EL MUNDO DEMACRADO
La timidez de la política fiscal y el orden mundial recuerdan a los ’30 y no a la Guerra Fría
A los que hacen su medio de vida de la venta a los sectores de poder del producto bueno o malo de la presciencia, la pandemia los ha puesto a pronosticar grandes cambios. Era esperable. Dar fe de que lo que se avizora es más o menos lo mismo que en el presente, vuelve más sosos los análisis sobre el porvenir. La sal está en el cambio. Dado el carácter afirmativo de la cultura, luce muy humano encontrar en la propia cultura el respiradero que alivia el sofocamiento. En esa dinámica, la imaginación trabaja sobre los parámetros de siempre. Por ejemplo, en el Wall Street Journal (02/04/2020) los periodistas Annie Gasparo y James R. Hagerty descubrieron que "la pandemia de coronavirus está convirtiendo a todos en panaderos”. Previenen a los nonatos artesanos que “no es tan fácil como parece en Instagram".
En esto de amasar el pan en la casa y entrarle a puros dedos engrudados a las diversas recetas de la mejor tradición boulangerie-patisserie hay indicios en las redes (aunque todavía ninguna encuesta para confirmar) de que se ha convertido a raíz de la cuarentena en una práctica global. Para calibrar el gran alcance de la tendencia, Gasparo y Hagerty dan cuenta de que en los Estados Unidos "las ventas de polvo para hornear aumentaron un 647%, más que cualquier otro alimento, bebida o producto de consumo en la semana que terminó el 21 de marzo, según la firma de investigación de mercado Nielsen, y eventualmente tanto la levadura como la harina se hicieron difíciles de encontrar en las tiendas de comestibles". Es factible que se repliquen más o menos estos números en otros lugares del planeta.
Los economistas clásicos inferían de la vida cotidiana la idea del salario de subsistencia, puesto que hasta bien entrado el siglo XIX y desde el Imperio Romano los salarios prácticamente no habían variado en Europa y eran casi todo trigo. La papa jugó un gran papel hacia el final de este período. Fernand Braudel cita al economista Wilhelm Roscher (1817-94), diciendo que la papa fue la causa en el siglo XVIII del crecimiento de la población en Europa, para comentar que se trata de una afirmación muy apresurada y recomienda ser “más cautos y admitir que pudo haber sido una de sus causas”. Lo cierto es que la diversificación de los productos de la canasta popular tiene poco más de un siglo y medio de existencia. Dada la parte de la humanidad que a todo lo largo de su milenaria historia tuvo al trigo como eje de la reproducción, es hasta atávicamente lógico que en el mundo de hoy, cuando se sienta amenazado por el hambre que siempre acompañó las pestes, se ponga a amasar.
Está bien que resuelve un problema práctico: en la cuarentena es difícil encontrar panaderías abiertas. Pero la gente tiende a hacer lo que sabe y encima lo sabe implícitamente en la cultura desde hace un milenio. La especulación sirve para advertir lo difícil que es lograr algunas de las promesas de la democracia, por la profunda fijación que tiene el precio más importante de la economía: el salario. Está muy fijo en el tiempo y también en el espacio: centro de altos salarios; periferia de bajos salarios. Ninguna crisis, desde las más leves hasta las más densas, ninguna guerra desde las locales hasta las mundiales, ha cambiado esta realidad. Al contrario, la han reforzado. En el fondo de las cosas, ningún virus ni nada que no sea una decisión política consciente puede cambiar la realidad de que unos seres humanos puedan explotar a otros seres humanos, de que un grupo minoritario de naciones puedan explotar a otro mayoritario. En consecuencia, con sentido más inmediato y manejable es menester tener presente esa realidad y caer en la cuenta de que el gran desafío político de la democracia presionada por las asimetrías de un mundo perenne en su sesgo hacia el desarrollo desigual, es elevar los salarios como condición necesaria para alcanzar el desarrollo en aquellos países donde eso es posible, por caso: la Argentina.
Animales salvajes
Por lo visto, algunas cosas no se van a ir. Otras, en cambio, puede que sí, puede que no. Entre estas últimas se contabiliza la misma clase de virus que tiene ahora al mundo demacrado. El célebre biólogo Jared Diamond –autor del ensayo Armas, gérmenes y acero—, junto al virólogo Nathan Wolfe, avisan en una columna en el diario El País de Madrid (21/03/2020) que “mientras los animales salvajes sigan siendo utilizados como alimento y para otros fines, habrá más enfermedades, no solo en China, sino en otros países […] Y el próximo virus puede ser mucho peor. La conectividad del mundo es cada vez mayor. No existe una razón biológica sólida para que una futura epidemia no vaya a matar a cientos de millones de personas y a sumir el planeta en varios decenios de depresión sin precedentes […] Este peligro se reduciría enormemente si se acaba con el comercio de animales salvajes”.
A propósito de Diamond, en 2005 publicó un ensayo titulado Colapso, con reflexiones sobre los mecanismos y procesos que eligen las sociedades que las llevan al éxito o al fracaso.
Allí Diamond define que “colapso indica una drástica declinación en el tamaño de la población humana y/o en la complejidad política/económica/ social, sobre una considerable área, por un largo tiempo”. En términos prácticos, se enfoca en los grupos dirigentes de la sociedad para tener un criterio acerca del grado de corrección de las decisiones que toman frente a los problemas que se les presentan y que ponen en riesgo la continuidad de la vida cotidiana. Al respecto, Diamond escorza una secuencia de cuatro categorías.
Subraya que “primero que todo, un grupo puede fallar en anticipar un problema antes de que el problema arribe. Segundo, cuando el problema arriba el grupo puede fallar en percibirlo. A partir de allí, tras percibirlo el grupo puede fallar en resolverlo. Finalmente, pueden intentar resolverlo y no tener éxito”. Para Diamond estas cuatro categorías configuran una “guía para chequear sí los grupos dirigentes están haciendo lo adecuado”.
Respecto de la pandemia actual, ¿están haciendo lo adecuado? Una respuesta a cargo de Toby Ord, filósofo de origen australiano que enseña en la Universidad de Oxford, conforme la desgrana en el ensayo que publicó hace unas semanas: The Precipice: Existential Risk and the Future of Humanity (El precipicio: riesgo existencial y el futuro de la humanidad). El ensayo, que está teniendo un cúmulo de lectores, hace hincapié en que los humanos enfrentamos un peligro sin precedentes por las nuevas tecnologías y por nuestras propias acciones, y en razón de ellos calibra Ord que la humanidad tiene una probabilidad de 1 en 6 de sufrir una catástrofe existencial este siglo. Ord entiende que "la humanidad aprende principalmente a través de la prueba y el error. Pero esto realmente solo funciona cuando todavía podemos sentir el aguijón del último error, cuando está dentro de un par de ciclos electorales, o entre un par de generaciones. Cuando la última vez ya no es vívida en nuestros recuerdos, es muy difícil mantener la voluntad política de seguir invirtiendo en nuestras defensas. Esta amnesia hace que sea extremadamente difícil defenderse contra eventos únicos en el siglo, como Covid-19, a pesar de lo importantes que son y del hecho de que fueron pronosticados por expertos".
En el cotidiano inglés The Guardian, el propio Ord (06/03/2020) hizo una recensión con los párrafos que consideró más relevantes de su nonato ensayo destinado a fundamentar “por qué necesitamos pensar en el peor de los casos para prevenir pandemias”, en vista de que “el mundo se encuentra en las primeras etapas de lo que podría ser la pandemia más mortal de los últimos 100 años […] Todavía no sabemos si la cuenta final se medirá en miles o cientos de miles. A pesar de todos nuestros avances en medicina, la humanidad sigue siendo mucho más vulnerable a las pandemias de lo que nos gustaría creer”. Pese a todo esto, el mensaje de Ord no es desalentador. Según el catedrático de Oxford, “las amenazas a la humanidad, y cómo las abordamos, definen nuestro tiempo. El advenimiento de las armas nucleares planteó un riesgo real de extinción humana en el siglo XX. Hay fuertes razones para creer que el riesgo será mayor este siglo, y que aumenta con cada siglo que el progreso tecnológico continúe. Debido a que estos riesgos antropogénicos superan a todos los riesgos naturales combinados, marcan la hora en el reloj sobre cuánto tiempo le queda a la humanidad para salir del precipicio”.
Ord subraya que “no estoy afirmando que la extinción sea la conclusión inevitable del progreso científico, o incluso el resultado más probable. Lo que estoy afirmando es que ha habido una sólida tendencia hacia aumentos en el poder de la humanidad, que ha llegado a un punto en el que representamos un grave riesgo para nuestra propia existencia. La forma en que reaccionemos a este riesgo depende de nosotros. Tampoco estoy argumentando en contra de la tecnología. La tecnología ha demostrado ser inmensamente valiosa para mejorar la condición humana”. De cara a ese escenario, el filósofo de Oxford alienta a que “debido a que no podemos regresar de la extinción, no podemos esperar hasta que llegue una amenaza antes de actuar, debemos ser proactivos. Y debido a que ganar sabiduría lleva tiempo, debemos comenzar ahora”. De ahí que Ord crea que “es probable que superemos este período. No porque los desafíos sean pequeños, sino porque nos enfrentaremos a ellos. El hecho mismo de que estos riesgos provengan de la acción humana nos muestra que la acción humana puede abordarlos. El derrotismo sería a la vez injustificado y contraproducente, una profecía autocumplida. En cambio, debemos abordar estos desafíos de frente con un pensamiento claro y riguroso, guiados por una visión positiva del futuro a largo plazo que estamos tratando de proteger”.
Yo soy del '30
Mientras se suceden las reflexiones sobre cómo deberían tomarse las decisiones políticas contrastadas con aquellas que en realidad se toman para sopesar su efectividad, no llama a sorpresas la timidez con que se está abordando el desastre económico global, puesto que en las últimas décadas se le hizo el campo orégano a la mala inteligencia liberal. La OIT (Organización Internacional del Trabajo) informó que “a nivel mundial, se prevé que la crisis por el Covid-19 hará desaparecer 6,7 % de las horas de trabajo en el segundo trimestre de 2020, lo que equivale a 195 millones de trabajadores a tiempo completo” (07/04/2020). Según la OIT, “se prevén enormes pérdidas en los distintos grupos de ingresos, en particular en los países de ingresos medios altos (7% o 100 millones de trabajadores a tiempo completo). Esto supera con creces los efectos de la crisis financiera de 2008-2009”. La Argentina se enlista en ese grupo.
En términos planetarios, la OIT señala que “más de cuatro de cada cinco personas (81%) de las 3.300 millones que conforman la fuerza de trabajo mundial están siendo afectadas por cierres totales o parciales de su lugar de trabajo”. Si se tiene en cuenta que, siempre de acuerdo a datos de la OIT, hay 2.000 millones de personas trabajando en el sector informal (la mayoría en las economías emergentes y en desarrollo) y 1.250 millones de personas trabajando en los sectores considerados de alto riesgo, pasibles de sufrir drásticos y devastadores aumentos en los despidos y disminución de los salarios y horas de trabajo, es difícil comprender cómo es posible tomar el mínimo riesgo —en todo caso, ¿a nombre de qué?— de no hacerle frente a las posibles consecuencias devastadoras de la depresión en marcha.
En la reversa de la ceca del empleo está la cara de los datos provenientes de un informe de la OCDE que se ventilaron en la cumbre virtual del G-20, el 25 de marzo pasado. El organismo estima que la cuarentena global afectará directamente a sectores que representan hasta un tercio del PIB en las principales economías. Por cada mes de cuarentena habrá una pérdida de 2 puntos porcentuales en el crecimiento anual del PIB y el sector del turismo, por sí solo, se enfrenta a una disminución de hasta el 70% en su actividad. Asimismo, el efecto del cierre de empresas podría dar lugar a reducciones del 15% o más en el nivel de producción en todas las economías avanzadas y en las principales economías de mercado emergentes. En economías medianas como la argentina, la producción disminuiría en un 25%. Los números de la OCDE se suman a todos los análisis que andan dando vuelta y que abonan la idea de que la economía global está en su peor proceso recesivo desde la Gran Depresión.
Un análisis reciente del Deutsche Bank acerca del día después proyecta que las economías de Europa y los Estados Unidos habrán visto declinar su crecimiento en 2 billones de dólares este año y 1 billón el que viene. Se está formando un consenso en torno al criterio de que tomará no menos de dos años recuperar el terreno perdido en el crecimiento global después de una fuerte caída en la primera mitad de 2020. Una recuperación en forma de V parece poco probable, según la mayoría de los economistas, aunque está lejos de haber algún punto de vista compartido sobre cuál sería el camino más corto para la recuperación.
Además de la pusilanimidad global de no meterle a fondo todo lo que hay que meterle a fondo al gasto público, no ayuda el derrotero del orden mundial. Los que ven en la hostilidad Estados Unidos versus China un sosías de la Guerra Fría, pierden de vista que lo que alimenta esa refriega es un sector interno de los Estados Unidos contra otro –actualmente en el poder— que entiende que en la relocalización de las inversiones en la periferia en general y en China en particular se encuentra la madre de todos los males de la sociedad norteamericana. En esta etapa del orden mundial parece que hay más moluscos que vertebrados. Nada que ver con la Guerra Fría, donde cada bloque sabía a qué atenerse y si lo ignoraba o creía que estaba en la jaula con tigres de papel pagaba feo las consecuencias. En eso también esta etapa aciaga se parece más a los '30. Los ingleses no habían terminado de salir y norteamericanos y rusos de entrar. Y todo terminó muy mal. Aunque hoy la historia no nos regaló ningún cabo suelto que venga como peludo de regalo del virus, la perspectiva no resulta previsible o todo lo previsible que era cuando regía el orden de la Guerra Fría.
El mundo demacrado es un poema de Alejandra Pizarnik (29/04/1936-25/09/1972).
Un corto poema de Pizarnik, La palabra que sana, dice:
Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa.
Así que calma, paciencia y a seguir amasando pan.
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