que fluye hacia Estados Unidos.

 

Caos e incertidumbre

El modelo de la Reserva Federal de Atlanta predice que el PBI de Estados Unidos se reducirá un 2,8% en el primer trimestre de este año. La nueva previsión difiere significativamente de la de hace solo un mes, cuando estimaba un crecimiento cercano al 4% para el mismo período. La caída podría explicarse por el déficit comercial récord de 153.000 millones de dólares en enero. El aumento del 25,6% en el déficit comercial desde diciembre probablemente se debió al adelanto de las importaciones que realizaron las empresas antes de que Trump declarara la guerra arancelaria. Por otro lado, el Índice de Confianza del Consumidor del Conference Board registró en enero su mayor caída mensual desde 2021.

Estados Unidos se encuentra en una espiral de endeudamiento que crece a ritmos acelerados. Su ratio deuda/PIB (120%) se amplía a una velocidad mayor que la de cualquier otro lugar del mundo desarrollado y se ha convertido en una amenaza para la estabilidad global. Este año debe pagar por intereses casi 10.000 billones de dólares, cifra superior a los gastos anuales de defensa. Su déficit fiscal se sitúa en torno al 7% del PBI. El FMI ha advertido que el déficit presupuestario de ese país y su deuda suponen “un riesgo creciente” para la economía global. Según Elon Musk, el director del nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), Estados Unidos está en camino a la bancarrota. El propio presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Jerome Powell, dijo en julio del año pasado que las finanzas públicas de su país son “insostenibles”.

El Presidente Trump es consciente de la vulnerabilidad del dólar, como lo son también los tenedores de títulos de la deuda estadounidense que se desprenden de ellos (Japón, China, India, Arabia Saudita) y los reemplazan, entre otros activos, por oro, que esta semana rozó los 3.000 dólares la onza, fenómeno nunca antes registrado en la historia.

 

Nada dura para siempre

Como señala el economista griego Yanis Varounakis, para incentivar las exportaciones, traer los trabajos de regreso a casa y reducir el déficit comercial, tal como desea Trump, se necesita un dólar depreciado. Sin embargo, para mantener su hegemonía, necesita al mismo tiempo un dólar fuerte. ¿Cómo se cocina esto?

La respuesta la da el propio Varounakis, para quien el ruido y la incertidumbre generadas por el aumento de aranceles tiende a fortalecer el dólar. Ello ocurre siempre que hay crisis, inclusive cuando esta se genera en los Estados Unidos, como sucedió durante la crisis económica y financiera que estalló en 2008. Por otro lado, si el gobierno estadounidense continúa con los recortes de impuestos a las grandes corporaciones y a los sectores de ingresos altos, esto atraerá grandes capitales extranjeros hacia Estados Unidos, otro factor de apreciación del dólar.

Un tercer elemento que contribuye al fortalecimiento del dólar es su rol de hegemonía, lo que le permite apreciarse en todos los escenarios de crisis. Si de verdad Trump quisiera revertir el déficit comercial, tendría que afectar el rol hegemónico del dólar. Obviamente, no querrá pasar a la historia como el Presidente que terminó con el rol de privilegio que tiene la moneda de su país.

Varounakis considera, como algunos otros economistas, que lo que busca Trump con la imposición de altos aranceles es negociar un acuerdo con sus principales socios comerciales. Se trata de eliminar los aranceles a cambio de apreciar sus monedas para reducir por esa vía la brecha comercial de Estados Unidos. La referencia es en particular a China, principal origen de sus importaciones. El modelo sería similar al Acuerdo Plaza, suscrito con Japón en tiempos de Ronald Reagan en 1985, mediante el cual Japón aceptó la apreciación de su moneda. Así, Estados Unidos cerró su brecha comercial con ese país sin recurrir a aranceles. Es claro que una apreciación de la moneda en los términos que desea Estados Unidos para reducir su brecha comercial no sería aceptada por China.

La pregunta que plantea el economista griego es si China se quedará quieta y observando durante cinco años, o si en algún momento oportuno construirá, en el marco de los BRICS, un espacio similar al de Bretton Woods, con el yuan como núcleo central en el que se establezca un tipo de cambio fijo del yuan con la rupia y otras monedas de los países que adhieran. Eso implicaría el fin de la hegemonía del dólar en el sistema monetario internacional. Por ello, Trump amenaza con imponer aranceles de 100% a los países del BRICS si dejan de utilizar el dólar en sus transacciones comerciales.

Si el dólar perdiera su rol hegemónico, y se convirtiera en una moneda más, sería extremadamente grave para Estados Unidos, en un escenario en el que el país se ha desindustrializado como resultado del proceso de globalización neoliberal que ellos mismos impulsaron, con una estructura financiera débil con altos niveles de endeudamiento y déficit fiscal. En ese sentido, la guerra comercial y las pretensiones anexionistas de Trump son recursos propios del proceso de su propia debacle, que tendrán graves consecuencias en la economía internacional.

 

 

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