EL LUSTRO DEL TERROR
Es incompleto interpretar el golpe del '76 sin una mirada regional, y sin ver qué pasaba en el capitalismo global
¿Qué tenían que ver María Estela Martínez de Perón y Salvador Allende en cuanto a línea de gobierno? ¿En qué se parecían Bordaberry y Torres? ¿Cómo pensar que los escenarios nacionales, aun con sus obvias particularidades, puedan explicar esos golpes? Desde luego hubo historias propias que condicionaron e hilos conductores como el Plan Cóndor o la propia Guerra Fría, pero hay todavía un trasfondo más, que se asocia al curso del capital global, que cala en lo más profundo.
Después de la Segunda Guerra Mundial sobrevino la descolonización en Asia y África, un mejor reparto del ingreso, una mayor presencia del Estado en cada país, con mayores regulaciones y equilibrios, en todo ese período que el propio capitalismo reconoce como un ciclo dorado.
Pero la tasa de ganancia, clave en el desarrollo del capitalismo, su esencia última, bajó en las décadas de 1950 y 1960 hasta límites intolerables para los grupos más concentrados y poderosos. Estudiosos como Robert Brenner o Anwar Shaik lo han analizado en detalle. En una reunión de la Trilateral Commission de fines de los años ‘60, Samuel Huntington llegó a decir que había un “exceso de democracia”. El capital dijo basta y comenzó su ofensiva contra el trabajo.
Fue fuerte en los dos centros neurálgicos del sistema capitalista mundial. En Europa (la represión al Mayo Francés, al Autunno caldo y las huelgas de Italia) y en Estados Unidos (el ataque a los hippies, a la lucha por los derechos civiles y la contracultura, la imposición de drogas, etc.). Pero fue tremenda en América Latina. Fue genocidio y terrorismo de Estado, con decenas de miles de muertos.
Esa crisis de caída de tasa de ganancia podía superarse de dos modos, básicamente. Con una reacción capitalista más concentrada, como la que finalmente se impuso, dando más poder al “mercado” y las multinacionales más fuertes, y asaltando al Estado para que garantizara esa vuelta a ultraganancias, como las que había antes de las guerras mundiales (tal fue y es el objetivo de lo que luego sería llamado neoliberalismo) o una salida que, al contrario, expandiera más el mercado interno, el desarrollo, la distribución del ingreso, un Estado regulador pero permitiendo espacios interesantes para el sector privado, como intentaron todos los gobiernos derrocados en 71-76, con Chile como caso más extremo con su vía democrática al socialismo (y por eso provocó la respuesta más extrema como contrarrevolución capitalista).
Así, creemos, el golpe de 1976 en Argentina, más allá del desgobierno o vacío de poder que había con la gestión de Isabelita, más allá del clima de violencia cotidiana que se vivía, no se puede leer sin ese marco histórico donde todos y cada uno de los gobiernos de la región fueron derrocados sin importar sus virtudes y defectos para imponer, matando a todos lo que quisieran matar, un camino de superación de la crisis acorde a lo que los tiempos y la gramática que el gran capital imponía.
Desde ya ni Videla, ni Pinochet (que ensayó variantes muy burdas antes de entregar el mando a los monetaristas), ni mucho menos quienes secuestraban, picaneaban o arrojaban gente al mar tenían idea de quién en verdad empujaba a ese delirio asesino, pero esa fuerza global y regional fue la principal razón de los golpes que desangraron a Argentina y a América Latina y que esta semana se evocó con el reclamo de siempre: Memoria, Verdad y Justicia.
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