En debate con las concepciones marxistas más rígidas, que sostenían una primacía de la capacidad determinativa de la economía sobre la política, Max Weber –uno de los padres de la sociología— argumentaba con mayor amplitud. Sostenía que la economía tenía cierta capacidad para condicionar la política, no para determinarla. Pero admitía también, a la inversa, que la política era capaz de incidir sobre la economía. Curiosamente y para mal de la Argentina ambas cosas han sucedido durante la presidencia de Mauricio Macri, en el corto lapso de tres años y medio. Una verdadera hazaña.
A comienzos de su mandato, guiado por una mezcla de neoliberalismo económico mixturado con un avieso liberalismo político que entremezcló con remanentes del “patria-contratismo” mamado de su padre y malas prácticas “mesa-dineristas” de amigos y entenados convertidos en funcionarios, condujo al país a una catástrofe económico-financiera que bien puede parangonarse con la impulsada por Miguel Juárez Celman, hacia finales de los '80 del siglo XIX. En este primer período la política macrista –si se puede decir así de la improvisación y la chapucería que la habitó— condicionó a la economía nacional llevándola a la ruina.
No satisfecho con esto y gobernado por una supina necedad, un Macri casi autista —que prefirió ignorar la punzante herida que su debacle económica había causado en amplios y diversos sectores de la sociedad— se precipitó al barranco electoral. La economía tomó así su revancha y contribuyó generosamente a su rotundo fracaso político. Los resultados de las recientes PASO lo demuestran palmariamente.
El Frente de Tod☼s obtuvo el 49,2% de los votos a nivel presidencial contra el 33,1% de los cambiemitas; se impuso en 22 de los 24 distritos electorales. En 14 distritos pasó del 50%; en 6 distritos superó el 45% y en 2 más del 40%. Sólo perdió en Córdoba y la CABA. Y superó a Juntos por el Cambio en decenas de gobiernos municipales del país. En pocas palabras: fue una soberana paliza.
Dicho esto, debe reconocerse también el notorio acierto político del peronismo tanto en la lectura y manejo de la coyuntura electoral, como en el cálculo de lo que se nos viene encima a corto y mediano plazo. En lo inmediato pesará la catástrofe económica que dejará Macri, que incluye un pesado –e inútil— componente de deuda externa. Y en el mediano, sobre todo las acechanzas de un mundo desorbitado y cada vez más peligroso.
Relacionado con lo anterior, debe destacarse, en primer lugar, el desprendimiento de Cristina Kirchner, su acertada decisión de dar un paso al costado para postular a Alberto Fernández y capacidad y empeño por reunificar al movimiento peronista y fortalecer la unidad nacional, que serán cruciales en los tiempos por venir. Todo esto no se expresó sólo en referencias y recomendaciones, sino que se plasmó también en el terreno práctico/organizativo: buscó alianzas, estimuló convergencias y hasta hizo levantar candidaturas en diversos distritos, en favor de aquella unidad. En segundo lugar, merece señalarse la perseverancia de Alberto Fernández, su tenacidad, su paciencia componedora, su lucidez para leer el momento y su capacidad para instalarse como candidato en un plazo corto y ponerse al frente de una movida que parece contener la promesa de un resurgimiento. Y en tercer lugar debe mencionarse la buena voluntad y predisposición del Partido Justicialista Nacional, de los gobernadores y peronismos provinciales –malgré la destacada ausencia de Juan Schiaretti— de las y los intendentes, de dirigentes sindicales y de los movimientos sociales, de empresarios grandes, medianos y pequeños, del mundo universitario, científico-tecnológico, de la cultura y de la educación, de las y los jóvenes y de la gente de a pie en general.
El peronismo ha sabido forjar en la oposición –es decir, no siendo oficialismo— una unidad parecida a la que se extravió en la fatídica controversia desencadenada en 2008 por la Resolución 125 y las retenciones móviles a la soja, al trigo y al maíz. Ha conseguido con ella un primer éxito auspicioso, que deberá revalidar el 27 de octubre próximo. Deberá abonar y cuidar esa unidad, que no tiene precio. No cotiza en bolsa (como podrían creer Macri y sus acólitos). Pero vale oro.
Macri, en cambio, derrapó feo. En su primera conferencia de prensa, en lugar de hacerle frente a su derrota se lanzó desaforado a echar culpas sobre “el kirchnerismo”, en quien resumió, grosero, el complejo colectivo peronista y no peronista que se aglutinó en el Frente de Tod☼s. Lo ninguneó. Vociferó –entre otras sandeces— que el mundo no apreciaba a su rival y que este debería hacer una autocrítica; también dijo que él no se podía hacer cargo del comportamiento de los mercados que desconfiaban de aquel o directamente no lo querían. Cargó así las tintas exclusivamente sobre su adversario e incluso sobre los que votaron al binomio Fernández, a quienes de hecho descalificó por haberse inclinado por esa opción. Y, detalle no menor, no felicitó a los ganadores: simplemente los desdeñó.
Eludió asimismo toda consideración autocrítica respecto a su gestión: no dijo sobre esto ni una palabra.
Después de escuchar la crítica de sus adláteres y de periodistas afines que registraron sus desmesuras, grabó un mensaje que se difundió por los medios el miércoles 14 de agosto. El tono fue más moderado pero la cantinela fue la misma. No hubo referencias a su responsabilidad frente al fracaso, lanzó algunos estiletazos referidos a la relación entre el mundo y el kirchnerismo y pidió disculpas por su comportamiento en la conferencia de prensa. Arguyó que no había dormido bien y que estaba triste. ¡Y eso fue todo! No hubo en todo su speech ni una pizca de arrepentimiento, sencillamente porque no lo hay. Lo que, en rigor, expresa una disimulada falsía de tono mayor.
Mencionó también la puesta en práctica de unas “medidas de alivio” —las llamó— y describió algunas de ellas. Y cerró de una manera más que bizarra. Dijo: “Hay que salir de esta, como salimos muchas veces –y repitió—, como salimos muchas veces”. ¿Qué habrá querido decir con “esta” y qué con “muchas veces”? En cualquier caso, vale consignar que es difícil imaginar a qué salida se habría referido, sin contar con una sola alusión suya a cómo había metido la país en semejante brete.
Pero volvamos sobre las “medidas de alivio”. Llevan la marca del macrismo: son más humo que verdad. El congelamiento por tres meses de los combustibles no se ha concretado aún. Se volteó el decreto que se iba a firmar al respecto y se lo reemplazó por una conversación en busca de un acuerdo con las empresas concernidas. Al momento del cierre de esta nota, las empresas no habían aceptado la propuesta, razón por la cual el gobierno amenazó con aplicar la Ley de Abastecimiento. Los $2.000 a colocar en los bolsillos de la gente a la que se los destina son una dolorosa burla. Ese guarismo equivale –como consecuencia del derrape macrista— a U$S 33,33, al tipo de cambio de U$S 1= $60. Se dirá que el paliativo menor contenido en esta “medida” es, de todos modos, mejor que nada. Y es verdad. Pero no debe perderse de vista que es prácticamente una limosna ofrecida por quienes evaporaron la producción, el comercio, el empleo y el peso, y se llenaron los bolsillos de billetes entre bicicletas financieras y dólares a futuro.
Macri pretendió después darle un abrazo de oso a Alberto Fernández, quien le hizo una verónica y lo atendió sólo por teléfono para decirle prudentemente —palabra más, palabra menos— ojalá te vaya bien. Un gesto destacable de todos modos, que no comprometió la esperanza que echó a volar el triunfo del Frente de Tod☼s.
Como se mencionó al comienzo, Macri desfondó a la economía desde la política. Pero aquella, en un plazo muy breve, se tomó revancha sobre la segunda: la aniquiló. La transición será muy dura, entre otras razones porque el presunto titán de Tandil no tiene la opción de salir de escena para preservarse. Sería rarísimo que pudiera renunciar y al mismo tiempo conservara su candidatura a Presidente. Su incompetencia lo ha conducido a él y de paso a todos nosotros, los argentinos, a una oscura y riesgosa situación. Habrá nomás que seguir aguantando sus embustes y triquiñuelas.
La navegación hacia las elecciones del 27 de octubre será difícil pero no imposible. Y no es improbable que, a la mañana siguiente, nos cobije un nuevo sol.
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