EL VERDADERO LEÓN

El mejor cronista de la Argentina de estos Locos Años '20 es un joven que se llama Dillom

 

Estoy impresionado por ese joven que se hace llamar Dillom —nacido Dylan León Masa, de ahí la sigla— y por la obra que construyó en tan poco tiempo. Cuando digo joven, no exagero: todavía no tiene 24 años. Con dos álbumes, Post mortem (2021) y Por cesárea (2024), más un puñado de canciones sueltas, delineó un mapa musical cuyo territorio no cesa de explorar y sentó, además, las bases de una poética propia. Está claro que forma parte de una escena a la que no accedo naturalmente, porque pertenezco a otra generación y la música que disfruto ya viene añejada. Pero por suerte soy padre de hijos jóvenes, mi mente no se atrofió por completo (¡eso me gustaría creer, al menos!) y, ante todo, no estoy sordo. Por eso aprecio la música de Dillom como una expresión valiosísima de este tiempo tan turro y demencial. Eso sí, si meto la gamba al identificar ciertas referencias, sepan disculpar a este hombre grande. Lo que sigue está pensado desde la mejor de las intenciones.

Si alguien me preguntase, ya sea desde otro país o desde el mismísmo futuro, cómo se vivía en la Argentina de los Locos Años '20 del siglo XXI, le recomendaría que escuchase a Dillom. Su música hace gala de un sentido del humor entre negro y guarro; pivotea entre la picardía y la sensibilidad; mezcla el vernacular del momento con referencias cultas (en sus letras pueden aparecer desde Moby-Dick hasta el Benjamin Button de F. Scott Fitzgerald, supongo que por intermedio de la película de David Fincher); rima con inventiva e ingenio, a diferencia de tanto pedestre que pasa por popular en nuestra música; hace equilibrio entre la liviandad y la angustia que significa sobrellevar este tramo de la historia; y reivindica como propio un lugar existencial al margen de las viejas nociones de corrección o incorrección política, lo cual crea, por ende, un punto de vista nuevo.

 

 

Eso lo convierte en un cronista inmejorable de este tiempo. Hay algo de discepoliano y hasta de solariano en Dillom, aunque todavía esté en germen. Como sus predecesores, es un curioso de la sociedad en que le tocó vivir y a la vez un intérprete calificado, porque observa desde una formación intelectual por encima de la media, pero no pone distancia ni pretende altura por encima del resto, sino que sigue narrando desde la intemperie donde se forjó.

Imagino que para ustedes el personaje es tan ajeno como lo era para mí hasta no hace mucho. Por eso procederé a una aproximación paulatina, partiendo del afuera, de su exterioridad, para finalmente intentar al menos arrimar el bochín a sus componentes más hondos.

A simple vista, Dillom es un pibito. Si lo mirás a media distancia y de refilón, cualquiera pensaría que todavía anda por los catorce años. Además es rubión, tiene nariz romana, corte de pelo medio nerd y ojos claros de expresión ladina. O sea: no encaja en el estereotipo de pibe chorro, es el negativo de, por ejemplo, L-Gante. (Con quien de todos modos se asoció, sagaz desde el principio, para canciones como Hegemónica y Tinty Nasty.) Si a eso le sumás la incertidumbre de su frontispicio bucal, que a veces ostenta huecos y otras enseña metalería —en sus mandíbulas juveniles, la incrustaciones doradas de los hiphoperos lucen como ortodoncia—, cuesta poco asimilar su estampa a la reencarnación del Jaimito que tiempo atrás protagonizaba chistes, el símbolo del pibe quilombero.

 

 

Si a esa impresión inicial le sumás su voz, el personaje parece redondearse. Dillom no tiene voz de cantante profesional ni de rudo rapper ni de callejero a lo Pappo, sino de crío, de pendejo. Y lejos de disimularlo, la explota dramáticamente. No suena a profesional de la música, suena a un pibe más. Y eso, lejos de restarle al personaje, le suma.

La historia oficial le endilga una infancia dickensiana. Nacido en el Once y criado en Colegiales —lo cual sugiere un horizonte social que ya sabía de contrastes desde la más tierna edad—, fue hijo de un matrimonio que se separó cuando tenía ocho años. Dylan quedó viviendo con su madre, que tenía problemas de adicción y hacía malabares para mantener el hogar, vendiendo pilchas en Parque Centenario y relacionándose con una sucesión de parejas a cual menos recomendable. Mientras tanto, su padre formó otra familia y abrazó el judaísmo en su vertiente ortodoxa. (Cabe anotar aquí una segunda tensión entre mundos contrapuestos.) Dylan creció en un hogar que era un bardo, pero donde de todos modos se sentía más a gusto que ante la inflexibilidad religiosa. Cuenta la historia que ya a los 9 empezó a tocar el bajo, un instrumento cuyo peso y grosor de cuerdas suelen exceder las posibilidades físicas de una criatura. Puede que esto le haya sugerido la existencia de una inmensidad que demandaba ser dominada, cuyo premio sería el poder salvífico de la música.

 

 

Una mañana, cuando sólo tenía 15 años o casi 16, la policía irrumpió en su casa, allanó el lugar y se llevó a su madre con las manos esposadas a la espalda. Pocas horas después debía debutar en escena, cantando en público por primera vez. (Esto me sensibilizó. Mi debut en público como cantante de una banda de rock tuvo lugar al día siguiente de la muerte de mi madre. Lo hice para no decepcionar a mis compañeros, pero admito que además me fue catártico.) Dylan tuvo que rogarle a su padre para que se hiciese cargo de él ante la ley, a lo que Masa Sr. se negaba porque la policía tuvo el tupé de actuar durante el shabbat. Dillom vivió con su progenitor y con su nueva familia un tiempo, hasta que lo echaron. Pasó unos días en la calle y finalmente —al mejor estilo Dickens, insisto— lo acogió la familia de un ex amigo de la primaria, con la que vivió hasta hace poco, a pesar de que hacía rato que estaba en condiciones de independizarse.

Ese es el personaje que asomó desde el primer momento en las canciones: un pendejo de una experiencia superior a sus años, bien zarpado, con una lengua que corta como láser y toda la intención de ahogar la brasa de sus dolores debajo de una montaña de sustancias, sexo y consumos suntuarios. Al mismo tiempo, la juvenilia de su aspecto y su voz le permitía guarradas que no habrían sido toleradas en otros intérpretes. (Por ejemplo, llamar putas a las chicas, de manera constante.) De algún modo, la mezcla entre la aparente ingenuidad y la sordidez de su historia, de su lenguaje y de su mundo acuñaron un personaje al que se le perdona (casi) todo: una versión contemporánea del imp —pequeño diablillo mitológico— del folklore europeo o, para ponerlo en términos propios de su generación, una variante de lo que Slim Shady es a Eminem, el personaje que le permitió al músico Marshall Mathers producir sus canciones más violentas y oscuras, a las que redimía mediante un twist humorístico.

 

 

La forma en que Dillom y los de su generación comenzaron a hacer música tiene puntos de contacto con el fenómeno punk, al menos en espíritu. Los pendejos de los '70 se apropiaron de los instrumentos que miles de rockeros habían dejado de lado, cuando comprendieron que no llegarían a estrellas. Los compraban por dos mangos, o los rescataban de la basura. Pero no los retomaban para emular a los rockeros tradicionales, sino para ensuciar y negar su legado tocando deliberadamente mal, sonando horribles con placer. Hacían arte a partir de lo que la sociedad había descartado —en materia de instrumentos, de ropa y hasta de ciudadanos, porque en la Inglaterra thatcheriana los jóvenes eran prescindibles—, y en consecuencia su música abominaba de la sociedad que los consagró como basura. Por su parte, Dillom y sus contemporáneos comenzaron a hacer música con herramientas básicas, de las que puede disponer hasta un Carlitos: una computadora que proporciona beats a través de cualquier servicio de Internet, graba voces y unos pocos instrumentos y además permite editar. (Alguien debería crear el sello musical Conectar Desigualdad. Sería justicia poética.) Si bien en este caso no existió regodeo a la hora de afear la música, tampoco hubo búsqueda de perfección o simulación de profesionalidad. Todo lo que importaba era que el ritmo fuese infeccioso, que algún instrumento proporcionase un arreglito solitario de fácil memorización y que la voz cantase o al menos contase algo piola.

Además de parecer un pibe más, Dillom sonaba como podía sonar cualquiera. Producía el tipo de música que su generación estaba en condiciones de consumir, hecha de sonidos pregrabados, mezclados de manera amateur: una masa casera, aunque amañada a partir de productos industriales, cuyo sabor derivaba del topping que representaban las voces y la letra que se le echaba encima. Y para completar el combo, Dillom sólo hablaba —con mucha gracia, eso sí— de las cosas predilectas de sus coetáneos, que siguen siendo los jóvenes de hoy: sexo, alcohol, drogas, ajuares lujosos —zapatillas, relojes—, videítos, películas gore y, sobre todo y ante todo, guita. "Yo quiero money, lo quiero ASAP", canta en uno de sus primeros hits. ASAP es una sigla en inglés, que sintetiza la expresión as soon as possible — lo más rápido que se pueda.

En Drippin', las protagonistas son unas Nike nuevas. Dillom se farda allí de su status flamante, desde una ironía de la que no se excluye:

 

Tengo unas nike que arden
Un par de planta' en el garden
Un par de
homie' en el parque
La popo no encuentra el descarte

....................

No son reale', ustedes todos feka
Xannie, coco, vino, rola y keta
No me drogo, mi mamá me reta

Tengo calle, soy de Recoleta.

 

La presencia del slang derivado del rap y el hiphop (por ende, en inglés) es marcadísima, especialmente en las primeras canciones. Esto no sólo establece una filiación en materia de géneros musicales, sino además un horizonte de consumos, tanto culturales como puramente sibaríticos. En Sauce —cuyo video además lo muestra con cuernos, diablito made in Argentina—, ya se pinta a sí mismo como un músico que despegó del resto y por eso dispone de lujos que otros siguen anhelando. Eso se subraya en la letra tanto como en la limusina que lo transporta en el clip:

 

Cobro ese cash, después del show
Perdón bebé, llego tarde al avión
Decile al mozo que traiga la cuenta
Mi Casio está roto por culpa del jetlag
Mi equipo volado, no tienen el jetpack
Tocamo', cobramo', invitamo' la vuelta.

 

En Casipegado canta: "Después de sei' Valium 'toy modo reckless". (Reckless significa temerario, o sea peligroso.)

Estas ostentaciones ligan a Dillom con la imaginería que cultivan artistas que lo precedieron en esos géneros musicales —de la música negra de los Estados Unidos, arrancando desde el rap y el hiphop, al trap—, pero también con el horizonte aspiracional de sus coetáneos. Como la mayoría de sus colegas, Dillom no sólo dice que quiere la gran vida, también la busca a conciencia y no disimula cómo disfruta del tarascón que logra pegarle. Prestás atención a sus entrevistas y lo que aparece ahí es un pibe con los pies sobre la tierra, con un proyecto de largo aliento y una visión empresarial, que queda en evidencia cuando registrás a quienes convoca como socios ocasionales: gente muy disímil —hasta contrapuesta, lo que va de Pergolini y Calamaro a Lali y Wos— que le permite ir haciendo pie en territorios distintos. Pero el Dillom empresario y el Dillom personaje son sólo parte del mix, con el personaje colaborando a establecer una zona de entendimiento con quien lo escucha porque alienta las mismas fantasías. Lo notable es lo que Dillom ha seguido haciendo con su arte desde que obtuvo la complicidad del público — los sitios donde apunta que está decidido a llevarlo.

Escuchemos la canción que se llama Opa, primer corte de su álbum debut, porque allí comienza a insinuarse la ambición del proyecto artístico.

 

 

 

 

 

 

Buena parte de los componentes de la fórmula Dillom están encapsulados en Opa, tanto en la canción como en el video. Tema cortito, palo y a la bolsa: nunca van mucho más allá de la marca de los tres minutos. Melodía pegadiza, la escuchás una vez y no te la podés quitar de encima. El componente risqué, potencialmente controversial, subrayado por el título de la canción. ("Mis opps —que vendrían a ser sus enemigos o adversarios— son medio opa, los fumo con falopa".) El juego con la imagen juvenil, casi infantil, de Dillom, que el video remarca al vestirlo como niño y hacerlo andar en triciclo, pero que la canción establece también cuando afirma el atractivo que el músico tiene entre los más pequeños. ("Lo' niño' aman a Dillom like Discovery Kids", dice.) Lo cual no le impide meterse en el terreno de lo sexualmente explícito: "Tu guacha me da cabezaso', she blow on my dick como un saxo". En el medio se ufana también de su prosperidad: "Me sueno lo' moco con fajo... For free no te doy ni un abrazo". Pero en medio de tanta joda también se cuela la oscuridad. Están los miedos concretos: "No quiero ser pobre de nuevo, no quiero 'tar broke". Y las cicatrices que son toda la herencia de su historia:

 

Mi mamá tomando merca, todo enfrente 'e mi cara

Y mi viejo después de eso me echó fuera 'e la casa
Pero si no fue por eso, ahora no tendría nada
Porque gracias a esa secuen' ahora estoy más pillo
Y si te dormís la siesta, compi, te re astillo
Cayeron los popo a casa en busca de un ladrillo.

 

Esa es la descripción de miedos muy palpables, pero también hay otras dos que funcionan en el terreno simbólico. "Lucho con demonio que parecen lo' de Lovecraft", canta, y no contento con eso, agrega: "Mi vida 'ta escrita por Allan Poe". No son dos autores muy infantiles que digamos, al contrario: Lovecraft y Poe son maestros universales del horror metafísico.

Que la intención del álbum debut es ir más allá de los lugares comunes del género queda claro, en primer lugar, por el llamativo gesto de llamarlo Post mortem. Dillom ha explicado que lo bautizó así porque, después de años de vida reckless, justo cuando comenzaba a irle bien de verdad, comenzó a tener miedo de morirse. Y por eso concibió la obra como una sumatoria de lo que quería dejar dicho, expresado, en caso de que efectivamente terminase por palmarla pronto. En cualquier caso, es un título intimidante. (Como lo fue su presentación en vivo, a la que decidió entrar metido en un ataúd.) Para que no queden dudas al respecto, está el arte de tapa, una pintura de Marcelo Canevari y Ornella Pocetti que sintetiza a la perfección el universo Dillom, entre lo ingenuo y lo siniestro.

 

 

En esa obra plástica el artista se exhibe sentado al borde de una fosa, en medio de un bosque alucinado, rodeado por niños disfrazados de animales, otro vestido de esqueleto, un fantasma ahorcado, pájaros muertos y signos cabalísticos, mientras por detrás asoman un cementerio, un lobo, un incendio y una tormenta que otra que Santa Rosa. Esa no es la imaginería que uno suele asociar a un artista hiphopero, o trapero, o pop. Ni siquiera es un paisaje de este mundo: Dillom eligió representarse en la tapa de su primera obra como un músico que ya está muerto.

Los elementos livianos siguen estando, por supuesto. Empezando por el sentido del humor, que siempre está a tiro, como en el tema que se llama SIDE:

 

Su pussy pelada parece Larreta

Esa es la verdadera grieta

Rapero' con cara de Chicken Little

Compa, tu guacha parece un Beatle.

 

O la forma en que refrenda sus ambiciones materiales. "Con la plata me puse una empresa, no me compré un Porsche", dice en Coach. Y en Piso 13 agrega:

 

'Toy haciendo mucha plata, Mario Pergolini, ah
Me la fumo en pipa y la levanto en pala.

En ese sentido se permite ser perfectamente candoroso, su honestidad es brutal: "Solo me hago amigo de los que me conviene", dice en La primera.

Otra pintura de su presente llega a través de un título de esos que gusta usar para llamar la atención, coqueteando con el escándalo: la canción que se llama Pelotuda. Allí cuenta lo siguiente:

 

My money go dumb, tengo plata pelotuda

Tomé siete Rivo', creo que necesito ayuda

En Argentina yo y Los Ramone' en NYC

La vida es triste, lo siento, pero es así

....................

Yo no tengo sueños, tengo planes
No tengo enemigo', tengo fane'

Me nombran y aparezco, igual que Bloody Mary
To' mi vida la persigo como Tom y Jerry
La venganza es dulce como un flan con crema
Y pareciera que yo pago una condena
Porque pa' lo malo tengo un imán
Y lo bueno siempre tarda, o nunca llega

.....................

Antes nadie venía a mi cumple

Ahora todos quieren venir a mi cumple

Cuando hablo nadie me interrumpe.

 

Escuchémosla.

 

 

 

 

 

Hay mucha información en Pelotuda, materia interpretativa que opera en planos muy diferentes. Para insistir en el método de ir a lo hondo desde lo más superficial, arranco por la equivalencia que Dillom plantea, contribuyendo a recalibrar su rol en nuestra música: "En Argentina yo y Los Ramone' en NYC", dice. Si bien en otros temas alude a artistas de los géneros musicales que cultiva —desde Eminen hasta Seven Kayne en la misma Pelotuda, en este caso a pura ironía—, la comparación con Los Ramones suena seria. Sus músicas no se parecen, eso está claro, pero tal vez la actitud. Porque, para empezar Los Ramones no son el punk inglés, de un origen más proletario, sino el punk neoyorquino, que fue una vuelta de tuerca a la abrasión original desde un lugar social y cultural diferente. (Los miembros de la banda eran pibes de clase media, más allá del look desarrapado que adoptaron, y ninguno tenía ni un pelo de inmigrante tano o latino — el nombre de la banda inducía a confusión.) Pero la decisión de presentarse a través de personajes artísticos, los temas breves, el sentido del humor y la capacidad de describir en sus canciones la vida de un público que se les parece, permiten defender la existencia de cierta comunión. La actitud de Dillom como artista es, objetivamente, más punk que trapera.

Pero por debajo del talante sobrador y del éxito material, los fantasmas siguen acechando. El artista parece anhelar una revancha respecto de su suerte, que nunca termina de llegar. La guita fluye, sí, y ahora la gente lo busca y lo celebra, pero el narrador siente que sólo sigue siendo imán para lo malo. Nada de lo que está logrando disipa el regusto a mierda que todo adquirió cuando era demasiado chico y no quita de la boca ni el mejor champagne. Hay que recordar que Dillom tenía 20 años cuando lanzó este hit donde admite: "Yo no tengo sueños, tengo planes" y repite insistentemente: "La vida es triste, lo siento, pero es así". Los 20 años no son una edad para carecer de sueños ni para concluir que la vida es triste. Es la edad de la ambición desmedida, de los delirios más lindos, en la cual uno tiende a sentirse irrompible y eterno. La amargura que transmitía el tema ya en el 2021 prefiguró la degradación actual de tantos pibes y pibas, que crecieron pensándose de clase media para ser lanzados en pelotas a la jungla del capitalismo salvaje, con una mano atrás y otra adelante.

 

 

Otras canciones de Post mortem insisten en agregar brochazos al mismo cuadro, donde los planes cumplidos no alcanzan a suplir los sueños. "Bitch, soy rico y carilindo, y sigo insatisfecho", dice en Coach. En Bicicleta, el asunto es la soledad que nada consigue disipar. (Ni siquiera la circulación constante de una presunta pareja, que aparece en varias canciones aludida como Shorty.) En Piso 13, los perros de la angustia se muestran más bravos:

 

Soy un boludo con plata, ante' dormía entre las rata'
Buscaba roña con gente que si me agarra me mata
Es muy fácil que me quieran ahora que no tengo sarna
No vuelvo a esa shit ni aunque me apunten con un arma.

 

Para culminar con un verso que sugiere otra cercanía constante, la de la depresión:

 

Bajando en ascensor hasta el infierno, piso trece.

 

Pero, llamativamente, el nadir de la angustia —su punto más bajo— llega con la canción que da título al álbum. En Post mortem, Dillom arranca cantando una frase terrible con voz de zombie, perfectamente anestesiada, como si todavía no percibiese la gravedad de lo que acaba de hacer: "Mis amigos están muertos, sin querer los maté", dice. Otros pasajes del mismo tema insisten en tópicos que ya viene planteando ("Puta, yo no soy Mefisto pero tengo una Magnum / Y mi familia preocupada por si me tomo un Valium / Yo no hablo de mi vida, esa mierda e' muy triste / Y ahora que tengo plata, son más gracioso' mis chiste'... Bitch, I'm chasin' the cake, 'toy buscando el pastel".) Pero en el final retoma la frase donde afirma que mató a sus amigos, sólo que ahora a los gritos. El efecto es desgarrador.

Escuchemos Post mortem.

 

 

 

 

 

 

Después vienen temas más livianos, como Rocketpowers. Pero ni siquiera entonces deja Dillom de reflexionar sobre su vida. Lo hace en términos menos salvajes, sin dudas, pero no menos honestos. En 220 la veta confesional y a la vez impiadosa en su vulnerabilidad me recuerda al standapero pero también músico Bo Burnham, en particular el de su show pandémico llamado Inside. Acá Dillom dice:

 

Les puedo contar mi vida si les gustan las historias de terror

Yo no sé mucho de amar, pero sí sé del dolor

La gente me mira, dice: "Dillom, sos el mejor"

Yo no sé si eso es verdad, pero si sé que

Cuando tomo alcohol siento que lo que hago no está tan mal

Pero a lo mejor es mi estado real

Y siento que no debería pasar

Pero a lo mejor lo que siento es verdad.

 

En Amigos nuevos, que es ciento por ciento pop, insiste en la tesitura de tratar de no autoengañarse: "La terapeuta me dijo que soy muy bueno /
Para mentirme a mí mismo y es un problema", canta. Dillom elige cerrar el tema y el álbum en una nota de incertidumbre, que se permite dudar sobre la posibilidad de que el éxito económico y social cierre todas las heridas:

 

Yo no sé cuándo esto se volvió algo tan real

Creo que estoy sangrando, me estoy lastimando

Por forzar algo que no es de verdad.

 

Si uno apelara al parámetro de Spotify, concluiría que el público prefiere los temas up de Dillom por encima de los más oscuros. Canciones como Opa y 220 cuadruplican y hasta quintuplican las escuchas del tema Post mortem. Por esa misma razón, si uno se tomase en serio al Dillom que dice tener planes antes que sueños y que confiesa en entrevistas que proyecta una carrera a largo plazo, entendería como lógico que Dillom potenciase su lado más pop, más soleado.

Lo cual conduciría a un error. (Sería comerse la movie, en términos del artista.)

Porque Dillom —ya está claro— es más que la suma de sus partes.

 

 

 

 

 

Hasta no hace tanto —década del '90— hablar de suicidio era tabú en el diario más vendido de la Argentina, donde yo trabajaba por entonces. Estaba prohibido usar la palabra en algún título, a pesar de que describiese un hecho real. En estos locos años '20, Dillom no sólo se permitió bautizar un tema Ola de suicidios, sino que además usó el rockanrrolito para cagarse de risa del tabú. Como le gusta hacer, arranca la cosa remarcando su propia preeminencia en esta sociedad:

 

Si muero ahora, hay una ola de suicidios
Si me retiro, hay una ola de suicidios
Si me suicido, hay ola de suicidios
Y si me matan, ola de suicidios.

 

Pero enseguida —otra vez, como ya nos tiene acostumbrados— se va en una dirección distinta, más honda. Primero, riéndose nuevamente de su ascendente ante los más pequeños y revelando hasta qué punto es consciente de que se está metiendo en terreno cenagoso:

 

Los guachine' escuchan Dillom, yo soy Pakapaka

No canten esto en TV Pública, si no me matan.

 

Después, expresando su postura como artista (cosa muy necesaria para cualquier artista de hoy, desde que, en términos generales, el periodismo especializado ha renunciado a pensar por sí mismo):


Sin hacer mierda pa' la radio aparecí en el mapa
Y todavía Rolling Stone no me da la tapa
Que se la metan en el orto, solo quiero plata.

 

(La tapa de la Rolling Stone llegó en abril de este año. Como deslicé antes, Dillom no da puntada sin hilo.)

 

 

Después deja caer un chicotazo hacia los artistas que eligen ir a grabar al extranjero:

 

Si no se te ocurrió una idea acá

No ocurrirá en Berlín.

 

Y redondea con dos versos en los cuales su actitud vital y su actitud artística revelan ser una y la misma:

 

Con veinte año' viví más que vos con ciento cuarenta
Estoy haciendo mucha guita sin el culo a la venta.

 

Queda claro que Dillom no pensaba pasteurizarse, que su intención expresa era subir la apuesta. Ola de suicidios se difundió a partir de abril del '23. En octubre sacó un EP al que con sarcasmo tituló Ad Honorem, donde figura el tema Ovario, que incluye unos versos que describen como pocos nuestra circunstancia actual:

 

Antes había piedad, eso se terminó
Le falto el respeto, no pido perdón

Esa mierda pega y no es Poxipol

Hay rojo en el piso y no es Termidor.

.......................
Si no pensás rápido, comida de gusanos

Ape shall not kill ape, los monos hermanos.

 

En febrero de este año se presentó en el festival Cosquín Rock, donde hizo un cover del tema Sr. Cobranza. Pero en la ocasión modificó la letra original, para aggiornarla. Donde decía: "Norma Pla a Cavallo lo tiene que matar", Dillom cantó: "A Caputo en la Plaza lo tienen que matar". Esto le valió una demanda, que pronto fue desestimada. (Ya lo había anticipado en la mismísima Ovario: "Tengo que destinar una parte a abogados / 'Ta lleno de serpientes que te pican la mano".)

 

La tapa de "Por cesárea".

 

En abril sacó su segundo álbum, Por cesárea. Que en esencia es una obra conceptual, algo por demás inusual en estos tiempos, porque la era dorada de ese subgénero no sobrevivió a los '70. Y además es negrísima, uno de los discos más angustiantes de este siglo, de la música argentina en cualquiera de sus géneros. Podría haberla titulado tranquilamente Argentinian Psycho, porque en esencia eso es lo que es: la historia del descenso en la psicopatía, y a continuación en la violencia, de un pibito cualquiera de hoy. A diferencia del American Psycho de Brett Easton Ellis, aquí no se trata de un yuppie ni de una sátira sobre el capitalismo en la sede de su abundancia, sino de un guachín desangelado de los nuestros: el Psycho Killer de la era del trap, un Norman Bates de barrio o conurbano.

Sobre un fondo negro (que es el no-color predominante, en una de las canciones dice: "Inventaría un color más oscuro que el negro si vivo un futuro sin vos"), se inserta el arte de tapa de Andrés Capasso y Lucas Spataro. Pintado sobre un retazo de tela que parece arpillera va el rostro del protagonista: un retrato entre naive y tétrico, la radiografía de un alma tan joven como rota, un pibito monstruificado . El título mismo pone en primer término lo artificial de la violencia que, desde su irrupción en este mundo, marcó el destino del narrador: no nació sino que fue arrancado de una herida de bisturí, y desde allí en más todo fue igual de brutal y de helado. (Yo también nací por cesárea. Qué se le va a hacer.)

El álbum arranca con la canción Últimamente, que establece el tono impiadoso:

 

Era viernes, y yo andaba en la de siempre
Encerrado en mi cuarto y afuera llovía fuerte
Escuché un ruido fuerte y fui a fijarme
Subí a la terraza y vos estabas por tirarte, alejate
¿Cuántas pastillas tomaste?
Llamé a la ambulancia pa' que vengan a buscarte, me cansaste
Es hora de internarte
Podemos salir de esta, todavía no es tarde
Intentaste pegarme y te caíste
Y empezaste a arrastrarte
Se supone que vos sos quien debería cuidarme

Pude ver en tu mirada que detrás no había nadie
Pensándolo bien, te hubiese dejado caer

Ahora por culpa de esa mierda tengo PTSD

La paranoia no la calma ni el más puro CBD

Las pastillas son lo único que heredé.

 

En La novia de mi amigo, el protagonista elige el blanco de su afecto y de inmediato empieza a sentir la inseguridad de quien no está convencido de ser amado:

 

Yo te prometo con mi vida que te voy a cuidar
Voy a ser grande en esto de la música
Sé que los buenos tiempos ya van a llegar

Lo supe por tu mirada, lo sospechaba
Que algún día ibas a ser el todo de mi nada

...................

No digas que este no es nuestro momento, eso no es cierto
Dolía menos que agarres mi cuerpo
Y me arranques los brazos mientras estoy despierto

A veces pienso en ponerle fin a este cuento

Quizás así me recuerdes hasta el fin de los tiempos

Quizás así te arrepientas de haberme hecho esto.

 

Y entonces llega Cirugía, la canción donde recupera el equilibrio entre los mejores colores de su paleta narrativa. Porque por una parte regresa la sonoridad positiva, a través de una melodía pegadiza que realza la voz juvenil, y por ende esperanzadora, de Dillom. A simple oída, Cirugía es una canción pop de amor. Pero lo que el narrador dice tarda nada en dejar de ser amoroso para tornarse amenazador, tenebroso. El tema opera en la misma zona de ambigüedad que Every Breath You Take, de The Police, que parece una cosa pero resulta otra opuesta. Dillom hace lo mismo, dice cosas que al principio suenan a chiste de enamorado y a la segunda vez, definitivamente, ya no:

 

No siento que seas suficientemente mía
Quiero saber qué estás haciendo todo el día
Voy a seguir tus pasos como si fuese un espía

Coser tu cuerpo con el mío en una cirugía

......................

Por vos, voy en misión suicida

Pierde valor la vida cuando no soy tu diversión.

......................

Nos descosimos, todavía me sangra esa herida.

 

 

 

 

 

En Mi peor enemigo, el protagonista comienza a ser consciente de que lo que le está pasando no es bueno. Lo llamativo es que, a pesar de que se trata de la reflexión de un psicópata que está por pasarse definitivamente al lado oscuro, la descripción que hace de su situación le cabe como anillo al dedo a millones de argentinos de hoy, y particularmente a los jóvenes:

 

Me niego a pensar que nací para morir así
A pensar que nací para vivir así
A fin de mes me dan miguitas para que no me queje
Puta, yo quiero mi guita, no escuchar boludeces
Estoy tan cansado de este sentimiento
La vida es una pija y me está re cogiendo
Y no se pone mejor que esto
Odio la idea de marcharme siendo uno más del resto

....................

Y poco a poco me volví mi peor enemigo
Por buscarme en un envase vacío
.

 

El tema siguiente (que se llama La carie aunque la palabra caries va siempre con ese al final: perdón por lo obsesivo, Dillom, pero de otro modo el fantasma de mis padres dentistas no me perdonaría), señala la decisión de mandarse a fondo:

 

Le prometí a mi papá que iba a ser el mejor, pero
Ya no quiero ser mejor, quiero ser el peor.

 

Entonces llega otro de los puntos altos del álbum, la canción Buenos tiempos, que regala un alivio que durará poco. Arranca movida y con gracia, incita a bailar y a reír desde la primera frase: "Estuve con una esquizo, pa' mí cuenta como orgía". Enseguida pinta el apunte social, durante un instante parece que estamos ante una relectura de La rubia tarada de Sumo:

 

Una pendeja egoísta, un poco masoquista
Su familia es cheta, sus papás son macristas
Si fuera por ella, me la chupa en la pista
Me gusta cuando la chupa y nos escucha el taxista

..............................

Su short tan apretado que parece body-painting

Me la pone tan gorda que le hacen body-shaming.

Pero finalmente se impone la alienación:

 

¿Que cómo me divierto? Te doy una pista
Siempre ando anestesiado y sin ir al dentista
Después de cuatro clonas flasho que soy budista

Si la poli pregunta, soy autista

..................

Podés encontrarme por ahí, perdido sin Waze
Jalando popper con los gays
El día que muera, moriré en mi ley
Llevándome a alguno conmigo también.

 

Sobre el final el beat clava los frenos y, con la voz ralentada y agravada por un efecto tóxico, el narrador dice:

 

Me miré al espejo y me veo muy bien
Me siento mejor que nunca
Creo que por fin encontré mi nueva piel
Me siento mejor que nunca
Matar, matar, ma-tar.

 

 

 

 

 

 

La canción Muñecas arranca de la manera más educada. "Sopermi", dice Dillom, "voy a contarte cuando todo lo perdí". Después de aclarar que "no va a haber final feliz, puta, esto no es Heidi / La maldad que llevo dentro no se saca con Reiki", el narrador interpreta la escena de celos que en su cabeza justifica pasar al acto con el crimen.

 

Tenía pendiente tenerte en frente
Y con tu sangre llenar un recipiente
Quería romperte, quemarte, pegarte fuerte
Un poco disfruté de ver tu cuerpo inerte.

 

En Coyote la paranoia se apodera de él, que termina gritando: "¡Acá estoy! Vengan a buscarme". Pero como nadie acude en esa hora de soledad absoluta —ni siquiera la sociedad a través de la ley, para proporcionarle el castigo que está seguro de merecer—, decide acabar con su vida. En la canción que con el más oscuro de los humores llamó Reiki y yoga, explica su acto final de un modo que suena perturbador en la Argentina que recuerda el segundo aniversario del intento de asesinato de Cristina:

 

La nube negra entró en el cuarto y no se quiere ir
Ya me cansé de mentir, ya no sé qué decir
Ni qué más inventar para no sentirme así
Voy a buscar un culpable para no sentirme culpable
Cerrar el telón y hacer que todos me extrañen

Estoy a punto de hacer algo horrible

Para que todos me miren.

 

Pero la historia no culmina ahí. Todavía queda una canción más, Ciudad de la paz. Que literalmente suena a sinónimo de cementerio, pero a la vez alude a la calle de la casa donde Dillom se crió. Quien canta es el protagonista, pero desde otro plano de la realidad porque ya ha muerto, es un fantasma. Como ahora se encuentra más allá del dolor, la música es amable: pop argento contemporáneo, podría tratarse de una melodía de la banda Conociendo Rusia, con Dillom apartándose momentáneamente de su personaje para cantar de verdad, desembozadamente.

 

Amanecí solo en un blanco vacío
Tras un final, todo vuelve a comenzar
No sé bien si estoy despierto o estoy dormido
Pero algo me dice que no hay vuelta atrás

Es Navidad, un año para el olvido
Un año más, nada cambió en realidad
Ahora puedo ver de afuera los festejos
Mi reflejo no se ve en el ventanal

Por ahora no me duele más.

 

Ciudad de la paz supone un aterrizaje suave para lo que ha sido un viaje terrible. Pero eso no significa que sea esperanzador, al menos no de modo ingenuo. Para cualquier miembro de un público atento y sensible, debería ser intolerable la idea de que un pibito cualquiera como el narrador de Por cesárea sólo pueda alcanzar un módico de paz en la muerte, suicidándose de un modo u otro, o sea arrancándose de este mundo de una forma tan violenta, tan antinatural, como aquella que lo precipitó a nacer. Y si además ese público atento y sensible es argentino y contemporáneo, peor aún, porque en ese caso no se le escapará que una historia como la que cuenta Por cesárea no es individual, sino que deriva de condicionamientos sociales, económicos y políticos que convierten a millones de pibes y pibas en protagonistas potenciales de un destino similar.

El arte de Dillom habla de uno de los dilemas de nuestro tiempo, que acosa especialmente a los más jóvenes: la angustia inescapable que produce crecer en una sociedad donde nada importa que no sea el dinero, y la decepción que sobreviene cuando, aun disponiendo de él, descubrís que los muebles que hacen falta para que tu alma se parezca a un hogar no se compran en ningún negocio.

Con Post mortem y Por cesárea, Dillom nos propinó uno de los uno-dos más poderosos con que haya debutado un artista argentino desde que yo tengo memoria. Lo considero una cosa muy seria, una voz idiosincrática de espesor literario, llamada a quedar inscripta en la liga de los grandes cronistas que la música popular prestó a la tragicomedia argentina. Para no volver a remitirme a Discépolo y alargar la lista por demás, me limitaré al equipo más moderno, que arrancaría con Javier Martínez para sumarle enseguida a Luis Alberto Spinetta, Charly García y el Indio Solari.

 

 

 

 

Disfruto sinceramente de la música de Dillom (disfrute dentro del cual incluyo el sufrimiento que también proporciona, por cierto) y a la vez la considero un espejo interesantísimo en el que contemplar la peripecia argentina de los últimos años. Yo les recomendaría que paren la oreja y le presten atención, aunque prima facie no se trate de una música que les vaya bien de sisa. Ante todo, porque es de una calidad inusual en estos años, en la que se le suman apenas unos pocos artistas más. (Pienso en Wos y también en ese monstruo que es Ca7riel.) Pero también porque vivimos en un tiempo donde no abundan las obras artísticas que irriten, sopapéen y cuestionen la realidad que estamos viviendo. En esta situación de mierda que atravesamos a duras penas, indignamente —anestesiados, impotentes—, necesitamos arte que nos pinche, nos putée y nos soliviante, como el que practica Dillom.

Por cesárea termina con el protagonista, ya convertido en espectro, expresando un deseo: "Si tuviera otra oportunidad..." El arte de Dillom nos compele a buscar esa oportunidad, a patadas en el culo.

Antes de que sea demasiado tarde.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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