La infundada calificación de comunista con la que el candidato a vicepresidente de la Nación por el oficialismo, senador nacional Miguel Ángel Pichetto, acusó al diputado nacional y candidato a gobernador bonaerense por la oposición, Axel Kicillof, no es únicamente un anacrónico exabrupto macartista exhumado con fines de dudosa rentabilidad electoral. Ni bien se rasca su ridícula superficie, emerge el octavo pasajero. El engendro tiene una anatomía cuyo músculo es la creencia de que el albur argentino se ve afectado si no se asimila como expresión de sí mismo al de la potencia dominante. Esto tiene consecuencias directas en el buen o mal puerto al que se arribe en la renegociación de la deuda externa, asunto capital de las perspectivas de la convivencia democrática.
Un punto tórrido del presente como historia en este comportamiento que extravía el interés nacional en los meandros de la ideología, fuee examinado por el director de El Cohete en su ensayo de 1985, La Última Batalla de la Tercera Guerra Mundial. El desembarco en Malvinas para encandilarse con evitar la inevitable sofocación de las consecuencias del propio accionar del Proceso, comenzó su recorrido al amparo de delinear, por ejemplo, el general Luciano Menéndez en 1977 que “el objetivo político de las Fuerzas Armadas en esta Tercera Guerra Mundial, de procedimientos más sutiles y totales que las anteriores, es aniquilar al marxismo en nuestro país”. El general Roberto Viola, “que tuvo la máxima responsabilidad primero en la planificación y después en la ejecución de la estrategia de las Fuerzas Armadas”, durante una conferencia que dio en 1979 en una universidad privada porteña expresó —consigna el resumen del director de El Cohete— que “su idea de la Tercera Guerra Mundial no era comprendida, a su juicio, allí donde mayor cariño debía despertar. Por eso […] agregó melancólicamente que Occidente negaba la existencia de tal guerra […] Lamentó que el Occidente desarrollado pareciera no darse cuenta de que también contra él, y especialmente contra él, es la agresión, y que a menudo absolviera y apoyara al agresor”. Concluía Viola según el resumen diciendo que “alarma oír cómo en Occidente se niega al marxismo como una unidad ideológica, como una dirección estratégica única de la agresión, como un objetivo final de la guerra”.
De la espantosa situación que sobrevino enajenada por semejantes marcos conceptuales el director de El Cohete reflexiona que “el fracaso militar es simétrico del fracaso guerrillero, y las victorias parciales de cada uno se debieron a los errores del enemigo. Pero en todos los casos la Argentina perdió. Tanto la guerrilla como las Fuerzas Armadas eran nacionales, pero por ceguera ideológica equivocaron la caracterización del contendiente y actuaron como si libraran una guerra colonial los partisanos y un enfrentamiento contra la cabeza de playa de un Ejercito incursor los militares […] Este error les costó a ambos el aislamiento, que en el caso de la guerrilla fue seguido del exterminio”.
Es más: “La lógica enferma de esta confrontación llevó a cada bando a parecerse a la caricatura que de él hacia el otro. Los guerrilleros que no eran punta de lanza de ninguna agresión mundial terminaron solos […] mientras eran perseguidos y asesinados [la comunidad] dejó de reconocerlos como propios, hasta varios años más tarde. Los militares, que no eran una fuerza de ocupación, actuaron como tal y llegaron a sufrir, cuando el terror hubo pasado, el mismo duradero repudio de los ejércitos coloniales […] En el caso de las Fuerzas Armadas, su ignorancia del interés nacional tuvo consecuencias más graves”, calibra el director de El Cohete y páginas más adelante describe con precisión que el gran socio comercial de la Argentina durante el Proceso fue la Unión Soviética con la que se tenía superávit comercial. En cambio, con los norteamericanos había déficit. Conforme sus palabras: “En 1972 el intercambio [con la URSS] había sido de 30 millones de dólares, y en una década se había centuplicado […] Si algo no podía desprenderse de estos datos era un alineamiento ciego y absoluto de la Argentina con Estados Unidos en su confrontación global con la URSS. Sin embargo, eso fue lo que hizo el gobierno militar en una drástica ilustración del poder de las deformaciones ideologistas sobre las condiciones materiales y el interés nacional”.
Orden mundial
¿Cuál es el nexo común que identifica las condiciones materiales y el interés nacional en esa etapa y ahora? En los días presentes, acusando de comunistas a los rivales políticos para, por un lado, confundir a burgueses desinformados sobre donde están sus verdaderos intereses y, por el otro, realzar las credenciales del mejor bedel de los Estados Unidos, seguro que no. En el encuadre histórico que hace Wallerstein en un paper de fines de los '90 hay una punta del ovillo cuando categoriza que “se puede decir que en 1917 nació la gran antinomia ideológica del siglo XX, el wilsonismo contra el leninismo. Yo sostengo que murió en 1989, y además que el problema clave que las dos ideologías buscaban solucionar era la integración política de la periferia del sistema mundial. Por último, sostengo que el mecanismo de esa integración, tanto para el wilsonismo como para el leninismo, era el 'desarrollo nacional' y que la disputa esencial entre ellos se refería meramente al camino hacia ese desarrollo nacional”.
El problema era y es para la Argentina el desarrollo nacional. De las tres contradicciones principales que definían la etapa anterior a 1989, a saber: desarrollo-subdesarrollo, relación nación-oligopolios, enfrentamiento Este-Oeste, la tercera ha desaparecido, pero las otras dos subsisten. En el enfrentamiento Este-Oeste, a partir de Yalta y Postdam era claro en la zona que caímos para resolver la ineludible cuestión –no importa en cuál sistema— de la acumulación de capital. Pero, ¿de qué va ahora el orden internacional en pleno conflicto de redefinición? Un interesante puente entre ese pasado y la actualidad lo proporciona el scholar de relaciones internacionales John J. Mearsheimer, en el volumen más reciente de International Security (primavera 2019), revista académica editada en conjunto por Harvard y el MIT, en el paper titulado: Bound to Fail. The Rise and Fall of the Liberal International Order. (Traducción posible: Destinado a Fracasar. Auge y Caída del Orden Liberal Internacional.)
Establece Mearsheimer que “el orden de la Guerra Fría, que a veces se denomina erróneamente un 'orden internacional liberal', no era ni liberal ni internacional. Era un orden limitado que se circunscribió principalmente a Occidente y era realista en todas sus dimensiones claves”. En términos más abstractos define que “el orden internacional y las instituciones que lo conforman serán realistas si el sistema es bipolar o multipolar. La razón es simple: si hay dos o más grandes poderes en el mundo, no tienen más remedio que actuar de acuerdo con dictados realistas y participar en una competencia de seguridad entre ellos. Su objetivo es ganar poder a expensas de sus adversarios, pero si eso no es posible, asegurarse de que el equilibrio de poder no cambie en contra de ellos. En estas circunstancias, las consideraciones ideológicas están subordinadas a las consideraciones de seguridad”.
Con respecto a la actualidad, Mearsheimer advierte que las tendencias del orden liberal que rige desde que cayó el Muro en 1989, de privilegiar a las instituciones internacionales sobre las consideraciones domésticas, han “tenido efectos políticos tóxicos dentro de los principales estados liberales, incluido el unipolar de los Estados Unidos. Esas políticas chocan con el nacionalismo por cuestiones como la soberanía y la identidad nacional. Debido a que el nacionalismo es la ideología política más poderosa del planeta, invariablemente triunfa sobre el liberalismo cada vez que ambos chocan, lo que socava el orden en su núcleo”. A raíz de lo cual, “sería un error pensar que el orden internacional liberal está en problemas solo por la retórica o las políticas de Trump. De hecho, están en juego más problemas fundamentales, que explican por qué Trump ha podido desafiar con éxito un orden que goza de un apoyo casi universal entre las elites de la política exterior en Occidente”.
Mearsheimer avizora que “es probable que haya tres órdenes realistas diferentes en el futuro previsible: un orden internacional escuálido y dos órdenes con límites densos, uno dirigido por China y el otro por los Estados Unidos. El orden internacional emergente, escuálido, se ocupará principalmente de supervisar los acuerdos de control de armas y de hacer que la economía global funcione con eficacia […] En esencia, las instituciones que conforman el orden internacional se centrarán en facilitar la cooperación. Los dos órdenes limitados, en contraste, se ocuparán principalmente de librar una competencia de seguridad entre sí, aunque eso requerirá promover la cooperación entre los miembros de cada orden. Habrá una competencia económica y militar importante entre los dos órdenes que deberá gestionarse, por lo que serán órdenes densos”. Mearsheimer le asigna un rol secundario a Europa en el devenir del nuevo orden, y dado que “el poder económico es la base del poder militar”, aboga para que los norteamericanos se aseguren “crear un formidable orden limitado que pueda contener la expansión china [y] en el proceso, los Estados Unidos deben hacer todo lo posible para sacar a Rusia de la órbita de China e integrarla en el orden liderado por los Estados Unidos”.
Fuente de inspiración
La banal acusación de Pichetto a Kicillof hunde sus raíces en “las deformaciones ideologistas sobre las condiciones materiales y el interés nacional”, ni bien –adicionalmente— se tiene en cuenta que Carlos Escudé en su ensayo “El Realismo Periférico de los Estados Débiles” (1995), tras caracterizar que “el grado de ‘racionalidad’ en las grandes corporaciones no es tan grande”, entiende que “lo que importa es ‘vender’ una idea, y cuanto mejor sea la imagen que un país periférico tenga con la prensa financiera, mejores serán sus perspectivas, independientemente de cuánto se mofen algunos intelectuales de ciertas políticas”. En función de esa tesis, defiende la decisión de la administración Menem (1989-1999) de enviar naves de la Armada Argentina al Guerra del Golfo (1990) debido a que “la probabilidad de inversiones aumentó en una medida no cuantificable que de todos modos no debe ser subestimada si pensamos en términos de un planeamiento estratégico a largo plazo”.
Escudé afirma que “los inversores generalmente tienen mucho más que una sola opción de inversión: por el contrario, generalmente hay más inversiones posibles que dinero para invertir”. Eso es verdad. Por el mismo hecho del subdesarrollo de las fuerzas productivas y, en consecuencia, de la delgadez del producto nacional, los ahorros internos son insuficientes para permitir un crecimiento acelerado. El asunto no pasa –ni pasaba— por el modo de acumulación, sea este capitalista o socialista, porque cualquiera que fuere debería atravesar la horca caudina de la acumulación de capital o inversión. En este aspecto, lo que cuenta son las cantidades y es palpable que las necesidades de financiamiento global superan con creces el capital transferible global. Son, pues, estos últimos los que constituyen el factor limitante.
Ahora, al tomar Pichetto como fuente de inspiración –consciente o inconscientemente, poco importa— a Escudé –que ciertamente ha cambiado su enfoque con el paso del tiempo— se distrajo de algunas realidades. En principio, que la pregunta respecto de hacia dónde ir con el orden mundial es algo que está en plena disputa en los Estados Unidos. Para hacer de correveidile, la verdad de Perogrullo dice que hay que tener a quién. Enfrentando el enfoque realista que expresan académicos como Mearsheimer y que en los hechos practica Trump, se yerguen los que sostienen que hay que recalar en una variante intermedia asimilable al orden Occidental durante la Guerra Fría, aunque con sesgo global y liberal y no limitado y realista. Sus partidarios se ven como aferrados a lo que no quieren que cambie, puesto que la factibilidad de esta solución estriba en la vigencia norteamericana como eje unipolar, y eso para propios y extraños ya pertenece al pasado efímero. Bajo estas condiciones, no hay posibilidad de mantener ningún tipo de orden internacional liberal en el futuro previsible.
Matizando la situación, en la revista New Yorker (18/06/2019) John Cassidy se pregunta: “¿Por qué ha regresado el socialismo?” Se refiere a su potencialidad como alternativa en los países anglosajones. Señala que “el problema más básico es que en países ricos como Gran Bretaña y los Estados Unidos, la inclinación pro-mercado no logró los resultados prometidos de manera consistente”. Cassidy percibe que “la legitimidad de la economía de mercado está en juego. Desde Adam Smith hasta Milton Friedman, los defensores del capitalismo han argumentado que, en última instancia, se trata de un sistema moral, porque la competencia asegura que aprovecha el egoísmo para el bien común. Pero, ¿dónde está la moralidad en un sistema donde las ganancias económicas se comparten de manera tan limitada y las empresas gigantes con un poder de mercado sustancial […] ejercen el dominio sobre grandes sectores de la economía? Hasta que un Friedman del siglo XXI proporcione una respuesta convincente a esta pregunta, el resurgimiento de la palabra S [por Socialismo] continuará”. Y si para la mayor sorpresa del destino el centro de la acumulación mundial se inclina hacia la izquierda, nada cambiará en la edificación de un orden internacional realista en el que se discute esencialmente poder en el seno del equilibrio de poder.
Gasto Interno
Sea lo que fuere en esas latitudes, para la Argentina importa sopesar que la recomendación de hacerse amigo de los inversores globales en los '90 redundó en la profundización de la desigualdad y la malaria mientras que los fondos de exterior compraron empresas existentes y prácticamente no hubo aportes para nuevos emprendimientos productivos. El alivio de esos dólares para al endeudamiento externo fue módico. Sin aumentar el gasto interno no hay crecimiento, tal como lo comprueba una vez más el World Economic Situation and Prospects 2019 (Situación y Prospectiva de la Economía Mundial 2019), editado por la UNCTAD, al especificar que “un aumento del 1% en la tasa de crecimiento de la actividad económica da como resultado un aumento de 1,7 % en las tasas de crecimiento de la inversión [lo que se verifica] en las economías más grandes y más diversificadas, como Argentina, Brasil y México”.
Para la democracia la alternativa es clara: o aumenta el gasto o la crisis de deslegitimación asomará. Para eso se necesita el poder político que emana del frente nacional, expresión de la alianza de clases y sectores, puesto que mientras los acreedores pretenden renovar el capital y capitalizar los intereses, sin transferencia neta adicional y por caso el FMI salvar la ropa, el país necesita una transferencia neta a su favor, materializada por la diferencia positiva entre el aumento en los montos pendientes y el monto de los intereses. Ese es el núcleo del interés nacional en la negociación. No se ve por qué razón el orden mundial finalmente no lo digeriría si hace al equilibrio de poder global. En la sustanciación de ese formidable poder político no sobra nadie, incluidos algunos bocones de mala entraña. El detalle que se le escapó a Leónidas y sus 300 espartanos no está para repetir.
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