El saboteo de la transición israelí
Los desafíos del gobierno bloquista bajo la sombra de Netanyahu
De no surgir imprevistos, el Parlamento israelí aprobará hoy un gobierno de unidad nacional, con el ultranacionalista Naftali Bennett (del partido A Derecha) a su cabeza durante 2021-2023 y el centrista Yair Lapid (de Hay Esperanza) reemplazándolo durante 2023-2025. Hasta cierto punto, este gobierno constituye un desafío sin precedentes para los ocho partidos que acordaron adherir a ese ensamblado coalicionario, mejor conocido como el Bloque del Cambio.
A no dudarlo: esto es algo inédito en los decenios de existencia de Israel, lo cual puede ayudar a explicar las contorsiones de diversos legisladores deseosos de mostrarse leales a sus promesas electorales, especialmente las contrarias a formar gobierno con izquierdistas y palestinos con ciudadanía israelí. Lo antedicho no significa ignorar que sería una indubitable ingenuidad albergar expectativas de que esta coalición será la que logre poner al alcance de todos un acuerdo de paz palestino-israelí. Prolongadamente paralizadas desde la intentada propulsión estadounidense de este durante la presidencia de Barack Obama –en la práctica un gobierno pro-israelí con reservas– las tratativas estuvieron apuntadas a encontrar una solución consensuada para las desatendidas aspiraciones legítimas del pueblo palestino. En particular, su continuamente postergado anhelo de autodeterminación nacional en un Estado soberano e independiente y la paz con seguridad publicitada como objetivo de Israel, el país mesoriental mejor apertrechado y única potencia nuclear de esa región, con un presupuesto de defensa de 70.000 millones de dólares anuales.
Tal Estado palestino podría existir a la par de un Israel crónicamente preocupado por su seguridad –dicho de otra forma, obsesionado por la supervivencia de su exclusivismo– o bien tratarse de un Estado binacional situado en una Palestina indivisa, geográficamente afín a aquella de la mandataria colonial británica (1922-1948), habiendo sido aprobado ese mandato por la Liga de Naciones. La primera de dichas posibilidades remite a una solución biestatal que los quince años de Benjamin Bibi Netanyahu como premier (1996-1999, 2009-2021), por no mencionar los aportes en dirección semejante de otros jefes de gobierno israelíes, volvieron cada vez más difícil. Una opción alternativa –un solo Estado binacional entre el Mediterráneo y el Jordán, tierras donde hoy viven 7 millones de palestinos y un número parecido de hebreos– fue presentada al concierto internacional como recomendación de la minoría del Comité Especial de las Naciones Unidas sobre Palestina (UNSCOP, su sigla en inglés) en 1947. Setenta y cuatro años post-UNSCOP, la binacional es una solución de largo plazo que, por ahora, contribuiría a acentuar el parecido en ascenso entre Israel y la Sudáfrica del apartheid.
Barrido del apartheid israelí debajo de la alfombra
Vale la pena prestarle atención al rechazo oficial israelí de tal catalogación, que no refleja bien lo que piensa su ciudadanía. Según una encuesta de opinión de una prestigiosa ONG israelí, B’Tselem, entre uno de cada cuatro y uno de cada cinco ciudadanos judíos de Israel coinciden con la equiparación con el apartheid de un Israel autopromocionado como modélica luz para las naciones. Poco difundido, tal porcentaje facilita la toma de conciencia de algo modificable, de existir la voluntad política para ello: una deficiencia del sistema educativo israelí a ser atendida enfatizando la lucha contra el racismo y la xenofobia en distintos programas de estudios.
Es más, para quienes rechazan la equiparación con el apartheid, viéndola exclusivamente como invento propagandístico de enemigos de Israel, vale lo dicho por dos de sus otrora embajadores en Sudáfrica –Alon Liel (1992-1994) e Ilan Baruch (2005-2008), el primero luego director general de la Cancillería israelí (2000-2001); el segundo embajador concurrente ante Botswana, Namibia y Zimbabwe. Ambos, difícilmente catalogables como diplomáticos antipatriotas recorridos por el auto-odio judío (categoría popularizada por la laborista Golda Meir para descalificar a disidentes intra y extrapartidarios), escribieron días atrás que como enviados israelíes allí, “aprendimos de primera mano sobre la realidad del apartheid y los horrores infligidos por este” (lo cual ahora) “viene ocurriendo asimismo en los territorios palestinos ocupados” por Israel. Nada de tan franca admisión presupone ignorancia por parte de Liel y Baruch de la legislación sudafricana exenta de contraparte hebrea. Tal es el caso de la ley de inmoralidad (1950), criminalizadora del contacto íntimo entre sudafricanos de distintos grupos raciales o los bancos de plaza con la advertencia “sólo para blancos”.
Fórmulas para la autodeterminación palestina
No necesariamente las únicas, ambas fórmulas revisten interés para quienes buscan una solución basada en uno de los modelos contemplados en el pasado por las Naciones Unidas. La división y el reparto en dos Estados de la Palestina histórica fue la aprobada por su Asamblea General en 1947. El rechazo en general de la solución biestatal por el mundo árabe de ese entonces, y aquel del nacionalismo nativo de Palestina en particular, conllevaron, empero, una gran toma de riesgos, evidenciados por la tragedia sufrida por hasta 750.000 palestinos instados a abandonar sus viviendas y tierras durante 1947-1949, con varias centenas de sus aldeas destruidas. Las fórmulas ya mencionadas son asimismo interesantes para quienes pretenden conversaciones que perpetúen la indefinición. Efectivamente, un disfraz de la derecha israelí es confundir la clara preferencia de Bibi por el status quo, visto que la deglución de lo que resta de la Palestina histórica se volvió difícil post-cuatrienio de Donald Trump en Washington, con la seriedad y rigor con que deben encararse asuntos complejos, como si la escasez de voluntad política para negociaciones demandantes no tomase precedencia sobre lo demás.
La dimensión canina de un miembro de la realeza
De los ocho partidos a conformar el gobierno de Bennett –que en palabras alarmantes de Bibi constituirán un “peligroso gobierno de izquierda”, incluso una “oscura dictadura” con afinidades con Norcorea, y que para el comunismo israelí, entre otros, no será más que un gobierno derechista–, tres son de derecha o a la derecha de esta. La indudable firmeza de uno de ellos, contrario a la idea de hacer yunta con partidos judíos ultraortodoxos, no es incompatible con una innegable oposición al Estado palestino. Estos tres partidos son A Derecha, Israel Nuestro Hogar y Nueva Esperanza, los dos primeros liderados por ex directores generales de la Oficina del Primer Ministro en gobiernos conducidos por Bibi, y el tercero guiado por un ex secretario de gabinete bajo este otrora “rey de Israel”, etiqueta que días atrás Bennett creyó oportuno poner en su lugar: “Israel no es una monarquía”, dijo, ni constitucional, ni otra. En simultaneidad con esta precisión tardía, un Bibi creativo se mostró alimentando la noción de su supuesta semejanza con un personaje bíblico de dimensiones cuasi universales, ya que el aludido, Moisés, es profeta para el judaísmo, cristianismo, el Islam y otros credos. Que no todos sus connacionales ven a Bibi así quedó señalado, entre otros, por un militar y ex premier, así como otrora dirigente laborista, Ehud Barak. Para quien también sirvió a Bibi como ministro de Defensa, este no es rey, ni personaje de la Biblia, sino lisa y llanamente un perro –eso sí, no cualquier can, sino uno guardián–. Específicamente, un dóberman, en alusión inexplícita a la fuerza, energía y agresividad características de esa raza.
Dado que los respectivos jefes de los tres partidos antes aludidos son derechistas que hicieron sus primeras armas bajo Bibi, no sorprende que haya quien designe a ese gobierno bloquista como “de los Bibis de Bibi”: una continuidad del bibismo, más precisamente, de aspectos del mismo, pero sin su difícilmente incuestionable inspirador. En cierta forma, esto evidencia alguna semejanza con la supervivencia de elementos del recetario conservador de Margaret Thatcher como premier del Reino Unido (1979-1990) durante la gestión del laborista Tony Blair como Jefe de Gobierno (1997-2007).
Sin dudas, empero, lo inédito de esta coalición israelí es, desde lejos, la presencia entre sus integrantes de la Lista Árabe Unida que conduce el islamista Mansour Abbas, travestido por la derecha como izquierdista. Esta es una de varias formaciones políticas que se ocupan de manera prioritaria de la ciudadanía palestina del Estado hebreo, un 20% de los 9,3 millones de israelíes. Si desde la calle hebrea abundan los maldispuestos a ver ciudadanos palestinos de Israel como soportes externos de su gobierno, menos aún están preparados para su participación por primera vez en siete décadas dentro del gobierno. En la calle palestina, los críticos de Abbas lo ven como ícono del colonialismo israelí a ser penalizado en las urnas, si no antes. Así lo señaló, en parte, un legislador de otro partido de los palestinos de Israel, Sami Abu Shehadeh. Acaso no desinteresadamente, advirtió que Abbas no logrará contribuir a una paz israelí-palestina basada “en principios fundamentales de libertad, igualdad, justicia y seguridad para todos”. Sin embargo, otros mencionan que parece haber logrado una asignación presupuestaria para la población palestina de Israel de varios miles de millones de dólares adicionales, además de la estabilización de varias comunidades beduinas.
Intimidación sí, tapujos menos
Para evitar verse desplazado, y con ello sentirse más débil en las acciones judiciales que lo tienen como acusado por corrupción y venalidad, la desesperación de Bibi se tradujo en afanoso intento de sabotear la transición, a imagen y semejanza de Donald Trump en enero pasado. Para ello argumentó que su derrota era un fraude, buscando al menos un legislador –los mayormente nombrados son de A Derecha– para que abandonaran a Bennett en la votación destinada a aprobar el gobierno del cambio. El sabotaje incluyó demostraciones pro-Bibi, con sus respectivas manifestaciones anti-Bibi frente a la residencia oficial del premier. La gran diferencia entre unas y otras es que Bibi ha contado, por ejemplo, incluso con su hijo Yair y amigos de este para incitarlas, divulgando en distintas redes sociales el domicilio de legisladores a ser amedrentados. No sorprende, pues, que Bibi rechazara inicialmente condenar tal accionar. Y cuando finalmente habló, dijo que las acusaciones de incitación eran una intentona para silenciarlo. Hasta se permitió quejarse sobre la suspensión de cuentas de Yair en Facebook y Twitter, las mismas redes en que había incitado contra distintos parlamentarios. Los llamados telefónicos con amenazas de muerte y el seguimiento intimidatorio de un parlamentario de A Derecha por un auto sospechoso todo un día, tampoco fueron ajenos al campo pro-Bibi de la presunta “democracia única en Oriente Medio”. Es más, Bibi condenó las manifestaciones de cada parte, recordando –“falsamente”, según un periodista de Haaretz– que distintos medios se habían resistido a denunciar los ataques contra él y su familia. Avigdor Lieberman, líder de Israel Nuestro Hogar y futuro ministro de Finanzas, también recibió amenazas de muerte y, a la izquierda del espectro político, Tamar Zandberg (del partido Meretz) decidió cambiar de domicilio tras una seguidilla de amenazas semejantes contra ella y su bebé, que el padre de la criatura atribuyó directamente al discurso de Bibi en que se refirió a ella como una “presencia deterioradora para la seguridad israelí”. Zandberg, empero, es mencionada como futura ministra de Medio Ambiente en el gobierno bloquista, no de asuntos vinculados con la seguridad israelí. Con este trasfondo, no es casualidad que el jefe de los servicios de seguridad (Shabaq), Nadav Argaman, alertara sobre potenciales actos de violencia en ese ambiente tan explosivo, donde cinco legisladores de A Derecha están protegidos por el Shabaq.
Del lado de los ciudadanos palestinos de Israel, las amenazas de propios y ajenos tampoco estuvieron ausentes. Por ejemplo, dos de los cuatro parlamentarios de la Lista Árabe Unida, Walid Taha y Said Alharomi, fueron mencionados en el Jerusalem Post como quienes estarían ocultándose antes de la votación para evitar, al igual que pares hebreos, situaciones indeseadas. Es más, la casa en Taybe de Hassan Shaalan, reportero de asuntos árabes del diario hebreo de mayor circulación, Yediot Ahronot, fue baleada, en especial el cuarto de sus niños. Y si bien sería exiguamente serio ignorar que lo hipotetizado en su momento era que los atacantes habrían estado disconformes con su cobertura del tema de las mafias criminales árabes, también sería incauto excluir otras posibilidades.
A propósito de curiosidades verbales y otros malabares
Aunque Bennett sea primer ministro y Lapid premier alterno y canciller, varios analistas coinciden que el segundo acumuló gran poder, entre otras cosas, porque los 17 escaños son más del doble de los cosechados por su mayor socio. Ello le ha permitido aceptar una rotación en la que Bennett es el primero en asumir la jefatura gubernamental, siendo además el primer jefe de gobierno israelí que no dirigió personalmente las negociaciones con sus socios, en este caso, la entente entre los ocho bloquistas del Cambio. De allí que el principal acuerdo coalicionario lleva sólo la rúbrica de Bennett y Lapid, mientras que aquellos con los otros seis fueron firmados exclusivamente por Lapid. Ello exime a Bennett de haber contraído compromisos con ellos, evitándole las acusaciones de haber traicionado su oposición a gobiernos con árabes e izquierdistas. Los conocedores de la campaña electoral no consideran ocioso recordar que Bennett alertó a sus seguidores que Lapid era un izquierdista extremo a quien nunca cedería la jefatura gubernamental. También prometió no ser partícipe de un gobierno con la Lista Árabe Unida, promesas que traicionó ni bien las urnas revelaron que no había conseguido la segunda pluralidad de escaños, razón por la cual el Presidente israelí convocó a Lapid, no a Bennett, luego de su infructuoso intento de armar gobierno. Este modus operandi es también útil para Meretz, cuyo acuerdo con Hay Futuro aboga por los derechos de las minorías sexuales, los cuales no aparecen mencionados en el acuerdo con la Lista Árabe Unida, que considera a la homosexualidad como una perversión. Corolario: de presentarse proyectos de legislación sobre el tema, la Lista estará habilitada a votar en su contra.
Con tales limitaciones no sorprende que para Lieberman, calificado por muchos como estratega número uno de los bloquistas, el futuro gobierno se abocará principalmente a sanear la economía. Con Bibi in mente, hay intención de lograr en lo político una reforma electoral que impida que un premier ocupe el cargo por más de ocho años consecutivos, debiendo esperar cuatro años antes de reintentarlo. En materia diplomática, hay quien imagina que el tema mayor será la posible firma de un acuerdo de seguridad con Estados Unidos, lo cual puede tener sentido de prosperar la intentada resurrección del acuerdo nuclear de Irán con Alemania, China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia, buscado por muchos, a excepción de Israel y de algunos países árabes.
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