El planeta y sus habitantes

Un horizonte posible

 

Hace un siglo un agudo pensador dijo que sólo después de una tormenta es que nos atrevemos a buscar el arcoíris (Historia de Utopías, Lewis Mumford, 1922).

Frente a la furia e impotencia generadas por las actuales políticas explícitamente dirigidas a rifar pueblos, producciones y territorios del país a los grandes capitales que sólo ven en ellos el dinero que imaginan podrán extraerles sin tener en cuenta otros valores relacionados con la humanidad y la vida misma en el planeta —muy en juego en ese entorno de su accionar—, es propicio señalar acciones en marcha de la sociedad (generadas por personas e instituciones) propiciantes de una mejor vida en relación con la tierra, los ríos, el aire, las montañas y con los semejantes. Iniciativas surgidas desde necesidades diversas a nivel local, regional y nacional, surgidas per se debido a distintas motivaciones.

Me refiero a la producción peri-urbana de hortalizas sin agroquímicos; la reutilización de residuos sólidos urbanos por parte de hogares para la producción de tierra (humus) para ser empleada en macetas y canteros urbanos; el embellecimiento de veredas por parte de algún vecino mediante plantas decorativas y mini-jardincitos; el mantenimiento de jardines privados en pulmones de manzana de la ciudad; y de inmensa significación, la comercialización de productos cooperativos y de la economía popular de provincias por parte de una ONG a través de un sistema de acopio y distribución de estos a cualquier localidad del país aplicando un pequeño margen de beneficio.

La producción de alimentos (en los alrededores de las metrópolis) libres de agrotóxicos y/o con prácticas agroecológicas que tienden a no contaminar la tierra, los cursos de agua y el aire, así como la observancia de relaciones sin maltrato a los laburantes junto al cuidado ambiental, tienen como propósito obtener alimentos sabrosos, nutritivos y sanos que preserven la salud de la población. Estos se comercializan en el área metropolitana principalmente mediante el formato de bolsones (que contienen un conjunto de productos hortícolas y frutícolas de estación). Con la pandemia esta modalidad experimentó un notable auge, pivotando en envíos a domicilio.

Por otra parte, en la ciudad de Buenos Aires existen numerosos pulmones de manzana (espacio en el centro de manzana hacia el cual convergen los fondos de muchas casas construidas décadas atrás) colmados de jardines que incluyen césped, plantas, arbustos y a veces árboles de gran porte. Dichos jardines privados, mantenidos por sus propietarios, no sólo les aportan beneficios visuales y a la salud, sino que aportan servicios ambientales a pobladores vecinos y a la propia ciudad, cada día más necesitada de espacios verdes (proveedores de oxígeno, atemperadores de calores extremos, atenuadores de inundaciones, esparcimiento) dado el avance implacable de construcciones (viviendas, calles, rutas, tinglados y plazas) cementadas. Semejante característica virtuosa de la ciudad hace tiempo viene siendo arrasada por los “desarrolladores urbanos” —equivalentes contemporáneos de piratas con patente de corso— por lo cual los porteños debemos procurarle una urgente protección social para que no acabe desapareciendo.

Las intervenciones de vecinos en veredas y canteros del arbolado público con plantas tienen propósitos de embellecimiento, aunado al deseo de expresión personalizando el frente de vivienda, de ocuparse en medio de una metrópolis tan deshumanizante y cementada de trabajar la tierra, regarla y cuidarla de posibles plagas. Así es que en algunos lugares de la ciudad, si observamos atentamente el entorno, podremos sorprendernos con esos pequeñísimos espacios de singularidad creativa que a muchos vecinos les alegran la vida.

La comercialización cooperativa en el país del Consumo Popular Organizado se inició durante la pandemia para aprovechar esa extraña época en que las personas transitábamos por las urbes lo menos posible para evitar el contagio, por lo cual la comercialización virtual tuvo un vertiginoso crecimiento. Por otra parte, posibilitó a pequeñísimos productores, pymes, comunidades rurales, a la agricultura agroecológica familiar y a organizaciones sociales de la economía popular ponerse en contacto con consumidores de todo el país a precio uniforme. De esta manera, ha permitido a esos productores de escasos recursos generar ingresos a miles de kilómetros de distancia, algo que les resultaba inimaginable hasta ese entonces. Y a los consumidores recibir en sus hogares productos regionales, saludables y cooperativos a precio económico.

En principio, esas iniciativas no guardan relación entre sí, aunque todas ellas refieren a la construcción de una economía y sociedad alternativa. No obstante, si se profundiza el análisis aparecen relaciones dinámicas de diferente intensidad entre varias de ellas establecidas en pos de alcanzar un más alto grado de autonomía (siempre muy relativo) de los grandes factores de los poderes público y privado, en el contexto del sistema capitalista vigente. Existen casos “exitosos” entre ellas, como son cooperativas con varios años de existencia, exportadoras de producciones regionales, las que —aun con semejante trayectoria— cuando llegan gobiernos que sólo favorecen a los grandes pulpos, mientras no saben (ni quieren saber) qué son las economías regionales y la economía social y popular, corren serios riesgos de tener que cesar sus actividades con consecuencias socio-económicas locales de gravedad. Así es que se reactualiza la frase: “De una vez por todas convenzámonos de la realidad de la utopía” (L. Mumford, op. cit.).

Como toda iniciativa incipiente de sociedad alternativa —dado que los poderes económicos no harán nada para colaborar con ellas, ya que no aceptan ni atisbos de competencia potencial— requiere del acompañamiento de consumidores conscientes de los beneficios directos e indirectos que resultan de contar con ellas. Por ello es imprescindible que esos emprendimientos difundan cuidadosamente lo que hacen, cómo lo hacen y los beneficios que sus actividades aportan a la sociedad, muy particularmente dado que en general sus precios son algo mayores a similares tradicionales. El principio que debe guiarlos pasa por convencer a los consumidores de que vale la pena pagar algo más caro para sostener producciones alternativas.

De manera que la economía alternativa es también solidaria, observa seriamente la dimensión ambiental y social de sus actividades, organiza redes entre productores, consumidores, organizaciones sociales y de la economía popular; todas con arraigo en el territorio y los pueblos del país. Aun siendo tan incipiente, ella evidencia potencial de ser uno de los ejes vertebrantes en la conformación de la sociedad alternativa e inclusiva, que coloca a la vida humana digna y su entorno por encima de los valores monetarios. Va en dirección opuesta al individualismo imperante que lleva a beneficiar al capitalismo financiero. Y ello muestra el carácter subversivo de pequeñas iniciativas alternativas que, sin intentar una vía de acceso al poder, van procurando generar poder propio desde las organizaciones, los pueblos y territorios de las 23 provincias del país.

De esta forma, desde el sur del sur del planeta y al rescate de las mejores costumbres y tradiciones de nuestros pueblos originarios, sobrescribimos el lema primermundista naive “Salvemos el Planeta”, que no da cuenta de la existencia humana, con la impronta de “Salvemos al planeta… con todos sus habitantes”. Ante tantas declamaciones huecas de buena voluntad y expresiones retóricas, el desafío asumido por personas y organizaciones vulneradas por el sistema, que desean vivir dignamente, pasa por construir la sociedad y la economía alternativa que posibiliten una vida más armoniosa entre seres humanos y entre la sociedad y el ambiente.

En estas pocas líneas se mencionaron apenas unos pocos casos, pero se sabe que por todos los rincones del país existen tantos más. Todos los días se generan nuevos lazos de convivencia social y solidaridad para sobrevivir en este mundo cruel. Muchos de ellos no prosperarán, aunque probablemente las personas involucradas vuelvan a intentarlo en otras circunstancias —mientras otros varios sí lo logran—, ya que el individualismo en este mundo no tiene mayor cabida. Además, cuanto más duro es el contexto económico y político como el actual, resulta más necesario y propicio el momento para generar alternativas; finalmente, como dice Mumford, la vida se nos hace más tolerable gracias a nuestras utopías. Por ello pueden llegar a imaginarse muchas próximas nuevas iniciativas que se multiplicarán como hongos en el bosque Milei-nario invernal (de un invierno duro).

 

 

 

 

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