El tablero de ajedrez mundial

Las piezas se alinean siguiendo los derroteros de la guerra

 

“Nuestra verdadera política es mantenernos alejados de alianzas permanentes en cualquier parte del mundo”. Con estas palabras, George Washington definió un objetivo central de la política exterior norteamericana al finalizar su presidencia en 1797 [1]. Mucho tiempo después, en enero de 1961, otro Presidente, el general Dwight Eisenhower, dejó la función pública advirtiendo al pueblo de Estados Unidos sobre el peligro de la creciente influencia ejercida sobre las políticas del gobierno por parte de un “complejo industrial militar” y una “elite científico-tecnológica”. Las corporaciones productoras de armamentos, los militares, la elite científico-tecnológica, los representantes de los partidos políticos y los lobbistas en el Congreso se habían unificado en torno al interés común de obtener ganancias y poder impulsando negocios vinculados a la guerra. Esto engendró masivos déficits y amenazaba la salud de la economía y el futuro de la democracia [2]. De este modo, Eisenhower desnudó la existencia de una estructura de poder cuyo eje central era la guerra. Con el tiempo, sin embargo, el “complejo industrial militar “y la ‘elite científico-tecnológica” siguieron creciendo, la guerra fue naturalizándose, y los distintos gobiernos que se sucedieron –fuesen republicanos o demócratas– multiplicaron las alianzas militares ofensivas con el fin de mantener y expandir el control norteamericano sobre el mundo. Hoy, la posible integración de Ucrania a la OTAN ha provocado un terremoto político y expone las raíces profundas de una crisis sistémica.

Por los poros de Ucrania brota la crisis de una alianza ofensiva en un contexto de realineamiento de fuerzas a nivel mundial, motivado por la creciente importancia económica y política de Rusia y China en Eurasia, el continente más grande y rico del mundo. Al mismo tiempo, la debacle de Afganistán produjo una pérdida de credibilidad de los militares norteamericanos y dejó abierto el corazón de Eurasia al avance de la influencia rusa y china. Hay, sin embargo, algo más: las turbulencias en torno a Ucrania también exudan los conflictos y la crisis de legitimidad institucional que corroe a las entrañas de la primera potencia mundial. Estas múltiples tensiones se desparraman por el mundo, descascarando a la estructura de poder global y abriendo las puertas a una escalada bélica entre potencias nucleares de consecuencias inimaginables. Así, el problema de Ucrania fusiona conflictos sociales y geopolíticos y al impactar sobre la estructura económica y financiera mundial detona crisis de nueva índole, tanto en el centro como en la periferia del capitalismo monopólico global. Este complejo panorama abre así una ventana a un mundo de luces y sombras, donde nuevos peligros coexisten con renovadas oportunidades de cambio social y geopolítico.

Para el Presidente Vladimir Putin, Ucrania es utilizada por los Estados Unidos para bloquear el desarrollo económico de Rusia, aislarla diplomáticamente y cercarla militarmente. Este gobierno ha desconocido los ejes de un Tratado que le hiciera llegar Rusia, donde definía por escrito las garantías de seguridad nacional reclamadas: “Poner fin a la expansión de la OTAN hacia el Este, rechazo al uso de misiles de alcance estratégico cerca de las fronteras rusas [3] y una vuelta de la OTAN a la infraestructura militar que tenía en 1997” [4].

Nacida en 1949 como una alianza defensiva para limitar la expansión de la Unión Soviética, la OTAN se convirtió en una alianza ofensiva luego de la desintegración soviética. Desconociendo los compromisos verbales hechos a distintos gobiernos rusos por diferentes autoridades norteamericanas y europeas, la OTAN fue expandiéndose hacia el este, absorbiendo a las distintas ex repúblicas soviéticas y llegando a colocar bases militares en países que limitan con Rusia. Esta ofensiva de la OTAN fue oportunamente criticada por George Kennan, autor de la política de contención de la Unión Soviética durante la Guerra Fría, y por varios políticos y funcionarios norteamericanos –incluidos Paul Nitze y Robert McNamara–, quienes en una carta abierta enviada al entonces Presidente Bill Clinton la calificaron de “mal concebida (…) un peligro para la estabilidad política europea (…) Rusia no presenta ningún peligro para sus vecinos” [5]. A pesar de ello, Clinton dio el visto bueno a esta expansión que persiste hasta nuestros días. La duplicidad de esta campaña hacia el este quedó expuesta en las andanzas de Bruce L. Jackson, quien en su carácter de presidente del Comité Norteamericano para la Expansión de la OTAN, de noche agasajaba a senadores, políticos y funcionarios europeos y norteamericanos mientras que de día realizaba negocios como director de Planeamiento Estratégico de Lockheed Martin, la mayor corporación productora de armamentos del mundo [6].

Tiempo después, en 2008, William Burns, el entonces embajador norteamericano en Ucrania, sostuvo que esa expansión “tendrá serias consecuencias para la estabilidad de la región. No sólo Rusia percibe un cerco y esfuerzos por erosionar su influencia (…), sino que también teme por consecuencias impredecibles e incontrolables que afectarán seriamente a su seguridad nacional” [7]. Hoy, Burns es director de la CIA.

Hacia 2013/2014 un golpe de Estado contra el Presidente de Ucrania electo por el pueblo y aliado a Rusia, apoyado por la OTAN, fue seguido por una “revolución de color” que, gestionada abiertamente por altos funcionarios del Departamento de Estado, dio origen a un gobierno nacionalista favorable a los Estados Unidos. Esto llevó a la anexión por parte de Rusia de la península de Crimea, sede de una base naval rusa de importancia estratégica y de una población mayoritariamente rusa. Desde ese entonces, el conflicto militar ha estado latente con enfrentamientos armados en la región del este, donde predomina la población de habla rusa.

 

 

La guerra económica

Rusia anunció recientemente que, de concretarse las sanciones económicas que prepara el gobierno norteamericano, cortará el gas licuado y el petróleo con el que abastece un 40 y un 35%, respectivamente, de la demanda europea. El impacto que esto tendrá sobre la economía global y europea no pasó desapercibido. La semana pasada, el Primer Ministro de Hungría –miembro de la OTAN– viajó a Moscú y luego de entrevistarse con Putin y el canciller ruso anunció un acuerdo de abastecimiento de gas natural licuado ruso a Hungría hasta 2036 a un precio cinco veces inferior al que Rusia envía a Europa. En contrapartida, Hungría podría ejercer su derecho al veto, obstaculizando la política expansiva de la OTAN [8]. Este incidente muestra que “ya no vivimos en el viejo orden liberal, donde las reglas podían ser impuestas y las violaciones sancionadas. Hoy vivimos en un orden nuevo, donde el poder debe ser balanceado con poder” [9] y la confrontación puede culminar en acciones bélicas.

 

El Primer Ministro de Hungría, Viktor Orban, se reunió con Putin el pasado martes.

 

 

Esta tensión ha contribuido a detonar la disparada de los precios de los combustibles, fenómeno que ya impacta sobre la economía internacional, en momentos en que las reservas estratégicas de combustibles norteamericanos están en sus niveles más bajos desde 2002 [10]. Los vientos de la guerra alimentan la resistencia de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) a la presión norteamericana para que aumenten su producción energética. Paralelamente, el gobierno de Joe Biden busca suplir las exportaciones rusas de gas licuado y petróleo a Europa con exportaciones provenientes de Qatar. A cambio de ello, esta semana prometió elevar el status militar de Qatar, considerándolo uno de los principales aliados norteamericanos “no perteneciente a la OTAN”. Esto daría “garantías a Qatar de cooperación militar dentro de la OTAN” y acceso a una esfera selecta del mercado de armamentos y de equipos militares norteamericano, con precios y condiciones especiales. Al mismo tiempo, cautiva a un poderoso mercado para la industria de armamentos de los Estados Unidos [11].

Así, en el tablero de ajedrez mundial, las piezas se alinean siguiendo los derroteros de la guerra y el conflicto con Ucrania empieza a profundizar la volatilidad financiera desatada ante la decisión de la Reserva Federal de aumentar las tasas de interés para combatir a la inflación. Por primera vez desde la crisis financiera de 2008, las acciones de las grandes corporaciones tecnológicas son ahora seriamente afectadas en su valor. El índice Nasdaq, con peso preponderante de estas acciones, cayó un 19% desde noviembre del año pasado. En estas circunstancias, Meta –ex Facebook– pasa a sintetizar las turbulencias profundas que hoy agitan a las finanzas y se derivan de la intensa disputa entre corporaciones tecnológicas por apropiarse de porciones mayores de los mercados y de la pugna entre estas corporaciones tecnológicas, la Reserva Federal y los grandes bancos que, como hemos visto en otras notas, luchan por apropiar mayores rentas financieras y controlar la emisión de monedas.

Esta semana las acciones de Meta perdieron en un día el 26% de su valor: más de 250.000 millones ( 250 billions) de dólares, la mayor caída en el valor de mercado de una corporación en la historia norteamericana. La competencia con otras corporaciones, y especialmente con TikTok y Apple, explican la pérdida de usuarios y de ganancias que llevaron a esta debacle. A esto se suma otro golpe mayor: la liquidación de su proyecto de emitir una criptomoneda referenciada al dólar (stablecoin): el Diem USD. Como se recordará, este fue el segundo intento de Facebook que fracasa. El anterior, la emisión de la Libra –una criptomoneda referenciada a una canasta de monedas– no pudo resistir la oposición de los bancos centrales de varios países. Ahora, un organismo, la SEC (Securities and Exchange Commission) logró ganar la batalla por el control de las criptomonedas y eliminó a Diem. En su lugar, Silvergate, el banco originalmente encargado de emitir al Diem, será ahora el que lo hará con la tecnología comprada a Facebook [12].

En paralelo, la Reserva Federal publicó un documento con precisiones sobre la posible emisión de un dólar digital (Central Bank digital dólar, CBDC) en reemplazo del dólar papel. Allí explicita que el dólar digital podrá proteger al sistema financiero, asegurando la permanencia de su rol como moneda de reserva internacional. Asimismo, admite que, si bien el CBDC agilizará las transacciones financieras e incluirá financieramente, también podría tener efectos negativos. En ese sentido, menciona especialmente la pérdida de depósitos del sistema bancario y las corridas bancarias, que podrían tornarse más severas. Por último, señala que la falta de acción y la pérdida de tiempo en relación con la emisión del dólar digital pueden erosionar la supremacía de los Estados Unidos en el mercado financiero internacional [13] e ignora las críticas al enorme poder de control que la Reserva tendrá sobre todas las transacciones y depósitos individuales una vez que emita al CBDC.

Así, la crisis de Ucrania puede llegar a tener gran impacto económico y financiero. No sólo agudizaría la inflación internacional y los riesgos de implosión financiera, sino que acelera los tiempos para la emisión del CBDC. Esto último provocará la resistencia de los bancos a los cambios en su organización tradicional, sumando más conflictos al escenario internacional.

 

 

Argentina y el mito de Sísifo

Cuenta la leyenda griega que Sísifo, el más sabio y astuto de los mortales, se atrevió a desafiar a los dioses y a la muerte, siendo castigado con la ceguera y condenado por toda la eternidad a empujar una enorme roca hasta la cima de una montaña. Llegado a este punto, la roca rodaba cuesta abajo y obligaba a Sísifo a recomenzar la tarea. Este enorme esfuerzo sin propósito racional, repetido una y otra vez a sabiendas de que deberá empezar de nuevo, ha sido desde entonces metáfora de una existencia sin esperanza. En los tiempos que corren, expresa el drama del endeudamiento ilimitado: la usura que condena a los países pobres al sometimiento de por vida a la magia del interés compuesto y a la angurria de los acreedores y de los organismos internacionales que los representan.

Tiene razón Máximo Kirchner cuando dice que este acuerdo no es el resultado de una negociación ni trae beneficios para el país. En su lugar, lo hunde aún más en el abismo del endeudamiento ilimitado: se tomará una deuda equivalente a la cifra astronómica otorgada a Mauricio Macri para repagar ese disparate en dos años y luego, concretado el cambio de gobierno, volver a tomar más deuda para repagar el disparate del financiamiento de la deuda inicial. En los años que vienen tendremos el aliento del FMI en la nuca, marcando el paso y amenazando con el riesgo del default inmediato si no se hace lo que se ordena. Esto último está por ahora sumido en las tinieblas de la confusión e indefinición en niveles técnicos insospechados: no sabemos si los DEG (Derechos Especiales de Giro) que entrarán podrán o no constituir las reservas internacionales del país; también se desconoce si se fija el monto del financiamiento del BCRA en términos nominales o en porcentaje del PBI, en cuyo caso, con una inflación imparable, permitiría ocultar un nuevo ajuste en un área crucial para las políticas del país, y así sucesivamente. Los responsables de este “entendimiento previo al acuerdo,” lo maquillan constantemente y no se dan cuenta de que así pierden un arma fundamental: la legitimidad de la palabra. Mientras tanto, el FMI no pierde el tiempo y bajo el lema de que “esta es la única alternativa ante la nada” introducen nuevas condiciones: ahora se aclara que “para refinanciar se deberán hacer modificaciones en la recaudación y en el gasto público”, que se habían estipulado en el “entendimiento previo”.

 

El drama del endeudamiento ilimitado.

 

 

El acuerdo potencia la dolarización de la economía y, por ende, la dependencia creciente de las decisiones de la Reserva Federal. La Argentina tiene recursos naturales y produce bienes de importancia estratégica que hoy están en el centro de la disputa política internacional. Sin embargo, el modelo de expansión económica de tipo extractivo que promociona el gobierno, con el aval del FMI, agudizará los problemas energéticos del mercado interno y el peso de las tarifas sobre la población, mientras las grandes corporaciones energéticas se llevarán, a través de distintos mecanismos, las riquezas del país. El viaje del Presidente Alberto Fernández a Rusia y a China en busca de inversiones y financiamiento ocurre en un momento de alta tensión geopolítica y es probable que el FMI, a instancias de los Estados Unidos, presione para que el país limite o termine su relación con esas dos potencias.

Los tiempos que vienen constituyen un desafío que sólo empezará a resolverse cuando, acumulando fuerza y movilizando de abajo hacia arriba, se combata a la inflación y a la corrida cambiaria, se expliquen las limitaciones de este acuerdo y se propongan políticas para reactivar al mercado interno, crear trabajo e incluir socialmente.

 

 

[1] ourdocuments.gov.
[2] ourdocuments.gov.
[3] Estos misiles son armas que pueden destruir ciudades.
[4] sputniknews.com, 01/02/2022.
[5] armscontrol.org, 26/05/1997.
[6] zerohedge.com, 03/02/2022.
[7] Cable 08MOSCOW265 A-wikileaks, wikileaks.org.
[8] zerohedge.com, 02/02/2022.
[9] Bruno Maçães, time.com, 27/01/2022.
[10] zerohedge.com, 02/02/2022.
[11] zerohedge.com, 02/02/2022.
[12] zerohedge.com, 03/02/2022.
[13] zerohedge.com, 20/01/2022.

 

 

 

 

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