Uno de los secretos de la perduración de la Iglesia Católica en el mercado de la fe es su práctica pendular, que le permitió sumar devociones de cada lado de los sucesivos espectros políticos. Por eso, uno de los auténticos misterios de la religión es prever si el Colegio de Cardenales, que dentro de dos semanas se reunirá bajo llave para elegir un nuevo Papa, continuará en la misma dirección que le imprimió Francisco, o iniciará la trayectoria inversa. Hay motivos para presumir tanto una cosa como la otra. El péndulo es sostenido por el espíritu santo, por decirlo en forma grata para los creyentes.
El 80% de los 135 cardenales con derecho a voto, aquellos que aún no han cumplido 80 años, fueron designados por Francisco, quien postergó a sedes tradicionales e incrementó la diversidad étnica y geográfica del cuerpo. Por eso muchos observadores presumen que el sucesor se internará más profundamente en la huella renovadora abierta por Francisco, como el cardenal filipino Luis Tagle o el italiano Mateo Zuppi.
Pero esto dista de ser automático. El cónclave que hace doce años se inclinó por el argentino de familia piamontesa Jorge Mario Bergoglio estaba integrado por cardenales que recibieron sus birretes en los 35 años previos, de manos de los pontífices conservadores Karol Józef Wojtyła y Joseph Alois Ratzinger. Desde su saludo inicial en el balcón, con un sonriente buona sera dedicado a quienes lo saludaban en la plaza, quedó claro que este Papa que sus hermanos fueron a buscar al fin del mundo era algo por completo distinto. Siempre adusto en sus años porteños, desde su asunción no paró de sonreír.

El modelo nacional
Las actuaciones de sus años previos en la Argentina no se comprenden sin considerar también las pugnas internas del peronismo. Bergoglio fue designado Provincial jesuita a sus 36 años, en 1973. Muy próximo a Guardia de Hierro (que sólo coincidía en el nombre con la organización fascista rumana creada por Corneliu Codreanu), impugnaba a Montoneros como una infiltración marxista en el movimiento nacional. Lo mismo pensaba de la Teología de la Liberación. En cambio prefería la Teología del Pueblo. En la revista teórica de la Compañía de Jesús, Stromata, Antigua Ciencia y Fe, el historiador uruguayo Alberto Methol Ferré sostiene que para recuperar su pasado histórico y reconstruirse como pueblo y nación, los veinte estados en que se dividió América Latina deben recuperar los rasgos fundamentales del catolicismo popular medieval español y portugués.
En esa línea, Bergoglio aportó elementos culturales y religiosos al Modelo Nacional que, bajo directivas de Perón, redactó el coronel Vicente Damasco, amigo del jesuita. Perón presentó esa propuesta doctrinaria ante la Asamblea Legislativa del 1° de mayo de 1974. Luego de la muerte de Perón, Bergoglio condujo a los seminaristas del Colegio Máximo de San Miguel a un acto de la presidenta Isabel Perón en la Plaza de Mayo, por la nacionalización de las bocas de expendio de combustibles. Esos hechos dieron lugar a la versión de que Bergoglio era peronista.
Botones y papeletas
En el último siglo tres veces emergió con la túnica talar blanca de 33 botones el cardenal que ingresó a la capilla Sixtina como candidato seguro a vestirla:
- el secretario de Estado Eugenio Pacelli, que en 1939 se trasmutó en Pío XII,
- Giovanni Montini, que en 1963 trocó su nombre por el de Pablo VI, y
- Ratzinger, que en 2005 eligió el nombre de Benedicto XVI.

En cambio, fueron necesarias catorce votaciones en 1922 para elegir como Pío XI al bibliotecario del vaticano Achille Ratti. Tampoco eran favoritos Albino Luciani y Karol Wojtyla, ambos en 1978, quienes eligieron ser conocidos como Juan Pablo I y Juan Pablo II, y el propio Bergoglio, quien ya tenía 76 años, es decir que superaba la edad del retiro de los cardenales. Ratzinger fue electo a sus 78.
Todo esto sugiere que nada puede darse por seguro antes de la rosca en la intimidad del Cónclave. El péndulo se movió muchas veces en la dirección contraria a la que traía. Dos severos disciplinarios como Pío IX y Pío X hicieron de la Iglesia una fortaleza intransigente, luego de la pérdida de los estados pontificios que pasaron a integrar el reino de Italia. Después de ellos y de León XIII, tomó las riendas Benedicto XV, cuyos esfuerzos por la paz mundial en la Primera Guerra Mundial son similares a los de Francisco en el presente. El sucesor de Benedicto, Pío XI, firmó con Mussolini los tratados de Letrán, que delimitaron el estado vaticano y le cedieron enorme cantidad de dinero y propiedades como compensación.
Pío XI mantuvo una tensa relación con el nazismo y llegó a condenar su doctrina racial. Le sucedió Eugenio Pacelli, Pío XII. Su más íntimo amigo, el alemán Ludwig Kaas, se mudó al Vaticano, donde vivió hasta su muerte como administrador de la basílica de San Pedro. Allí escribió un ensayo sobre el Concordato con Mussolini que con alta probabilidad expresa el pensamiento papal. Sostuvo que “la Iglesia autoritaria debería comprender al Estado autoritario mejor que otras”. El historiador católico John Cornwell llamó a Pío XII El Papa de Hitler, luego de que se le permitiera consultar los archivos del Vaticano. El frío y rígido Pacelli, que sólo hizo las paces con la democracia cuando la derrota del Eje era inminente y condenó a los curas obreros por comunistas, dejó la silla apostólica para que la ocupara Angelo Roncalli, El Papa Bueno, que convocó al revulsivo Concilio Vaticano II.
De las catacumbas al cesaropapismo
Nacida entre los campesinos paupérrimos de Palestina y perseguida por el conquistador romano, como lo demuestran la tortura y ejecución de su creador, la Iglesia Católica sobrevivió sus primeros tiempos en pequeñas comunidades que se reunían en catacumbas para eludir la represión. Su promesa de la inmortalidad del alma sirvió de consuelo entre los que nada poseían y contribuyó a su expansión. Dos siglos después, cuando su avance ya era incontenible y amenazante, el emperador Constantino la adoptó como religión oficial del imperio. Mientras la espada secular se prosternaba ante la espiritual, la Iglesia Católica participó en cruzada militar hacia el Oriente para recuperar el santo sepulcro, envió misioneros a China, intervino en el descubrimiento y colonización del Nuevo Mundo, delimitando las posesiones de España y Portugal.
Cuando el vaivén del péndulo fue demasiado intenso se produjeron sucesivos cismas, en Alemania y Gran Bretaña, que crearon las iglesias cristianas protestantes en el siglo XVI. Sus motivos fueron opuestos:
- el deseo de una relación directa con Dios, cuya palabra sólo estaba en la Biblia, en el caso de Martín Lutero, y
- la compulsión de contraer un segundo matrimonio en el de Enrique VIII, quien repudió a Catalina de Aragón porque no le dio un hijo.

Esas reformas dieron lugar, en 1534, a la creación de la Compañía de Jesús, una orden religiosa y militar al servicio del Papado con la que comenzó la Contrarreforma.
Durante la marea revolucionaria de 1848 el papa Pío IX fue hecho prisionero por el movimiento de liberación y unificación de Italia, Il Risorgimento. El nacionalismo italiano que proclamó la República se tornó anticatólico y como los revolucionarios franceses del siglo anterior hizo un culto de la humanidad y el progreso. Disfrazado de sacerdote, Pío Nono huyó de Roma y logró refugiarse en el sur. En 1850 pudo regresar a su sede acompañado por un Ejército franco-español que batió a las tropas de Garibaldi y recuperó Roma, donde quedó aislado. Terminaban mil años de poder temporal de la Iglesia.
El catálogo de los errores
Los teólogos alemanes y belgas planteaban la apertura hacia el mundo, porque creían que las únicas armas efectivas contra el error eran las de la ciencia y no la censura eclesiástica. Pero Pío IX estaba dispuesto a extirpar hasta el último vestigio de liberalismo. En 1864 emitió la Encíclica Quanta Cura y con ella envió a todos los obispos el Syllabus de los Errores. Esos textos condensaron tres siglos de lucha del papado contra el Estado moderno burgués, constituyeron una declaración de guerra al racionalismo, la ciencia, el liberalismo, el protestantismo, el socialismo y el comunismo, ya que los reinos sólo subsisten apoyados en el fundamento de la fe católica, por lo que deben empeñar su potestad “sobre todo para la defensa de la Iglesia”. León XIII advirtió lo insostenible de esta posición, que abominaba hasta del ferrocarril, y en 1891 produjo la Encíclica De Rerum Novarum (o sobre las cosas nuevas). Fue la piedra fundamental de lo que se conoce como Doctrina Social de la Iglesia, que intenta regular las relaciones entre el capital y el trabajo, postulando una justa retribución, desde los valores cristianos. Sobre ese tema profundizarán las Encíclicas
- Quadragesimo Anno, que en 1931 ofreció una tercera posición, de cooperación entre el capital y el trabajo.
- Mater et Magistra, de 1961, sobre la justicia social y la intervención del Estado.
- Populorum Progressio, de 1967, que afirma la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos que luchan por superar el hambre y la miseria.
- Laborem exercens, de 1981, que proclamó la prioridad del trabajo sobre el capital, la participación de los obreros en las ganancias y la democratización de los lugares de trabajo.
Esta genealogía está en el origen de las posiciones de Bergoglio en cuanto se calzó el solideo.
En las décadas de 1920 y 1930 la Acción Católica creada por Pío XI como lunga mano del Episcopado llevó su actividad a cada rincón de la sociedad mediante sus distintas ramas: masculina, femenina, juvenil, laboral y de las distintas profesiones. Se consideraban a sí mismas como un Ejército.
Según Gramsci, los conceptos de nación y patria, nacidos a partir de la Revolución Francesa, se convirtieron en el principio intelectual y moral ordenador de las masas populares en victoriosa competencia con la Iglesia y con la religión católica. Cuando el catolicismo dejó de ser la premisa necesaria y universal de todo modo de pensar y obrar, el papado sintió la necesidad de una organización política propia que enfrentara el avance arrollador del liberalismo. Que la Iglesia haya llegado a identificarse en todo el mundo con el nacionalismo y el patriotismo que demolieron su universalidad sólo habla del talento político de sus hombres.
El futuro peronismo copiará en espejo esta disposición en ramas, lo cual abonará tanto la identificación inicial como la estruendosa ruptura posterior, cuando intentó reemplazar a las tres personas de la Trinidad por las dos de la pareja presidencial en una religión laica.
Con el nombre de Francisco, el Papa que falleció esta semana fue un ejemplo extremo sobre el funcionamiento del péndulo eclesiástico. La diferencia fundamental con los vaivenes anteriores, fue que una misma persona condujo la reversión del movimiento del que había participado con obcecación.
El látigo
Desde la congregación de la doctrina de la fe, Ratzinger había sido el látigo del Papa Wojtyla para silenciar a teólogos de la liberación, como Hans Küng o Leonardo Boff. Bergoglio había hecho algo similar en la Argentina. En 2005 fue el competidor de Ratzinger hasta la penúltima votación. Era considerado como un populista conservador como Juan Pablo II, quien lo incorporó al círculo aúlico del birrete rojo en 2001, a propuesta de Antonio Quarracino. En la década de 1960, Quarracino fue un revolucionario que llegó a abogar por la lucha armada. Pero desde fines de los '70 se convirtió al más rancio conservadorismo. En 1994 propuso encerrar en un ghetto a todos los gays y lesbianas.
En diciembre de 1978 el Vaticano lo envió a El Salvador, para investigar las denuncias contra el arzobispo Óscar Arnulfo Romero. Quarracino preparó un lapidario informe, que consta en el Cable cifrado Nº 325 de ese año, que encontré en el Archivo de la Secretaría de Culto. Un par de meses después, Romero fue asesinado mientras decía la misa. Juan Pablo II y el Presidente de Estados Unidos Ronald Reagan, habían acordado acabar con la teología de la liberación en Centroamérica, que consideraban parte de la expansión comunista. Las principales figuras del establishment de inteligencia y seguridad de Washington eran católicos practicantes, como los jefes de la CIA William Casey y el general Vernon Walters, el secretario de Estado, general Alexander Haig, y su segundo, William Clark. Reagan ordenó que Walters y Casey comunicaran la información y los análisis más sensibles a Juan Pablo II, con quien se vieron unas quince veces en secreto. Según los cables y cartas confidenciales redactados después de cada visita al Vaticano, la Argentina era uno de los setenta y cinco temas de ese denominado “diálogo geoestratégico”, además de Polonia, Centroamérica, Chile, teología de la liberación y terrorismo. En junio de 1981 el Papa convocó a una reunión cumbre en Roma a la que asistieron las máximas autoridades del CELAM y los presidentes de las Conferencias Episcopales de los seis países de América Central. Vocero de la reunión fue Quarracino, entonces secretario general del CELAM, quien denunció que se había programado la “penetración ideológica marxista-leninista” en una zona neurálgica con proyección a todo el continente en la que “la pobreza y la injusticia abonaban una presencia revolucionaria extremista”.
Veinte años después, Quarracino y Wojtyla rescataron a Bergoglio del ostracismo en que lo habían aislado sus propios compañeros, por la conducción autoritaria que ejerció cuando estuvo al frente de la Compañía de Jesús. Esto incluyó las denuncias presentadas por los sacerdotes Orlando Yorio y Franz Jalics, que fueron secuestrados y torturados durante la dictadura militar. Quien lo consignó, en su libro Iglesia y dictadura, de 1989, no fui yo, sino la principal figura laica del catolicismo argentino, Emilio Fermín Mignone, fundador y presidente del Centro de Estudios Legales y Sociales y ex viceministro de Educación del general Juan Onganía. Mignone señaló a Bergoglio como uno de "los pastores que entregaron sus ovejas a los lobos".
La hija de Mignone, Mónica Candelaria, militaba con ambos sacerdotes en una villa del Bajo Flores y está detenida-desaparecida. Los curas fueron liberados meses después en una negociación entre el Episcopado y el gobierno, por la cual el ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz y el jefe de Estado Mayor del Ejército, general Roberto Viola, fueron invitados por la comprensiva Conferencia Episcopal a explicar sus políticas económica y represiva.
Tanto Yorio cuanto Jalics fueron apabullados por la designación de Bergoglio como arzobispo de Buenos Aires. Ambos corroboraron el relato de Mignone cuando los entrevisté. También publiqué el descargo del prelado, tal como él me lo transmitió, y el de Alicia Oliveira. Abogada del mismo organismo que Mignone y amiga personal de Bergoglio, Alicia exaltaba su comportamiento en aquellos años.

Yorio envió un informe detallado al General de la Compañía de Jesús, Pedro Arrupe, que no tuvo respuesta. Su familia me entregó una copia. Jalics publicó un libro de Ejercicios de Contemplación complementario del relato de Yorio. En una de las entrevistas que tuve con Bergoglio, me contó que al concluir una misa intentó hablar con Mignone para darle sus explicaciones, pero que el presidente del CELS alzó la mano para detener su aproximación.
En esta edición del Cohete, reproducimos dos notas que tocan el tema: una de Diego Kenis, en la Agencia Paco Urondo, quien especifica que mis investigaciones sobre Bergoglio no fueron inspiradas por el kirchnerismo, ya que son varios años previas a su existencia y continuaron luego del acercamiento de CFK a Francisco.
La otra fue publicada en las redes antisociales por Sebastián Lacunza. Cuenta que durante el cónclave de 2005 fue a la sede de los jesuitas en Roma y entrevistó a su vocero, el sacerdote José de Vera.
—¿A usted le consta que Yorio y Jalics se sintieron entregados?— preguntó.
—Claro, si nos lo contaron nuestros hermanos. Y Jalics vive, está en Alemania.
Pero en 2013 Bergoglio fue electo Papa con la misión de conducir una apertura de la institución a las nuevas realidades del mundo, lo cual generó perplejidad entre quienes lo habían padecido en su rol disciplinario. Una semana después de su entronización, tres hijos de Mignone ratificaron en una carta abierta el relato sobre los secuestros de los sacerdotes y los catequistas.
Bergoglio les había dado a elegir entre dejar el barrio en el que militaban o renunciar a la Compañía. No tuvieron ocasión de decidirlo, porque antes los secuestraron y los condujeron a la ESMA. Meses después la Universidad jesuita de El Salvador designó profesor honoris causa al entonces almirante Massera. En 1979, ese dictador escapó furioso de un seminario en la Universidad jesuita de Georgetown, en Washington, cuando dos sacerdotes norteamericanos lo interrogaron sobre la represión, incluyendo los casos en que las víctimas eran obispos, monjas, sacerdotes y laicos cristianos. Uno de esos sacerdotes dijo que dada la estructura de la Iglesia esa invitación no podría haber ocurrido "sin la iniciativa o al menos el asentimiento de la provincia argentina de la Compañía de Jesús”. Su Superior Provincial era Bergoglio. Uno de sus novicios, Miguel Mom Debussy, afirma que inició "su regresión tridentina: empezó a usar sotana, cosa que nadie hacía salvo algún viejo, y a retomar liturgias previas al Concilio Vaticano II. En la facultad no estudiábamos a los filósofos posmodernos. Muy poco a Nietzsche, Kierkegaard, Heidegger, Merleau Ponty, nada de Sartre, Foucault, Spinoza o Marx. A los estudiantes nos hacía leer laudes en el coro. La estola, de terciopelo o bordada en oro, se la colocaba cruzada, como antes del Concilio. Usaba las más suntuosas cuando celebraba en los barrios, porque decía que al pueblo le gustaba ver a Evita como una reina”. El archivo de la Cancillería guarda un documento de un servicio de informaciones especializado en el seguimiento de los temas y los actores eclesiásticos. Su texto sostiene que Bergoglio se proponía limpiar la Compañía de “jesuitas zurdos”.
Su papado fue totalmente distinto. Uno de sus primeros actos fue una reunión en la sede de la Compañía con todos los jesuitas presentes, con quienes desde hacía años no tenía contacto. La Compañía es la única orden cuyos miembros juran lealtad y obediencia al Pontífice. Que uno de ellos ocupara ese cargo creaba una situación muy difícil a quienes repudiaron su conducción más de un cuarto de siglo antes. También explica los zigzagueos de Jalics, quien dijo públicamente que se había reconciliado con esos hechos (no que fueran inexistentes) y al mismo tiempo reiteró los cargos en su correspondencia con los hermanos de Yorio, que me entregaron copias.
Como Papa, hizo todo lo contrario, prohibió los ritos latinos, renunció a los ornamentos usuales, declaró que quería una Iglesia con olor a oveja e invitó a los jóvenes a salir a las calles y hacer lío. Rebajó de categoría, reformó o disolvió congregaciones de ultraderecha, como el Opus Dei, los Legionarios de Cristo y el Sodalicio de Vida Cristiana.
Este Papa post-comunista se negó a ocupar los aposentos papales, se trasladó en ómnibus junto con los cardenales, almorzaba en el comedor colectivo, dijo que no era quién para juzgar a un homosexual, autorizó que parejas del mismo sexo fueran bendecidas, se deshizo de la flota de vehículos de lujo del papado, instaló duchas para indigentes en la plaza de San Pedro, admitió a los divorciados en la comunión, otorgó un rol mayor a la mujer, se pronunció contra la pedofilia eclesiástica, la pena de muerte y el punitivismo, planteó que la Iglesia Católica debía preocuparse más por la injusticia social que por las cuestiones sexuales. Recibió al sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez, el principal inspirador de la Teología de la Liberación. Con aportes de Leonardo Boff escribió la encíclica Laudato Si, en la que fustiga la tecnocracia y el consumismo y relaciona la crisis climática con la injusticia social. En cuanto asumió, viajó a Lampedusa y oró por los inmigrantes que arriesgan la vida para llegar a Europa, donde son rechazados. También denunció el genocidio israelí contra el pueblo palestino, y hasta su última semana de vida se comunicó con la parroquia católica de Gaza para informarse y apoyar.
Los agnósticos, ateos y comunistas odian al catolicismo "por lo mismo que aman a Bergoglio", sostienen los tradicionalistas. "Porque lo que en definitiva desea un progresista es un Papa renunciando a sus funciones y dejando sus símbolos de poder al pie de una convención de ateos". Su paseo final en camiseta y sin el solideo los estremeció.
Según Philip Shenon, autor del libro Jesus Wept: Seven Popes and the Battle for the Soul of the Catholic Church, desilusionó a muchos católicos progresistas, ya que modificó el tono de los debates vaticanos, siempre con énfasis en la promoción de la misericordia y la humildad en vez del castigo al pecado, pero no produjo la revolución que sus admiradores esperaban. Fue "mucho más cauto y conservador". Descartó la flexibilización del celibato, el control de la natalidad, la ordenación de mujeres como diáconos y de hombres casados. En varios casos bien documentados, lo acusaron de demorar o paralizar investigaciones sobre abusos de niños cometidos por amigos suyos. Sus reformas pueden ser anuladas por quien lo suceda, con un simple movimiento de la mano, afirma Shenon. No obstante, conjetura que tal vez la agenda de cambio de Francisco sólo ha sido postergada hasta su partida, dada la selección de cardenales que realizó en sus 12 años de gobierno, democrático sólo de palabra. La mayoría son jóvenes y muchos parecen más progresistas que él. Uno de ellos podría ser el nuevo Papa.
Epílogo argento
El Presidente Javier Milei partió hacia Roma con su hermana Karina, el jefe de gabinete Guillermo Francos y una comitiva integrada por el Vocero de Adorno, candidato a diputado por la Capital, y dos ministras que han sido muy cuestionadas por el ex representante del Maligno en la tierra: Sandra Pettovello por el mezquino manejo de la ayuda alimenticia y Patio Bullrich, por la constante represión a quienes reclaman. Igual que Trump, llegaron tarde a la ceremonia de cierre del féretro papal. Mejor no pensar qué hubiera dicho el difunto ante la intromisión política del FMI, con la recomendación de Kristalina Georgieva de que en los comicios de octubre, el electorado apoye a los candidatos libertarios, para que "no descarrile la voluntad de cambio".

La música que escuché mientras escribía
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