El último pogo
La música de Los Violadores me habilitó a gritar, a poner en duda lo establecido
Estamos a fines del ‘89 y hace poco que vivimos en Núñez. Una noche cualquiera, en medio de la semana, saco a dar la vuelta al perro y al llegar a la esquina de la avenida Cabildo, encuentro todo lleno de punkis. Me meto entre la gente hasta llegar a la puerta de Airport, a ver qué pasa. Ahí el anuncio dice que tocan los Viola. Me vuelvo loca, me encantan. Los escucho desde hace años, vuelta y vuelta, en cassettes gastados. No sé bien por qué, pero igual que con los Ramones y The Clash, esta música me impacta, me conmociona, me representa, y ellos encima hablan mi idioma. Ahí estoy en la puerta de Airport, sorprendida, en pijama, con un perro pekinés en brazos, rodeada de punkis montadísimos, cuando desde adentro aparece el viejo Luzzi, papá de mi vecino Diego. Resulta que es el gerente del boliche, me saluda y me invita a pasar. Cruzo la valla, la puerta y la cortina, al instante estoy adentro. Es como un sueño, es otro mundo, parece irreal. Reconozco vagamente el lugar, que en general funciona como discoteca, pero el ambiente es completamente distinto esta noche. Se me van los ojos. Soy pura expectativa, No puedo creer que estoy a punto de presenciar mi primer recital (una vez vi a Sandra Mihanovich en el barril de la 104 en Villa Gessell, pero nada que ver, no cuenta). Me ubico en una de las rampas del costado, a la izquierda del escenario, para poder ver bien y no perder a Sánchez, el perro trastornado. Entonces se apagan las luces y al primer acorde, abajo, en la pista, se arma un pogo tremendo. Correntada. Punto de atracción. Cuerpos pegoteados. Fusión de moléculas. Fricción. Fuerza centrífuga. Generadora de energía. Amalgama humana. Cuerpo colectivo. Un círculo de pertenencia, al que me quiero tirar de cabeza.
Voy corriendo hasta la puerta, dejo al perro en la boletería y vuelvo a entrar, esta vez a la pista. No tengo miedo, no me importa nada, el instinto me lleva en andas, a pura certeza, puños en alto, vamos.
El pogo es una confluencia, un torbellino de fuerza, capaz de regenerarse a sí mismo a través del movimiento. Una ronda zarpada. No se trata de golpear, o de lastimarnos. No es violencia. Aunque vayamos empujándonos en un amasijo y pueda haber tropezones, u otras consecuencias. No es contra los demás, ni contra una misma. La experiencia es vinculante y transformadora, nada vuelve a ser como antes. El rodeo iguala, hace parte, hermana. Nadie es obligado a entrar, quedarse, o salir. Total libertad. Entrega de los cuerpos. Confianza. Solidaridad. Nadie está de menos. Somos lxs otrxs. A quien se cae, se le levanta, para no caer todxs pisoteados en avalancha. La velocidad es clave. Salva. Un acto significativo de libertad e inclusión. Resistencia sólida. Compromiso. Vértigo en masa. Los pies apenas tocan el suelo. La acción no es el fin, es una plataforma, un medio de despegue. La revuelta es en conjunto. Volamos en bandada. Es posible. Un viaje que nos damos. Algo parecido a la magia.
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Vengo caminando ligero por Lacroze para tomar el subte en Chaca. Estoy súper apurada porque llego tarde a buscar a mis hijos a la escuela. Ahí lo veo, parado en la vereda como si no hubiese pasado el tiempo, misma estampa. Tantos años. La sonrisa desmesurada. Nos saludamos con un gran abrazo y cómo te va, en qué andas, todo bien, pero me tengo que ir corriendo, qué mal, qué lástima, que bueno verte, saludos y las últimas palabras quedan flotando en el aire, como taradas. Sigo de largo al trote, subida a una nube de felicidad por el encuentro fugaz. Salto dentro el subte, se cierran las puertas y caigo. Vuelve toda la escena, lenta y en detalle, vuelve la sonrisa. Bajan las palabras, en seguida me arrepiento y lamento tanto no haber frenado dos minutos para decir gracias, darle un reconocimiento y compartir un toque por qué.
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Cuando no sabía mi propia historia. Cuando mi identidad estaba apropiada, cuando aún no sabía de mi padre y de mi madre, de mis muertos y desaparecidos, ni de mi secuestro, de la tortura, los tiros, la represión y el efecto del terrorismo de Estado. Cuando todavía no tenía marco de contexto propio, ni nombre, ni voz, en momentos de profunda opresión política y familiar, cuando estaban avasallados mis derechos básicos y sólo quedaban recuerdos en pesadillas, la música me habilitó a gritar, a romper estructuras rígidas, a nombrar y poner en duda lo establecido. Las canciones me ayudaron a decir cosas fundamentales, prohibidas y muy exactas para aquellas circunstancias. Hubo letras que abrieron caminos, me mostraron territorios posibles, nuevas perspectivas, desde donde poder reordenar los pensamientos, expresar mis puntos de vista, e incluso interpelar al entorno, desahogarme. La música me acompañó, me dio valor, me hizo fuerte, capaz de enfrentar lo que viniera. No lo dimensionaba entonces, no podía saberlo, seguramente lo intuía, pero recién ahora puedo entender algo de lo qué significaba. Poner un cassette de los Viola en casa, era meter el dedo en la llaga. Era una caja de resonancia de todo lo que estaba mal. Dejaba expuesta una verdad pujante. Un manifiesto vivo que, con toda la furia, quería salir y estallaba.
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Quiero ser yo, quiero ser libre. Nada ni nadie nos puede doblegar. Nos quieren transformar, no lo lograrán. Haré lo que quiera y lo haré muy bien. El dremcom en la goloba me hace decidir y con mis drugos al ataque vamos a ir. ¿Y ahora qué pasa, eh? Somos los mejores porque somos los peores. Nosotros somos un grito. Violadores de la ley. Hay que volar con lo establecido, regido por el tiempo, podrido por el tiempo. Hoy todo está fuera de sektor, tal vez no estuvo nunca mejor. Nadie regula mi decisión, nadie transforma mi satisfacción. Sin ataduras en mi mente, yo sólo busco la verdad. Recuerdo un lugar donde todo está prohibido, desde la crítica hasta el más leve suspiro. Recuerdo un lugar donde todo es permitido, como cargar las armas y matar a los vecinos. No hay opción, tenés que luchar por tu vida, por tu libertad. Al terapeuta anarquista ahora debo ir, para que extirpe el mal que pusieron en mí. Fueron muchos los golpes de represión, en esta era del corregidor. Debo huir, escapar a su control. Porque este juego es lo que siempre fue, una bota pateando el tablero de ajedrez. Represión que te aniquila, represión que no se olvida, represión en nuestras vidas, represión 24 horas al día. Yo no quiero represión. Serás lo que ella quiera, no lo que tú digas. Serás lo que ella diga ¡no! lo que tú quieras. No tienes más opción, ni oportunidad, no busques tu futuro, ¡no! Estás muerto antes de nacer. No hay razón para ser, lo que tú quieras ser, esclavo africano, no hay nada que perder. Sabes cuál es la diferencia, entre la verdad y todas sus creencias, que sólo hay odios y guerra. Nos dejaron varios muertos y cientos de mutilados. Reina la confusión en las calles y en el gobierno, se ha acabado una guerra o empezado el infierno. Ellos son la guerra enmascarada, ellos son la lucha iluminada, te fusilan por amor. Ellos son una revolución. El poder de una nación, que se alza so pretexto de cuidar a sus hijos, a sus hijos predilectos, invocando la razón, la justicia y el derecho. Auschwitz, un prisionero más. Hay latidos de muerte en un lugar del sur. Hay fantasmas y dudas. Almas que se fueron desapareciendo. Sus hijos crecerán, habrá un mundo nuevo. Y yo no sé. No sé, si esto es aburrido, si esto es divertido, ¡no sé!
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Esperaba volver a encontrarnos alguna vez, por ahí de casualidad, para cambiar las cosas y no seguir perdiendo la oportunidad de agradecer, de devolverte algo mínimo de todo lo bueno que supiste dar. Ya no existe esa oportunidad. Con tu partida me da por escuchar de nuevo todos los discos, los recitales en vivo. Siguen conmoviendo como la primera vez. Me hacen llorar de emoción, siempre me hicieron llorar, resuenan en lo esencial. La música nos lleva a lugares. Hay fibras que se conectan. Hago el recorrido. Aparecen flashes que iluminan memorias extraviadas. Prehistoria. Detalles. Llueven un montón de anécdotas increíbles, que me voy a guardar atesoradas, lejos de todo cholulaje anecdótico, que a quién le importa, nada. Hoy prefiero ser fan, volver a ese lugar, para dedicar estas palabras, un pequeño homenaje, más allá de la catarsis y las condolencias. Un hondo y sentido aplauso. Un último pogo. Uno, dos, ultraviolento.
Vuelve otra vez la sonrisa desbordada. La electricidad, la sabiduría adolescente, el instinto, la rabia. Nadie se rescata sólo, ni se libera a sí mismo, necesitamos de otras personas. Con tu voz, que con un puñado de otras, tomé prestadas, que hice mías cuando no tenía nada, empecé a forjar una identidad, que me permitió romper cadenas de opresión y silencio que me mantenían amarrada. Aunque no lo sepas nunca, ahí estuviste y la generosidad, como parte del legado, es también una enseñanza. Ampliaste la vida de muchxs. Sos parte constitutiva de mi historia y de nuestra narrativa generacional. No se olvida aquello que se encarna. Se hace parte de la identidad colectiva. Permanece. Salva. La revuelta es en conjunto. Los pies apenas tocan el suelo. Volamos en bandada. Es posible. Un viaje que nos damos. Algo parecido a la magia.
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