Hice la primera instalación a los diez años: una extensión de tres tomas en la cocina de mi tío el Amado. Ese día, además, fue la primera vez que me agarró corriente.
Para trabajar habíamos cortado la luz. Después, cuando terminamos, la dimos de vuelta y entonces fui a mirar cómo quedó todo. En una de las uniones descubrí un alambrecito naranja que asomaba. Supongo que estaba mal encintado. Lo miré un rato. Yo sabía que no tenía que tocarlo. El Amado ya me había dicho que la electricidad era peligrosa.
Pero no pude aguantar la tentación. Qué lindo que es el cobre. Me encanta su color, su flexibilidad, su conductancia. Es mi metal favorito. Yo estaba seguro de que no iba a morir, porque cuando empecé a trabajar aquel día, recé y hablé con la electricidad. Ahora hago lo mismo. Creo que la electricidad tiene una especie de santidad, es como el alma del universo. Dios es electricidad. El amor es electricidad. Todo es electricidad. Parece una pavada lo que digo, pero para trabajar en esto te tenés que hacer amigo de ella y estar tranquilo y tenerle confianza. Porque si no se da cuenta, te huele el miedo como si fuera un perro.
Miré alrededor para ver si estaba solo. El Amado no aparecía. Acerqué la mano despacito y lo toqué. Fue la primera de muchas. Ah, la sensación es incomparable. El hormigueo te sube y te llena de vida. Primero te agarran los espasmos en los músculos. Se contrae todo como cuando tenés sexo y acabás. Pero esto es mucho mejor, porque te viene apenas arrancás. Después la sangre se vuelve loca y te da taquicardia. El corazón bombeando a todo lo que da es un espectáculo. No creo que haya otra cosa que te haga sentir el cuerpo como lo hace la electricidad. Tengo la teoría de que los seres humanos trabajamos al treinta o cuarenta por ciento. Estamos llenos de zonas inexploradas, de partes no desarrolladas. Vamos por la vida como un autito que va regulando. Después el hormigueo se convierte en temblor y entonces se siente el punto máximo. Uno se vuelve plástico, los límites físicos se pierden y entrás en contacto con los objetos que te rodean. Ahí te das cuenta de que todo es una sola y única cosa. Después viene la relajación y finalmente una especie de somnolencia llena de paz, empezás a transpirar frío y te baja la temperatura y el mundo se va apagando y sentís como si flotaras. Te quedás un rato así y en un momento preciso te desconectás. Esto último no lo sabe hacer cualquiera. Yo lo sé porque estoy entrenado, lo hice toda mi vida, pero hay gente que cree que sabe y no sabe nada. ¿Sabés la cantidad de personas que se quedaron pegadas?
La electricidad es como el mar, en un punto, un mar invisible. Tiene olas, canales, mareas que suben y bajan. El tipo que sabe aprovecha la retracción de la ola, lo que llaman “el reflujo”. Si tenés práctica, te das cuenta por los latidos del corazón. Cuando te electrocutás, la taquicardia es despareja, bombeás rápido pero con arritmia. Entonces, si uno sabe escuchar los latidos, se desconecta cuando la frecuencia lo permite, que es en los momentos de marea baja, cuando el ampere es más chico. Ahí te desconectás.
Me gusta electrocutarme entre una y dos veces por semana. Mañana voy a cumplir cincuenta años y la verdad que me siento un pibe. Para festejar mi cumpleaños, voy a ir la fábrica de un amigo. Nos vamos a electrocutar un rato. Seguro va a estar bueno, porque ahí tienen fuerza motriz, circuitos trifásicos de 380 voltios.
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