En autopista al Medioevo
Retrocesos de derechos, enunciados como cruzada republicana
El mundo hoy parece una novela de ciencia ficción cuyos primeros capítulos cuentan historias de la humanidad afectada por un virus que atacó a todos los rincones del planeta. Pero el argumento pandémico giró hacia nuevas dificultades que enriquecieron la trama con vidas y países que marchan a destiempo en una situación global en la que se busca la recomposición de un capitalismo que no termina de encontrar un rumbo claro. Aparecen y conviven ciertos rasgos medievales destinados a las mayorías con el futurismo que diseñan e imaginan las elites. Lo que puede ser disimulado en el mundo desarrollado choca abiertamente en el plano local.
El lunes 4 de octubre, apenas pasado el mediodía, colapsó la conexión a WhatsApp, Facebook, Instagram y Messenger durante casi siete horas. Quedó expuesto que la concentración de plataformas da fragilidad a una economía cada vez más dependiente de la digitalidad. El corte de los servicios dejó a más de 5.000 millones de usuarios –la suma de los que tiene cada aplicación– fuera de relaciones laborales, contactos personales y servicios empresariales y públicos que encauzan sus comunicaciones a través de algunos de esos canales.
Apenas minutos antes, el conglomerado Facebook había sido denunciado mediáticamente por una ex empleada, Frances Haugen, respecto de riesgos para las personas, especialmente adolescentes, que la plataforma viabiliza, conoce y elige desestimar. El escándalo fue tal que muchos lo consideran superior al que en su momento se desató con el descubrimiento de la violación de la privacidad de datos a manos de Facebook y Cambridge Analytica. En palabras claras de la denunciante, la corporación de Mark Zuckerberg elige poner “las ganancias por encima de las personas” a sabiendas del daño que les provoca y los riesgos potenciales. El formato del negocio implica crear servicios, atraer usuarios a ellos, recopilar datos sobre sus intereses y comportamientos y utilizarlos para entrenar algoritmos de inteligencia artificial que después les serán volcados a esos mismos usuarios en sugerencias de todo tipo, entre las cuales las corporaciones destacan aquellas que monetizan bajo formas publicitarias. Sin embargo, el costado más oscuro de las plataformas es el uso de los datos para controlar y ejercer diseños de laboratorio sobre las culturas políticas de las sociedades contemporáneas.
El modelo de negocio surgió después de la crisis del año 2000 y Google y Facebook fueron sus actores centrales. En pocos años se consolidaron como mega corporaciones que acumulan datos e información de miles de millones de personas desperdigadas por todos los lugares imaginables del planeta. A pesar de que ese modelo que desplegaron fue insuficiente para recomponer la economía mundial generando un ciclo largo de acumulación, tuvieron éxito en las apropiaciones de sus usos, transformando todas las actividades y las prácticas humanas que una a una fueron incorporando la digitalidad. Desde la salud a la educación, pasando por la agricultura, el transporte, incluso la administración pública se modificaron. Revolucionaron la comunicación en todas sus facetas y recombinaron los antiguos procesos productivos de la industria de bienes sometiéndolos al predominio del bit. La mismísima financiarización del capitalismo es inentendible sin la digitalidad.
Mientras los servidores de Facebook colapsaban, Europa seguía buscando soluciones a la crisis energética que atraviesa y que agudizó los problemas de sus economías. Ya pocos dudan que lo que está detrás es el cambio del patrón energético y sus implicancias en la reconversión del sistema productivo en su conjunto. La descarbonización y la digitalización son parte de una disputa geopolítica, pero también la gran apuesta doble a la recomposición del sistema y a una acumulación sostenida en el tiempo.
La sincronía de micro debacles se completó con el viaje, inusual, del Presidente de los Estados Unidos Joe Biden desde la Casa Blanca al Capitolio. Fue a convencer a sus propios congresistas para que dejen los jueguitos de cabildeo y se aboquen a transformar en leyes los proyectos que considera claves para el despegue de largo plazo de la economía estadounidense. La ampliación que solicita para el endeudamiento del gobierno federal se utilizará para financiar la transición energética, mejorar el sistema de salud y educación y concretar el mega-plan que había anunciado hace meses, con el cual busca modernizar, primordialmente, la infraestructura vial y comunicacional del país. Aunque pocos se animan a expresarlo a viva voz, lo que está en juego es la hegemonía futura, que el gigante del norte disputa abiertamente y en todos los frentes con China. Biden interpeló a los congresistas pidiendo que dejen “de jugar a la ruleta rusa con la economía estadounidense”.
El momento es sumamente particular por los desafíos financieros que enfrentan las dos potencias mundiales. A días de la reunión anual que preparan el FMI y el Banco Mundial, China continúa batallando con la bancarrota latente del gigante inmobiliario Evergrande. El mundo de las finanzas se pregunta cómo sería, y que repercusiones tendría, una crisis financiera incubada en las mismas entrañas del coloso asiático. ¿Y una doble, cuyos detonadores inicien fuego simultáneo en Wall Street y en Beijing? Los espectros de 2008 sobrevuelan campos altamente fragilizados y dañados por tanta carga viral. Las apuestas dicen que ni el Estado americano ni el asiático dejarán rodar sus economías ni sus finanzas, pero las preguntas por los límites de un sistema que sólo resuelve sus problemas generando otros mayores, son cada vez más.
Mientras todo esto sucede en el mundo, en nuestro país se frotan las manos los defensores del medioevo argentino que, bajo el paraguas de Juntos y hacia la derecha del arco político, trabajan cada día en correr un poco más la línea de lo tolerable cuando hablamos de pérdida de conquistas traducidas en derechos. Así lo hicieron en las horas previas a las PASO, cuando el alcalde porteño puso sobre la mesa la propuesta de una reforma laboral, cuyo primer capítulo sería eliminar indemnizaciones por despido reemplazándolas por un seguro de desempleo. Todo un camino para que vaya entrando suavecito el concepto de “flexiseguridad”. Pero, además, se advierte en las declaraciones pos electorales, en las que la hoja de ruta parece marcar un camino hacia la instalación de un retroceso en materia de derechos adquiridos, eso sí, enunciados como una cruzada republicana. Un futuro relatado con la mirada puesta en el espejo retrovisor.
Horacio Rodríguez Larreta, en su viaje de fines de septiembre a los Estados Unidos, se mostró afín a la agenda de futuro y reconversión capitalista. Frente a John Kerry y Bill Clinton declamó estar más que dispuesto a impulsar la lucha resolutiva del cambio climático, reactivar la “economía del visitante” –elegante modo PRO de decir turismo– y promover inversiones en los sectores de “talento e innovación”. Sin embargo, tanta proclama de futuro choca de frente con sus acciones en el plano local.
En los últimos días, mientras se desalojaba –sin demasiada repercusión, pero de un modo brutal– el asentamiento que con gran esfuerzo construyeron mujeres al frente de hogares monomarentales (casi todas víctimas de violencia de género), se aprobaba la construcción de torres que tienen como único objeto potenciar la especulación inmobiliaria en una ciudad de mayorías inquilinas. Ciudad Gótica, como corresponde, se eleva buscando el cielo. El reinado de Larreta es la clara expresión de las brechas que pueden incrementarse y una muestra cabal de un Estado que no sólo desprotege, sino que pasa por encima a los más débiles.
El desalojo del Barrio Carlos Mugica impactó por la gran presencia de niñxs. Dato ineludible para recordar que dos quintas partes de la población vive bajo la línea de pobreza. Son 18,6 millones de personas, de las cuales una inmensa proporción son niñxs de hasta 14 años. El 54,3% de quienes tienen hasta esa edad hoy no alcanza a cubrir necesidades mínimas de vida, sea alimentación, vestimenta, salud, educación, etc., o todo ello junto. No podría ser de otro modo, ya que en el 10 % de los hogares cuyo ingreso per cápita es menor a 8.240 pesos –y que contiene a quienes ocupaban el asentamiento “La fuerza de las mujeres”– vive el 14% de la población argentina.
A pesar de ello, el martes pasado, mientras mujeres y niñxs violentados y desalojados transitaban el desamparo, las huestes de Juntos y algo más negaban el quórum para dar tratamiento a la ley de protección y reparación a personas en situación de calle y familias sin techo. En la misma sesión fallida se pretendía dar media sanción a la ley de etiquetado frontal y a la jubilación anticipada para los trabajadores de viñedos. Sin embargo, la paralización de los proyectos no parece significar un gran costo político. Envalentonados por el triunfo en las PASO, decidieron exhibir sobre el paño todos los comodines juntos.
Pasadas las topadoras por sobre las frágiles viviendas, una madre alcanzó a decir en algún tímido medio de comunicación que sus hijos ya no podrían ir a la escuela al día siguiente. Sin cuadernos, con ropa y zapatillas destruidos por el desprecio de los representantes del Estado porteño, no sería posible. Además de la falta de vivienda, o junto a esta, aparece la dificultad para sostener la educación, piso básico para la puerta de ingreso como trabajadores de la sociedad del conocimiento, donde operar varios lenguajes diferentes es condición sine qua non. Manejar la lengua materna, al menos un inglés rudimentario, y el lenguaje de programación, requiere unas capacidades cognitivas reñidas con quien habita la pobreza. Mientras casi todos los niñxs habitantes de hogares de mayores ingresos concluyen la escuela primaria, los de hogares pobres lo hacen en un 15% menos. Esto se agudiza aún más en el tramo secundario. Y si pensamos en los estudios universitarios, entre quienes cuentan con menores ingresos tan solo 2 de cada 100 alcanzan sus pergaminos, cifra que contrasta claramente con la punta alta de la escala de ingresos, donde casi la mitad logra su diploma.
El argumento de Metrópolis (1927) de Fritz Lang, una obra casi inaugural del cine de ciencia ficción expresionista, imagina un 2026 con obreros subordinados que habitan un submundo sin conciencia colectiva y una vigilancia, un poder omnipresente, que todo lo sabe y todo lo ve. Casi una predicción a la que hay que reescribirle un final.
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