“No distraigas al enemigo mientras se está equivocando” (Napoleón)
“En el fondo de tu corazón prefieres el viejo idioma con toda su vaguedad y sus inútiles matices de significado. No sientes la belleza de la destrucción de las palabras. ¿No sabes que la neolengua es el único idioma del mundo cuyo vocabulario disminuye cada día?”. Con escasa sutileza así advertía un personaje a otro sobre los riesgos de escribir ciertas cosas en el periódico donde trabajaba o, mejor dicho, donde estaba comisionado. El mismo dirio que había anunciado un incremento en la ración de chocolate a veinte libras en el mismo acto en que borraba de todas las ediciones anteriores que, hasta ese momento, la porción era de treinta libras. Premonitorio, George Orwell (Motihari, India, 1903-Londres, 1950) de seguro pensaba en la vieja Europa, no en la Argentina, cuando en 1949 publicaba la novela distópica 1984. Había transcurrido ya la gran guerra contra los fascismos y en esa resaca florecía el liberalismo en tanto el neo ídem se cobijaba dentro del huevo de la serpiente.
El pantallazo sobre Orwell ahorra descripciones sobre lo que constituye un relato político construido como cimiento ideológico del poder. Circunscripto en exclusividad por el muro externo del blindaje mediático al populismo en general y al kirchnerismo en especial, el relato es condición de posibilidad de todo gobierno en todo lugar y en todos los tiempos. Ineludible émulo de un mito de origen que apunta a instalar ideológicamente una determinada gestión en una razón de ser. A grandes rasgos puede hacerlo dentro de una filiación, es decir en una raíz histórica, como sucede con el peronismo. O bien como un fenómeno novedoso que irrumpe en los tiempos, introduciendo una inflexión, a partir de la cual comienza una era, en tanto antes primaban las sombras y ahora, con el promisorio advenimiento, se hace la luz; como se postula en el macrismo, a imagen y semejanza de los monoteísmos.
En el plancton de la lucha política, el brillo de los respectivos relatos oscurece las diferencias entre proyectos. De ahí que conocer al enemigo surge como el primer paso, previo a emprender ya no una batalla ni una leve escaramuza, sino a ejecutar cualquier movimiento. Pues operar con la idea de que el adversario piensa como nosotros más que un error resulta una indolencia suicida. Los ejemplos abundan. Lo que así queda en la derrota es el inmovilismo del lloriqueo, el endoso de las responsabilidades “en lo que se mezcla lo agónico con el voluntarismo”. Idea, esta última, que Marcos Mayer (Buenos Aires, 1952) plasma en relación a los militantes Subcomandante Feizbuc, Combatiente Tuiter y Miliciano Instagram, pero que puede hacerse extensiva a toda melancolía de la derrota y justificación del quiebre.
El modo de producción, circulación, reproducción y consumo de la mitología macrista es precisamente el objeto de investigación de Mayer en El Relato Macrista, en su más reciente edición. Aporte insustituible a la caracterización del contrincante político, en su amplia, profunda disección se zambulle en las entrañas discursivas de una cosmovisión por completo ajena a las prácticas sociales del llamado “progresismo”. Periodista de extensa trayectoria, el autor realiza una cobertura acorde a su oficio en una primera sistematización de la multitud de componentes que se aglomeran en el fárrago ideológico PRO. Formula un inventario de frases, conceptos, apotegmas, surgidos tanto de declaraciones como de escenas televisivas, letras de canciones, libros, crónicas, films, en fin, sinnúmero de fuentes que en su conjunción arman un mosaico tan complejo como homogéneo. Pues el discurso macrista de modo alguno se limita a los balbuceos ni al teleprompter de Mauricio; emerge en las prácticas sociales de sus dirigentes, en sus hábitos de conducta y alimenticios, en el predicado de sus aseveraciones, en la didáctica de sus ideólogos (más que Durán Barba, Rozitchner y Mirtha Legrand), las implicancias de sus actos.
Mayer adopta como hilo conductor una idea que es un hallazgo: la conformación de una cultura política resultante de la intersección de la tupperwarística cosmovisión de los CEOs con la operatoria propia de los ingenieros. Podría haber ingresado al tema por algún otro resquicio con semejante resultado, sin embargo, dado que se aleja de cualquier pretensión semántica, semiológica o académica, alcanza con desplegar la materia prima y avanzar en el principio de algunas lecturas. Recorta y reproduce fragmentos que en tal dirección se tornan paradigmáticos, como cuando el subcomisario Hernán Lombardi, ministro de Información Interior (según Carlos Barragán), ingeniero como el Presidente, confiesa: “El ingeniero está entrenado para resolver problemas. Hace lo que dice y dice lo que hace. No se queda en el argumento y está entrenado para insistir por otro lado, ya que las dificultades se pueden resolver. También es pragmático, pero nunca para hablar de la vida, sino para resolver el problema concreto”. Con prudencia, sobre el hecho consumado, Mayer acota: “Lo concreto tiene la ventaja de que no admite ser discutido, está allí”. Y añade más adelante: “Por eso Macri pasa de la sorpresa al enojo cundo alguien desacuerda con sus dichos y medidas. En el fondo es una reacción por sentirse incomprendido, por no poder entender que hay una parte del país que parece no darse cuenta —por dificultades educativas, por añoranzas de un pasado falso o por intereses espurios— de que la manera de hacer y sentir verdadera es una sola”. Plin, caja.
Modelo de confección periodística aplicado por Mayer que se reduciría a chapucera interpretación psicologizante si no fuera sostenida por ejemplificaciones que recorren un multifacético espectro. Conjunto que en ningún momento se recluye en los discursos del propio Mauricio Macri, sino que abarcan actos de gobierno tanto como dichos representativos en los cuales el PRO abreva. Es, sin ir más lejos, la encubierta caracterización de la pobreza como “un entorno, un esquema mental que hace que las personas no puedan pensar más allá de esa situación”, según elucubración del neurólogo de cabecera Facundo Manes, por lo que la tarea de gobierno se reduciría a “erradicar la pobreza de la mente”, mediante la acción de los ricos “que puedan servir de modelo a los que no lo son”, como lo comprueba su propia condición de “exitosos”. Con semejante rigor, El Relato Macrista aborda la actual ideología dominante en torno a la felicidad, meritocracia, mercado, trabajo, cultura, verdad, corrupción, latiguillos, eufemismos, certezas y vaguedades que conforman un universo encandilante para amplios sectores de la sociedad, como ocurre durante la noche con las liebres sobre el asfalto frente a los faros de los camiones.
A lo largo del texto Mayer se manifiesta advertido de que la recopilación lograda requiere de otros complementos a la hora de construir renovadas herramientas para enfrentar la embestida. Podríamos señalar que la tarea es tan múltiple como colectiva; precisa de genealogías históricas (como Mundo PRO, de G. Vommaro, S. Morresi y A. Bellotti, 2015) y políticas, referencias económicas (como las procuradas en este Cohete) y propuestas. Mientras tanto, para Macri y sus secuaces “el Estado del siglo XXI es ‘menos ideológico y más real’. Para decirlo de manera más explícita —concluye Mayer—, a través de Cambiemos la que gobierna es la realidad. Y en la lógica mediática que traspasa todo el pensamiento oficial, realidad es una sola, la que se ve desde el poder”. Y el poder es del FMI.
FICHA TÉCNICA
EL RELATO MACRISTA – construcción de una mitología
Marcos Mayer
Buenos Aires, 2018
224 págs.
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