El negacionismo y las urnas

La desesperada búsqueda de la derecha por restarle gravedad a los crímenes de lesa humanidad

 

Dar cuando se puede y no odiar, si se puede.

Albert Camus

 

El filósofo español Manuel-Reyes Mate es el autor de una conceptualización fundamental para abordar el concepto de aquello que denominamos como Nunca Más: la consideración que una sociedad le otorga a los discursos negacionistas, orientados a desconocer y lesionar la memoria colectiva construida sobre el sufrimiento social acumulado, ocasionado por la dictadura genocida.

El recurrente debate sobre las cantidades no tiene –como las propaladoras mediáticas pretenden instalar– un cometido contable. Remiten a un intento de depreciación del dolor, a la devaluación del hecho trágico que atraviesa a toda la sociedad.

Al instalar el debate sobre las cifras se busca restarle gravedad al crimen de lesa humanidad. La ecuación mental insiste en que tirar menos personas vivas desde aviones, torturar un porcentaje más exiguo de embarazadas o robar un número más limitado de bebés supondría una violación más inteligible.

Las banderas de los derechos humanos, construidas inicialmente por el activismo de familiares de las víctimas, suponen un emblema comunicacional, una divisa cuyo número no puede de ningún modo utilizarse para banalizar la gravedad de los crímenes cometidos.

El aporte de Reyes Mate propone una interpretación bifronte respecto al concepto del Nunca Más. Por un lado, afianzando una pedagogía de futuros, insistiendo en la prevención de sucesos similares. Y, por el otro, en el aspecto de reparación a la víctima que no puede ser vulnerado con utilizaciones nimias: “Utilizar a la víctima en provecho propio –subraya Reyes Mate– es como si de los muertos extrajéramos una última plusvalía en favor de nosotros, los vivos (…) Que Auschwitz no se repita debe ser pensado (…) en relación a las víctimas (…) Que la injusticia que se les hizo no se perpetúe”. Sus consecuencias, su temblor, deben permanecer en la memoria para darle sustento perpetuo a la demanda de justicia.

Este discurso amnésico –hoy tematizado como discurso electoral– violenta el amparo que provee la memoria. El negacionismo tiene su centro de gravedad en la víctima. Al desmentir, impugnar o atenuar el daño sufrido (utilizando vanos subterfugios cuantitativos) se lo re-victimiza en su propia dignidad. No sólo se invisibiliza su suplicio sino que se lo acusa, además, de ser cómplice de un fraude. De esa manera se perpetúa la llaga. Se sella la injusticia.

Evocando a Kant, dignidad y humanidad se integran como parte de una unidad inextricable. Como elementos indivisibles. El discurso negacionista opera sobre la posibilidad de la Justicia y su actualización: del crimen se ocupa el Derecho, pero del imperio de la Justicia se ocupa la política y el Estado. De ahí que despreciar la gravedad de los hechos genocidas, inferiorizarlos, descontarle gravedad implica abandonar y atormentar otra vez a quien sufrió el vejamen. La víctima sufre su segunda tortura en la negación del crimen. O lo que Benjamin llama su reiterada muerte hermenéutica.

Ahora bien, mirando la otra cara del Nunca Más –la de la perspectiva de su no reiteración–, se impone otra reflexión: ¿Qué nos espera cuando dirigentes de la política en plena campaña electoral lanzan proclamas negacionistas? Si – según ellos– el hecho inhumano no ocurrió en su real dimensión, ¿qué lugar le corresponde al Nunca Más?

¿Cuál debiera ser el hecho que no debe repetirse? Evidentemente para algunxs –en forma implícita o explícita– la violencia y el terror siguen ofreciendo una ganancia simbólica. Probablemente se configure aquello que cita magistralmente Ana Messuti: “La monstruosidad paradójica del crimen de masa –su impensable evidencia– es la mejor defensa contra la Justicia. El hecho de que no se pueda imaginar lo inimaginable es la matriz del negacionismo (…) La desmedida del acontecimiento nos lanza fuera del mundo de la prueba”. Se hace difícil pensar el tormento múltiple, la crueldad estabilizada como cotidianidad, la tortura sistemática, las huellas del espanto.

Esta realidad nos obliga a ser cuidadosos. La sistematicidad de la violencia clandestina en manos del Estado es una hidra de mil cabezas: no estamos exentos de su reproducción futura. Lo que hay que mirar fundamentalmente es cómo esa violencia penetra en la sociedad a partir de su banalización. No debe naturalizarse en sociedades con pasados dictatoriales que fueron capaces de ejecutar procesos planificados de sadismo infinito.

Es fundamental rechazar enfáticamente los discursos del olvido porque son funcionales al verdugo. El crimen se extingue –únicamente– con el olvido. Y quienes han sido sus víctimas volverían a señalarnos desde su padecimiento la amnesia que permite el regreso del verdugo.

Con la aceptación del negacionismo se acepta una resignificación negativa de quienes han sido sujetos de sometimiento y ahogo. La única resignificación de lxs desaparecidxs es la que los ubica como víctimas de un esquema de terror sistematizado por los poderes concentrados. Sus trayectorias biográficas y sus martirios son historias fundamentales para la democracia. Integran el sucedáneo institucionalizado de la discusión moral del que hablaba Carlos Nino.

Por el pasado, del lado de quienes han sufrido. Por el futuro, del lado de los vivos que eligen defender la memoria.

Primo Levi tradujo este compromiso en el poema Si esto es un hombre:

 

Ustedes que viven seguros

En sus cálidos hogares

Ustedes que al volver a casa

Encuentran la comida caliente

Y rostros amigos

Pregúntense si es un hombre

El que trabaja en el lodo

El que no conoce la paz

El que lucha por medio pan

El que muere por un sí o un no

Pregúntense si es una mujer

La que no tiene cabello ni nombre

Ni fuerza para recordarlo

Y sí la mirada vacía y el regazo frío

Como una rana en invierno

Piensen que esto ocurrió:

Les encomiendo estas palabras.

Grábenlas en sus corazones

Cuando estén en casa, cuando anden por la calle

Cuando se acuesten, cuando se levanten;

Repítanselas a sus hijos.

Si no, que sus casas se derrumben

Y la enfermedad los incapacite

Y sus descendientes les den la espalda.

 

 

 

 

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