Se les reconoce por sus vuelos en compactas bandadas de cientos de ejemplares, dibujando arabescos en los cielos del mundo. Son los estorninos (Sturnus vulgatis), esos pájaros considerados plaga en algunas latitudes y mascotas domésticas en otras, célebres por su resistencia al cubrir miles de kilómetros en sus migraciones estacionales huyendo del frío hacia los cálidos trópicos: en este continente, unen el norte de Canadá con las planicies mexicanas todos los años. En su instintivo ritual trashumante se asemejan a las mariposas monarca (Danaus plexippus), características por sus alas naranja de perímetro moteado blanco sobre leves perfiles negros que esporádicamente llegan hasta Buenos Aires: cuatro mil kilómetros sin escalas. Reciben su denominación regia tanto por sus dimensiones como por su vasto dominio territorial que incluye travesías transatlánticas.
Hay constancia de que los estorninos son oriundos de una zona entre África y Asia, desde eras geológicas en que la Tierra era muy diferente a la actual. Respecto a las mariposas no hay acuerdo, por más que figuran graficadas en diversas partes del mundo desde la época de las cavernas. Con seguridad, las monarca están presentes en los pueblos que habitaban América Central antes de la conquista europea. Tanto el origen como los destinos geográficos y el hábito trashumante de estas aves e insectos, coincidente con las prehistóricas migraciones del homo sapiens sapiens en dirección Norte-Sur por el estrecho de Bering hace 40.000 años, ha motivado deliciosas leyendas y mitos. Las más popularizadas argumentan que el ser humano fue guiado por estorninos y/o mariposas; no menos que, a la inversa, los sapiens llevaron consigo a tales bichitos.
Sea como fuere, tampoco es improbable que la artista visual Anahí Cáceres (Córdoba, 1953) haya tenido presente tamañas historias a lo largo de los tres años de trabajo que le llevó construir Ni monarcas ni estorninos, humanos que migran. Rutas en la etimología. Como su título lo indica, este libro pivotea en torno a los fenómenos migratorios de la actualidad, generados por conflictos económico-políticos, que nada tienen de contenido repetitivo instintual como los de los animalejos, regidos por su biología. En éste aspecto, Cáceres toma el poblamiento de América —impulsado por las glaciaciones del pleistoceno— en tanto punto de partida; y de esta paulatina dispersión de milenios la construcción de la diversidad de las culturas. Y su principal revelación: “La obra de arte comunitaria más grande de la historia: el lenguaje en todas sus manifestaciones”.
La autora es precisa desde el título: la conjunción copulativa (ni) de comparación negativa subraya cómo la obra se aparta del orden natural para inmiscuirse de lleno en la cultura, las relaciones sociales, la producción propia de la condición humana. Alude al Lenguaje como estructura general del pensamiento, abriéndose a lo largo del texto, a la Lengua (en tanto forma particular e histórica del lenguaje), que emerge en las distintas modalidades del Habla, sistema singular de expresión dentro de cada comunidad en tiempo y espacio.
De tal modo el libro se estructura bajo la estética de un diccionario, sin serlo. En primer lugar, instala cada palabra referida a su idioma de origen. A continuación especifica las raíces, la mayoría dentro de la tradición indoeuropea (fuente del poblamiento), indicando sus variaciones fonéticas. Finalmente (entre paréntesis y en bastardilla) la familia léxica asociada por la autora, así como su interpretación. En lo específico, por ejemplo y dado el caso, para el vocablo “indoeuropeo”, Cáceres apunta: “Palabra del siglo XIX, Indo, India/ Europeo, Europa. Lenguas desde Europa hasta la India, más de 150 idiomas hablados por 3.200 millones de personas que se extendió hacia los otros continentes”.
Las características genealógicas y gramaticales cumplen en forma sintética la reglas del arte. Rigor que deja lugar a parámetros relativamente imaginativos al abordar las familias de palabras y las consideraciones singulares mediante la formulación de series clasificatorias. Comienzo de arbitrar un orden en el caos del universo, tales series presentan la invención de correlatos, en principio dispuestos por la percepción mediante los sentidos: las aves son aquellas que ponen huevos, tienen plumas y vuelan. Si alguno de estos requisito es faltante, como las avestruces y ñandúes que no vuelan, en los pueblos originarios dejan de ser considerados aves y van a parar a una serie especial, la de los anómalos, donde resultan sagrados o prohibidos (bajo el mismo esquema queda circunscripto el cerdo en la tradición jasídica).
Asimismo surgen otras series, más abstractas (las matemáticas) o subjetivas, éstas últimas sujetas a la sensibilidad del hablante. Son las expuestas hace mil años por Sei Shônagon, cortesana de la emperatriz de Japón en El libro de la Almohada: “Cosas que deberían ser reducidas: el trozo de hilo con que deseamos coser algo de prisa. El pedestal de una lámpara. El cabello de una mujer de baja condición… La conversación de una jovencita…”. En otras coordenadas de tiempo y espacio refulge el célebre bestiario de Jorge Luis Borges, con un serie singular que generan los artistas. En esta ocasión, la de los animales: “(a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas” (El idioma analítico de John Wilkins en “Otras Inquisiciones”, 1942).
Abunda Borges en el mismo texto: “(...) Notoriamente no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué cosa es el universo". Precisamente, las dos anteriores resultan modalidades de distinto carácter sensible con idéntico propósito. Acto social de libertad al que Anahí Cáceres se suma con sus propias series heteróclitas. Para la palabra “ilusión” construye “Lúdico, ludópata, ludir, aludir, eludir, ineludible, preludio, alusión”. Y concluye: “Juego de engaño”. Principios organizativos distantes entre sí, admiten regocijo para los semiólogos, linguistas, etno-historiadores, y desafíos en pos de misteriosas lógicas para quien desee enfrentarlos. Ni monarcas ni estorninos ofrece multitud de oportunidades.
Libro de artista en el que cada letra del abecedario se halla precedida por 28 bellas e inquietantes ilustraciones de la autora, realizadas sobre acuarelas intervenidas digitalmente. La sumatoria de imagen más título componen una entidad serial unitaria como la correspondiente a la letra D, donde se lee: “Dino-andro-saurio que evolucionó de una vacuola en el cuerpo celeste 2009 JF1, colisionado el 6 de enero de 2022 a las 08:34 horas”. Casi una narrativa ficcional.
En lo estrictamente textual trabaja sobre 1500 palabras, 700 raíces indoeuropeas y 7000 familias léxicas. Parte de la Serie “Palabra migrante”, comprende asimismo una obra interactiva para web y una instalación, todo bajo el mismo título. Volumen monumental, instala un punto de inflexión y al mismo tiempo una continuidad coherente en la heterogénea producción de Anahí Cáceres, siempre orientada a lo experimental. Libro que no pretende ser leído en el orden habitual, desde un principio hasta el final, Ni monarcas ni estorninos, humanos que migran resulta fundamentalmente una experiencia ética disparada por ese afecto inusual como la emoción estética.
FICHA TÉCNICA
Ni Monarcas ni Estorninos, humanos que migran. Rutas en la etimología
Anahí Cáceres
Buenos Aires, 2024
160 páginas
- El libro será presentado el jueves 7 de noviembre a las 18 en el Museo Nacional de Bellas Artes, Avda. Del Libertador 1473, CABA.
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