El sueño del ajuste eterno
Historia y repetición
En julio del 2001, el Presidente Fernando De la Rúa advirtió con tono viril y por cadena nacional que el ajuste no era negociable: “Mi plan es el déficit cero. Este plan de ahorro es la única salida”.
Con humor involuntario negó primero que el plan ideado por el superministro Domingo Cavallo fuera un ajuste (se trataría, en realidad, de “distribuir lo que tenemos con equidad”), para luego aclarar que ese ajuste sería pagado por “la política”. Al parecer, la política —como la casta— está conformada principalmente por los jubilados y los asalariados del sector público, ya que esos sectores fueron los que padecieron el descuento del 13% decidido por Cavallo.
Seis meses después, De la Rúa escapaba en helicóptero luego de pedirle la renuncia al superministro, dejando un país en llamas y un tendal de muertos.
En noviembre del 2018, durante una disertación en la Comisión Nacional de Valores (CNV), el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, afirmó que “nunca se hizo un ajuste de esta magnitud sin que caiga el gobierno” Por si quedara alguna duda sobre el optimismo desbordante del funcionario, concluyó: “Les digo a los inversores que se queden tranquilos. Cambiemos va a ganar las elecciones (de 2019)”.
El año anterior, el gobierno de Cambiemos había ganado las elecciones legislativas. La victoria del oficialismo en las elecciones de medio término no es un hecho infrecuente en nuestro país, pero fue presentado como un momento bisagra de nuestra historia. Eduardo Fidanza, en pleno trance, describió a Macri como “un líder de otra galaxia que constituye una completa novedad (…) está en la nómina selecta que inició Yrigoyen, y continuaron Perón, Alfonsín, Menem y los Kirchner en el último siglo”. El director de la consultora Poliarquía consideraba: “Su estética new age rompe los moldes formales del hombre público” y concluía, ya en pleno frenesí, que “si hubiera que arriesgar podría conjeturarse [que] se parece más a Perón que los otros”.
La derrota de CFK en la provincia de Buenos Aires frente a la lista encabezada por un candidato mediocre como el ministro de Educación Esteban Bullrich también inspiró a algunos medios, que diagnosticaron un nuevo fin del kirchnerismo e incluso del peronismo. Un reconocido portal destacó la “noche negra” de CFK: “Hay algunos datos de color que marcan claramente su retroceso en la percepción popular”.
Apenas dos meses después de esa victoria de otra galaxia, el gobierno de Cambiemos decidió avanzar con la anunciada reforma previsional y consiguió imponerla en el Congreso. Fue un día de ruido y furia dentro y fuera del Palacio. Durante seis horas, la ya por entonces Ministra Pum Pum lanzó a las fuerzas de seguridad con balas de goma y gases sobre los manifestantes. La diputada Mayra Mendoza recibió gas pimienta en la cara, arrojado por un miembro de la Policía Federal, mientras otros uniformados disparaban a quemarropa con postas antidisturbios contra los manifestantes o simples transeúntes. Fue la famosa noche de las catorce toneladas de piedras, letanía repetida tanto por el oficialismo como por sus satélites mediáticos. Un hecho imaginario que apuntaba tal vez a probar el buen estado físico de los jubilados.
Esa victoria tan esperada fue, sin embargo, el principio del fin. Luego vendría la debacle financiera, cuando los famosos mercados frenaron el grifo de dólares y Luis Caputo —el Toto de la Champions que ya descollaba en aquel gobierno— tuvo que implorar la ayuda del Fondo Monetario Internacional (FMI) para salvar a socios y mandantes: se habían metido en la bicicleta financiera en pesos y exigían salir con dólares.
En 2019, Macri perdía la reelección en primera vuelta.
En la carta que publicó unos días después de las PASO del 2021, la entonces Vicepresidenta CFK criticó la política de “ajuste fiscal” del ministro de Economía, Martín Guzmán. Afirmó haberle advertido al Presidente que esa política “impactaría negativamente en la actividad económica y, por lo tanto, en el conjunto de la sociedad y que, indudablemente, iba a tener consecuencias electorales”. Guzmán respondió que, en realidad, no se trataba de “ajuste fiscal”, sino de “reducción del déficit fiscal”. Tal vez inspirado por De la Rúa, el funcionario planteaba así un sutil debate terminológico, casi una discusión talmúdica. En realidad, la crítica de CFK señalaba las continuidades de la política económica con respecto al gobierno anterior y la cristalización del ajuste de sueldos y jubilaciones impulsado por Macri.
Dos años después, el Presidente Alberto Fernández desistía de presentarse a la reelección y Sergio Massa, candidato de Unión por la Patria, perdía en segunda vuelta contra el candidato de La Libertad Avanza, quien recibió el apoyo de Juntos por el Cambio, que quedó fuera del balotaje.
En abril de este año, el Presidente de los Pies de Ninfa aseguró haber llevado a cabo “el ajuste más grande de la humanidad”, aún mayor al realizado en 2016 y que, según Dujovne, en otra época hubiera hecho caer al gobierno.
Esta semana asistimos a un espectáculo que nos hizo recordar la votación de la reforma previsional de Cambiemos en diciembre del 2017. En efecto, el oficialismo logró frenar en Diputados el intento opositor para insistir con el modesto aumento de las jubilaciones, poniendo así un freno a los “degenerados fiscales”. El gobierno festejó exultante junto a sus satélites mediáticos, trató de héroes a los diputados saltimbanquis que cambiaron su voto y, como ya es costumbre, culpó a los manifestantes que marcharon en contra del veto por los palazos y gases que recibieron de la Policía Federal. Una burda operación del Ministerio de Seguridad para ocultar que entre los gaseados se encontraba una nena de diez años enfureció a algunos periodistas serios. Es comprensible: esos satélites mediáticos prefieren estar al tanto de las operaciones que difunden.
La semana, sin embargo, no terminó bien para La Libertad Avanza: el Senado convirtió en ley el financiamiento universitario y anuló el DNU que aumentó los fondos reservados de la SIDE. Algo empieza a fallar en la maquinaria oficialista.
Ocurre que, para nuestra derecha, hoy extrema derecha, el ajuste pasó de ser un instrumento que se imponía invocando futuros tan venturosos como lejanos, a ser un fin en sí mismo. Vemos gobernantes que se vanaglorian por recortar siempre más, ya sean medicamentos, tratamientos oncológicos, salarios, ayuda social, jubilaciones, obra pública o inversión en ciencia y educación. Más allá de las victorias pasajeras que se sueñan eternas, no es un modelo sustentable: el ajuste permanente es un castigo hacia las mayorías que impacta negativamente en la actividad económica. Requiere tanto de satélites mediáticos cada vez más exigidos en la elaboración de una realidad paralela como de una cantidad creciente de palos y gases, incluso contra nenas de diez años.
No podemos esperar que los entusiastas de la motosierra conozcan nuestra historia, es claro que la ignoran: basta escucharlos reivindicar a Julio A. Roca o a Domingo F. Sarmiento y a la vez prometer destruir el Estado; pero sería aconsejable que intenten desasnarse sobre nuestra historia reciente, que ilustra el fracaso inexorable del ajuste como modelo.
Si no leen libros, que al menos lean diarios.
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