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Su discurso fue el de una Presidenta más que el de una candidata

El discurso de Cristina en La Plata fue el de una Presidenta más que el de una candidata. Habló de la pasión por la historia, de la necesidad de un pacto democrático, del papel del peronismo, de la defensa nacional de recursos naturales y de volver a la Argentina de los doce años del kirchnerismo en el gobierno. La historia permite comprender las claves de lo que nos ha ocurrido, construir series explicativas y formular pregunta al presente. Sus palabras bien pueden ser escuchadas como la tentativa de responder a la pregunta sobre qué vincula el retorno de Perón a la Argentina, hace cinco décadas, con el intento de magnicidio del último 1° de septiembre. La respuesta que ofreció es la siguiente: los gobiernos de la región que han intentado y/o logrado aumentar la participación de los trabajadores en la distribución de la riqueza han sido víctimas del dispositivo de distorsión de la voluntad popular, ayer el Partido Militar, hoy el Judicial. El intento de asesinarla, y la falta de reacción de varios miembros claves de Juntos por el Cambio supuso una radicalización en esa serie y una ruptura del pacto democrático de 1983.

 

La distribución del ingreso y sus tres picos.
Cristina apuntó que, si bien el peronismo sabe de libertades por haber sufrido la proscripción, no supo comprender la importancia del valor de la democracia en 1983. Y acudió al compromiso de los partidos políticos como actores privilegiados para refrendar dicho pacto cuyo contenido fue ilustrado con una frase de la película Argentina, 1985: “El fin de la muerte como instrumento político”. Por lo que también puede interpretarse su discurso como explicación del contenido que ese pacto debiera tener:  la exclusión de “los violentos”, la subordinación de las policías al poder político y el retorno de la Gendarmería al Conurbano. Contra la idea de un orden fundado en el palo y la represión, dijo que el orden que el peronismo desea es el del salario que alcanza y de los chicos comiendo en las casas.
Siguiendo el sentido de sus palabras puede interpretarse que si el atentado divide aguas, es porque permite identificar dos escenarios contrapuestos: de un lado, la ofensiva siempre fallida de quienes desean destruir al peronismo como instrumento popular de cambio para promover políticas neoliberales (como privatizar Aerolíneas, YPF y jubilaciones); por otro, quienes tengan la visión de un acuerdo (“¿por qué no prueban de hablar con el peronismo?”).
Cristina dijo que el pacto democrático precisa ampliarse hacia una conversación política sobre los modos de afrontar los grandes desafíos que a su juicio vive el país en el período post-pandemia: el cerrojo judicial, la deuda externa contraída por Macri y la guerra. A su juicio a esa conversación el peronismo debe aportar la siguiente agenda:
  • la defensa nacional del litio y el agua, la Hidrovía y Vaca Muerta;
  • la construcción de un Estado fuerte para terciar por la distribución del ingreso (alinear precios, salarios y tarifas),
  • la industrialización y el valor agregado como política social para quienes no son objeto de políticas sociales universales: jubilados y niños.
En sus palabras: “se va a requerir que la gran mayoría tire para el mismo lado”.
Sobre el Partido Judicial dijo varias cosas: que no se dedica solo a la persecución política, sino también el de su participación en la economía (la negativa a concebir los celulares como servicios públicos fue inflacionaria), y que el único golpe militar en la región durante los últimos años —al gobierno del MAS, en Bolivia— se debió precisamente a la reforma judicial del gobierno de Evo, que consagraba el voto popular de los jueces. Pero quizás lo más importante es lo que sugirió sin decirlo: su naturaleza de principal obstáculo para la concreción de un programa de acuerdo nacional sustentable, capaz de discutir “con números” cuánto gana cada quien, comenzando por los márgenes de ganancia empresariales.
El pacto democrático que propuso Cristina a la luz del recuerdo del retorno de Perón la llevó a recordar que ni ella ni Néstor Kirchner cuestionaron entonces a Perón —como sí lo hicieron la formaciones armada—, porque ellxs respetaban a quien el pueblo había elegido y porque, además, era desde el peronismo que podían hacer política con la gente: “Nosotros nunca estuvimos con la violencia, nunca”. Y sin embargo agregó: no es lo mismo el caso de quienes se equivocaron de proyecto político dando la vida, que los dirigentes que se equivocan provocando dolor en la vida de los demás sin hacerse cargo nunca de nada. Cerró su discurso proponiendo convertir en Día del Militante peronista en Día de la Militancia por la Argentina, para “volver” a tener la Argentina que alguna vez se tuvo.
La lectura más generosa de este discurso (una que no pretendiera señalar sus pasajes más conservadores, ni los contrastes más obvios con políticas vigentes de este gobierno) consideraría que la propuesta de un acuerdo apunta a neutralizar —desde la debilidad política actual— los efectos de la guerra y de la deuda, quitarle en lo posible cobertura institucional a la ultraderecha y hacer saltar el dispositivo del Poder Judicial que frena toda reforma posible.
Las preguntas que uno le formularía son la siguientes: ¿Qué clase de reforma social y política sería necesaria para que el acuerdo desborde la dimensión institucional restringida? ¿Y qué actores deberían protagonizar esa dinámica de acuerdos y reformas para que no agonicen en el empobrecido universo de los partidos políticos?

 

 

 

 

 

 

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