El suicidio del pensamiento

Cristianos católicos, cristianos evangélicos, judíos…

 

Empiezo pidiendo perdón a otros grupos religiosos no incluidos en la bajada de la nota; se debe solamente a mi ignorancia. Imagino que los habrá también… creo que los habrá, pero por desconocimiento no me atrevo a señalarlo.

Me refiero a que hay judíos, católico romanos y evangélicos que apoyan a Javier Milei, y hay judíos, católico romanos y evangélicos que se oponen a él con todas sus fuerzas. Y puesto que la razón esgrimida en ambos casos es religiosa, obviamente algo hay que analizar. ¿Cómo es posible que con argumentación religiosa haya sectores de una misma confesión que defienden vehementemente y otros que detestan visceralmente? Y, sospecho, además, que el planteo trasciende lo religioso y puede internarse en otras disciplinas como la política, la economía, las ciencias sociales, etc. Ahora bien, los textos –especialmente los tenidos por “sagrados”– ¿pueden leerse según le place al lector?

Es el momento del fundamentalismo. Por fundamentalismo se entiende la lectura de los textos “al pie de la letra”: “Lo que dice, ¡así es!”, sin ninguna interpretación de qué quiere decir el autor o autora, cuál es el contexto histórico, político, social, cultural, etc., de quienes son destinatarios o destinatarias, qué género escoge quien escribe para comunicar algo, etc. Para ejemplificar esto de un modo fácilmente comprensible, notemos el uso de la ironía. Si yo dijera, por caso, “nuestro gran amigo, el neoliberalismo”, debería resultar evidente para los lectores que el neoliberalismo no es ni remotamente amigo, sino todo lo contrario: se trata del enemigo de la vida, enemigo de la Justicia, enemigo del bienestar de todas y todos, en especial de los pobres. Pero, “a la letra” es evidente que dije “nuestro gran amigo”. Y un lector desprevenido (o mal intencionado, acaso) puede decir que nuestras relaciones con el neoliberalismo son de “amistad”. Hace falta conocer al autor (en este caso un adversario del neoliberalismo), los destinatarios (un grupo que se ve o vería perjudicado por este) y, además, saber que el género es irónico. Con los textos sagrados ocurre lo mismo (y repito que, aunque lo sospecho, no me atrevo a hablar de otros además de los mencionados). Se trata de textos escritos por autores, dirigidos a comunidades en situaciones concretas. Para los creyentes, es en ese autor, esa intencionalidad “estratégica”, ese género literario escogido, a esa comunidad en la que todo texto “DEBE SER INTERPRETADO”. Es decir, la lectura “al pie de la letra” (= fundamentalista) la deforma, la seca, la anula. Y nos deforma, seca y anula.

Y, creo que es evidente, en los apoyos o cuestionamientos arriba mencionados se trata claramente de fundamentalismo. Cualquier lectura situada de los textos de lo que solemos llamar Antiguo Testamento, por ejemplo, que es lo que nos une a evangélicos, católico romanos y judíos, deja bien en claro, por ejemplo, que el individualismo es aberrante, que no se puede ser sin otros y otras, que la justicia es constitutiva de nuestras creencias, que la propiedad privada es ciertamente relativa, etc.

Como dije, este fundamentalismo trasciende las fronteras de los textos religiosos y se adentra en lo político, económico, etc. Pero parece más que evidente que esta lectura es siempre “más fácil”: se lee, ¡se obedece! ¡Nada hay que pensar! Menos aún que debatir, cuestionar, preguntar, analizar.

Una lectura fundamentalista de los textos sagrados lleva a la obediencia ¡y listo! Mientras que una lectura “crítica” (los católico-romanos, concretamente, sabemos que esta lectura crítica es la lectura “correcta” [= ortodoxa] de la Biblia, mientras que al fundamentalismo lo llama “suicidio del pensamiento”) nos invita a pensar, debatir, analizar.

Y, obviamente, además, una lectura de tal modo nos invita a preguntarnos: ¿Cómo es ese Dios que solo quiere ser obedecido, aunque nos duela, nos cueste o nos mate? ¿Cómo es ese Dios (o dios, preferentemente) que no quiere que pensemos, que seamos felices, sino que, en el altar de la supuesta “obediencia”, nos hace elegir al torturador, al que nos aniquilará, o al león que devorará al rebaño? Evidentemente, en ese dios, sí que ¡yo no creo!

 

 

 

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