El ingrediente Mahler
La obra del compositor Gustav Mahler vista desde el cine y la comedia japonesa Tampopo
Hace unos días participé de una charla acerca de El artista y la modelo, del español Fernando Trueba, película franco-española del año 2012 que está confesamente inspirada en la figura del escultor Aristide Maillol, interpretado por el inolvidable Jean Rochefort, quien transita los últimos años de su vida en busca de una obra póstuma frente a la evidente proximidad de la muerte. Resulta llamativo que en ningún momento de esta película hay música, más aún cuando se sabe que Trueba es un melómano tan insaciable que hizo películas de alta impronta musical como el film de animación Chico y Rita, o los documentales El milagro de Candeal y Calle 54, y que además produjo aquel tan recordado disco Lágrimas negras de Bebo Valdés y El Cigala. Todo indica que esta vez Trueba confió plenamente en sus diálogos y en la sutileza de sus imágenes en blanco y negro para componer una relación tan delicada y sugerente como la de un artista veterano y una joven modelo con todo por vivir.
Pero luego alguien hizo una observación certera: hay una única intervención musical. Es en la escena final de la película, cuando de un modo casi imperceptible asoma la Novena Sinfonía de Gustav Mahler, la que para muchos “mahlerianos” fue su obra superior y que carga con un simbolismo poderoso: fue la última que el compositor pudo finalizar, pero jamás pudo verla estrenada a causa de su temprana muerte, esa maldición que persigue a quienes osan consumar una novena sinfonía. La cita final para Fernando Trueba, el director melómano de El artista y la modelo, resulta terminante. Sólo el arte del brujo Mahler puede tener un lugar en una película sin música.
Muchas veces me sorprendí con la música de alguna película para luego certificar que se trataba de una composición de Gustav Mahler, por eso debo reconocer sin avergonzarme que soy un amante de su obra gracias al cine. Y con el tiempo uno fue descubriendo cómo sus composiciones aparecen una y otra vez en el cine, y cómo los cineastas las han aplicado con intenciones dramáticas tan disímiles.
El caso más reciente se da en Tar (2022), la película sobre el mundillo de la música clásica en la que Cate Blanchett interpreta a una prestigiosa directora de orquesta frente a su desafío mayor, grabar la Quinta de Mahler y así completar el ciclo completo de sus sinfonías tal cual lo hiciera su mentor Leonard Bernstein tiempo atrás. Tar sabe de antemano que para abordar esta obra en toda su dimensión deberá indagar en qué es lo que llevó a Mahler a componerla y conocer los detalles personales que influyeron en ella, sobre todo los referentes a la sinuosa relación con su mujer Alma. Pero poco después, ya en los ensayos, ese vendaval de música parece caótico e indomable. Toda la experiencia adquirida y aquel método de trabajo que funcionó durante su carrera resultan ahora insuficientes y preludian su derrumbe emocional y profesional.
Claro que cuando uno cita la Quinta Sinfonía de Mahler y su adagietto, irrumpe el recuerdo de Muerte en Venecia, la novela que Thomas Mann concibió en 1911 a poco de enterarse de la reciente muerte del compositor. De allí que su personaje principal, un escritor de nombre Gustav von Aschenbach, que se enamora perdidamente de un joven, expresa algunas características físicas y emocionales que remiten a Mahler, además del nombre por supuesto. Lo que hizo Luchino Visconti en 1971 con su inolvidable adaptación cinematográfica fue acrecentar aquellas similitudes propuestas por Mann haciendo del personaje principal un músico atormentado por la muerte de una hija pequeña, tal cual le sucedió a Mahler.
Muerte en Venecia es uno de esos casos en los que una película permanece indivisible de su banda sonora. Uno podría, siguiendo la voluntad de Visconti, entenderla como una historia inspirada en la personalidad de Gustav Mahler. Pero me arriesgo a que su fuente de inspiración no va tanto por lo biográfico como por lo musical, lo cual es muy distinto. Vean si no esas escenas de Venecia bañadas por la bruma, la peste y los violines lastimosos del adagietto. A partir de esta película el cine descubrió al fin a Gustav Mahler.
La singular Mahler (1974) (ver aquí película completa) de Ken Russell rinde su debido tributo a Muerte en Venecia cuando en una de sus escenas el compositor descubre desde la ventana de un tren a los mismos dos personajes del film de Visconti mientras suena una vez más el ya citado adagietto. Como era de esperarse en un film de Russell (otro director profundamente melómano), todo resultó muy polémico, cuestionado severamente por sus deslices biográficos y sobre todo por el modo alucinatorio y viciosamente estético con que representa las obsesiones de un Mahler culposo por su renunciamiento al judaísmo, incapaz de convivir con cualquier sonido ajeno a su música, abatido por el fervor erótico de su joven esposa Alma y temeroso por el fin de esa novena sinfonía que se anuncia como un heraldo de la muerte.
Habrá otras películas acerca de la vida personal de Gustav Mahler y de su esposa Alma Schindler, evidentemente más interesante como personaje cinematográfico que el mismo Mahler. La novia del viento (The Bride Of The Wind / 1991) (ver aquí película completa) de Bruce Beresford habla de esa joven pianista que logra hacerse un lugar en el endogámico ambiente de las artes de la Viena de principios del siglo XX, espléndidamente recreada desde sus celebridades, sus salones y amoríos entre cuadros, pianos y fiestas de gente refinada. Al contraer matrimonio los proyectos musicales de Alma quedan postergados porque así eran las cosas en el agonizante Imperio Austro Húngaro y porque además Mahler debió ser bastante mandón. Tras el luto por quedar viuda, Alma podrá al fin desarrollarse con plenitud.
Más reciente es Mahler auf der Couch (2010) (ver aquí la película completa), que fue dirigida por el alemán Percy Adlon, recordado por el film ochentoso Bagdad Café. La traducción sería Mahler en el diván, basada en las entrevistas entre Sigmund Freud y el músico, desesperado de celos por la relación extramatrimonial de su mujer Alma con un arquitecto más joven y apuesto que él. Ambas películas depositan en Alma el carácter de esas mujeres decididas a deshacerse del lastre conservador de la sociedad europea aún vigente en el nuevo siglo. Por el contrario y más allá de su genio, Mahler es un personaje más propio del siglo XIX.
Por eso lo más interesante de Mahler en el cine, subrayando lo dicho acerca de Muerte en Venecia, no tiene que ver con su biografía sino con la tremenda potencia inspiradora de su música. Sus composiciones aparecen acreditadas oficialmente en un sinfín de películas, a las que hay que sumarles los hallazgos de un comando de fanáticos “malherianos” que sigue encontrando al genio de Bohemia en los rincones más recónditos del cine.
Podemos encontrar fragmentos de prácticamente todas sus composiciones en películas de directores tan diversos como Terrence Malick, Alfonso Cuarón, Jim Jarmusch, Gaspar Noé, Werner Fassbinder o Robert Altman. El ruso Alexander Sokurov también incluyó a Mahler en varias de sus cintas y el caso de Martin Scorsese merece ser citado especialmente por la inclusión en La isla siniestra (Shutter Island / 2010) del Cuarteto en La menor, rara avis mahleriana hallada por Alma Schindler muchos años después de la muerte del compositor. El director neoyorquino también se anticipó, aunque con menos suceso, a Visconti cuando de muy joven colaboró en el film Los asesinos de la Luna de Miel (The honeymoon killers / 1970) de Leonard Kastle, que introdujo trozos de la Quinta, la Sexta y la Novena de Mahler. Estas son seguramente las tres sinfonías más hallables en el cine, sobre todo el imbatible adagietto de la Quinta.
El otro neoyorquino devoto de Mahler es Woody Allen, quien no sólo utilizó su música sino que también lo incluyó en los diálogos, como en la memorable secuencia de Todos dicen te quiero (Everyone Says I Love You / 1996), en la que él mismo intenta levantarse a la inalcanzable Julia Roberts (¡otra vez en Venecia!) presumiendo ser un fanático de la Cuarta Sinfonía. Conociendo a Woody, uno puede inferir que la munición va dirigida a su víctima predilecta, la crema intelectual estadounidense y sus sofisticados consumos culturales.
Y para cerrar este recorrido quiero citar dos casos excepcionales que sirven para rubricar el aporte que allá lejos y hace tiempo Gustav Mahler le estaba haciendo al cine, aún cuando este ni siquiera dejaba los pañales. El primero es el del siempre innovador director canadiense Guy Maddin con Dracula: Pages from a Virgin's Diary (2002), una adaptación de la novela de Bram Stoker a modo de ballet, sin diálogos y con la Sinfonía Primera de Mahler como única banda sonora. Se trata de una hermosa y audaz confluencia de lenguajes y de épocas con la que tantos artistas han soñado.
Y, finalmente, mi valiente recomendación: Tampopo (1985) (ver película aquí), de Juzo Itami, es una alucinante comedia japonesa sobre una viuda que quiere poner en valor su pequeño restorán de ramen, para lo cual va a contar con la colaboración de un grupo de náufragos de la moderna sociedad japonesa. Hay por ahí un mafioso obsesionado con el sexo y la comida y un camionero con pinta de vaquero, por eso a esta película de culto se la bautizó como una “ramen western” (en referencia al “spaghetti western” italiano). Por si hace falta aclararlo, el ramen es esa delicia popular de la gastronomía japonesa que consta de una sopa de fideos acompañada por otros ingredientes, una comida aparentemente sencilla pero que para ser auténtica debe tener un toque personal, debe encontrarse en ella el alma del cocinero, algo que se logra después de muchas pruebas y ensayos.
Bien, pero si hablamos de ingredientes, lo que hace que esta película sea única es la música de Mahler, incorporada de un modo tan sabio e irreverente que bajo su embrujo puede suceder que una especie de Pedro Navaja nipón satisfaga sus fantasías carnales y gastronómicas y un puñado de laburantes coman ramen hasta quedar extasiados de sabores nipones y notas mahlerianas. Y ahora sí, todo en perfecta armonía.
FICHA COMPLETA
Título original: Tampopo / Japón / 1985 / Duración 114 min. / Color / Dirección: Jūzō Itami / Guión: Jūzō Itami / Música: Kunihiko Murai y obras de Gustav Mahler / Fotografía: Masaki Tamura / Reparto: Tsutomu Yamazaki, Nobuko Miyamoto, Ken Watanabe, Kôji Yakusho, Rikiya Yasuoka, Hideji Ôtaki, Mario Abe, Sen Hara, Isao Hashizume, Yoriko Douguchi.
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