EL JAPONÉS POLIMORFO
Tres cuentos para nada infantiles, del referente cultural japonés Takeshi Kitano
La democracia en Japón, a diferencia de la mayoría de los países del mundo contemporáneo, no es el producto de una conquista de las luchas populares, sino de una imposición remanente de la ocupación del territorio establecida al concluir la Segunda Guerra Mundial. Lo mismo ocurrió con el rápido enriquecimiento que trajo el paulatino deterioro de su cultura tradicional. A su vez, el magnífico acceso a la comunicación a través de internet puede haberse convertido en una vía para la esclavización, una nueva forma de colonialismo. El dinero, como en muchos otros países, se transformó en el verdadero motor de la sociedad, asociado a una nueva cultura muy superficial de la libertad y la igualdad que aplasta todo lo que se sale de la norma, negando todo lo que existe fuera de las reglas sociales establecidas.
Los anteriores conceptos vertidos a un diario español, glosan el encuadre ideológico de Takeshi Kitano (Tokio, 1947), célebre en Occidente por sus 17 películas, más que en su isla natal donde la fama le ha llegado como comediante, actor y presentador en la televisión. Diseñador de videojuegos, artista plástico, cantante, con más de medio centenar de libros de poesía, ensayo y ficción publicados, su poliformismo artístico lo ha convertido en el insoslayable referente del renacimiento cultural japonés. Considerado quien mejor ha logrado aunar en el conjunto de su producción lo tradicional y lo moderno, del mismo modo se le reconoce la proeza de equilibrar lo popular con lo selecto. Como es usual, acaso sea ese talento voraz impulsado por un tan sutil como implacable espíritu crítico lo que motiva envidias y vituperios por parte de algunas elites.
Prácticamente el conjunto de la obra de Kitano se encuentra atravesada por la temática de la infancia, más un soporte discursivo que una retracción nostálgica, vehículo ecuménico apto a fin de expresar otras problemáticas. Es en este marco que recién hoy llega desde México a las costas rioplatenses Niño, un librito de apenas cien páginas, con tres historias para nada infantiles, protagonizadas por pibes. Publicado en Tokio durante 1992, tuvo su primera edición en español en 2013, merced a la espléndida traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés, cuya versión en mexicano corriente no incomoda para nada a un público acostumbrado a los doblajes de series y películas.
Consecuente con su encuadre filosófico, en el epílogo Kitano caracteriza la niñez como “el momento en el que uno descubre y obtiene su pequeña parcela de libertad”, entendida en tanto la obtención “de confianza en uno mismo, de la posibilidad de cumplir un sencillo deseo”. Hasta ese momento “uno siempre está bajo control, entre los brazos de sus padres, pero a partir de ahí empezamos a crear poco a poco un mundo aparte hecho a nuestra medida: amigos, juegos, acciones”. Iniciación sin ritual, deslizada por el torrente de la vida misma, contrastada con la rigidez adulta, es la que emerge en las tres historias situadas en otras tantas ciudades emblemáticas: Tokio, Kioto y Osaka.
No es que probablemente por obra de la sugestión impresa a partir de sus films –o gajes del oficio— que el trío de relatos aparezca como si se tratara de completos esquemas para inminentes guiones cinematográficos. Estructurados en escenas sucesivas, incluyen raccontos y retornos a un tiempo fluido, locaciones diversas, personajes secundarios perfilados al detalle, protagonistas conflictuados acarreando el peso de la trama. El primer cuento, “El campeón del quimono enguatado”, evoca dos años anteriores y pasa al encuentro con un hermano en un presente difuso para retroceder treinta años, a la escuela primaria. A una descripción realista le sucede un párrafo subjetivo en la primera persona narrativa, en el más puro estilo literario japonés: “Contemplaba la escena y tenía la impresión de que alguien la había rociado con notas musicales. Apoyé la cabeza entre las manos para deleitarme en la contemplación de aquel espectáculo”. Retorna a la situación escolar, se detiene en la figura de un profesor aficionado a los coscorrones en la cabeza de los purretes e ingresa de lleno en las vísperas del Día de los Deportes. Se trata de una jornada de competencias en todo Japón, una fiesta en la que los jóvenes estudiantes buscan lucirse y estrenar flamante indumentaria de gimnasia. La acción transcurre incesante entre preparativos, cábalas y competencias, no sin el correspondiente remanso de atmósfera detenida: “El sol otoñal empezaba a ponerse. Proyectaba sobre el campo de deportes las alargadas sombras de los dos edificios que conformaban la escuela, la de la barra de ejercicios, la de las tiendas y la de los ginkgos (árbol típico). Los profesores y alumnos completaban los preparativos finales, arrastraban con ellos sus largas siluetas”.
Una prosa amena y precisa perfila sucesivos personajes, describe con sutileza los abisales contrastes entre mundo adulto e infantil, fuertes y débiles, populares y despreciados hasta la heroica contienda de cierre. Momento de retorno al encuentro fraterno y final, esta vez, dichoso. El esquema parece reiterarse en “Nido de estrellas”, el cuento siguiente localizado en Osaka y —nuevamente— dos hermanos varones, aficionados a la astronomía, esta vez confrontados frente a un noviete presentado por la madre viuda. Juegan los tiempos relativos en esporádicas evocaciones, tanto en situaciones como en la conjetura reflexiva; tras advertir que la estrella Sirio se enclava a 8,6 años luz de distancia, el menor asocia: “Ocho años antes nuestro padre seguía vivo. El destello emitido por Sirio en aquel momento estaba a punto de alcanzar la Tierra. Al contemplar la luz del pasado, sentía como si el espacio entero se transformara en un álbum de fotos. La idea me ayudó a darme cuenta de que no nos habían olvidado en el límite del espacio y gracias a eso recuperé el coraje”. Continúa la historia con una madre que completa las frases iniciadas por sus hijos y un consecuente acto de rebelión.
Último relato, “Okamesan” (alusión a una leyenda donde la esposa del carpintero protege a su esposo), situado en la ciudad de Kioto, es protagonizado por un adolescente abocado a estudiar templos antiguos y su azaroso encuentro con el sutil erotismo emanado por una jovencita a la que supone mayor que él. Se suceden andanzas urbanas, topándose con una banda de de malevos motoqueros estafándole hasta el último centavo, la reversión de la actitud de la ninfa y el salto cualitativo correspondiente a la pérdida de la inocencia. Historia salpicada de calculadas dosis de violencia e ignominia, da pie a consideraciones en torno al dinero y al poder, a la ternura y la desconfianza, matizadas en cuatro tiempos alternos.
Prosa de cuidado rigor, tramas vibrantes de acción constante alimentan relatos ágiles en los que Takeshi Kitano parece solazarse al barajar imágenes, como si estuviera cortando y pegando frente a la moviola y así obtener secuencias encadenadas, urgentes, pacientes, acotadas sin tiempos muertos. Logra de este modo un volumen equilibrado, de atrapante lectura, donde una infancia protagónica de modo alguno hace de Niño un libro infantil. Por el contrario, surge incólume a cualquier reduccionismo o encasillamiento, donde el adulto logra encontrarse de una u otra manera y, si presta atención, obtener tanto una alianza poética con el autor como una lectura política.
FICHA TÉCNICA
Niño
Takeshi Kitano
Traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés
México, 2013
104 páginas
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