Con el argumento nada original de que la salida de la mala hora argentina es por el lado de las exportaciones, una curiosa ilusión en un mundo de corriente cínicamente proteccionista que desde Trump y ahora con pandemia mediante ya muestra su torvo rostro sin careta y con antifaz, es un manera de eludir pronunciarse sobre el ningún interés que les representa el proceso de sustitución de importaciones, que es en los hechos donde se juegan a suerte y verdad las posibilidades del desarrollo nacional, porque si hay alguna cosa que el país debe conquistar es su mercado interno. En verdad, la ilusión es desagradablemente conservadora y reaccionaria, pues el hincapié en las exportaciones viene adosado con la monserga de la competitividad, lo que implica mantener los ingresos populares por el piso para siempre, de lo contrario se la pierde.
El cuento de que el aumento de la productividad redundaría en mayores ingresos, es eso: un cuento. No hay ninguna cosa que ligue automáticamente aumentos de productividad con aumento de salarios. O sí, una: la teoría neoclásica, pero está edificada sobre una lógica inconsistente. Además, primero deberían probar que en el reino de la pobreza es factible aumentar la productividad a la altura de las circunstancias, cosa que nunca ha sucedido porque no puede suceder mientras el sudor sea más barato que los lubricantes para máquinas. En esa completa descolgada utopía reaccionaria, el papel que se reserva la política es el de asistir a los pobres de un país pobre.
En reversa, la conquista del mercado interno a través de la sustitución de importaciones conlleva ir subiendo necesariamente los ingresos populares, una decisión política, porque de no hacerlo se frenan las inversiones al no encontrar las oportunidades que sea abren únicamente en los mercados en expansión. Para acelerar el proceso es ineludible contar con inversión externa. Sobre esta última cuestión no conviene bajar la guardia en razón de que no son pocos los que se resignan a las ilusiones de la salida exportadora a fin de esquivarle al bulto de la inversión externa porque, según dicen, la extranjerización es tóxica.
Incluso, tampoco conviene bajar la guardia por razones históricas que merecen ser tenidas en cuenta con sentido autocrítico para el mejor interés del movimiento nacional. Hubo una época en que acelerar la salida del pantano de los menos favorecidos no era un tema que conmoviera a los que recusaban a la inversión externa, esgrimiendo que el ahorro interno era suficiente para financiar el salto adelante, aunque de mínima —y en el mejor de los casos— se tardara el doble o triple en alcanzar los mismos resultados. Al dislate se lo mantenía sin advertir que no era una cuestión macroeconómica sino que atenía al ámbito microeconómico, dado que el capital es un fondo de valor que se articula alrededor de una tecnología para ganar plata. En términos prácticos: para fabricar autos o cualquier otra cosa, hay que saber cómo se procede y tener el suficiente capital para hacerlo, ambas cosas teniendo como parámetro al costo promedio global. Esa masa condensada se diluye en el mar del ahorro pero solo como contabilidad, no como realidad práctica operativa, donde conserva toda su capacidad.
Desde otro ángulo para lo mismo, la explicación de la suficiencia del ahorro interno era del tipo ex post al solo efecto, es decir después de que se contabilizan los hechos que abarcaban la inversión externa. Nunca se preocuparon de dar cuenta ex ante, esto es: qué pasaría si no hubiera inversión externa, de las consecuencias de su gambito. No era por distraídos, sino porque su norte era el de darle un marco de circunspección a la demanda de cuantiosos subsidio. Para lograr la consolidación que buscaban, esos conglomerados o bien negociaban con los trabajadores organizados o patológicamente trataban de mejorar sus costos bajando los salarios y más que compensando esa falta de mercado con los subsidios estatales.
El dudoso nacionalismo del argumento contra las multinacionales se imponía para hacer necesario lo segundo, porque en el primer caso hubieran tenido que asumir el riesgo de competir y volverse racionales acordando con los trabajadores. Para evitar el mal trago contaban, además, con los militares dispuestos a defender los valores de Occidente, los que cotizaban en Wall Street, pero esto no era advertido por los polemarcas. Las consecuencias prácticas de este comportamiento asumido por el conjunto de la dirigencia política argentina con más peso en la decisión no podrían haber sido más irónicas. Como el nivel de los salarios se forma fronteras adentro y la ganancia en el ámbito mundial, haber estropeado los primeros llevó a expatriarse a los númenes de la otrora acumulación nacional.
Procónsul
En este ir y venir de opiniones encontradas siempre se hace presente aquella que directamente niega la factibilidad de la sustitución de importaciones por diversos motivos. Uno de ellos sostiene que las propias relaciones de fuerza operantes a escala global vuelven imposible encarar la sustitución de importaciones, porque mal predispone a las multinacionales. Entonces sería caer en una inconsecuencia tratar de conseguir inversión externa cuando la misma acción deliberada de sustituir impele a la salida de las existentes. Es menester, por lo tanto, echarle una ojeada a algunos eventos en el escenario internacional que contengan estos ingrediente en función de identificar sus repercusiones sobre las perspectivas de la inversión externa en la Argentina. A poco de escarbar en la batalla del cierre de los consulados entre chinos y norteamericanos, se reúnen los requisitos para el análisis que lleve a avizorar qué tan factible o no resulta la búsqueda de inversión externa a efectos de impulsar la sustitución de importaciones.
A principios de la cuarta semana de julio, el gobierno de Estados Unidos ordenó cerrar el consulado de China en Houston. Como es de práctica en la diplomacia cuando se toman este tipo de decisiones, les dio 72 horas a los funcionarios para salir del país, sin necesidad de enunciar formalmente la causa. En el plano de los rumores se invocaron episodios de espionaje y robo de propiedad intelectual. China tiene consulados en Nueva York, Chicago, Los Angeles y San Francisco. En represalia, los chinos unos días después ordenaron cerrar el consulado norteamericano en Chengdu. Los Estados Unidos tienen consulados además en Shenyang, Shanghái, Wuhan, y Guangzhou. Algunos análisis destacaron que si era por jerarquía deberían haber cerrado el de San Francisco y que por lo tanto se constituyó en un hecho simbólico en la disputa que Trump mantiene con China. Dedujeron que ese fue el móvil que llevó a responder a los chinos con una medida de igual tenor, puesto que el principal consulado es el de Guangzhou, uno de los mayores centros de visas de los Estados Unidos en todo el mundo.
Lo que no se tuvo para nada en cuenta es la información aportada por el ensayo Hidden Hand (Mano Oculta), de Clive Hamilton y Mareike Ohlberg, cuyo subtítulo es: “Exponiendo cómo el Partido Comunista chino está remodelando el mundo” y que según el sitio Axios (14/07/2020) documenta con notables pormenores la influencia de China en América del Norte y Europa. El ensayo se centra en describir cómo el Partido Comunista chino coopta a la élite en las sociedades democráticas. El creciente escrutinio de los lazos de China con las principales figuras empresariales y políticas en los Estados Unidos hace que escale a mucha altura el riesgo de elogiar abiertamente a Beijing.
Es de destacar la descripción que se hace en Hidden Hand de los vínculos de Neil Bush con China. Neil Bush es el tercer hijo de George H. W. Bush. Preside sin responsabilidades administrativas la empresa inmobiliaria SingHaiyi, cuyos dueños son la pareja china formada por Gordon Tang y Huaidan Chen. En 2016 Tang y Chen donaron 1 millón 300.000 dólares a la campaña presidencial de Jeb Bush, hermano de Neil y del ex Presidente George W. La campaña presidencial de Jeb Bush fue multada por recibir una donación ilegal de una empresa china en la cual su hermano Neil estaba en el consejo directivo. La democracia al estilo estadounidense "no funcionaría para China" y sería "desestabilizadora", dijo Neil Bush en un foro de julio de 2019 en Hong Kong. En otro, de diciembre de 2019, organizado por el gobierno chino en Guangzhou, Bush dijo en una entrevista con la emisora estatal china CGTN que "un país dos sistemas" funcionaba "muy bien" en Hong Kong y que la "influencia externa" estaba motivando a los manifestantes.
En 2017 constituyó la Fundación George H.W. Bush para las relaciones China-Estados Unidos, cuya sede casualmente está en Houston. La Fundación Bush trabaja en estrecha colaboración con varias organizaciones que están directamente vinculadas con el Partido Comunista Chino. Un miembro de la junta de la Fundación Bush, Florence Fang, fundó en California una filial de una organización con sede supervisada directamente por el sector interno del partido Comunista chino que lo controla, consigna la investigación de Hamilton y Ohlberg.
Bajo estas circunstancias y si lo de Bush es un botón de muestra, el cierre del consulado chino en Houston de simbólico tiene poco, si por simbólico se quiere significar un hecho político destinado a impactar en las elecciones presidenciales que deberían tener lugar en menos de cien días, sin mayores consecuencias que las de un fuego de artificio. Máxime cuando la otra vertiente de la interna republicana expresada por Arthur Herman (WSJ, 19/07/2020) del muy conservador Hudson Institute (que fuera fundado y hecho conocido por el emblemático Herman Kahn) advierte que “la economía estadounidense está en una doble situación. Por un lado, Covid-19 ha hecho necesario reducir la dependencia estadounidense de la economía de China, y de las importaciones de manufactura china en particular. La alarma sobre el dominio de China sobre el acceso de Estados Unidos a importantes productos farmacéuticos y para el cuidado de la salud, como los ventiladores, es solo la vanguardia de esta preocupación. De acuerdo con Los Angeles Times, hay no menos de 62 proyectos de ley pendientes en el Congreso para alterar un aspecto u otro de nuestra relación económica con China”.
Houston, tenemos más de un problema
Al historiador Adam Tooze un análisis de cuatro recientes ensayos sobre la relación chino- norteamericana publicado en la London Review of Books (30/07/2020) titulado sugerentemente Whose century? (¿El Siglo de Quién?) lo incita a afirmar que la salida del impasse global “no puede ser solo una cuestión de comercio. No hay reversión hacia la década de 1990, cuando el crecimiento económico bajo el signo de la hegemonía de los Estados Unidos podría tratarse como geopolíticamente neutral. Eso se fue, junto con la unipolaridad. En cambio hemos aprendido, o reaprendimos, que el crecimiento económico y el comercio determinan el equilibrio de poder y generan tensiones que finalmente requieren una resolución política internacional. La nueva distensión debe, por lo tanto, abordar directamente los problemas de geopolítica y seguridad”.
Entiende que hay que ir más allá de todo esto dado que “en la década de 1970, fue la amenaza existencial planteada por las armas nucleares lo que finalmente condujo a la distensión. En el siglo XXI nos enfrentamos al desafío existencial del Antropoceno. Covid-19 es la primera crisis integral de esta nueva era. A pesar de las numerosas advertencias, nos ha tomado por sorpresa, y el veredicto que ha emitido sobre las capacidades gubernamentales de Europa y Estados Unidos es desalentador. Mientras tanto, la crisis climática se avecina”. Y se ve obligado a aclarar para que no se imante la brújula, que “China, bajo el control del PCCh, está de hecho involucrada en un experimento social y político gigantesco y novedoso que enrola a una sexta parte de la humanidad, un proyecto histórico que eclipsa al del capitalismo democrático en el Atlántico Norte”.
La caracterización induce a Tooze a reflexionar que “con buenas razones, los Estados Unidos está preocupado actualmente por el legado de la jerarquía racial y el último medio siglo de creciente desigualdad. Pero a medida que se enfrenta al desafío de la reconstrucción interna, su clase política se enfrenta a otra pregunta. ¿Puede generar una negociación política interna para que los Estados Unidos se conviertan en lo que no es actualmente: un socio competente y cooperativo en la gestión de los riesgos colectivos del Antropoceno? Esto es lo que prometió el New Deal Verde. Después del shock de Covid-19, es más urgente que nunca”.
La política exterior argentina debe articular su comportamiento sobre la base de acuñar las muy diferentes respuestas que demandan uno u otro escenario. Equilibrio tan difícil como posible. Eso permitirá encuadrar la renegociación de la deuda en aras de impulsar el proceso de sustitución de importaciones para lo cual necesita adicionar inversión externa. Si el país se hace falsas ilusiones con la salida exportadora, le va a pasar lo mismo que a los animales que se cruzan con los automóviles en las rutas desoladas. Paralizado por las luces, corre el albur de ser llevado por delante por las tendencias profundas del proceso de acumulación mundial.
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