El guión equivocado
Mientras el mundo redescubre el proteccionismo, nuestra derecha propone la partitura opuesta
El 12 de marzo de 1981, José Alfredo Martínez de Hoz, ministro de Economía del dictador Jorge Rafael Videla, dio su último discurso como funcionario y resumió su asombrosa visión sobre la política económica llevada a cabo desde el golpe del 24 de marzo de 1976: “Hemos puesto a la libertad en una valoración superior en todo nuestro esquema”.
Que desde una dictadura sangrienta –que obtuvo por las armas y el terror la suma del poder público y canceló todas las garantías individuales, decidiendo sobre el patrimonio y la vida de los argentinos– un ministro todopoderoso hablara de la libertad como el valor supremo, puede parecer paradójico, aunque debemos reconocer que no fue ni una extravagancia puramente local ni tampoco un asombro de época. Del otro lado de la cordillera, jóvenes funcionarios pertenecientes a las familias chilenas más encumbradas, alumnos aplicados de Milton Friedman y la Escuela de Economía de Chicago, decidían la política económica mientras la policía secreta del dictador Augusto Pinochet, bajo su denominación oficial de Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), secuestraba, asesinaba y hacía desaparecer a quienes no compartieran las supersticiones del Consenso de Washington, el nuevo paradigma económico de aquella época, que reemplazaría en nuestra región el modelo industrialista por el de valorización financiera.
En su último discurso, Martínez de Hoz se vanaglorió de haber eliminado “la excesiva intervención del Estado y la regulación de la economía”, es decir, por hacer exactamente lo contrario que habían hecho las economías desarrolladas europeas o las por entonces economías emergentes del sudeste asiático, donde el Estado fue esencial para lograr el desarrollo económico.
La política de valorización financiera, apertura indiscriminada, endeudamiento y destrucción del aparato industrial continuó luego del colapso de la última dictadura, en particular con los gobiernos de Carlos Menem, de la Alianza original y de su continuación, Juntos por el Cambio.
Pese al cambio de paradigma que representaron los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, hoy volvemos a padecer aquellas políticas de la mano de las restricciones exigidas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), cuyas obsesiones son inmunes a sus catastróficos resultados.
Hace unos días, la Casa Blanca publicó algunas recomendaciones del asesor de Seguridad Nacional Jake Sullivan, quien propone nada menos que “un nuevo consenso de Washington”, de signo opuesto al original, para hacer frente a los cambios globales de las últimas décadas. Dicho de otro modo: un nuevo consenso que logre frenar o al menos retrasar la pérdida de relevancia de Estados Unidos como potencia hegemónica frente al crecimiento de la República Popular China.
Según Sullivan, “la visión de la inversión pública que había energizado el proyecto estadounidense en los años de la posguerra –y, de hecho, durante gran parte de nuestra historia– se había desvanecido. Había dado paso a un conjunto de ideas que defendían la reducción de impuestos y la desregulación, la privatización sobre la acción pública y la liberalización del comercio como un fin en sí mismo”. Recordemos que se trata de la opinión de un alto funcionario de la administración estadounidense, no la de un kirchnerista irredento, con adiestramiento cubano y el Libro Rojo de Mao en la mochila.
Prosigue el asesor de Seguridad Nacional: “Las desigualdades económicas que golpean a nuestras clases medias tienen que ver con las erróneas recetas de apertura de mercados, teoría del derrame y los recortes en la inversión pública (…) Una moderna estrategia industrial estadounidense tiene que incorporar la perspectiva de seguridad nacional, y la industria privada por sí sola no está preparada para hacer las inversiones, la inversión pública es la clave”.
Por su parte, la Unión Europea presentó en marzo la Ley de Industria Net-Zero (NZIA), que busca acelerar la expansión de las tecnologías llamadas “limpias”, con un fuerte impulso a los subsidios y la creación de un fondo de inversión pública que busca “apoyar la expansión de la fabricación y la implantación del hidrógeno renovable y otras tecnologías estratégicas (…) reforzando así la soberanía de Europa en las tecnologías clave para la acción por el clima y la seguridad energética”. Parece que el kirchnerismo avanza también por las Europas.
La Seguridad Nacional como justificación de medidas proteccionistas y de colosales transferencias del Estado hacia la industria nacional es un viejo truco muy usado por las economías desarrolladas que, sin embargo, es negado a las economías emergentes. Como escribió Friedrich List, economista alemán del siglo XIX citado por el economista coreano Ha Joon Chang: “Una vez que se ha alcanzado la cima de la gloria, es una argucia muy común darle una patada a la escalera por la que se ha subido, privando así a otros de la posibilidad de subir detrás”.
En el acto del jueves en Plaza de Mayo, al conmemorar los 20 años de la asunción de Néstor Kirchner, Cristina se refirió a algunos temas que, si bien parten de realidades diferentes, reflejan las mismas preocupaciones de Sullivan: “El país no puede seguir atado a una economía primarizada y a los precios internacionales, aunque llueva o salga el sol. Tenemos que dar un salto cualitativo, articular lo público y lo privado. Esta es la discusión que necesitamos los argentinos y no las boludeces que escuchamos todos los días por la televisión”.
Sobre el préstamo del FMI (también bautizado como el mayor aporte de campaña de la historia), la Vicepresidenta fue tajante: “Dejen de querer dirigir la política y clausurar la industrialización del país y convertirnos únicamente en proveedores de materia prima. Somos 46 millones, no alcanza con la materia prima, tenemos que incorporar valor y tecnología para que haya trabajo de calidad y buenos salarios, lo que el país necesita. Se puede hacer porque nosotros lo hicimos durante 12 años y medio. Gracias a los ‘kukas’ también recuperamos Vaca Muerta”.
Hace unos días, Patricia Bullrich, la ex Ministra Pum Pum y actual candidata presidencial, delineó a grandes rasgos cuál es el modelo que busca imponer: “Tenés que hacer muchos cambios de funcionamiento y simpleza, desmantelamiento del Estado, todo eso que tenés que hacer, si te ponés a pensar en las elecciones, sonaste”.
En el mismo momento en el que ese mundo al que deberíamos volver, conformado por “países serios” a los que deberíamos imitar, redescubre la importancia del Estado y las ventajas del proteccionismo a la hora de potenciar la industrial, nuestra derecha propone la partitura opuesta, que fracasó cada vez que se implementó en el país, y vuelve así a querer patear la escalera al desarrollo.
Aunque tal vez no sea el modelo que falla, sino nuestra realidad que se equivoca.
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