El rey de los gitanos

La música que escuché mientras escribía

 

La semana pasada pelearon por el campeonato mundial de boxeo los pesos pesado Tyson Fury y Deontay Wilder. Fury es un británico blanco y Wilder un estadounidense negro. Ambos superan los dos metros de estatura y los 100 kilos de peso. Los dos habían ganado todas sus peleas previas, la enorme mayoría por KO, salvo una: el empate entre ambos la primera vez que se midieron.

Sin embargo, el marketing de la pelea giró en torno de la exótica personalidad de Fury, a quien apodan El Rey de los Gitanos,  y cómo tal ingresó al escenario, disfrazado de rey y sentado en un trono que cargaban sus súbditos. Sin embargo, Fury no tiene nada de gitano y es irlandés puro.

 

 

 

 

El boxeo profesional cada vez se parece más a los Titanes en el Ring de Martín Karadagián, por lo menos hasta que suena la campana y empiezan los golpes, que en este caso fueron muchos y tremendos, hasta que el rincón de Wilder tiró la toalla porque no tenía propósito que siguiera recibiendo golpes que ya ni respondía.

Pero mirá como funciona la cabeza de cada uno. A mí ese show me hizo pensar en Django Reinhardt, el verdadero rey de los gitanos. Nadie discute que ese músico nacido hace 110 años en Bélgica y criado en un campamento de gitanos en las afueras de París, fue el mayor guitarrista de jazz de la historia, creador de un estilo propio cuando los sistemas de amplificación del sonido eran precarios. Fundador del quinteto del hot club de Francia, sus grabaciones junto a Stéphane Grappelli fueron uno de los prodigios de mi infancia en la provincia de Buenos Aires, en los discos de pasta que giraban a 78 revoluciones por minuto en el combinado que era el único lujo de un hogar modesto, construido con los créditos hipotecarios de la primera década peronista. Las fotos que quedan de Django muestran los dos dedos achicharrados que le dejó en la mano izquierda el incendio de un ramo de flores de celuloide en la caravana que integraba. Escuchalo y no parece que le faltaran sino que le sobraran dos.

Es el único músico europeo que deslumbró a los grandes del jazz del otro lado del Atlántico y cuando lo escuchás se entiende por qué. Llegó a grabar con gigantes como Coleman Hawkins, con quien hizo dos antológicos Polvo de estrellas y What A Difference A Day Makes, y Duke Ellington, con quien probó la flamante guitarra eléctrica. Murió a la avanzada edad de 43 años.

 

Django y el Duke, como los vió el gran Menchi en su libro Dos dedos

 

 

No te lo pierdas porque es de las mejores cosas de mi vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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