Cuando el general Juan D. Perón habla de “la Nación en armas”, no se refiere al momento bélico en que se ven desbordados los límites estructurales de las FF.AA. y millones de ciudadanos son provistos de armamento y se incorporan a alguna lucha militar. Es mucho más complejo el sentido de esas palabras, pronunciadas por primera vez en un discurso dado en la ciudad de La Plata en 1944 y tomadas probablemente del pensamiento del Barón y general alemán Colmar Von Der Goltz, militar y también teórico. En su libro escrito en 1883 La Nación en armas utiliza un término que en su idioma está más cerca de significar “El Pueblo en Armas”: “Das Volk in Waffen”.
Desarrolla allí una idea más integral de la significación de las armas, donde convergen valores filosóficos, económicos y políticos. Von Der Goltz cree que sin movilizar todos sus recursos en forma integral, y esto incluye los humanos, económicos y hasta ideológicos, una nación no está en condiciones de afrontar exitosamente un conflicto bélico.
Estos pensamientos estuvieron anidados en la memoria de varias camadas de oficiales argentinos desde que en 1910 el militar alemán fue parte de la delegación de su país a los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo; seguramente los habrá compartido en reuniones o ágapes entre colegas.
Lo cierto es que llegada la década de 1940 gozaban de buena predisposición en grupos de militares argentinos, sobre todo aquellos que, encuadrados en una visión nacionalista, opinaban sobre la conveniencia de consolidar un país soberano desde lo económico y con capacidad industrial suficiente para desarrollar una infraestructura productiva ligada a lo bélico. El surgente e influyente GOU era de este sentir.
Hay modelos históricos que sí se sostienen en la idea de un pueblo o Nación en armas como definitorio del momento en que se amplía el instrumento profesional de defensa y se incorpora en forma masiva a otros participantes. Bajo esa premisa, refieren a un momento dado, táctico y coyuntural como lo son algunos episodios militares que obliguen a una convocatoria “popular” a las armas. Particularmente se da en los países que sostienen estructuras militares muy profesionalizadas y no tan numerosas, pero cuentan con legislaciones que aseguran fuertes e importantes reservas humanas que en caso necesario son convocadas de urgencia. Un caso, más hipotético por su ausencia histórica en guerras, es Suiza, y otro más tangible es Israel.
Suiza tiene casi cuatro mil polígonos de tiro en todo el país. Cuentan que es más común encontrar un lugar donde disparar con un fusil que donde jugar al fútbol. Eso ha ido desarrollando a lo largo de cientos de años una vinculación entre el ciudadano y las armas que habla de una naturalización casi absoluta. Desde 1291, que es cuando comienza a conformarse la Confederación Helvética, los suizos se arman como forma de sentirse seguros ante invasiones externas o excesos de gobernantes internos. Era común en esos años que campesinos suizos y habitantes de las ciudades no formados en lo militar, derrotaran en campos de batalla a ejércitos extranjeros de soldados profesionales. Ya cerca del siglo XIX, y con Suiza constituida en un Estado moderno, se conforma una regla de oro en política exterior que es la neutralidad; entonces se hizo formal la experiencia cultural histórica de una gran liberalidad en el uso de armas, la práctica de tiro y, lo más importante, un sistema de defensa formado por milicias convocadas en caso extremo. Estas milicias son un verdadero ejército de ciudadanos lejanos al profesionalismo militar pero expertos en la utilización de armas, ya que es obligatorio alistarse durante 18 semanas a todo hombre que cumpla 19 años y tener 4 meses de instrucción militar y luego, una vez por año y hasta los 30, deberá hacerlo durante tres semanas. Cada miembro de la milicia guarda su arma reglamentaria en el propio hogar. No ha ocurrido en la historia moderna, pero en caso necesario podrá verse en el país helvético una verdadera Nación en Armas.
El otro ejemplo es Israel, donde existe un ejército regular, no tan grande desde la cantidad de sus integrantes y excelentemente preparado y equipado. Pero la base cuantitativa de su poderío físico esta dado por cientos de miles de reservistas, quienes cumplen periodos de instrucción sumamente completos, son responsables de sus armas provistas y al ser convocados ante una eventualidad de conflicto armado (lo hacen mediante una contraseña emitida en emisoras comerciales de radio) acuden en un tiempo prefijado a sus unidades, ya provistos con sus uniformes y armas de mano. Al igual que en Suiza, estos reservistas no son soldados profesionalizados. Pero al revés que en el país alpino, en el Estado medio oriental sí fue verificada la utilización de esta idea que hace a la Nación en Armas.
Durante el siglo XVIII este pensamiento de la Nación en Armas se hizo realidad en la primera parte de la Revolución Francesa con los ejércitos ciudadanos. En nuestro suelo, algo similar ocurre durante las dos invasiones inglesas (1806/7), donde el pueblo porteño, sin estar encuadrado en milicias, defendió, con artes militares la ciudad invadida de Buenos Aires.
Pero el referir de Perón hay que verlo desde otro lugar. La idea de Nación en armas tiene más que ver con lo estratégico que con lo táctico. Su pensar arrimaba una noción de industrialismo para fabricar vehículos militares, tener autonomía en combustible, posibilidad de armamento propio. O sea que la Nación en armas era un concepto integral de desarrollo del país en torno a su autonomía para la defensa. Pensemos que esto se dice en 1944, cuando aún no terminaba la Segunda Guerra, y se elabora como pensamiento durante la primera mitad de la década del '50 en un contexto de mundo en conflicto y con carreras armamentistas como práctica usual de la mayoría de los países.
Cuando Perón recupera con agregados propios la vieja idea del Barón prusiano, vemos que ya incluye contenidos vinculados a aspectos sociales, como la salud y el mundo laboral. Dice Perón: “Se requiere un ejército profesional bien armado, equipado, abastecido y una Nación que construya los basamentos culturales para que eso exista. Ese ejército necesitará soldados sanos y por ende la Nación y su gobierno deberá plantearse políticas de salud que garanticen una juventud libre de enfermedades endémicas o provocadas por la escasez sanitaria. Ese ejército precisará trabajadores sanos y alfabetizados y ahí la Nación y su gobierno tendrán su rol al cumplir metas de educación.”
Obviamente, este planteo ya vislumbra la necesidad de que el Estado confíe en leyes sociales y de resguardo de la salud, la educación, el trabajo y de protección a los niños y adolescentes.
La mirada de Perón apunta a una integralidad estratégica de la Nación. De ahí que entienda que desde la explotación a los trabajadores no pueden surgir buenos soldados y mucho menos que crean que es su deber defender un país que los doblega socialmente. Y hay más dispositivos que nacen del concepto bélico y servirán para un plan moderno de gobierno, como la necesidad de censos para saber cuáles son los recursos disponibles, cantidad de habitantes y datos atinentes a producción, regiones y fronteras.
Y sabiendo (o tal vez conociendo) la frase de Gramsci: “De cómo se organiza una sociedad devienen todos los conflictos al interior de la misma”, el Perón de aquellos tiempos ya preveía que el modelo surgido de la lectura sobre la obra del general Von Der Goltz y que en su concepto estratégico nacional tenía más que ver con la “felicidad del pueblo” y la “grandeza de la Nación” que con la guerra, iba a generar muchos conflictos en el seno de la sociedad argentina de entonces, acostumbrada al dominio de clase y el escaso respeto por los más humildes.
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