EL PODER BLANDO

La unidad nacional reclamada por Cristina, condición necesaria para salir de la mala hora

 

La falta de una dinámica política centrada en la unidad nacional se palpa en un amplio abanico de asuntos espinosos, entre los que sobresalen por su importancia en sí y/o por su peso en la opinión pública, el tráfico ilegal de narcóticos en Rosario y la bola de nieve financiera Leliqs, relacionada –además— con el corcoveo inflacionario. Esa dinámica fue reclamada hace unos días –otra vez-, por la Vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, en la clase magistral que dictó con motivo de recibir un doctorado honoris causa. En el país desorejado, no se observan oídos muy dispuestos.

Como iniciativa política, la unidad nacional es tanto el trazado de la ruta de salida —al menor costo para las mayorías— de estos momentos coyunturalmente difíciles, de deuda externa y FMI presionando, sequía, recesión en ciernes, inflación en alza, crisis bancaria-financiera global, como de la factibilidad de dejar atrás la vida de la Nación estructuralmente entrampada en el subdesarrollo. El gris de ausencia de la unidad nacional hace que políticas importantes se muevan al ritmo de los dictados del poder blando en vez del interés nacional, no necesariamente opuestos, pero tampoco necesariamente convenidos. Es esto último, al tiempo que los encontronazos devienen inevitables, lo que pone bien espeso el caldo.

El concepto de poder blando fue inventado allá por los ’90 el internacionalista harvardiano Joseph Nye, en medio de los regocijos que cundían entre las elites norteamericanas por haber ganado la Guerra Fría. Para conquistar la mente de los seres humanos y complementar el poder duro de los misiles, las apretadas económicas, las milicias y los barcos, es cuestión de valerse del poder blando provisto por los recursos diplomáticos formales e informales que tengan como eje valores culturales e ideológicos ampliamente compartidos por los ciudadanos de los diferentes países. Nye estaba intentando algo así como una cura en salud de las pasiones desordenadas que provienen del complejo militar-industrial, que evite embalarse con la conquista y preservación del poder mundial comportándose como el matón del barrio. Como si retóricamente preguntara: ¿para qué los marines si tenemos Hollywood? Al fin y al cabo la diplomacia norteamericana tenía sobrada experiencia en el ejercicio del poder blando (vamos por la edición 95 de los Oscar), pero sin la argamasa conceptual que le diera el prestigio de las ideas sistematizadas. Es lo que hizo Nye.

Lo que define el comportamiento racional de un Estado en la arena mundial es la persecución del interés nacional en términos de poder. Entonces, y en razón de que todos juegan el mismo juego, lo que configura el accionar realmente fructífero del conjunto de países es el equilibrio de poder mundial. Un equilibrio jerarquizado ciertamente, en el que unos pocos son más iguales que los muchos otros. La vuelta de tuerca de Nye es que este equilibrio se alcanza y preserva tanto por medios duros como por ingenios blandos. Con una adicional a favor del segundo: el guante de terciopelo que recubre el puño de hierro siempre —y por definición— tiene un espacio político de incomparable menor costo para preservar un equilibrio o restaurar uno que se bandeó.

 

 

La falopa de la falopa

La decisión del gobierno federal de enviar tropas militares a Rosario ante la violencia desatada por el narcotráfico, es un buen ejemplo de lo que podría hacer frente al reino del poder blando la unidad nacional y por el manifiesto desinterés en ponerla en valor la importante e indigesta galletita que se está comiendo con gusto buena parte de la sociedad civil. El gobierno federal cedió a las presiones de la histórica insensatez opositora, cubriendo con algo de formalidad legal lo que la ley prohíbe taxativamente.

El director de El Cohete volvió a advertir el domingo –como lo viene haciendo desde hace algo más de dos décadas— sobre lo que hay en materia de militarización de la seguridad interior dentro del Caballo de Troya de las llamadas nuevas amenazas. Por caso, en la edición de El Cohete del domingo 31 de julio de 2018 el gato se había puesto las botas y el director señala que “el decreto presidencial 683/18, que dispuso la participación de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad interior, carece de fundamentos racionales y responde a concepciones impulsadas desde el Pentágono estadounidense y su Comando Sur”. Verbitsky explica que dicho decreto es “ilegal; no forma parte de una política razonada de Defensa Nacional; es inaplicable por falta de recursos; no constituye una respuesta racional al problema de las adicciones y su explotación comercial, que requieren otro enfoque; ha fracasado en todos los países donde se intentó, con gravosas consecuencias para la sociedad y para las propias Fuerzas Armadas; responde a un diagnóstico equivocado, ya que en la Argentina no existen organizaciones terroristas y constituye un peligro para la democracia y la vigencia de los derechos humanos”.

Rosario allá lejos y hace tiempo, recibió el poco agradable mote de la Chicago argentina por la actividad del crimen organizado. La ciudad de los vientos ganó esa fama por la llamada Ley Seca, a cuya sombra se organizó el crimen de traficar bebidas alcohólicas en una escala nunca vista. Cuando esa ridícula prohibición cesó, se acabó el perro pero siguió la rabia. La única solución factible para el consumo prohibido por las autoridades sanitarias del uso y abuso de determinados narcóticos es su legalización, tanto de producción como de consumo. ¿Dónde entra el poder blando en una trama que lo único que trasunta es dureza y violencia para que la legalización este muy, pero muy verde?

En la misma nota de 2018 el director de El Cohete cuenta que "la denominada Guerra contra las Drogas fue declarada hace 48 años por el Presidente de Estados Unidos Richard Nixon, con la ley de control y prevención del abuso de narcóticos, de 1970, y la directiva de la DEA de 1973 que declaró a las drogas como Enemigo Público Nº 1. El periodista Dan Baum publicó un cuarto de siglo después una evaluación devastadora de sus resultados en el libro Smoke and Mirrors: The War on Drugs and the Politics of Failure (Back Bay Books, 1997) (…) Durante su investigación, Baum consiguió entrevistar al principal consejero de Nixon en la adopción de esa política, John Ehrlichman [quien en 1994] le dijo en forma muy directa que los enemigos de Nixon eran 'la izquierda que se oponía a la guerra [en Vietnam] y los negros [que luchaban por sus derechos civiles]. Sabíamos que no podíamos ilegalizar la oposición a la guerra o el ser negro, pero los quebraríamos si lográbamos que el público asociara a los hippies con la marihuana y a los negros con la heroína y luego las criminalizáramos. Eso nos permitiría interrumpir sus reuniones y vilipendiarlos día tras día en los noticieros de la noche. ¿Sabíamos que estábamos mintiendo sobre las drogas? Claro que lo sabíamos'”.

Verbitsky informa a continuación que “en la Argentina esa política fue importada por el ministro de Bienestar Social José López Rega. Lo narré en mi libro Ezeiza, de 1985”. El accionista de la United Fruit Robert Hill fue el hombre “designado por el Departamento de Estado para penetrar la intimidad de Perón, cuando aún vivía en España (…) En 1973, cuando López se instaló cerca del poder en Buenos Aires, el departamento de Estado trasladó a Hill de España a la Argentina para continuar la relación. Una de sus primeras actividades fue la firma de un convenio con López para la represión del tráfico de drogas, cobertura que se comenzaba a utilizar por entonces para las operaciones políticas encubiertas. López reveló ante la prensa lo que debería haber guardado en reserva. En su discurso dijo que el combate contra las drogas formaba parte de un plan político, de lucha contra la subversión. Hill asintió en incómodo silencio. Con asistencia técnica y financiera de Estados Unidos comenzaba a organizarse la AAA, reedición del Plan Phoenix, aplicado en Vietnam para suprimir a 10.000 opositores”.

 

 

Robert Hill y José López Rega

 

 

Como cualquier mercancía, los narcóticos se producen si tienen mercado. El problema nunca está en el lado de la oferta (de la producción) como viene insistiendo la política exterior norteamericana alentada por un problema interno de control social. Si Nueva York por dos o tres semanas no tuviera abastecimiento de cocaína, sería posible que los marines invadiesen Colombia para poner en caja a esos desalmados.

Año tras año el poder blando atonta a propios y extraños con impactantes y sangrientos cuentos del lado de la oferta, como si el problema real estuviera ahí, impidiendo que se legalice, porque les permite joder en gran forma. La cínica e hipócrita derecha argentina aprovecha para ponerse la careta y agravar los problemas. Los elementos conscientes de la clase dirigente argentina prefieren asordinar el problema o seguirle la corriente al inefectivo y contraproducente prohibicionismo, porque temen que si toman al toro por las astas, se los lleven puestos y les impidan así alcanzar sus otros objetivos más perentorios conectados con mochar la desigualdad. Justamente, es por eso que la confluencia de dos tercios de la sociedad civil argentina se hace imprescindible. Mientras tanto, lo que mantiene vivo y creciente el problema criminal del narcotráfico es la prohibición irracional.

 

 

 

Leliqs

Aparentemente de buenas a primeras, la economía global anda a los tumbos por la crisis bancaria. Siempre la suba de tasas de la Fed viene con estos regalos. Para no ser menos, nosotros continuamos canjeando Leliqs para sobrellevar el prospecto de Nación endeudada externamente y con una oposición dispuesta a hacer hocicar al gobierno a cómo dé lugar, con la distribución del ingreso hecha un estropicio, la inflación que se empina sin pausa y la sequía que también nos seca de dólares. La relación en la que juega a fondo el poder blando entre lo que pasa por un lado con los grandes bancos globales y por el otro con las Leliqs, dan indicios de los posibles escenarios que enfrentaremos.

La historia acude a dar cuenta de ello. En el reciente número del journal norteamericano trimestral de política Democracy, Chris Hughes de The New School se dedica a “repensar a Arthur Burns, el 'peor' presidente de la Fed de la historia”. Burns manejó la reserva Federal desde 1970 en que lo nominó su viejo amigo Richard Nixon, hasta que en 1978 James Carter decidió reemplazarlo por George William Miller, que estuvo un año nada más para pasar a ser secretario del Tesoro. Entonces en 1979 Carter nombró a Paul Volcker, quien estuvo al frente de la Fed hasta 1987.

 

 

Milton Friedman y su maestro, el señor Burns, flanquean a Richard Nixon.

 

 

Hughes puntualiza que “nadie piensa hoy en Burns como un gran líder de la Fed. De hecho, la mayoría de la gente piensa que fue espantoso. En su libro reciente Política monetaria del siglo XXI, el ex presidente de la Fed, Ben Bernanke, ensaya la sabiduría convencional que presenta a Burns como políticamente implicado, confuso e ineficaz. La historia cuenta que, guiado por puntos de vista erróneos sobre la inflación y fácilmente influenciable por su relación con Nixon, Burns se tambaleó durante la década de 1970 siguiendo una política de tasas de interés de "stop-go" que creó embrollos y no ayudó mucho a controlar la inflación. Burns, según Bernanke, a diferencia de sus sucesores Paul Volcker y Alan Greenspan, simplemente no fue lo suficientemente sabio o fuerte como para dar a los estadounidenses la medicina necesaria de altas tasas de interés que necesitaban.

Durante el mandato de Burns, la variación del índice de precios al consumidor aumentó del 6% anual a principios de 1970 a más del 12% anual a fines de 1974 después del embargo del petróleo árabe, y finalmente cayó a menos del 7% anual desde 1976 hasta el final de su mandato en enero de 1978. Durante su mandato la tasa promedio anual de inflación de precios al consumidor fue de aproximadamente 9%. Un bien que en 1970 costaba un dólar, en 1978 valía 134 dólares.

A causa de Watergate, Nixon renunció el 9 de agosto de 1974. Al menos por eso endilgarle que fue un títere de Nixon es la mitad de cierto. Hughes previene que “contrariamente a su reputación, Arthur Burns era un economista conservador que odiaba la inflación. Aunque gobernó durante una época dominada por la economía keynesiana, se había formado en la tradición más antigua de la economía institucional estadounidense, lo que lo llevó a centrar gran parte de su trabajo académico en cómo garantizar que las empresas mantuvieran la confianza suficiente en el entorno macroeconómico para invertir a lo largo del ciclo económico. Su disgusto por la inflación se basaba en particular en la preocupación de que la inestabilidad de los precios pudiera provocar una recesión al socavar la confianza empresarial y reducir los niveles de inversión (…) Entre sus alumnos se encontraban Alan Greenspan y el monetarista Milton Friedman, economistas que dedicaron gran parte de su vida a la causa de la estabilidad de precios. Friedman lo llamó 'casi un padre sustituto', según el biógrafo de Friedman, y afirmó que, de todas las personas fuera de sus padres, estaba más en deuda con Burns, con quien estudió en Rutgers”.

Curiosamente, cuando en agosto de 1971 Nixon le firmó la partida de defunción al orden de Bretton Woods en una conferencia de prensa, lo flanqueaban el asesor seguridad nacional Henry Kissinger y el secretario del tesoro John Connally, pero Burns no estaba. Mientras Burns se hacía relativamente el chancho rengo con las tasas de interés (en 1974 las subió fuerte), el colapso de Penn Central en 1970 y el Franklin National Bank en 1974, síntomas de la creciente fragilidad del sistema financiero estadounidense, lo puso a trabajar en la creación de un marco para manejar el riesgo sistémico a partir del cual siguieron adecuando los futuros presidentes de la Fed. Un logro importante que sus críticos a menudo pasan por alto y que en la crisis bancaria actual se hace sentir fuerte.

El poder blando no pudo estar más atinado. Por necesidad de consolidar al dólar como moneda mundial, Friedman primero y los sacerdotes de las expectativas racionales inmediatamente a continuación, convencieron a todo el mundo vía la academia de que la inflación se domaba controlando la cantidad de dinero, que el déficit fiscal era más malo que las arañas, que el desempleo era beneficioso y voluntario, que el keynesianismo estaba muerto. El noruego Finn E. Kydland y el estadounidense Edward C. Prescott que en 2004 ganarían el premio Nobel de Economía , en 1977 publicaron un sonado paper en el que según ellos lo único que asegura una inflación baja es la independencia del banco central. Volcker –mientras el keynesiano accidental de Reagan hacia correr los más grandes déficits fiscales que se tenga memoria— miraba para otro lado cuando las deudas externas de la periferia habían destrozado los balances de los más grandes bancos y estas entidades seguían repartiendo ganancias como si tal cosa. Además ya en 1983 se había percatado que ponerle techo a la emisión era un sinsentido.

Qué manera grotesca de agarrar de boludos a los aborígenes de la periferia que se compraron todos los espejitos de colores que les vendieron y maltrataron de muy mala manera sus sectores internos menos favorecidos, con el sambenito de la austeridad. Las Leliqs emitidas en enero de 2018 son pagarés semanales que el Banco Central le vende exclusivamente a los bancos para secar la plaza en la creencia de que la emisión genera inflación y a la espera de que los intereses que se pagan bajen porque se controla a la madre del borrego: el déficit fiscal. El boludómetro se pulveriza ante la adamantina capa ideológica con la que el poder blando cubrió la realidad.

Mientras el gobierno y las bestias peludas de la oposición crean lo mismo, la inflación va a seguir en niveles muy altos y justificando la austeridad que crea pobres. La causa está en los costos, la emisión no tiene vela en este entierro, como bien sabía Burns y disimulaba Friedman (ambos empeñados en consolidar al dólar como moneda mundial, tema apreciado como sin importancia por Charles Kindleberger antes y por Paul Krugman ahora). Todos estos movimientos del poder blando continúan a pleno por falta de unidad nacional. De tomar cuerpo y volumen como objetivo político, como supone que todos los argentinos tienen derecho a estar en la mesa, se pone la condición necesaria para que no quede más alternativa que aceptar que la única verdad es la realidad.

 

 

 

 

 

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