Era un flacucho con cara de muerto de frío, por el que nadie daba gran cosa. Hasta que abría la boca y de ese cuerpo esmirriado salía una voz poderosa, plena de inflexiones y matices. Eso le permitió eludir desde los escenarios el destino que le hubiera esperado en Francia como emigrante italiano pobre cuya familia huyó del fascismo.
Serge Reggiani nació en 1922, el año de la marcia su Roma de los camisas negras de Mussolini. Recién a los 26 le concedieron la ciudadanía francesa, cuando ya había dejado la peluquería de su padre, ingresado al Conservatorio de Arte Dramático y actuado en obras de teatro y películas e integraba la movida existencialista del St. Germain-des-Prés de la posguerra, donde frecuentó a Sartre, Simone de Beauvoir, Yves Montand, Simone Signoret y Boris Vian. En cine lo eligieron los más grandes directores: Marcel Carné, Henry Clouzot, Jacques Becker, Costa-Gavras, Max Ophuls, Jean Pierre Melville, Sacha Guitry, André Cayatte, que lo dirigió en Los amantes de Verona, donde Reggiani y una adolescente Anouk Aimée se enamoran mientras ensayan la obra de Shakespeare.
Hasta Visconti lo incluyó en El gatopardo. La frase célebre de Lampedusa que pronuncia Don Fabrizio Salina es en un diálogo con su amigo don Ciccio Tumeo, el organista de la catedral de Donnafugata, el hombre de origen popular agradecido a la nobleza, que vota en el plebiscito contra la unificación. Son siete minutos en italiano, pero las actuaciones de Don Ciccio Reggiani y Don Fabrizio Burt Lancaster los justifican.
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Comenzó a cantar cumplidos los cuarenta años, con un álbum sobre poemas de Boris Vian que tuvo un éxito inmediato, al mismo tiempo que representaba Los secuestrados de Altona, de Sartre, en el escenario. Entre esos temas de Vian estaba la carta Señor Presidente, en la que le anuncia que desertará para no ir a la guerra.
Su biografía y sus ideas explican que haya sido un ídolo de los jóvenes rebeldes, que tomaron las calles de París en 1968, y lo invitaron a cantar en las facultades ocupadas los temas que Reggiani venía de grabar en su álbum Los lobos entraron en la ciudad, sobre la ocupación nazi.
También había tomado clases de pintura con Picasso, que fue su amigo y se aferró al pincel en los años negros de depresión y alcoholismo en la década de 1980 que siguieron al suicidio de su hijo Stéphan.
Recién volvió a cantar a sus 70 años, aclamado con toda justicia como una de las mayores figuras de la escena europea. Te lo recomiendo.
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