EL POETA MALDITO DEL GOTÁN
Julián Centeya fue un escritor de soga al cuello, un suicidante como Crevel, como Celan
El que nunca tuvo un cacho 'e esperanza
y aquel que de sopa se llenó la panza,
el bobi, el salame, el que llegó cola,
el que hizo el bagayo, el que fue de piola.
Cualquier gil de cuarta como el millonario,
el cofla, el de al lado, el chantún otario.
El que con la triple se salvó del todo
y el que fue prendido en el acomodo.
El que chupateta sangró el presupuesto,
el que sudó el alma pa'guardar el puesto,
el ascensorista y el ejecutivo,
el boncha con ganas y el que fue de vivo.
El que tiró el roca y vivió de upa,
el ortiva inmundo, el viudo y la puta.
El que vino un día y se llenó el grilo,
el pobre escarparo y el que te dio filo.
El hijo de puta que enlazaba al perro
este más que todos merece el destierro.
Todos, te lo bato, formaremos fila
para hacer más alta todavía la pila (…)
Así escribía Julián. Así sus estiletazos: ácidos, prepotentes, rabiosos. Un escritor de soga al cuello, un suicidante como Crevel, como Celan, como Akutagawa. “Vengo de una familia de suicidas. Entre varios, recuerdo a dos: un primo que se encañonó con una escopeta en el paladar y mandó el gatillazo; otro que se ahorcó. A veces, todo eso me retiembla en el alma con seducción de atavismo”. Sin embargo, ‘El hombre gris de Buenos Aires’ no gatilló el bufoso, no tuvo coraje, eligió sí el camino trazado por Enrique Santos Discépolo: aquel que sufre en vida la tortura de llorar su propia muerte.
Y anduvo así, a los tumbos, de desalojo en desalojo, morfando hambre a fuerza de múltiples oficios: vendió máquinas de escribir; fue peón albañil; inspector de una línea de colectivos que partía de San Juan y Boedo, alguna que otra vez pungueó, puso pliegos en la imprenta del sótano de la calle Medrano 113 hasta recalar en periodista y charlista de radio. ¿Acaso su desordenada vida le impidió trabajar su poesía con mayor ahínco? ¿No supo cómo hacerlo? ¿O le sucedió lo enunciado por Juan Zapato? “A Julián le salió al cruce la estructura cultural montada por la clase dominante. Él quería hablar del punga, del cafiolo, de la piba que lo encandiló (no morfo más que el pan de su sonrisa), de los chorros y los laburantes, de la musa mistonga y la musa del barro. No lo dejaron. Quiso volar como poeta y lo bajaron enseguida, arrinconándolo en una radio, en un diario, donde el alma se le iba a jirones.” No obstante, su oficio de charlista le dio el pan que siempre premia, es decir, el amor del pueblo (que a veces no se equivoca). Y es que Julián encandilaba. Óigalo en su poema ‘Atorro’, del libro La Musa de Barro, de 1969. No falla.
El origen del seudónimo
Para asuntos de libreta de enrolamiento y la mufa de los tramiteríos diarios fue Amleto Enrico Vergiati, nacido en 1910 en Borgotaro, Parma (Italia). Hijo de Carlo Vergiati, por entonces diputado socialista y periodista del diario Avanti, que debió huir de la persecución fascista; Julián lo relató de este modo: “Cuando llegó Mussolini al poder, mi viejo, que era de ideas liberales de avanzada, se tuvo que tomar el piro. Cargó a toda la familia en la tercera del Conte Rosso e hizo enganchar al perro en la bodega, porque ni siquiera el perro le quisimos dejar a Mussolini”.
¿Cuándo llegó el seudónimo Julián Centeya? Seguramente por el treinta y tantos. “Me lo puse y me quedó, me lo creí y lo vivo”. Antes anduvo remontando esquinas bajo otros seudónimos: Enrique Alvarado, Enrique Álvarez, Juan Sin Luna, William Pérez y el maravilloso Shakespeare García. Con la piel de Enrique Alvarado, ya había escrito una milonga; la música era del guitarrista José Canet y se titulaba Julián Centeya:
Me llamo Julián Centeya,
pa'más señas, soy cantor.
Nací en la vieja Pompeya,
tuve un amor con Mireya,
me llamo Julián Centeya,
su seguro servidor.
Julián Centeya (milonga) de José Canet y Julián Centeya, Orquesta Carlos Di Sarli. Interpreta Alberto Podesta (1942).
Nuestro poeta cuenta: “Centeya aparece en 1937, cuando hago una milonga. El apellido era para rimar nomás con Pompeya, huella, Mireya”. Al parecer esa letra se titulaba Julián Pardales, nombre ficticio elegido sólo para rimar con Corrales. A Canet le gustaron los versos pero le sugirió que cambiara Pardales por Centeya y rimara con Pompeya. Julián así lo hizo.
Otras versiones del poeta señalan, contradictoriamente, que el seudónimo había sido adoptado en la primera crónica cinematográfica que escribió para Cine Argentino, en 1938, y para su audición inicial, que, en el mismo año, salió al aire por LR3 Radio Belgrano.
Aquí el hallazgo que desorienta. Lo escribe Oscar Vázquez Lucio (Siulnas) periodista y humorista gráfico, amigo de Centeya. “Corría la década del '30 del siglo XX, y aunque su meta eran los dibujos animados, Juan Oliva (dibujante) no desestimó la oportunidad de hacer humor gráfico en diversos medios periodísticos de entonces, naciendo personajes como Pichín el Grande, que se publicó en Sintonía; Rendija, un gaucho creado para cigarrillos Particulares y Gavilán; Pepito Celuloide, en Cine Argentino. Todo eso sin descuidar la actividad cinematográfica; para el noticiero de Sucesos Argentinos donde crea un gauchito, cuyo nombre adoptará como seudónimo –inmortalizándolo– el periodista Amleto Enrico Vergiati: Julián Centeya”. ¿Será éste el origen de su seudónimo?
Sus libros, otras canciones
- El recuerdo de la enfermería de San Jaime. Su primer libro firmado bajo el seudónimo de Enrique Alvarado que se da testimonio del dolor de los negros de Harlem. El libro llega a las manos del escritor estadounidense Henry Miller, y él escribe: “Después de conocer su libro, una vez más se da la vieja coincidencia de que la mejor poesía negra ha sido escrita por un hombre blanco. En esto lo incluyo a usted, a quien le anticipo grandes éxitos librescos, pero una vida dura y amarga”.
- El misterio del tango. Ensayo de extramuros y duendes del arrabal. En su página primera sentencia: “Tengo un corazón que me arde como pabilo de luz de aceite, alumbrando constantemente, un paisaje de pieza, allá en mi infancia. Creo en mi padre que no está. En la cálida ternura de una muchacha que reparte conmigo un ángulo… Vengo siempre de alguna parte y no voy a ninguna. Leo a Borges y no creo en las mellizas Legrand”.
- La Musa Mistonga. Su alegría dura poco al descubrir que en la portada del libro figura ‘Centella’ y no ‘Centeya’. Amenaza con incendiar la edición. En uno de sus poemas se inventa un abuelo porteño de oficio chatero:
Mi abuelo se llamaba Lauro Roque Centeya.
Ataba en el corralón de los Irala,
en California, cuando era pampa.
Cierto.
Mi abuelo se llamaba Lauro Roque Centeya.
Estuvo en el cantón del Parque,
y en el entrevero aquél de Los Corrales.
hombre del Balvanera parroquial,
era Chatero
y paraba en la fonda del Ahorcao
de los hermanos Fulvio y Centenero (…)
- Glosas de tango. Selección de sus versos introductorios para tangos, valses y milongas.
- Primera antología de tangos lunfardos. Punta de lanza para el estudio del mismo en formato canción.
- La Musa del barro. El libro más significativo del poeta. Destacan los poemas: Mi viejo, Atorro, Hermano y el imbatible Aníbal Troilo:
Estás en el dolor impar del amasijo
que refundió tu cuore en alba y luna.
En tus manos el fueye es una cuna
y en ella desvelao te mira un hijo.
Estás en el misterio profundo de la cosa
cerrás los ojos para ver por dentro.
No sé con qué carajo hacés la rosa
del barro inaugural que vino al centro.
Me verdugueás ¿sabés? lleno de asombro
cuando te escucho con la luna al hombro
traer del tango elemental el eco
con luz de pucho y copa levantada
en el boliche aquel de la cortada
tan cordial y tan nuestro como el queco.
- Porteñerías junto a Washington Sánchez. Selección de frases populares lunfardescas. Mismo año sale al ruedo El vaciadero —novela de la lunfarda porteña— que pone a boca de jarro la dura vida de los habitantes de la Quema.
- Piel de palabra o El ojo de la baraja izquierda (libro póstumo). Centeya se zambulle en el surrealismo.
Estoy en el café de los dromedarios angulosos
no sé qué día es conozco tan solo la cara del mozo
que se esfuerza por ser un pie digerible
frente a mi mesa se ha sentado una sombrilla
sospechosa de cometer una infamia
un bostezo abre la puerta
entra un esqueleto.
No olvido su oficio de autor de letras de canciones. En 1942 escribe su primer tango Claudinette. Le siguen La vi llegar, Más allá de mi rencor, Lisón, Lluvia de abril, entre otros. A lo largo de su historia grabará discos larga duración recitando su poesía y la de otros vates del arrabal porteño.
La vi llegar (tango) de Mario Francini y Julián Centeya
Orquesta Típica Porteña. Interpreta Roberto Goyeneche (1970)
El piro
A Julián Centeya, que ‘es un hombre triste que sonríe’, dijo cierta vez César Tiempo, le siguen llegando cédulas de desalojo, los rentistas lo persiguen, por eso saca su cama a la calle y clava en la vereda de tierra un cartel que denuncia los maltratos a los poetas en esta sociedad. Decía: “Acaban de desalojar a un poeta”. Con uñas y dientes se aferra más que nunca al alcohol. “Mi árbol genealógico hizo que le brotara su raíz inicial desde el vientre de una botella. Mi bisabuela tomaba. Mi abuela escondía detrás de la escoba las botellas que vaciaba. Como algunas enfermedades que saltean generaciones, mi viejo era abstemio... Y yo, qué querés, soy nieto de mi abuela. Además el alcohol me ayuda a recordar todo lo que olvido. No me resta lucidez.”
Su salud cae a pique. Apenas 62 años y los médicos le dan la sentencia: o abandona los vicios o vendrá la huesuda. Centeya no concurrió a la segunda consulta. Muere el 26 de Julio de 1974. Mismo día en que se habían ido Carlos Guido y Spano, en 1918; Roberto Arlt, en 1942; Eva Duarte, en 1952; Raquel Meller, en 1962, Ignacio Corsini, en 1967.
Lxs dejo en brazos de él. ¡Hasta la ‘Victrola’ siempre!
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