El menú conservador
Los precios —ya altísimos— suben, pero la inflación baja. Qué alivio
La trayectoria política y económica de la Argentina hasta el mes de octubre, desde la visión oficial, podría resumirse en un menú de cuatro pasos:
- Entrada: Dólar estable.
- Sopa: Mejora económica modesta.
- Plato principal: Reversión de la imagen pública de Macri.
- Postre: Reelección.
Cada uno de estos pasos debe darse para llegar a la continuidad del proyecto antinacional y antipopular vigente. Veamos la factibilidad de los pasos del menú, antes de abalanzarnos sobre los medicamentos contra la indigestión.
Dólar estable
A esta altura de la endeblez política y económica del gobierno, un dólar estable –que no suba más de un 10%—, al menos hasta la elección principal, sería un elemento indispensable. La erosión de los ingresos de la mayoría de la población ha vuelto muy sensible a la opinión pública respecto de cualquier nueva oleada de aumentos significativos en los principales consumos, no sólo de los estratos más pobres, sino de los de medianos ingresos. Por el acostumbramiento de la población a que “toda suba del dólar va a precios” –injustificable desde el punto de vista técnico—, un incremento importante en el valor de la divisa norteamericana podría impulsar un impacto inflacionario que afectaría decisivamente a la franja electoral indefinida o apolítica, consolidando un resultado electoral contundente a favor de la fórmula Fernández-Fernández.
Por lo tanto, el gobierno ha decidido que esa es la madre de todas las batallas económicas, relegando a la producción, la exportación o el empleo. Sería imposible aspirar a la reelección sin este requisito estabilizador fundamental.
El problema con el objetivo de dólar estable hasta la primera vuelta es que es una variable muy sensible a factores externos e internos, objetivos y subjetivos, que el gobierno no maneja.
La situación económica y financiera internacional es frágil, sostenida por elementos endebles como la continua subida de los activos en las principales bolsas del mundo, a pesar del decepcionante ritmo de crecimiento global. Cualquier evento conflictivo serio –enfrentamiento EE.UU.-China, choques con Irán en el Golfo Pérsico, u otros— puede precipitar un cimbronazo en “los mercados” y la tradicional corrida hacia los bonos del Tesoro norteamericano. El Presidente norteamericano, no hace falta explicarlo, es hoy uno de los principales factores de desestabilización global. De ese escenario no se salva nadie, y tampoco la Argentina. Si los fondos especulativos que entraron al país a aprovechar la tasa de 70% de interés anual en pesos deciden volver hacia el norte, el impacto podría ser mayúsculo en la plaza local.
Similar efecto podrían tener encuestas en las que se vaya perfilando una victoria clara del Frente opositor, ya que los inversores (en este caso locales y extranjeros) podrían decidir precautoriamente consolidar las ganancias obtenidas hasta el momento, mediante la venta de títulos locales denominados en pesos para ponerse a resguardo en moneda fuerte.
Esos movimientos podrían ocurrir de dos formas: una devaluación controlada, en la cual se produzca un salto hacia un valor más elevado del dólar –por ejemplo, adelantando el valor que tiene hoy el dólar futuro a diciembre, 55 pesos—, con una posterior estabilización en ese nuevo nivel, o de lo contrario una devaluación descontrolada, en la medida en que los ahorristas locales en pesos se inquieten –precisamente por la prédica sistemática de la propia prensa de la derecha prediciendo catástrofes en caso de llegar al gobierno el populismo—, y decidan convertir sus plazos fijos a dólares.
Según cálculos aproximados de diversas consultoras privadas, las actuales tenencias de reservas de libre disponibilidad no alcanzarían para hacer frente a una demanda masiva de los ahorristas asustados en pesos, con lo cual el precio del dólar entraría en un terreno de indeterminación, poniendo en evidencia ante el gran público la hasta ahora disimulada impericia financiera oficial, y destruyendo toda expectativa reeleccionista del gobierno. Ni que hablar que una reacción de este tipo obligaría a los bancos locales a deshacer sus posiciones en las jugosas LELIQs, que fueron la base de las extraordinarias ganancias bancarias desde hace 8 meses.
A eso debería agregarse un trasfondo objetivo: cada mes que pasa con dólar inmóvil, pero con inflación que no baja significativamente, se acumula retraso cambiario y genera una obvia expectativa de reacomodamiento. Cuanto más se prolonga, más certeza de que la suba del dólar se va a producir. De esto sabe el sector agrario, que ha ofertado en la últimas semanas entre 120 y 300 millones de dólares diarios, producto de la venta de la cosecha gruesa. Nótese que ese importante movimiento vendedor no precipitó la caída de la cotización de la moneda estadounidense. Este flujo vendedor entrará en declinación próximamente –la cosecha no es eterna—, y allí veremos cómo sigue la estabilidad cambiaria.
Es importante recordar que en el comportamiento de los pequeños y medianos ahorristas incidirá la incesante prédica de Cambiemos, de la derecha financiera local y externa, en relación a un presunto cuco chavista-kirchnerista agazapado detrás de Alberto Fernández, que estaría ansioso por expropiar y pisotear los derechos de propiedad. Desde ya que semejante ficción sólo existe en los manuales de publicidad negativa preelectoral oficial. En estos días, por ejemplo, se pudo leer en la prensa financiera la cita de un supuesto operador para explicar una leve alza de la cotización del dólar: “Influyó la confirmación de las listas del kirchnerismo, que están radicalizadas en la izquierda con La Cámpora copando casi todos los lugares a disputarse”. Si bien se trata de un panfleto para desinformados, no cabe duda que estos supuestos analistas generan un daño social al crear expectativas cargadas de temor en gente que maneja dinero.
Con la repetición hasta el infinito de los supuestos terribles riesgos que aparejaría el populismo en el poder, Cambiemos y los medios hegemónicos están creando las condiciones psicológicas para el comienzo de una hecatombe cambiaria si las encuestas, o las PASO, muestran resultados claros a favor del Frente de Todos.
Mejora económica modesta
Es previsible que el medio aguinaldo, la implementación de los aumentos parciales que surgen de las paritarias y la extensión de diversas formas de crédito para el consumo, alivien la pendiente sumamente inclinada en la que se desenvolvió la economía en el primer semestre. Pero de ninguna forma revertirán la redistribución regresiva operada por la actual gestión. A esto debe sumársele la importante campaña publicitaria en torno a la supuesta recuperación económica que ya se estaría iniciando.
Típica de esta campaña es la frase: “Está bajando la inflación”, que tiene el efecto de hacer pasar por un progreso lo que no es más que la continuidad de los aumentos de precios a un ritmo menor que el de meses anteriores. Los precios —ya altísimos— suben, pero la inflación baja. Qué alivio.
También nos informarán que “están mejorando los indicadores”, y efectivamente, las caídas en producción, ventas, consumo, serán menores que en meses anteriores comparadas con el año pasado, porque ya se empieza a comparar con los niveles deprimidos que tuvo el segundo semestre del 2018. Pero se sabe: la publicidad es el fuerte de Cambiemos. El problema es que está menguando el público dispuesto a creerle, contrariando sus propias percepciones, y empieza a ser lugar común la decepción.
Reversión de la imagen pública de Macri
La imagen del actual Presidente y candidato oficialista ha venido cayendo en forma sostenida desde el año pasado, hasta convertirse en un lastre electoral, confirmado a lo largo del país por la actitud de las filiales de Cambiemos que trataron de disimular su vinculación con la política nacional, con el modelo neoliberal y con el líder de ese espacio.
Encuestas recientes han arrojado números muy preocupantes para el oficialismo en la provincia de Buenos Aires, donde hasta hace un tiempo la gobernadora Vidal parecía invencible. El peso del candidato presidencial ha obrado el milagro de debilitar la opción provincial, una de las más sólidas de Cambiemos.
Se debe reconocer que la actual gestión fue capaz de demostrar que la variable económica no es la única que permite explicar las opciones políticas de la gente. Tanto antes de las elecciones de 2015 como en los tres años y medio posteriores, el macrismo ha sabido manipular otro tipo de sensaciones y valores existentes en la sociedad para sostener una adhesión significativa, a pesar de su proyecto económico claramente minoritario y excluyente. Sin embargo, y en forma contradictoria con el discurso “idealista” que lo animaba, ahora el oficialismo junto con sus encuestadores y la prensa adicta parecen convencidos de que una leve mejora económica es capaz de revertir en forma contundente la caída de la imagen pública presidencial y renovar las intenciones de voto de diversos estratos sociales.
Esa ilusión parece inspirarse ahora en un reduccionismo economicista –del que siempre conviene cuidarse— y nuevamente tiende a transformar una discreta mejora en la intención de voto en un mensaje triunfalista. Los publicistas oficiales tratan de instalar, como lo hicieron durante el G20, la imagen de Macri como estadista reconocido internacionalmente. Esos relatos duran lo que dura la disposición de la gente a creer en el personaje. Lamentablemente, en esta campaña de imagen está incluido el muy peligroso acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, del cual trascienden detalles alarmantes en cuanto a lo perjudicial para el tejido productivo argentino. Pero todo sea por el “Macri estadista que firmó un tratado con la UE, y ahora estamos en el mundo”. Que así no sea.
Reelección
Si todos los platos anteriores pasaran por la garganta, llegaría el postre: la reelección presidencial.
Repasemos: debería lograrse un dólar quieto hasta octubre, “blindado” de cualquier evento internacional y de cualquier encuesta o rumor local.
Luego, la mejora económica modesta debería ser capaz de convencer a sectores de volátil alineamiento político de que “la cosa no está tan mal”, y si a eso se inyectase un poco de pánico ante el cuco que podría venir, y la lástima por desperdiciar “todo lo que ya logramos juntos”, se podrían recuperar votos que están saliendo en masa del redil de Cambiemos.
Todo eso debería redundar en la conclusión de que Macri, entre “la pesada herencia que recibió”, que además le “pasaron cosas”, y que a pesar de todo “está sacando la economía adelante”, resultó ser un buen gobernante y merece una segunda oportunidad para completar todo lo bueno… que no hizo o arruinó en su primera gestión.
Finalmente quedan las pruebas electorales, con la enorme complejidad política, social y comunicacional que tienen. Entrar arrastrándose a la primera vuelta y hacer terrorismo comunicacional en la segunda, sería el postre y la consagración de Cambiemos.
Obsérvese que en cada plato del menú hay cierta dosis de realidad, combinada con una significativa porción de relato. Chocan dos discursos sobre la sensatez y la razonabilidad política, económica y social, completamente diferentes.
La oposición aún no ha ganado, y deberá responder a los desafíos comunicacionales que le ha presentado esta fuerza política conservadora intensiva en publicidad moderna. Deberá mostrar solidez, coherencia, y empatía con la mayoría golpeada de los argentinos.
Pero queda claro que mucho dependerá de la credibilidad pública del discurso de Mauricio Macri.
Quizás la oposición pueda utilizar un arma letal que Cambiemos ha puesto en sus manos y que parece irrefutable: la publicidad electoral del propio Macri en 2015. No parece haber un argumento más demoledor para la imagen de seriedad del estadista Macri, que las hoy increíbles declaraciones, reportajes y discursos que dio hace no tanto, y que muestran en toda su magnitud la estafa, la manipulación y el desprecio por los votantes.
Si el Frente de Todos está a la altura del desafío comunicacional y discursivo que se le presenta, es muy probable que la que se quede sin postre sea la derecha argentina.
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