El ingeniero electoral Jaime Durán Barba es el uno de los ejes principales, sino el principal, de los sucesivos triunfos electorales del gatomacrismo. Desde que comenzó a engarzar las piezas de esa máquina electoral, poco más de tres lustros atrás, hasta las presidenciales de 2015 y las legislativas de 2017, el balance de su trabajo arroja resultados beneficiosos para sus mandantes. Como cualquier beneficio tiene asociado un costo. En el caso de los beneficios políticos el costo a considerar es el socio-económico que eroga la comunidad nacional. Que esto sea así, también se desprende de lo que dice el propio Durán Barba [i], en su ensayo más reciente en coautoría con Santiago Nieto: “Los programas son fundamentales para gobernar, pero no son piezas de publicidad que sirven para conseguir votos”.
Los votos conseguidos con las técnicas que puso en práctica Durán produjeron el beneficio político del triunfo electoral. A ese beneficio vino asociado el enorme costo, por el programa de gobierno puesto en marcha, que está pagando tres cuartas partes de la sociedad, medido en pérdidas concretas de bienestar. Los acontecimientos tomaron este curso, objetivamente, porque lo que Durán llama de forma genérica: piezas de publicidad, en realidad manifiesta el resultado del diseño de una guerra psicológica destinada a alienar los intereses bien entendidos de las mayorías a favor de un programa que expresa los intereses contradictorios y los prejuicios de una minoría muy reaccionaria.
La estrategia de alienación fue adoptada suponiendo que su éxito y mantenimiento no insumiría mayores costos políticos. Al inquirir sobre las razones que condujeron a esa decisión, con fatídicos resultados económicos y sociales, aparece la incumbencia de la base conceptual desde la cual Durán edificó las estrategias de campaña, en particular, y de comunicación, en general. Asimismo, revisar esa base conceptual, encontrar sus contradicciones y cortedades, orienta para detectar, en este presente griego de la crisis, si tal estrategia encontró sus límites.
Divididos por la felicidad
Durán y Nieto sostienen que “se viene un mundo diferente, eso es inevitable. Será mejor del que vivimos, nuestros descendientes tendrán la oportunidad de multiplicar su libertad y su felicidad.” Y advierten que “más allá de los delirios de los que dicen que todo está peor y que pretenden que volvamos al pasado, están los datos concretos.” Los datos concretos que aportan, ciertamente pocos y aleatorios, son para volver necesario lo que quieren demostrar. El sentido de esta petición de principio se discierne plenamente cuando Durán y Nieto puntualizan que “el producto interno bruto (PIB) no es una buena medida del bienestar como ocurría antes”. Ni lo era antes, ni lo es ahora. Ni lo va a ser nunca. Es el PIB per cápita lo que importa, en todo caso. El PIB per cápita es un promedio que surge de dividir el PIB total generado anualmente en un territorio por el total de habitantes.
El desarrollo económico tiene como único propósito mejorar el bienestar material de los seres humanos. Cuestiones de la elección del estilo de vida aparte, esta mejora en el bienestar debe significar un aumento cuantitativo en el consumo de bienes y servicios de todo tipo. Dado que este aumento debe, a su vez, comprender en el ámbito del consumo a un número mayúsculo de personas, refuerza la importancia de los promedios. De ahí que la medición más confiable y directa del bienestar es el PIB per cápita. Ocurre, además, que la población económicamente activa (el total de ambos sexos entre 16 y 65 años) se incrementa año tras año casi en la misma proporción que la población total. Entonces las variaciones en el producto per cápita refleja fielmente las de producto per cápita de las personas empleadas. Este último es el verdadero índice del desarrollo de las fuerzas productivas.
Con relación al connubio desarrollo-felicidad, el filósofo Herbert Marcuse [ii] señala que “la aspiración de felicidad tiene una resonancia peligrosa en un orden que proporciona a la mayoría penuria, escasez y explotación”.
Por lo tanto, vender felicidad abstracta vaciándola de contenido material es el quid de Durán y Nieto. Pretenden, dando vuelta el dictum de Marx, que sea el proceso de la vida social política y espiritual, en general, el que condicione el modo de producción de la vida material. Pero, ¿qué los llevó a suponer que con una guerra psicológica bien diseñada podían para siempre tronchar la percepción de que, siguiendo a Marcuse, “la igualdad abstracta de los individuos se realiza en la producción capitalista como la desigualdad concreta”? Encima, que se puede consolidar un espacio para que la política económica en vez de subsanar este estado de la naturaleza lo agrave.
Desbrozado el contenido del ensayo del sesgo a folleto de ventas de servicios de consultoría, la razón objetiva surge al escombrarse el terreno de los fundamentos a los que acuden Durán y Nieto para validar las técnicas que ponen en práctica y de las cuales hacen gala. Especialmente los que vuelcan en el capítulo 6 de su ensayo. Amparándose en la crítica a la falacia de la excepcionalidad propia “de dirigentes políticos que han viajado y leído poco”, les advierten a estos dirigentes “que los electores de su tierra, aunque parezca increíble, son seres humanos como los demás”. Yendo por ese rumbo reparan en que “no existen electores sajones cartesianos y electores latinos primitivos”. Desde esta óptica, el comportamiento político del conjunto de los seres humanos no admite distingos de alguna consideración, dado que “al final actuamos de manera semejante, impulsados por algunas pulsiones de las que hablamos en este libro”. Por lo tanto, es factible analizarlo “con herramientas técnicas, que se aplican de manera universal”, las cuales obedecen a “una característica elemental del principio de la universalidad de las leyes que presenta el trabajo científico”.
Los seres humanos son iguales por definición, pero no viven de igual manera y eso tiene consecuencias políticas y electorales. El conjunto de seres humanos produce en y para la economía del siglo XXI, pero la mayoría de los de la periferia presentan necesidades correspondientes a distintas décadas del siglo XX. En el mundo tal cual es, la fractura entre centro y periferia está absolutamente consolidada. Los salarios de la periferia no están en condiciones de subir porque el modelo de consumo disponible es el de los países desarrollados. Entre otras cosas, si todo el planeta quisiera consumir como los norteamericanos y los europeos el equilibrio ecológico volaría por los aires. Y claro está, se necesitaría un producto bruto mundial equivalente a varias veces el actual.
En razón de esta realidad, las luchas de clases en los países centrales, desde hace décadas, han dejado de ser disputas políticas para convertirse en contiendas económicas, en las que se vigila que continúe estable la distribución del ingreso acordada. No es que las contradicciones entre las clases dentro de los países desarrollados se esfumaron. Subsisten, pero son secundarias. De hecho, la contradicción principal (nervio motor del cambio) de nuestro tiempo es entre naciones ricas y naciones pobres.
En cambio, en la periferia la lucha de clases es completamente política, y lo será hasta que el ingreso se reparta mitad por mitad, en aquellos pocos países donde resulta posible; entre ellos la Argentina. Es debido a este cambio de cantidad (en el reparto del ingreso) que cambia la calidad y la lucha de clases deja ser política y pasa a ser económica. Razón de más, entonces, para que Durán y Nieto aferrados a su universalismo abstracto huyan del PIB y se hagan los distraídos con el PIB per cápita, indicador clave y en extremo transitado para constatar la fractura de la humanidad. De lo contrario, la despolitización que proclaman como rasgo central del electorado a conquistar, denuncia su carácter de coartada. Encubre que sus técnicas propician la despolitización. Llegan casi al grotesco cuando con la mayor liviandad y sin temor al ridículo aseveran que “con la cultura de internet cada vez hay más personas intercambiando tuits y menos dispuestas a leer a Gramsci”.
Los platos rotos
De cualquier forma, las técnicas han resultado efectivas por el tiempo que lograron adormecer el conflicto político (mientras juntaba presión). Con el sistema de precios deshecho, la economía en retroceso, el rojo furioso de las cuentas externas y el verde de las calles, el sueño terminó. Lo que queda de la guerra psicológica de Durán, ahora está enhebrado en la represión en aumento y el episodio de los cuadernos Fahrenheit 451. Para continuar siendo efectiva, debería generar más espacio político del que consume. Parece poco probable. Esto se avizora en la asimilación que comúnmente se hace del episodio de los cuadernos con el Lava Jato brasileño. Tal postulación no toma en cuenta que en el caso del país tropical se trató de un sector mayoritario del orden establecido que no quería ni quiere saber nada con el otro sector minoritario que pactó con el PT el modesto objetivo de acomodar un poco mejor a Belindia (Acrónimo de Brasil definido como un tercio viviendo tipo Bélgica, dos tercios tipo la India).
En el caso nacional, se trata de un conflicto dentro del orden establecido que abraza el mismo proyecto político: el de la Argentina para pocos. La disputa se produce porque el gobierno teme, con fundadas razones, que una mayor devaluación se lo lleve puesto, en tanto cada vez tiene menos dólares para frenarla. Frente a la renuencia del FMI a facilitarle alguna salida en ese sentido, está intentando que no haya alternativas para reemplazarlo, empezando por la que sospecha que está madura y sostenida por los que mandan en el orden establecido. Dejarlos pegados a la corrupción, desprestigiarlos aún más busca aquietarlos, mientras intenta desarmar a la oposición política. Así espera obligar a las finanzas globales a pactar su permanencia. La audacia que lo anima ha minimizado la capacidad de respuesta de los atacados y los daños colaterales que pueden alcanzarlo.
¿Permanencia para qué? En El Pueblo de los Simios, Gramsci provee una respuesta. Se refiere a los Bandar-Log de Kipling —literalmente el pueblo de los simios, en la ficción del escritor inglés— que aparecen en El libro de la selva: “El pueblo de los simios […] cree ser superior a todos los demás pueblos de la jungla”. En aras de explicar el fascismo, Gramsci anota que “después de haber corrompido y arruinado la institución parlamentaria, la pequeña burguesía también corrompe y arruina a las demás instituciones, los sostenes fundamentales del Estado: el ejército, la policía, la magistratura. Corrupción y ruina hechas a pura pérdida, sin ningún fin preciso (el único fin preciso debería haber sido la creación de un nuevo Estado, pero el "pueblo de los simios" se caracteriza justamente por la incapacidad orgánica de darse una ley, de fundar un Estado)”. Y concluye que “el pueblo de los simios llena la crónica, no crea historia, deja huellas en los periódicos, no ofrece materiales para escribir libros. La pequeña burguesía, después de haber arruinado al Parlamento, está arruinando al Estado burgués: en escala cada vez mayor, reemplaza la "autoridad" de la ley por la violencia privada, ejerce (y no puede dejar de hacerlo) esa violencia caótica, brutalmente, y provoca el levantamiento de estratos crecientes de la población contra el Estado, contra el capitalismo”.
Duran y Nieto, que entre los ensayos a los que acuden para fundamentar el suyo propio, destacan los aportes que les proporcionaron El gorila invisible de Chabris y Simons y El mono desnudo de Desmond Morris, se perdieron este de los simios de Gramsci. Claro, están revisando tuits cuando todo parece indicar que no es el momento.
[i] Barba, J. D. (2017). La política en el siglo XXI: Arte, mito o ciencia. Debate. (De acá en más, todas las citas están referidas a este ensayo).
[ii] Marcuse, H. (1969). Cultura y sociedad (No. HM101 M267e 1969). Sur.
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