El mártir de los asentamientos
Asesinado por policías, Agustín Ramírez revive en continuos homenajes
Ya se sabe del frío que corre por estos días de junio, más aún en la madrugada. Ni qué hablar de cómo calaba en esa zona con pocas casas bajas, entre baldíos, hace 33 años, el sábado 5 de junio de 1988, cuando Agustín Ramírez y un testigo de las torturas que recibía fueron asesinados por policías.
Ante los gritos de la patota, un matrimonio saltó de la cama ante una voz joven que pedía ayuda; pensaron en su hijo, que aún no regresaba. Ese padre que salió vio a un pelilargo que intentaba escapar de tipos con armas cortas y largas, que levantaron los caños hacia él al grito de “policía, métanse adentro, carajo”.
Quien reconoció la voz suplicante, desde otra casa, fue una niña de 7 años. “¡Es Agustín, es Agustín!”, le gritó a sus padres. No les dio tiempo a retenerla y corrió hacia afuera. Llegó a abalanzarse sobre el agonizante mientras los esbirros les ordenaban a los adultos que metieran a esa “pendeja” adentro. Ella oyó sus últimas palabras:
–Decile a mi mamá que la quiero mucho.
Los tipos la levantaron en vilo y se fueron en autos.
¿Quién era?
Ese joven tan popular como para ser reconocido por una nena dispuesta a correr en su ayuda, nacido en agosto de 1965, estaba a un par de meses de cumplir 22 años. Los 18 le tocaron en la bisagra de la apertura democrática, cuando se inscribió en el Frente Opositor al Servicio Militar Obligatorio (FOSMO) como objetor de conciencia con el apoyo de su padre, quien también sufrió presiones por disponer así de su patria potestad.
Agustín Ramírez formó parte de las comunidades eclesiales de base que promoviera el obispo Jorge Novak, de digna actuación contra la dictadura. Entre esos católicos progresistas, organizaban fogones con lecturas y canto para jóvenes como alternativa a las “malas juntas” en las esquinas, e integraban a pibes de barrios vecinos en pos de evitar confrontaciones.
Su militancia más trascendente, sin embargo, era por la tierra: proclamaba el derecho a tomar suelos ociosos y denunciaba a los especuladores inmobiliarios. Debido a eso, lo tenían marcado.
Por entonces, luego de la represión a una toma en Rafael Calzada, la policía fue a capturarlo pero no lo encontraron porque estaba trabajando en Cristalux, de Avellaneda. Le dejaron un mensaje: “Díganle a ese hijo de puta que lo estamos buscando”.
La Bonaerense escapaba a todo control de su jefe, tal como admitió el ministro de Gobierno provincial, Luis Brunatti, ante militantes de derechos humanos, según me revelaron miembros de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. En la APDH militaban lo doctores Horacio Blanco y Ricardo Angelino, que desde el Círculo Médico habían propuesto al Concejo Deliberante que Jorge Bergés (asistente de partos en cautiverio) fuera declarado “persona no grata” en Quilmes. A Angelino y su esposa les pusieron una bomba en el auto, que no llegó a estallar pero se lo incineró. Con otra bomba resquebrajaron la casa de Blanco.
Los represores presionaban para no ser alcanzados por los ecos del Juicio a las Juntas (1985) y contaban con la comprensiva treta de la Obediencia Debida. Los carapintadas mantenían al país en vilo desde la Semana Santa de abril de 1987, mientras la policía empezaba a implementar su coercitivo gatillo fácil con la Masacre de Budge (8 de mayo del mismo año), donde balearon en el suelo a tres jóvenes en la cercana Lomas de Zamora.
No eran ajenos a esos debates los jóvenes del Equipo Social Latinoamérica Gaucha (ESLaGa), quienes entrevistaban a vecinos acerca de las virtudes barriales y volcaban los testimonios en su boletín, Latinoamérica Gaucha, del que Agustín era el director. En ese periódico publicaron una lista de desaparecidos de su localidad, San Francisco Solano.
De esa zona había sido llevado el primer desaparecido de Quilmes (Sergio Gustavo Dicovski, el 19 de noviembre de 1974), secuestrado en la calle 898, a media cuadra de Avenida San Martín. En esa misma calle per a una cuadra y media de la avenida habrá de caer asesinado Agustín.
Los testigos
El cadáver, boca arriba, con los ojos bien abiertos –como otro asesinado célebre, en Bolivia– fue hallado por Mataco, “un vago borracho”, según reconstruyó el periodista local Dionel Galeano.
Mataco corrió tres cuadras a avisarle al patrullero que paraba en la estación de servicio sobre los cruces de las avenidas Donato Alvarez y San Martín. La respuesta fue: “Sí, ya lo vimos, andá nomás”.
El cuerpo fue recibido en el Centro de Salud de Solano por el enfermero Florencio Reyes (ya fallecido). Sobreviven los documentos forenses: “muerte por impacto de bala y torturas previas: uñas arrancadas, orejas seccionadas, golpes en todo el cuerpo”.
La última acción de Agustín fue prestar ayuda: había salido en la noche a llevar unos tirantes a quienes los necesitaban para sostener un techo en el predio Tierra de Jerusalem.
Su arreo a manos de policías en ese fin de semana fue visto por Javier Sotelo, con quien compartían el grupo de la capilla Nuestra Señora de Caacupé, donde procuraban alejar a los jóvenes del alcohol o la incipiente droga.
Sotelo, obrero en una empresa pavimentadora, iba hacia la casa de su novia cuando se topó con el secuestro. Cristiano al fin, debe haber pedido clemencia de rodillas porque, según la autopsia, fue fusilado con un “balazo en la frente, a centímetros de distancia, de arriba hacia abajo”. Su cuerpo fue hallado a pocas cuadras del de Agustín.
Despedida
En la manifestación en que se convirtió el oficio religioso, el sacerdote Carlos Vázquez reclamó “un esclarecimiento serio y responsable”, ya que Agustín era parte de las Comunidades Eclesiales de Base promovidas por el obispo Novak, quien sintetizó su sentir: “Hubiesen matado al pastor pero no a las ovejas”.
“Qué paradoja, justo Agustín, que nunca quiso empuñar un arma y se negó al servicio militar obligatorio, murió acribillado por un arma”, agregó Luis Farinello al diario El País durante la conferencia de prensa en la que participaron Madres de Plaza de Mayo, la APDH, comunidades parroquiales y coordinadoras de asentamientos.
La pesquisa
El ESLaGa recogió testimonios que imploraban por el anonimato: “Dicen que Agustín pedía que lo mataran antes que seguir con el verdugueo”. Ante su aparente sumisión lo dejaron, pero cuando intentó escapar lo cazaron de los pelos para después matarlo.
La revista Casos habrá de publicar que un testigo con garantías por parte del ministerio de Gobierno fue secuestrado, torturado y amenazado.
La familia recibió a un vecino, hermano de un policía, dispuesto a declarar los nombres de los asesinos, pero una semana después fue hallado en el baño de un boliche con un balazo en la cabeza.
Debió transcurrir una década para que, ante un acto aniversario, aquella niña de 7 años pudiera relatar, con llanto tembloroso, lo que oyó por última vez y que nadie diría ante ningún juez, ya sea por miedo o porque no podría reconstruir la fisonomía de los asesinos. Con tales carencias, en 2001 fue rechazado el pedido de reapertura de la causa.
Todo quedó guardado en la memoria de Francisca Quintana de Ramírez, quien con el dolor y la persistencia de las madres relató ante el grabador de Dionel Galeano: “Los premios nobeles Adolfo Pérez Esquivel y Rigoberta Menchú caminaron las calles por donde mi hijo trabajó por el bien de sus semejantes. La Justicia de Dios llegará para sus asesinos, si no llegó ya. No pudieron matarlo; nunca murió”.
Resistir e insistir
Al mes del crimen, otros limpiaron las orillas del arroyo Las Piedras para erigir el asentamiento San Sebastián. Hasta hubo policías que aprovecharon para tomar unas parcelas, pero la gente se opuso: “Esto es para los que no tienen nada. Acá tenemos prioridades: madres solas con hijos, parejas con hijos, abuelos con nietos, y de última jóvenes que van a formar familia”. Ante la frustración de los uniformados, el comisario detuvo a los del Consejo del Asentamiento. Así estuvieron, tironeando de los hilos, hasta que los de la Comisaría de La Cañada llamaron a la APDH para zanjar la disputa, según recordó la antropóloga Ana González.
En 1995 otro terreno fue limpiado por familias con el mismo orden de prioridades, en el Camino General Belgrano, de Quilmes Oeste. Los curas que llevaban alimentos y hasta al abogado León Zimerman fueron detenidos por el juez Ariel González Eliccabe en un caso que concitó la presencia de muchos medios porteños durante la campaña por la reelección de Carlos Menem. Los pobres se impusieron y bautizaron al asentamiento “Agustín Ramírez”.
Así fue abriéndose paso su memoria, hasta que el 27 de septiembre de 2000 el Concejo Deliberante designó con su nombre a la calle 891 y ordenó colocar placas conmemorativas.
Para el aniversario de 2014, durante un juicio ético en la Universidad de Quilmes, la Comisión Bonaerense por la Memoria dio cuenta del hallazgo de partes policiales sobre el abatimiento de un “delincuente terrorista”, a cuatro años y medio de terminada la dictadura. Así quedó documentado que fue un asesinato por sus denuncias contra los especuladores inmobiliarios.
La Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ) conformó dos mesas redondas para hablar de “Agustín Ramírez, a 30 años de impunidad”, y su Centro de Estudiantes plantó en el predio un árbol al que le impusieron el nombre del joven.
Según el historiador local Juan José Corvalán, el nombre de Agustín identifica espacios en cuatro distritos: un barrio en Berazategui (calle 1 a 3 y de 114 a 116); el Centro Integrador Comunitario (CIC) en Camino G. Belgrano y el arroyo Las Piedras, de Quilmes; un Centro Cultural en Almirante Brown y la Escuela Secundaria 11 en Gobernador Costa, de Florencio Varela, adonde se mudó el asentamiento del ‘95, forzado a trasladarse porque en su emplazamiento quilmeño había metales pesados dañinos, resabios de una curtiembre.
La gestión del Cambio amarillo borró la imagen de Agustín en el CIC inaugurado por el intendente Francisco Barba Gutiérrez.
Mayra Mendoza, en su calidad de jefa comunal, mandó pintarla de nuevo. Ayer se inauguró el mural que devuelve la imagen de Agustín. En representación de Mendoza asistió la concejal Eva Mieri, del Frente de Todos.
Pasaron de ser asentamientos precarios a barrios con calles trazadas, terrenos mensurados y casas revocadas. Los herederos de Agustín contrapusieron así su esfuerzo a la propaganda de una prensa que hace tres décadas propaló la versión de su muerte a manos de pandillas o asaltantes y hoy insiste en tratarlos de vagos o especuladores.
Aunque en el primer año de pandemia no se realizaron reuniones, una Comisión de Amigos y Familiares mantiene un sitio en Facebook desde el que difundirán las actividades previstas para este fin de semana.
Desde 1988, cada año, un fogón recuerda al “mártir de los asentamientos”. Y como en el palimsesto en que las reescrituras históricas se superponen sin borrar del todo la anterior, la revista Sudestada encontró que Agustín había estudiado en la escuela Luis Piedrabuena, de Solano, la misma a la que habrá de asistir Darío Santillán, otro solidario, asesinado en la masacre de Avellaneda (2002). En Temperley, donde también era conocido, el nombre de Agustín se mezcla con la historia de la Masacre de Pasco (1975) como quedó plasmado en el film Avanzar más allá de la muerte, de Martín Sabio y Patricia Rodríguez, que el jueves estrenó el canal Encuentro.
Donde nunca aparecerá su nombre es junto al de próceres como Juan Bautista Alberdi, aunque su influjo vaya en el mismo sentido del artículo 14 bis de la Constitución Nacional respecto a que el Estado se ocupará del acceso a la vivienda, un valor refrendado por el artículo 11 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, incorporado desde el inciso 22 del artículo 75 a la misma Constitución.
Agustín fue asesinado a la edad en que Alberdi escribía su primer libro, El espíritu de la música. No llegó a escribir ningún volumen pero su memoria, siempre persistente, no deja de inspirar a otros, quienes levantan sus mismas banderas ondeadas en poemas:
Era un domingo, casi amanecía.
La neblina tapaba las luces del día.
Y en una esquina su cuerpo tirado.
La sangre manchaba su pelo largo.
Nosotros sabemos por qué te mataron:
Por luchar por tu pueblo, por tener pelo largo;
Por dar un pedazo de tierra a nuestros hermanos (...)
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