EL MAGNICIDIO Y EL SENTIDO COMÚN
Al vaciar de densidad política a cualquier delito, el orden público vigente es inmune a cualquier cambio
Cuando la sangre se derrama, un sentido común instantáneo se apodera de la escena trágica. El consenso político que hoy parece utopía (no solo en esta región), es conseguido de inmediato y sin esfuerzo por un gran público cuando se trata de violencia. La misma política incapaz de construir acuerdos es sumamente habilidosa promoviendo este sentido colectivo. Esta paradoja es un misterio de la violencia, aunque para el sentido común el castigo no encierra ningún misterio: palo y a la bolsa.
La cosa es sencilla, no hay lugar para reflexiones porque las ideas necesitan tiempo y lo que no hay es, precisamente, tiempo para enfrentar hechos de sangre que interpelan ¡físicamente! nuestra existencia. Es cuestión de vida o muerte. Desde abajo hay que calmar angustias y venganzas, y desde arriba hay que dar pronta respuesta a los reclamos de abajo.
Público y publicado coinciden en que si hay una víctima debe haber un/a autor/a de carne y hueso, claramente identificable, convenientemente diferenciable del auditorio que asiste mediáticamente unido a la escena criminal. Si es posible no más que un/a responsable, porque lo individual, aislable y palpable facilita la explicación de lo sucedido con la belleza de la sencillez simétrica.
Esta coartada argumental o reacción visceral es vieja como el tiempo. En el siglo XVIII un hombre llamado Damiens intentó matar al rey Luis XV de Francia. En una plaza de París a orillas del Sena el regicida fue sometido a un histórico suplicio de horas, torturado, quemado con azufre, tirado de sus cuatro extremidades por caballos hasta ser desmembrado con ayuda del verdugo.
El público con interés y paciencia esperó que el cuerpo fuera arrojado al fuego. Las cenizas dieron por solucionado el atentado. Para el discurso oficial fue el fanatismo la causa del delito de lesa majestad. No importaron las intrigas palaciegas que pudieron influir en Damiens, como empleado de parlamentarios que criticaban y confabulaban contra el rey; tampoco la violencia vivida como soldado en el ejército; menos su confesión de solo llamar la atención del monarca. Obviamente fue ridiculizada la carta que le escribió a la víctima real, incluso por un espíritu tan ilustrado como Voltaire.
La lógica del atajo individual para que todo siga igual no terminó con el Antiguo Régimen. Al contrario, tuvo su renacimiento científico un siglo después, con la genial creación del hombre delincuente o criminal nato, responsable de los principales males que padece una sociedad. No podía estar equivocado el médico italiano Cesar Lombroso, no solo porque su invento se apoyaba en los prejuicios éticos y estéticos de la época, sino porque utilizó el instrumental de las infalibles ciencias naturales. Su laboratorio fue la cárcel y el manicomio, y observó, midió, comparó y fotografió a los delincuentes y locos encerrados.
Claro que a este minucioso método no únicamente se le pasó por alto la inmensa cantidad de desviados e insensatos que permanecían impunes en libertad, sino la época violenta que atravesaba una Italia en vías de unificación, en medio de enfrentamientos, pobreza, desigualdad, luchas intestinas. Ninguna sospecha despertó que a la cárcel siguieron yendo siempre los mismos, pobres del sur atrasado, marginales y derrotados.
Pues bien, a más de un siglo de haberse develado el carácter acientífico de este método etiológico, criminólogos del primer mundo confortablemente financiados, se asoman a los desarrollos de las neurociencias y la genética para continuar con la culpa individual. Del coqueteo entre esta especie de moderna neurocriminología con los poderes de turno, surge una burda despolitización del delito, algo así como un mal natural, sin historia ni contexto, ni circunstancias que vayan más allá de lo inmediato.
Una imposibilidad lógica que se reduce a cromosomas aberrantes, neuronas impotentes, moléculas en cortocircuito químico, hipotálamos disfuncionales, glándulas rebeldes, lóbulos frontales dañados, mero déficit de inteligencia.
Esta vulgata científica criminológica tiene un enorme potencial político y social. Al vaciar de toda densidad política a cualquier delito el orden público vigente es inmune a cualquier cambio. La dirigencia política sigue su curso como Forrest Gump su maratón y el sentido común continúa más compacto que nunca, pues el problema de la violencia sigue siendo individual, episódico, de un otro aislado peligroso o enfermo, conforme un saber técnico sofisticado, incuestionable e incontaminado de ideología.
Pero el crimen, como cualquier otra experiencia humana, está dotado de sentido y va más allá de su protagonista. Incluso el suicidio trasciende las fronteras del yo, siendo también un acto con una impronta colectiva como lo explicó en varias páginas un importante sociólogo francés de fines de siglo XIX y principios del siguiente. No es desmesurado ir más allá y afirmar que el crimen es, incluso, un misterio que es necesario develar, como cualquier otro. No se puede no interpretarlo, establecer relaciones, conocer factores sin importar lo lejos que se tenga que llegar, sea la historia, la cultura, la estructura, la política. También la imaginación (con perdón a la racionalidad punitiva) es útil para la construcción del puente entre lo individual y lo colectivo.
Acaban de atentar contra la Vicepresidenta de la Argentina, Cristina Fernández. Un brasileño de 35 años de edad con residencia en el país intentó dispararle en el rostro con una pistola 32, en momentos en que saludaba a las personas que la esperaban frente a su domicilio. Como todo magnicidio es una inmejorable ocasión para analizar lo ocurrido con una mirada atenta.
La primera respuesta es la del sentido común que se identifica con la solución rápida sin salir de su confort, es la respuesta de lo inmediato, ceñida a lo que muestran las cámaras de televisión. Un extranjero con antecedentes penales, mitómano, víctima de bullying, raro, necesitado de atención, sin nada que perder, según lo definió algún allegado.
Será la respuesta final de las oficinas judiciales, interesadas en no contradecir la opinión pública, conscientes de que se trata de la opinión publicada, que es algo bien distinto. Es la respuesta, además, del mínimo esfuerzo que a esta corporación le viene como anillo al dedo para no entorpecer el lento ritmo burocrático: un extranjero sin ningún rédito político, pescado in fraganti a la vista de todo el país. Detención inmediata y juicio exprés. Asunto terminado.
Por su parte el Presidente decretó feriado nacional el día siguiente al atentado, por considerarlo el hecho más grave desde la recuperación de la democracia. Más allá de que el ex Presidente Raúl Alfonsín también fue víctima de un atentado fallido tras dejar su mandato, al enfatizar las consecuencias institucionales y colectivas del intento de asesinato, la pausa nacional es propicia para buscar una respuesta que esté a la altura de ese extraordinario hecho.
No niego que pueda haber pesado el deseo de cinco minutos de fama por aburrimiento existencial, pero aun en este caso ese tedio no puede entenderse por afuera de una cultura que celebra el éxito rápido y la fácil popularidad, con lo cual también desde esta posición es necesario recurrir a lo colectivo.
Tampoco me animo a descartar una mezcla con alguna estructura de personalidad vacilante, pero sería un grave error dejar en manos de expertos en salud tamaño daño humano, político y social. Las nosotaxias o clasificaciones psiquiátricas se mueven en un determinado medio social, no se desplazan como sonámbulas, sino que son contenidas, demoradas o aceleradas según el clima mediático, social y político.
Criticar la estrecha mirada individual del sentido común no significa negar lo evidente, el arma fue disparada por un hombre con nombre y apellido. Pero esa violencia frontal suele ser la punta de un iceberg, una invitación a bucear en una violencia más profunda, subterránea, oscura.
¿Puede haber alguna conexión, aun inconsciente, entre el disparo de este extranjero y la ideología represiva de su Presidente Bolsonaro, que está llevando a la sociedad civil brasileña a tomar justicia por mano propia? Un poco más acá, ¿la violencia discursiva de los políticos argentinos junto a la violencia omisiva de la falta de resolución de los grandes problemas nacionales, pudieron haber minimizado la barbaridad de exhibir el arma ante las luces y cámaras de los medios de comunicación? ¿Esta barbaridad es el modo obsceno de buscar centralidad en un sistema que relega y margina? ¿El ritmo procesal y el modo de exhibición mediática de la causa penal contra la Vicepresidenta pudo haber empujado subliminalmente el dedo del magnicida?
Son preguntas, no respuestas, pero el primer paso ante un fenómeno delictivo de esta magnitud es, ciertamente, ampliar con interrogantes el horizonte sobre el cual es necesario indagar. Horizonte que no termina ni mucho menos con esos cuestionamientos. Un dirigente social está convencido que no fue la policía sino Dios quien protegió a Cristina Fernández. La policía, en cambio, asegura que fue la inexperiencia o el nerviosismo del principiante que se olvidó de arrastrar la corredera del arma para que ingrese la bala en la recámara. No faltan quienes se preguntan cómo es posible que la Vicepresidenta haya aparecido en público sin tomar los recaudos mínimos para su protección personal.
Humanidad, azar, o designio divino … y el sentido común se niega a dotar de misterio al crimen.
* Profesor de Criminología y Derecho Penal
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