Si Francia ha tenido un día más de descanso y una serie de tramites más llevaderos para llegar hasta la final, si los tres alargues y definiciones por penales pasan por debajo de la puerta de Croacia la debida factura, el ganador debe ser el equipo azul. Pero dado que el futbol tiene tantas variantes como cúpulas la ciudad de Moscú, la pasión balcánica no cederá la palabra final al decálogo de la lógica.
La romperá como los rusos que hicieron retroceder a Napoleón. Dirán, así como un soldado moribundo repetía "detrás está Moscú", que en el medio está Modrich y que allí se abollarán las filosas espadas del ataque francés, si es que las pueden desenvainar.
A posesión repartida por mitades, al menos hasta que llegue el primer gol, los "Deschamps" tienen primacía en el area, cabecean más. Los croatas apuran con la decisión del que cruza la pista para sacar a bailar a la más linda. Son mas feroces, parecen hambrientos a la hora de encarar.
Si Francia llegó en el segundo pelotón de favoritos, Croacia era carne de camión de rezagados: a nadie se le ocurría que llegaría hasta el 15 de julio. En el grupo con Argentina, algunos le temían más a Nigeria. Y eso da a los bleus un aire de suficiencia que se pasea en las caras pintadas de azul, rojo y blanco de sus hinchas. En la Plaza Roja, como en la cancha este domingo, los vestidos con camisas a cuadros de rojo y de blanco le hacen burla a los pronósticos. ¿Acaso no eran pan comido para los ingleses? "Jugaron dos alargues, no pueden mas", decían los entendidos.
Sin embargo fue en los 30 minutos de la prolongación que Croacia mereció mas claramente la victoria. ¿Entonces?
El Mundial incendió otra vez a Moscú desde la noche del miércoles. Los victoriosos hinchas que volvían del estadio se lanzaban del metro a la calle como Usain Bolt en la salida de los cien metros. Querían gritar su alegría, ofrecer los cantos guturales de las tribunas y pasaban frente a las mesas elegantes de la terraza de Dr. Zhivago, con la mirada desafiante del que ha tenido razones ahora comprobadas.
Los franceses bajaron de los trenes entre jueves y viernes. San Petersburgo había sido tan grata como bella, y Moscú les abría los brazos ansiosa por recuperar su aureola de capital cuya burbuja es el eco de Rusia.
No se sabe dónde duermen, si duermen, porque no se trata de pasajeros con reservas. Se lanzan sobre la recepcion de los hoteles procurando las camas que los alemanes y los brasileños no llegaron a probar. Muy lenta es la noche del viernes para ellos. Insoportable cada minuto del sábado, fingiendo que les interesa el interior de láminas de oro, bronces, arañas y candelabros, santos y cruces de las iglesias ortodoxas que dejan las miradas de los visitantes colgando de las cúpulas que por fuera compiten con el sol y, por dentro, elevan las almas creyentes hasta la cercanía de dios.
Kante piensa en Modrich y Modrich en Kantè. Cada cual esta concentrado en su hombre. Los técnicos les piden, como si aconsejaran a un chico al borde de la pileta, que no cometan faltas cerca del área. Que no pierdan la marca en cada córner. El anticipo de cabeza es la jugada mas peligrosa hoy día, si se piensa en Francia. Alejen para los costados porque el despeje al medio es para Modrich y ahí no queda otra que perder.
Sus técnicos decentes, para nada ostentosos —sobre todo el croata, que parece un preceptor que mira el recreo—, saben que ya esta todo hecho. Y dicho.
Queda algún dios, para pedirle lo que seguramente dictaminará el destino de cada cual. Indomable, el azar, ya se ríe de los méritos y los preparativos. Y será el que dé razón al leve favoritismo de los franceses o a la indesmentible pasión croata.
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