El tesoro y las islas
La obra póstuma de Marcelo Vernet sobre sus tatarabuelos y el primer poblado argentino en las Malvinas
“De las muchas lecturas que sugiere esta lectura se me impone una. Es la historia de un hombre que posee un tesoro que es tesoro en tanto se comparte”.
Con esas palabras quiero evocar a Marcelo Vernet, porque son las que él mismo utilizó en la apertura de la antología sobre el poeta Néstor Mux, allá por los inicios del milenio (Néstor Mux, Poesía Reunida, Ediciones Al Margen, 2000). Desde entonces lo recuerdo, no sólo a través de ese entrañable poeta y amigo en común sino también porque una década después, cuando él estaba a cargo de una Dirección de niñez y yo era defensor penal juvenil, debimos reunirnos varias veces para tratar entuertos que la coyuntura imponía.
Decir que la historia de Marcelo es la historia de un hombre que posee un tesoro es decir que esas veces que hablamos me compartió –al pasar– un fragmento del mismo. O, mejor dicho, el trazado de un mapa del tesoro que recién ahora se publica bajo el titulo Malvinas, mi casa, resultado de una investigación apasionante que le llevó más de veinte años de búsquedas en archivos, bibliotecas, universidades, etc.
El hallazgo del diario de su tatarabuela conservado en el Archivo General de la Nación será el mapa del tesoro, el “hilo de la voz” que –en cierta forma– lleve a Marcelo a convertirse en su admirado Stevenson de los mapas, la glosa, la cita, la historia documental rigurosa. La búsqueda como obsesión y acto de amor.
Cuando digo que Marcelo compartió un fragmento de ese tesoro, un día como al pasar, pienso en todos los que en estos años se fueron topando con él y escucharon algo de aquella hermosa travesía en la que estaba metido hasta los tuétanos. Es decir, la de la Historia de las Islas Malvinas subyacente; que es, a la vez, la historia de las conspiraciones palaciegas, conquistas, usurpaciones, reinos, corsarios, adelantados, navieros, cosmógrafos, colonos, geógrafos, naturalistas y aventureros de todas las layas y mares que dejaron marcas, un rastro en esas tierras. Todos aquellos que por sucesión de episodios desencadenaron sendos destinos. El de sus ancestros Vernet, que –por supuesto– incluye por línea directa a Marcelo y a su descendencia. Pero también los destinos de una Nación (o de dos Naciones enfrentadas).
Marcelo Luis Vernet falleció el 28 de agosto de 2017, a los 62 años, cuando sólo le faltaban dos textos del último capítulo para finiquitar esa enorme empresa de su vida. Sus hijos Clara y José Luis, junto a Uriel Erlich, escarbaron huellas: mails, papeles, archivos, instrucciones dispersas dejadas por el autor, que les permitieron ir completando el plan trazado con fechas, utilizando la misma metodología, como quien continúa un complejo rompecabezas iniciado por otro, hasta terminarlo.
Por último, el trabajo de la editorial Eme (colección Plan de Operaciones), bajo una cuidadísima edición, pone el broche final: publicación de dos tomos hermosamente encuadernados, con ilustraciones en interior de Rafael Landea, con tapa marrón en forma de mapa antiguo: Tomo 1: Las vísperas al diario de María Sáez de Vernet (354 páginas); Tomo 2: Diario de María Sáez de Vernet y apostillas (255 páginas).
En definitiva, una publicación homenaje a Marcelo Vernet, a la altura de su peripecia. Libro que funciona como muchos libros a la vez, quizás continuidad de otro anterior de menor magnitud (La guerra por otros medios, papeles de Malvinas, 2016) pero reflejo de las mismas obsesiones (Marcelo fue invitado en varias oportunidades para representar a la Argentina ante el Comité de Descolonización de Malvinas en la ONU y en una de esas veces, en 2012, habló pormenorizadamente de este proyecto).
“Tesoro que es tesoro en tanto se comparte…”. Generosidad del legado como material de imprescindible lectura para futuras generaciones. Para entender de manera cabal la compleja trama detrás de la discusión sobre la soberanía de las Islas Malvinas, cuya clave se encuentra en la respuesta pacífica, basada en la palabra y en el conocimiento riguroso de los hechos.
El corsario norteamericano que izó la bandera de Belgrano
La sucesión de hechos fundantes que arrancan en 1421 cuando el emperador chino Yon Le ordena a la armada imperial seguir la estrella Canopus, que los cosmógrafos de la época identificaban encima de las islas prometidas, desatan un conjunto de episodios que se leen como la historia de peregrinos de los mares australes, que avistan un conjunto de islas desoladas anotándolas en sus cartas.
El resultado de estos viajes y las posteriores disputas palaciegas entre España, Francia y Gran Bretaña, especialmente durante el siglo XVIII, determinó que al momento de la Revolución de Mayo de 1810 las Islas Malvinas se encontraban bajo el pleno ejercicio de soberanía por parte de las autoridades españolas, con una posesión exclusiva, efectiva, ininterrumpida y no contestada por Gran Bretaña ni por otra potencia extranjera. Estos derechos de soberanía pasaron a la Argentina, en tanto Estado sucesor de España.
David Jewett era un marino estadounidense al servicio de la Armada argentina, quien –al igual que otros marinos estadounidenses y europeos– se incorporó a la lucha entre los nuevos gobiernos patrios y el poder realista, desarrollando actividades de corsario hasta que en enero de 1820 el director supremo de las Provincias Unidas lo nombró “coronel del ejército al servicio de la marina”. Y así zarpó el 20 de enero, al mando de la fragata La Heroína, contando con el reconocimiento de las autoridades argentinas como buque de guerra de Estado, para internarse por el Atlántico Sur. Tras navegar a lo largo de diez meses, teniendo que sortear desde un intento de motín en su contra hasta problemas con las provisiones y una epidemia de escorbuto que diezmó a su tripulación, Jewett alcanzó Puerto Soledad en las Islas Malvinas a fines de octubre de 1820.
El 6 de noviembre de 1820 se realizó la ceremonia de toma de posesión de las Islas Malvinas. En ella, el coronel Jewett, frente a las tripulaciones ancladas en Puerto Soledad y en nombre del Gobierno de Buenos Aires, izó la bandera argentina celeste y blanca, leyó una proclama escrita por Belgrano y disparó una salva de 21 cañonazos.
El único testimonio que da constancia de esta ceremonia es James Weddel, un famoso marino inglés que en su obra Un viaje al polo sur (1825) relata haber cenado con Jewett, quien le contó sobre la hazaña. La historia la recoge el historiador naval doctor Anjel (con “j”) Justiniano Carranza y más tarde Marcelo Vernet, quienes abordan una serie de datos curiosos que coinciden al mismo tiempo, generando un misterio: ¿qué extraña conspiración de patriotas hay detrás del izamiento de la bandera celeste y banca llevada a cabo por un norteamericano en las islas Malvinas? ¿Acaso están ocultos los designios del mismo Belgrano, de San Martín, Castelli, Mariano Moreno?
¿Qué extraña coincidencia llevó al corsario atípico Jewett, nacido en Connecticut, hijo de pastores protestantes, a cumplir tareas encomendadas por un gobierno demasiado frágil, parido de una revolución incipiente en nombre de la máscara de Fernando; a trasladar a bordo a Luciano, el hijo de Juan José Castelli, para cumplir la promesa de Belgrano hallada en sus últimas cartas: flamear la bandera argentina en aquellas islas el sur?
El gusto por las simetrías o la historia contada por un idiota
“La vida es un cuento contado por un idiota lleno de ruido y de furia que no tiene ningún sentido”. Palabras que nos dejó el famoso escritor William Shakespeare, que –por su mera apariencia– contradicen aquellas que dicen: “A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos”, y que afirma Jorge Luis Borges en el cuento El Sur, el que más le gustaba de todos los que escribió.
Acaso dos frases que funcionan como las inquietantes guías de un método sobre la dialéctica de realidad e historia que atraviesa la obra de Marcelo Vernet, quien repasa cada destino que se cruzó con las Islas Malvinas.
Siguiendo el orden de esas simetrías que gustan a la realidad, la obra de Marcelo Vernet se me hace demasiado similar a la obra del mencionado doctor Carranza, quien emprende la monumental Campañas Navales de la República Argentina (1914). Esos cuatro gruesos tomos que mencionan por primera vez toda la historia de Belgrano, Jewett y la bandera, y que quedan inconclusos e interrumpidos con su muerte en 1889, por lo que –al igual que en la obra de Marcelo Luis Vernet– serán sus deudos los encargados de concluir la tarea y publicar la obra (véase Malvinas, mi casa, Tomo 1, página 247).
En esos leves anacronismos, y a pesar de las distancias, es como si Vernet y Carranza estuvieran atrapados por el misterio del corsario Jewett. Con sus enormes obras a cuestas, cargadas de antiguas epopeyas y reyertas de los mares y sus protagonistas. Trabajos que quedaron inconclusos por la repentina muerte; inmensos puzzles inacabados, dejados en legado a sus herederos para que los transformen en obras a ser publicadas para la posteridad.
No sabemos quién escribe la Historia. Si nacen de la constancia que dejó Weddel, de la obra de Carranza, de Luis, María o Marcelo Vernet, de sus herederos que completan puzzles; o acaso, ese otro biógrafo de David Jewett, de nombre José Antonio da Fonseca Figueira, quien luego de revolver cielo y tierra halló que el extraño corsario combatió en tres guerras a favor de Estados Unidos, la Argentina y Brasil, y sus naves enfrentaron a Inglaterra, España y Portugal; para morir –más tarde– en el olvido, en 1842, inhumado en la catacumba número 56 del cementerio de la venerable Orden de los Mínimos de San Francisco de Paula, de Río de Janeiro.
Entre San Martín, Belgrano, Bolívar y –finalmente– David Jewett, se advierten ciertas coincidencias, cuyo nombre estaría cifrado en la gran patria americana. Simetrías que gustan a la realidad y que comienzan bien al sur, en unas famosas islas.
Extraña paradoja: un norteamericano izó por primera vez la bandera argentina y más tarde, en 1831, otro norteamericano la saqueó y destruyó, dando paso a que los ingleses arrebataran las islas en 1833.
¿Quién escribe esta historia, pues?
Apostillas sobre apostillas
“La belleza es verdad y la verdad belleza… / Nada más se sabe en esta tierra y no más hace falta”.
John Keats (citada en Tomo 1, Vísperas…, página 320)
El 15 de julio de 1829, María Sáez de Vernet arriba al Puerto de la Soledad. Acompañan la expedición 23 familias que iban a engrosar la población argentina existente. Ese mismo día comienza a escribir un diario. Nada extraordinario refieren sus páginas. Sólo la vida cotidiana de un pequeño pueblo donde comparten su suerte pobladores de las provincias de Santiago del Estero, Entre Ríos, Córdoba, Buenos Aires y Santa Fe; paisanos del Uruguay y tehuelches de la profunda Patagonia; campesinos alemanes, que junto a los argentinos levantan sus casas; escoceses y franceses que olvidando el mar se hacen hombres de a caballo y trabajan junto a nuestros paisanos; pescadores y marinos genoveses, ingleses, irlandeses.
Como bien señala Pilar Cimadevilla en el epílogo, los diarios configuran un registro minimalista que, contra lo esperado de un “angel del hogar” a principios del siglo XIX, la convierte en una exploradora o verdadera “pionera” del arte de la mirada. En ese registro, María va armando un mapa en el que se cruzan la cotidianidad de la vida isleña con el descubrimiento del espacio desconocido (clima, flora, fauna, comidas, relaciones, etcétera). En su trabajo como recolectora prima el placer de observar y probar con el cuerpo, antes que el afán coleccionista de museo. Por eso de su capacidad de nombrar eso pequeño brota un gesto poético no clasificatorio, que resulta la mirada masculina de los naturalistas de la época, donde el más paradigmático resulta Charles Darwin con sus observaciones en Diario de viaje de un naturalista alrededor del mundo (1839).
De allí que el rescate del diario de María Sáez de Vernet no sea un acto de mero rescate filológico sino un acto profundamente político, con el doble objetivo que se trazó Marcelo a través de sus vísperas y apostillas: reconstruir una mirada y forma de ver el mundo (que es la historia del pensamiento de su familia) pero también la necesidad de demostrar la historia cotidiana que protagonizó un pueblo, en el convencimiento que fundar ciudades, trabajar, celebrar la vida, casarse, enterrar los muertos y parir hijos sobre una tierra, son también actos de dominio y posesión. Por lo que podríamos imaginar cómo hubiera continuado esa historia sin la violenta intromisión imperialista del Reino Unido, que en 1833 usurpó las Islas (más o menos las palabras que Marcelo expresó ante la ONU en junio de 2012).
El diario de María Sáez de Vernet (fragmentos)
Viernes 24 de julio
Buen tiempo. Impaciente por aprovechar tan hermoso día salí sin esperar a Vernet, me encaminé hacia el arroyo del Puente, y queriendo beber del agua tan cristalina que veía correr, pedí un vaso en la casa más próxima y con este motivo vi lo bien que se habían acomodado algunos de los nuevos colonos. No sentía frío alguno, sin embargo de llevar la cabeza descubierta y hablando sobre la hermosura del pasto, siendo tan verde y tupido que parece que pisas sobre una alfombra, este hombre me dijo que en su país la Alemania permanece la nieve por cuatro, cinco o seis meses en el suelo y no podía concebir por qué se ponderaba en Bs. Ays el frio que hacía en esta Isla, cuando no veía sobre el suelo nieve alguna, pues cuando la hay, no dura sino dos días sin derretirse (...)
Miércoles 29 de julio
Buen tiempo con intervalos de nieve. Vi por primera vez el campo todo blanco, lo que me parecía muy bonito mirado del lado de la chimenea. Los chiquitos se entretuvieron en hacer bolitas que haciéndolas rodar se hacen cada vez más grandes.
Domingo 30 de agosto
Muy buen día de Santa Rosa de Lima, y por lo que determina Vernet tomar hoy posición de las Islas en nombre del Gobierno de Bs. Ays. A las doce se reunieron los habitantes, se enarboló la bandera nacional, a cuyo tiempo se tiraron veintiún cañonazos, repitiéndose sin cesar el viva la patria. Puse a cada uno en el sombrero con cintas los dos colores que distinguen nuestra bandera. Se dio a reconocer el Comandante.
Viernes 4 de septiembre
Buen tiempo. Se sembraron algunas semillas de las que trajimos de Bs. Ays.
Martes 8 de septiembre
Tiempo regular. Algunos ratos ha caído nieve. Me fui a un arroyo donde suele haber abundancia de patos y becasinas, estuve largo rato recreándome de ver tanta abundancia y variedad de aves.
Domingo 20 de septiembre
Buen tiempo. Algunos alemanes han ido a la pesca de lobos. Bailaron los negros a la tarde como de costumbre todos los domingos.
Lunes 28 de septiembre
Lluvia nieve y viento fuerte. Así mismo empezó a descargar el Capitán los efectos que Vernet le ha comprado, consisten en una cantidad considerable de galleta, harina, miel, aguardiente, té, café, porotos, ropa hecha de todas clases, pólvora, munición, tres grandes botes balleneros, pipas y barriles y algunas otras frioleras como pepinos, encurtidos, orejón de manzana delicada, vinagre, jabón ordinario y del de olor y algunos treinta más de otros renglones. Recibió en cambio cueros y carne.
Domingo 4 de octubre
Amaneció claro pero con mucho viento. Se han traído seis vacas de la estancia para amansar.
Martes 6 de octubre
Buen tiempo. Estuve en el jardín donde Vernet con el que lo cultiva se divertía plantando papas chilenas y alverjas.
Jueves 8 de octubre
Hermoso día. Después de almorzar salí con Vernet para el pescadero. Al llegar a la cumbre de una loma me detuve para gozar despacio de las hermosas vistas que se me presentaban. De aquí presenta nuestro establecimiento vista de pueblito. (...)
Sábado 10 de octubre
Tiempo variable. A la tarde me pasee en el jardín, está al cuidado de un alemán que estuvo empleado en la quinta de Holmberg en Bs. Ays, ha sembrado ya muchas semillas de hortalizas y un día de estos lo hará de flores.
Sábado 17 de octubre
Nublado y amenazando lluvia, sin embargo salí hacia la punta de la entrada, de paso vi el cuidado que tenían las familias con sus vacas, todos los días limpian el sitio donde las atan y les hacen cama de paja y para los terneros (...)
Domingo 25 de octubre
Buen tiempo. A las once de la mañana se celebró el casamiento de Antonio y Marta, se juraron eterna fidelidad ante cuatro testigos, y de los Padrinos, que fueron la Ama y uno de los peones, firmaron la contrata y se convinieron en formalizarlo por la Iglesia lo que fueran a Bs. Ays. Los padrinos le dieron convite y baile a la noche (...)
* Julián Axat es escritor y abogado.
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