El que come y no convida

Un registro audiovisual de las cajas P.A.N y el renacer de la retórica de la solidaridad

 

En marzo de 1984 el gobierno de Raúl Alfonsín promulgaba la ley 23.056, que facultaba al Ejecutivo para la realización de acciones destinadas a enfrentar la crítica situación de deficiencia alimentaria aguda de la población más vulnerable y de pobreza extrema de la Argentina.

El conjunto de medidas abordaba la emergencia social con una gran distancia filosófica y humana del plan económico de la última dictadura cívico-militar, ese que Rodolfo Walsh llamaba “de miseria planificada”. En los fundamentos del proyecto de ley, Alfonsín establecía que "la profunda crisis que vive nuestro país es la resultante de políticas de inmoralidad social, por cuanto computaban al hombre como una variable de ajuste de la economía".

Para el final de la dictadura y los primeros meses del gobierno radical, el 15% de la sociedad se ubicaba por debajo de la línea de pobreza.  El ministro de Desarrollo Social, Aldo Neri, calculaba que unos cinco millones de argentinos serían beneficiarios de la estrella indiscutida del Programa Alimentario Nacional: la Caja P.A.N, de la que se distribuirían cerca de 1.400.000 unidades mensuales.  Además, se complementaba con distintos planes, centrados en la nutrición y el abaratamiento de costos de alimentos de primera necesidad, con dispositivos como las compras comunitarias.

De la mano del creativo Gabriel Dreyfuss, Alfonsín se había convertido en el primer candidato en usar seriamente a la televisión, su potencial y su lenguaje como herramienta política de campaña. Durante su gobierno, no sería diferente. La implementación del Plan Nacional Alimentario fue promocionada con una serie de spots en el prime time de la televisión argentina, que, con ligeras diferencias, continuaron al aire hasta 1989.

 

 

 

 

 

 

La individualidad que se había impuesto como forma de supervivencia ante el terror y como ideología oficial del Estado durante la dictadura había permeado el discurso social hasta pudrirlo de raíz. La emergencia no era solo alimentaria. El alfonsinismo se vio entonces ante la monumental tarea de esbozar explicaciones que permitieran ver con claridad la necesidad de obrar en colectivo contra el hambre.

 “La solidaridad puede vencer la soledad”, dice la voz en off , después de enumerar las diversas aristas del plan alimentario. Sobre el final, un coro de voces infantiles canta una familiar rima que fuera popularizada en nuestro país por el Topo Gigio: “El que come y no convida tiene un sapo en la barriga”. En la versión del personaje infantil, el estribillo se complementa con el siguiente verso: “Yo comí y convidé, el sapo lo tiene usted”.  Poca suerte tuvo el gobierno radical de ese entonces en su persecución insuficiente de los del sapo en la barriga, cercado por intentonas militares y las propias incapacidades y limitaciones políticas e ideológicas.

Con idéntico guión, las imágenes de los dos anuncios son diferentes sobre el final. En el primero, un grupo de niños sonrientes canta el jingle. En el segundo, la imagen se congela en un simpático bebé que juega dentro de una caja P.A.N y tira un beso a cámara. La risa del niño y su imagen saludable da la pauta del slogan: “Es un plan para la vida”. La solidaridad nos saca de la miseria, la solidaridad produce niños tan saludables como las típicas figuras publicitarias, con la solidaridad se come.

Casi 36 años después, destinada a un universo similar de beneficiarios, la Tarjeta AlimentAR presentada por el gobierno del Frente de Todxs pretende acercar una solución a las poblaciones más afectadas por otra serie de políticas de inmoralidad social, las de Mauricio Macri. Esta vez, el desafío es superior: aún con el respaldo de la Asignación Universal por Hijo que percibe la mayoría de los beneficiarios de la Tarjeta AlimentAR, el índice de pobreza roza el 40%, dos veces mayor al que al Alfonsín encontró en 1984.  En Concordia, la ciudad entrerriana donde se inauguró el reparto de tarjetas, el 52,9% de la población es pobre. Ahí la dimensión de la tragedia.

Hermanados por el componente alimentario, el plan de 2020 y el de 1984 tienen en común, también, su dimensión discursiva. Por supuesto, las secuelas del neoliberalismo macrista trascendieron lo económico. Nuevamente, el discurso estatal entronizó la primacía de las lógicas individuales, que persiguen sus propios intereses. Durante cuatro años, esos intereses privados se impusieron al interés colectivo, y el léxico de los argentinos le dio la bienvenida a la “meritocracia” y al “emprendedurismo”.

Desde el último diciembre, la palabra preferida por las usinas creativas del Frente de Todos es “solidaridad”, que se adhiere a prácticamente cualquier iniciativa ligeramente popular, especialmente las vinculadas a decisiones económicas. Aunque parezca poca cosa al lado de “derechos” —un vocablo más correcto—, el imaginario simbólico de lo solidario empuja otra vez a una sociedad atomizada a la tarea de hacerse carne con las obligaciones de la construcción en clave de colectivo, más allá del pan.

 

 

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí