Hoy pensaba concluir la serie de los tenores del tango, pero se cruzaron nada menos que Wagner y Barenboim en el camino. El domingo pasado vi en el Colón la versión de Tristán e Isolda por la Ópera del Estado de Berlín, que el músico argentino dirige desde hace un cuarto de siglo. Ya conocía en video la versión que el mismo Barenboim dirigió en 1983, con la orquesta del festival wagneriano de Bayreuth y la puesta en escena y el vestuario de Jean-Pierre Ponnelle, que podés ver aquí:
Si te fijás en los comentarios, varios espectadores señalan que en aquel momento la soprano Johanna Meier tenía 45 años, por lo cual no les parecía creíble como la joven y hermosa Isolda. Agrego yo que el tenor René Kollo, que hizo de Tristán, tenía 46, por lo cual le cabría la misma descalificación, aunque ningún espectador la formuló, machismo mediante. Las princesas tenían fecha de vencimiento más temprana.
Resulta que en la puesta de Harry Kupfer, que Barenboim trajo a Buenos Aires, las dos Isoldas (que se alternaron en distintas fechas) tienen 51 y 55 años, y Tristán nada menos que 64. Además, la escenografía y el vestuario no me parecieron demasiado atractivos (a diferencia de lo que ocurre en la puesta de Ponnelle). Para que te des una mínima idea, también va un fragmento en el que Barenboim anuncia la función en el Colón.
Ya en el primer acto fue posible advertir que Peter Seiffert e Iréne Theorin tienen un notorio sobrepeso que dificulta sus movimientos en la escabrosa escenografía de Hans Schavernoch (el adjetivo está usado en forma literal) en la que tienen que sentarse, acostarse, agacharse, arrodillarse sobre unas piedras resbalosas y, lo más difícil, levantarse con agilidad juvenil mientras no cesan de cantar. Las fotos son de Seiffert en uno de esos intentos, no de un tweet de una conocida diputada republicana que suele posar en esa posición.
Sumando intervalos, la función dura más de cinco horas, de modo que te podés imaginar el temor con que comencé. Para colmo, había llevado mis prismáticos, que no perdonaban uno de esos detalles inquietantes. De hecho, infidentes del teatro nos contaron que en cada función aguardaba preparado para saltar a escena otro tenor caracterizado como Tristán, porque todos temían que el titular colapsara y no fuera posible continuar la representación. Aclaro que Seiffert compartía esa preocupación, lo cual se comprende muy bien. Las personas con las que compartimos el palco no volvieron para el segundo acto. No saben lo que se perdieron, porque a pesar de todas esas limitaciones fue un espectáculo de una belleza y de una intensidad sobrecogedoras. Nunca una ópera me había conmovido de ese modo. Además de la música, también el libreto que el propio Wagner escribió sobre una leyenda medieval, contribuye a ese efecto. Es una historia de un romanticismo exacerbado, donde se habla del día y de la noche, del amor y de la muerte y también de la fidelidad y de la traición. Si tenés tiempo, echale un vistazo al texto:
http://www.wagnermania.com/dramas/tristan/espanol.asp
Y lo ideal es verla completa con los subtítulos en castellano que podés setear en la configuración.
No sé quiénes de ustedes van a seguir hasta el final. Pero aún si quieren largarse antes, no se pierdan el comienzo del segundo acto porque es una de esas cosas que no se olvidan.
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