El Presidente faltó a la cita. Lo asustaron sus más cercanos colaboradores: “Puede haber disturbios. Grupos K y peronistas de izquierda van a promover un escrache”. El Presidente faltó a la cita. Está cansado de ver plazas vacías de adherentes y movilizaciones cotidianas de opositores y desencantados. El desgaste se le nota en la cara que refleja una acelerada aproximación a la vejez. Empieza a preguntarse si valió la pena haber jugado tan fuerte por llegar a esto. El poder político en la Argentina, salvo casos excepcionales, es muy caro y dura poco. El recuerdo de Néstor, muerto inesperadamente con un año más que los 59 de Mauricio, empieza a asaltarlo con inesperada frecuencia. El Presidente faltó a la cita. No quiso arriesgarse a dar la cara frente a enardecidos opositores y desilusionados seguidores que rechazan sus tarifazos, el deterioro de sus salarios y un horizonte oscuro y tormentoso. Los parásitos del poder empiezan a preocuparse. El Presidente está cansado y el mejor equipo en medio siglo comienza a desmoronarse. Sus juglares mediáticos empiezan a sumarse lentamente al coro de críticas de los actores sociales y para peor, las hinchadas cual coros de tragedias, cantan insultos a su pobre madre. Las mieles del poder en la Argentina duran poco. Los mercenarios de la letra y la palabra dicen la verdad: “La culpa de todo la tiene el peronismo”, ese karma inmortal que pusiera en marcha el “coronel del pueblo” hace más de siete décadas. Las cosas que pasan en la Argentina no suceden en otros países de la región. Está cada vez más claro el porqué. Ellos no tuvieron ni a Perón ni a Evita ni a un pueblo que los comprendiera y los amara. Acá a más de cuatro décadas de la muerte de su fundador y a más de sesenta de que se apagara la llama furiosa de la “Jefa espiritual de la Nación”, no menos de un 35% de la ciudadanía se sigue llamando peronista. Ningún partido, individualmente, podría derrotar al peronismo en una disputa electoral. Y esto parece no terminar más. En el peor momento, ironizan que “no volverán, que irán a buscarlos”. La rebeldía popular está a flor de piel y ante el engaño y la defraudación, amenaza con hacer “tronar el escarmiento”. Por esto y mucho más, el Presidente faltó a la cita. Lo asustaron y se equivocó. Jorge Lanata lo dijo sin eufemismos: “El Presidente cedió la calle y un Presidente no puede cederla sin perder poder”.
El Presidente falto a la cita. Y la cita no era con cualquiera. Era con el pueblo que homenajeaba a su memoria y a su conciencia. Lo hacía en la figura de uno de sus grandes padres libertadores. Pero el Presidente tuvo miedo y cantó su “ausente”. Las excusas esgrimidas eran tan ridículas que ofende recordarlas. El “antipopulismo bienpensante” que declaman los transitorios inquilinos del poder y los escribas del “relato” oficial, no es otra cosa que la oligarquía luchando por evitar la democracia. Para darle seriedad a esta temeraria afirmación, recordemos a Aristóteles cuando dijo cuatro siglos antes de Cristo: “La verdadera distinción entre la democracia y la oligarquía es la pobreza y la riqueza. Donde quiera que los gobernantes, sean minoría o mayoría, deban su poder a la riqueza, habrá una oligarquía. Donde gobiernen los pobres, habrá una democracia” (Política, Libro III).
El 20 de junio de 1820 moría, pobre de solemnidad y en medio de la anarquía, uno de los padres fundadores de nuestra identidad soberana: el valiente y generoso general Manuel Belgrano. Al Presidente lo asustó el pueblo y faltó a la cita. El general desde la inmortalidad le recuerda que “el miedo solo sirve para perderlo todo”.
- La ilustración principal es de Otto Dix.
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