El virus de las paradojas
Potencias mundiales cuentan con estructuras hospitalarias colapsadas antes de la epidemia
Con más de 4.000 infectados por el Covid-19 y más de 33 decesos contabilizados, Suiza espera con inquietud un pico nacional de la pandemia, previsto para los próximos dos o tres días. Nunca antes visto en la historia, el país funciona hoy a menos de un 20 % de su ritmo habitual. Escuelas, colegios y universidades cerradas. Gran parte de la industria y la construcción en desempleo técnico. El turismo, 100% congelado. Transporte público a menos de la mitad. Ambiente surrealista, solo apenas mitigado por el inicio de una tibia primavera.
Situación bastante similar a la mayoría de los países europeos. Francia, España, Austria, Alemania, por citar apenas algunos, dan muestra de un continente que soporta una invasión silenciosa, sin armas de guerra, pero de resultados devastadores para los seres humanos, la economía y la estabilidad social.
Región particularmente dramática el norte de Italia, sumida ya en una tragedia de dimensiones dantescas. Por ejemplo, Bérgamo, que, con más de quinientos muertos en los últimos días, no logra ni siquiera asegurar su entierro.
La desarticulación de la medicina pública
Y junto a la pandemia, la explosión de numerosas paradojas que envuelven tanto a Europa como al planeta entero.
Potencias mundiales, como Italia y Francia, cuentan hoy con estructuras hospitalarias muchas veces destartaladas (ya colapsadas antes de la epidemia); carencia de máscaras para el personal médico o paramédico; insuficientes reactivos para chequear a la gente; e incluso, falta de desinfectante para las manos, esencial para confrontar el avance de la enfermedad.
Radiografía que se extiende a la mayoría de los otros países del continente, entre los cuales Suiza, España, Austria o Alemania se enfrentan a situaciones semejantes. Tal vez la más dramática: la insuficiente cantidad de respiradores mecánicos, esenciales en las estaciones de cuidados intensivos, para aquellos que como producto de las neumonías graves se debaten entre la vida y la muerte. Y tras esas carencias la visión sistémica preponderante, que considera a la salud pública como un “gasto”, y viene promoviendo desde años la privatización del sector con sus consecuencias ahora, visiblemente nefastas.
De nuevo, fronteras.
La sacrosanta “libre circulación de personas”, a la base misma del Estado continental europeo ampliado, desapareció aceleradamente en pocos días, cayendo como piezas de un dominó.
Ante la desesperación de asegurar, prioritariamente, a las propias poblaciones, muchas de las 26 naciones fueron reinstalando sus antiguas fronteras. Las previas al 14 de junio de 1985, cuando se firmó el Acuerdo de Schengen con la idea de levantar una muralla migratoria para proteger al continente-fortaleza ante las migraciones del sur y del este.
Tratado que, en ejecución desde 1995, regía el libre movimiento —en el espacio del mismo nombre— de más de 400 millones de habitantes al interior del continente. Ante la crisis, de nuevo, el ¡sálvese quien pueda… y como pueda!
Desempleo, fusible de la futura crisis
Globalización del comercio, capitales, operaciones financieras, empresas, como base de un modelo que aspira al crecimiento infinito.
Sin embargo, ante la crisis sanitaria y sus imponderables, los miedos estructurales reales o ficticios, se anticipa la tendencia a una explosión del desempleo. La que indica quién pagará el precio principal de los corolarios coronavirales.
En un estudio/informe que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) presentó el último miércoles 18 de marzo en su sede de Ginebra, la reflexión sobre el efecto de la pandemia oscila entre la visión “prudente”, con un aumento de 5.3 millones de desempleados, hasta la “extrema”, que calcula 24,7 millones de desempleados producto de la actual situación sanitaria.
“El Covid-19 y el mundo del trabajo: consecuencias y respuestas”, enfatiza que las consecuencias podrían ser más pesadas que lo que se vivió durante la crisis del 2008-2009, que implicó 22 millones de desempleades adicionales.
La OIT anticipa un aumento exponencial del subempleo, ya que las consecuencias económicas de la crisis sanitaria significarán reducción de horas de trabajo y de los salarios. Y también proyecta enormes pérdidas de ingresos para los trabajadores.
Según el principal organismo laboral internacional, dichas pérdidas se podrían ubicar entre 860.000 millones y 3,4 billones de dólares cuando concluya el 2020. Lo que implicará la caída en el consumo de bienes y servicios, afectando a la producción, a las empresas y a las economías nacionales
Este impacto de la pandemia “tendrá un efecto devastador para los trabajadores que ya se encuentran cerca o por debajo del umbral de la pobreza”. Entre 8,8 y 35 millones de personas más caerán en la situación de pobreza en todo el mundo, según el organismo internacional.
Es muy posible, analiza la OIT, que en los países de desarrollo las restricciones de movimientos de personas (por ejemplo, de los proveedores de servicios) y mercancías, atenten directamente contra el efecto amortiguador que en esas nacionales suele tener el empleo por cuenta propia.
¡A trabajar a casa!
De la mano de la crisis surgen otras miserias sociales y paradojas.
En muchos países, patrones y Estados, recetan el trabajo en la casa (home office) como respuesta a la crisis sanitaria y para asegurar que no se paralice el funcionamiento del sistema.
Sin embargo, según las propias Naciones Unidas, existen actualmente en el planeta 1.800 millones de personas sin vivienda, en tanto el 25 % de la población urbana vive en asentamientos ilegales.
Cifras y porcentajes, coincidentes, en términos generales, con los sectores carenciados en situación de pobreza, de miseria extrema, o que arañan algunas de esas categorías.
Consecuencias paradójicas de una situación dramática no prevista hace pocos meses: los miles de muertes (y centenas de miles de enfermos), así como las expresiones explosivas de un modelo planetario estructuralmente injusto y antisocial.
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