El Topo y los Patos
El acuerdo de Tucumán ratifica que Milei no quiere consensuar ni debatir con nadie
Javier Milei bajó del cerro Uritorco y luego de caminar años en el desierto mediático y entre bárbaros, logró la presidencia, la aprobación de la ley Bases y del paquete fiscal, y la firma de su tan añorado Pacto de Mayo, que contiene los diez mandamientos para la “nueva Argentina”. ¡Nada desdeñable! Pero como billetera mata convicciones, 18 gobernadores firmaron este “pato” que hace referencias al Eterno y a las Fuerzas del Cielo pero no a la Constitución de inspiración alberdiana [1].
Al respecto, el constitucionalista Andrés Gil Domínguez señala que “de 1810 a 1853 la progresiva construcción institucional de la nación argentina estuvo basada en la celebración de pactos interprovinciales. Fueron 28 pactos que, como una suerte de derecho contractual, configuraron un régimen de tránsito sin el cual no se hubiera alcanzado, en el período 1853-1860, la unidad de las 14 provincias originarias bajo la forma federativa”. En efecto, la Constitución de 1853 —como se señala en el Preámbulo— estuvo inspirada en los proyectos constitucionales previos (1819 y 1826) y en otros pactos como: Acta o Reglamento del 25 de mayo de 1810; Estatuto Provisional de 1811; Asamblea General Constituyente de 1813; Estatuto Provisional de 1815; Congreso de Tucumán de 1816; Reglamento Provisorio para la Dirección y Administración del Estado de 1817; Tratado de Pilar de 1820; Tratado del Cuadrilátero de 1822; Pacto Federal de 1831; Acuerdo de San Nicolás de los Arroyos de 1852; y de la Unión de San José de Flores de 1859. Incluso pueden incluirse los acuerdos entre Hipólito Yrigoyen y Roque Saénz Peña, que condujeron a la ley 8.871 de 1912. El Pacto de Olivos de 1993 fue el origen de la Reforma Constitucional de 1994, aprobada por un amplio consenso, más allá de las valoraciones que se hagan de la misma.
En efecto, la Constitución de 1853 –que fue un paso más hacia el Estado Nacional consolidado en 1880– y sus antecedentes fueron resultado de un proceso de guerras, pero también de debates de ideas, donde unitarios y federales reconocieron que no se podía tener un proyecto de país sin el “otro”. En cambio, el pacto firmado el pasado 9 de julio del corriente, como señala el constitucionalista citado, “no es producto de ningún consenso y se asemeja más a un contrato de adhesión impuesto desde el centralismo unitario”, y sus contenidos y potenciales consecuencias para la sociedad se parecen más al Consenso de Washington o al Pacto Fiscal del Presidente Fernando de la Rúa (1999-2001). Más que un pacto es un “patito feo”.
Por el contrario, el actual gobierno hace exactamente lo contrario a lo que propugnaron los políticos e intelectuales de la generación del ‘37, a los cuales cita reiteradamente, y a lo que sostuvo el Presidente en su propio discurso [2]: persigue a trabajadores del Estado y de las universidades, a periodistas, militantes sociales y políticos. Es más, en el mismo acto donde convocó a discutir ideas, descalificó nuevamente a la oposición, como ha hecho permanentemente desde que asumió la presidencia.
Patos de hoy y pactos de ayer
¿Qué pensaban los intelectuales de la generación que el gobierno cita reiteradamente, principalmente a Echeverría, autor del “Dogma Socialista”?
Esteban Echeverría (1805-1851) tuvo la desgracia de morir exiliado y joven en la ciudad de Montevideo, fagocitado por la intensidad con la que vivió sus escasos años de vida, sin ver sancionada la Constitución Nacional en 1853. Tanto él como Juan María Gutiérrez, Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi y Bartolomé Mitre, entre otros, son parte de lo que la historiografía argentina ha denominado como generación del '37, que no eran estrictamente liberales sino más bien románticos, conservadores.
En una obra clásica, Natalio Botana enlaza “las ideas y la circunstancia argentina, que Alberdi y Sarmiento interpretaron” a la luz de autores como Montesquieu, Alexis de Tocqueville, Jean-Jacques Rousseau, y el “debate que en Francia abarcó el período comprendido entre la Restauración y la Tercera República”. Sebastián Etchemendy precisa que “Alberdi fue un pensador conservador y explícitamente rechazaba los excesos políticos e ideológicos a los que condujo la mentalidad revolucionaria de 1810” [3].
A la luz de estas ideas, el 23 de junio de 1837 se constituyó el “Salón Literario” con Bartolomé Mitre, Marcos Sastre, Juan María Gutiérrez, entre otros, y sin la presencia de Echeverría y Sarmiento, que no pisaría Buenos Aires hasta 1852. Meses más tarde, Echeverría funda la “Asociación de Mayo”; previamente denominada “Joven Argentina”.
Centrémonos en Alberdi, Echeverría y Sarmiento. Como señala Gabriela Rodríguez Rial, “mientras que Echeverría siempre fue un furibundo anti-rosista, el tucumano trató de acercarse al régimen de Rosas en su juventud, y en su madurez le reconoció haber creado las bases fácticas del poder político que se necesitaban para conformar la unidad nacional a través de la Constitución”.
Sin embargo, ambos coincidían en que “había que superar el espíritu faccioso con un partido patriótico liderado por la joven generación”.
En efecto, Esteban Echeverría calificaba en su libro —la causa tal vez por la que no integra el canon mileísta— que “un error grave y funesto, en nuestro entender, imaginarse que el Partido Unitario y el Federal no existen porque el primero perdió el poder y el segundo quedó absorbido en la personalidad de Rosas. Estos partidos no han muerto, ni morirán jamás; porque representan dos tendencias legítimas, dos manifestaciones necesarias de la vida de nuestro país (…) La lógica de nuestra historia, pues, está pidiendo la existencia de un partido nuevo, cuya misión es adoptar lo que haya de legítimo en uno y otro partido, y consagrarse a encontrar la solución pacífica de todos nuestros problemas sociales con la clave de una síntesis más alta, más nacional, y más completa que la suya”.
Por su parte, Juan Bautista Alberdi sostuvo, respecto a este tema, que Rosas “es un representante que descansa sobre la buena fe, sobre el corazón del pueblo”. Asimismo, sostenía que “Rivadavia proclamó la idea de la unidad: Rosas la materializó. Entre los federales y los unitarios han centralizado la República”.
Finalmente, Domingo Faustino Sarmiento reflexionaba, sin dejar de calificar a Juan Manuel de Rosas como tirano, que “no se vaya a creer que Rosas no ha conseguido hacer progresar la República (…) Existía antes de él y de Quiroga el espíritu federal en las provincias, en las ciudades, en los federales y en los unitarios mismos; él los extingue, y organiza en provecho suyo el sistema unitario que Rivadavia quería en provecho de todos (…) La idea de los unitarios está realizada”.
Sarmiento, Echeverría y Sarmiento consideraban que no se podía construir la unidad nacional sin los adversarios políticos.
El Presidente Javier Milei no los leyó para buscar un pacto consensuado entre todos; que no excluyera a nadie. Por el contrario, optó por un “pato” que refuerza aún más la imagen y las políticas del gobierno más autoritario y faccioso que ha vivido la República Argentina desde 1983. Faccionalismo que traslada a la política exterior; sin seguir, obviamente, las recomendaciones de Alberdi en esta materia.
El otro pacto
Así como el Reino de España y el Reino de Portugal combatieron en Europa y en el Río de la Plata, las nacientes Argentina y Brasil se enzarzaron en una guerra entre 1825 y 1828, y en otras oportunidades también estuvieron al borde de un conflicto armado. Una vez constituidas las Fuerzas Armadas profesionales en nuestro país, la hipótesis de conflicto con Brasil y Chile —junto a la del “enemigo ideológico interno” a posteriori de 1955— dominaron la doctrina y el planeamiento estratégico militar hasta el retorno de la democracia; donde el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte estuvo ausente.
La niebla de la guerra con Brasil comenzó a disiparse en 1979 con la firma, entre ambos países y Paraguay, del Tratado Multilateral de Cooperación Técnica Itaipú-Corpus. El 30 de noviembre de 1985, la Argentina y Brasil firmaron la Declaración de Foz de Iguazú por iniciativa de los recién elegidos Presidentes Raúl Alfonsín (1983-1989) y José Sarney (1985-1990). Menos de un año después, el 29 de julio de 1986, se suscribió el Acta para la Integración Argentina-Brasileña que dio impulso al Programa de Intercambio y Cooperación Económica (PICE). Sintetizando, el Tratado de Asunción, que creó el Mercado Común del Sur (MERCOSUR), fue inicializado el 26 de marzo de 1991; incluyendo también a Paraguay y Uruguay. Por último, pero muy relevante, es importante destacar que la Argentina y Brasil crearon, ese mismo año, la Agencia Brasileño-Argentina para la Contabilidad y Control de Materiales Nucleares (ABACC).
Después de que el Presidente Milei y su canciller Diana Mondino enturbiaran las relaciones internacionales con la República Popular de China, el Reino de España, los Estados Unidos Mexicanos, el Estado Plurinacional de Bolivia y las Repúblicas de Colombia, Chile, Bolivariana de Venezuela, Paraguay, los países árabes —a los que dejaron plantados en el Palacio San Martín—, le tocó el turno a la República Federativa de Brasil y al MERCOSUR.
El Presidente de la Nación prefirió mirar un partido de fútbol con el ex Presidente y procesado por intentar dar un Golpe de Estado Jair Bolsonaro y participar de la Conferencia de Política de Acción Conservadora (CPAC), el pasado 7 de julio, antes que concurrir a la cumbre del MERCOSUR, donde se planteó la necesidad de impulsar la integración del bloque suramericano con China, el sudeste asiático y los países árabes ante el obviamente congelado —y que así proseguirá— acuerdo con la Unión Europea. Al finalizar la misma, fue duramente criticado debido a su ausencia por los mandatarios de Brasil y Uruguay. Recordemos que el bloque está actualmente integrado también por Bolivia y Venezuela; cuya membresía está suspendida.
Los viajes de egresados de la familia Milei han generado un costo inconmensurable al Estado Nacional, en un contexto en donde no hay plata para comedores sociales, medicamentos oncológicos y para que estudiantes argentinos viajen a las Olimpiadas de Matemática. La mayoría (por ser generosos) han sido travesías privadas para dar conferencias y recibir premios de dudosa procedencia, como el que le otorgaron en Alemania, y/o acordes al cargo que ocupa en representación de la República Argentina, como la medalla con la que lo engalanó Bolsonaro.
Después de todo lo expuesto, no debe sorprendernos que este fenómeno “barrial” de la alt-right no haya estado en la reunión del MERCOSUR: no quiere consensuar y debatir con nadie porque no sabe ni de economía ni de política exterior.
El Topo
Dante Alighieri advierte en El Convite que “las cosas que a la primera observación no muestran sus defectos son más peligrosas, porque las más de las veces no puede uno ponerse en guardia ante ellas, como sucede con un traidor”. Sin duda, pero ¿qué decir cuando un traidor te avisa lo que hará? Milei nunca ocultó lo que era y adelantó (¡¿advirtió?!) las políticas que está implementando. Es más, el Presidente afirmó recientemente que era “el topo que destruye el Estado desde adentro”.
“No la vimos”, diría Adorno. No sólo está destruyendo el Estado Nacional, sino también las relaciones exteriores de nuestro país y el tejido social. Más que rasgarnos las vestiduras, debemos reflexionar sobre qué pasó para que hoy esté entre nosotros.
[1] Para ser precisos, Juan Bautista Alberdi no fue el único inspirador de la Constitución Nacional. También fue influyente la obra de Mariano Fragueiro y, en menor medida, Pedro de Angelis. Sus principales redactores fueron José Benjamín Gorostiaga y un fundador de la Asociación de Mayo, Juan María Gutiérrez, amigo de Echeverría, así que, en cierta manera, éste también estuvo ahí.
[2] “La política es discutir ideas y llevarlas a la realidad, no impugnar al adversario por cuestiones personales, perseguirlo por pensar distinto y vivir en una inquisición permanente”.
[3] Etchemendy, S. (1998), “Los fundamentos teóricos de los presidencialismos argentino y norteamericano: una comparación entre Alberdi y El Federalista”. En Ágora. Cuaderno de Estudios Políticos, Nº 8: 169-198, p. 191.
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