El futuro neoliberal se desvanece
El gobierno da cátedra de cómo prolongar el subdesarrollo y reforzar la dependencia
Son muy diferentes los tiempos de la implementación de las grandes reformas con las que sueña este gobierno de corporaciones, de los tiempos de los desequilibrios macroeconómicos que atraviesa el país debido a las medidas impulsadas por la actual gestión.
Aun a quienes coinciden con las ideas económicas centrales del gobierno les resulta cada día más difícil defender con entusiasmo el rumbo económico existente, y aparecen con creciente frecuencia los comentarios vinculados a la “mala praxis” o a la “metida de pata”.
Se escucha una melodía de fondo que habla de que “empezaron bien”, con el rumbo correcto, pero fueron desviándose de los objetivos. Un coro de economistas que se amplía cada día, que cultivan una auto imagen agresiva de halcones ortodoxos, hacen sus críticas personales a tal o cual aspecto de la gestión económica del gobierno sosteniendo que por ese “defecto” que señalan –y que sería clave subsanar para no caer en males mayores, o directamente “desperdiciar el valioso esfuerzo que se viene haciendo”– las cosas no están marchando bien.
El fantasma del tiempo perdido, o desperdiciado, por la tozudez del Presidente o por la precariedad del esquema financiero puesto en marcha por su ministro de Economía, empieza a rondar en las cabezas de quienes hablan en nombre de los mercados.
Ni qué hablar de lo que este experimento significa para la mayoría de lxs argentinxs: un valioso tiempo perdido, viendo cómo retroceden los logros individuales y colectivos, sólo para entrar en un callejón sin salida en el cual apenas una minoría tiene le expectativa de salir muy bien parada. Tiempo perdido para quienes tienen proyectos productivos, educativos, culturales, científicos. Retroceso económico, social y cultural que no tiene desembocadura sino en otra nueva crisis y en la necesidad de volver a empezar.
El interrogante del tiempo perdido también asalta a una creciente masa de votantes mileístas, que no entienden bien por qué no estamos ya disfrutando de la dolarización, de los precios inmóviles, de los productos importados baratos, de la catarata de negocios propicios para los innovadores. En fin, de la prosperidad que trae en pocos minutos la libertad de los mercados, según Milei supo prometer con tanta eficacia.
La política económica, en debate
Por ahora, la gran conversación sobre cómo seguir se está dando exclusivamente en el campo de la derecha: las grandes corporaciones, los organismos financieros internacionales, los emisarios de los países centrales, los liderazgos de los partidos gobernantes (La Libertad Avanza y el macrismo) y sus aliados (UCR y pichettismo), sus economistas y sus difusores mediáticos.
Les pasa lo que les viene pasando desde el golpe cívico-militar de 1976: se ponen de acuerdo fácilmente cuando se trata de despojar de conquistas a los sectores populares (salarios, jubilaciones, derechos adquiridos), o cuando se trata de capturar o generar negocios a costa del desmantelamiento del Estado, sus capacidades regulatorias y sus empresas.
Las complicaciones empiezan cuando están solos consigo mismos en el gobierno, con todo el tablero de mando a su disposición, para hacer básicamente lo que quieren con el país.
¿Cuál debería ser la configuración permanente de los negocios en la Argentina? ¿Qué precios, qué rentas, debería tener cada sector? ¿Cómo y en base a qué criterios se define eso? ¿Combustible barato o caro? ¿Alimentos baratos o caros? ¿Tarifas baratas o caras? ¿Dólar barato o caro? ¿Salarios miserables o razonables? ¿Impuestos como en el primer mundo o como el cuarto? Las capas sociales que se apropian los ingresos más altos del país, por ejemplo, están unánimemente a favor del “equilibrio fiscal”, pero no están dispuestas a aportar un peso para que esa meta se logre. Los recursos tienen que salir de “los otros”.
Es interesante observar que, en la Argentina actual, todos los intereses empresariales –locales y extranjeros– parecen estar de acuerdo en otro punto más: rechazar la idea de someterse voluntariamente a un diseño más general, que compatibilice las distintas aspiraciones y que sea al mismo tiempo consistente y sostenible en el tiempo.
Justamente ese diseño, básicamente favorable a sus intereses pero dándoles proyección en el tiempo, sólo puede implementarse y ordenarse desde del Estado. Paradójicamente, los grandes intereses corporativos se han entusiasmado con un personaje que apunta –por ignorancia y alienación ideológica– a generar un profundo deterioro de las instituciones públicas, que son las que deberían sostener y encauzar las grandes líneas de acumulación del capital en el país.
Esa característica caótica de los grandes intereses corporativos, de preferencia por el tironeo y el manotazo más que por una articulación económica racional, es uno de los principales obstáculos para que la Argentina capitalista se pueda estabilizar, así sea por un tiempo.
Es evidente que no puede ser que un mini-grupo de tres o cuatro personas, transitoriamente investidas de poder, en parte producto de una carambola electoral inesperada, sean las que definan el Gran Reparto de largo plazo del país.
Los desacuerdos que estallan entre el gobierno con diversos sectores, llámense bancos, agroexportadores, industriales, proveedores de servicios públicos o acreedores externos, no pueden resolverse exclusivamente atacando a los asalariados y los sectores medios. Simplemente, no alcanza y no cierra económicamente.
Tarde y mal algunos empresarios se dan cuenta de que sus propios negocios están estrechamente asociados a una cierta distribución del ingreso y a un cierto grado de regulación estatal, que por cuestiones puramente ideológicas y clasistas prefieren rechazar.
Números que horadan la “confianza de los mercados”
Milei y su equipo económico ven la economía exclusivamente desde las finanzas. No tienen la menor idea de qué se trata producir riqueza, incluso desde la perspectiva empresarial. Ponen sus esfuerzos allí, en las ecuaciones monetarias, y suponen que el resto de las variables continuarán su marcha independientemente de lo que hagan. Creen que una vez ordenado el tema monetario, florecerá la actividad simplemente porque los mercados, que creerían también en la verdad monetarista, tendrán expectativas favorables dado el ordenamiento realizado por la actual gestión y procederán a invertir, etcétera, etcétera.
El ministro Luis Caputo ratificó que no alterará el ritmo de la devaluación oficial –2% mensual–, que mantendrá el dólar blend (una forma de darle más dinero al sector agroexportador para que liquide sus dólares) y que eliminará los pasivos del Banco Central –con los cuales el sector bancario ha ganado mucho dinero– y los reemplazará por títulos de la Tesorería.
De esa forma se reduciría el ritmo de emisión monetaria, que en la teología mileísta es la única causa de inflación. La medida, a pesar de que promete tasas más atractivas a las entidades financieras, no cayó bien en el sector, que teme a una exposición excesiva a la deuda pública del Tesoro Nacional.
Para estimular la “confianza” de los financistas, Caputo debería poder mostrar una capacidad recaudatoria suficiente como para afrontar los pagos de las deudas del Estado, o proceder a un mayor recorte del gasto público.
Pero ahí apareció la pesadilla del gobierno: el sector real de la economía. El desplome de la actividad productiva continúa, ofreciendo números de alto impacto. Así, la caída registrada de la producción de autos en junio fue del 40% en relación a la del año pasado, y la de cemento fue del 33%. Son sólo algunas ramas, que forman parte de un panorama contractivo generalizado.
Es precisamente por esa razón que la recaudación del IVA mostró, en términos reales, una contracción en el mes de mayo del 19%, y el total de la recaudación impositiva una caída del 14% en ese mismo mes. Ese derrumbe de la recaudación fue moderado por la existencia del Impuesto País, que el gobierno dice que se propone eliminar hacia fin de año. La puesta en riesgo del equilibrio fiscal (trucho) debido a la merma recaudatoria ha incidido también en la suba de la tasa de riesgo país, que refleja las dudas de los tenedores de deuda externa argentina sobre las posibilidades de pago del país. No sabemos si Mauricio Macri lo pensó en esta clave, pero su reclamo al Estado Nacional de una cifra cercana a los 2.000 millones de dólares –que se adeudan según un fallo de la Corte Suprema a la ciudad de Buenos Aires– sólo acentúa las dudas sobre los supuestos logros presupuestarios mileístas.
Se espera que la inflación de junio muestre una suba promedio de entre el 5,2% y el 5,6%, según diversas fuentes de estimación. Vuelve a superar holgadamente el 2% de recaudación y profundiza el malestar agroexportador, que seguirá reteniendo hasta que el gobierno abandone la política estabilizadora de Caputo. Lo único que impide una generalización de la presión sobre el dólar paralelo es la caída de los ingresos de los sectores que solían comprar durante la gestión anterior.
Cada incremento inflacionario no se da en el aire, sino en el contexto de la contracción recesiva que provocó la política oficial. Los bolsillos de los sectores medios están exhaustos ante la catarata de aumentos de los bienes y servicios sufridos a lo largo del año, y no podrían soportar un salto brusco adicional en los precios, como el propiciado por el FMI y el sector agropecuario, que reclaman una devaluación de entre el 30 y 40% del tipo de cambio oficial. Ya Massa probó de esa medicina, y no le fue bien.
Pensamiento soberano o dependencia neocolonial
Si se observan los números que reflejan la contracción de la actividad económica real, podría pensarse en una crisis de una magnitud muy similar a la ocurrida en los años ‘30 del siglo pasado en Estados Unidos. Debido a esa crisis dramática, la economía convencional abandonó como disciplina durante largas décadas el dogma de fe liberal que sostiene que “los mercados vuelven solos al equilibrio” y que “el desempleo de factores desaparece si se deja que los precios fluctúen libremente”.
Tuvo que llegar Franklin D. Roosevelt con su New Deal para que se pusiera en marcha en Estados Unidos un enorme plan de acción estatal que logró movilizar a una economía privada que había quedado exánime luego del derrumbe de la Bolsa de Nueva York en octubre de 1929, y de la pasividad inducida por el fundamentalismo liberal de la gestión del Presidente Hoover.
En ese viraje histórico ocurrieron dos cosas fundamentales: cambió el Presidente de la Nación, renovándose el liderazgo político, y cambió drásticamente la política económica. Claro, se trataba de Estados Unidos, país soberano y con un posicionamiento internacional que le impedía, casi naturalmente, quedarse esperando a que espontáneamente se recuperara su economía, mientras otras potencias continuaban expandiéndose.
Nuestro país, en cambio, viene siendo asolado por experimentos neoliberales que van minando sus capacidades nacionales, achicándolo, endeudándolo y empobreciendo a su población material y culturalmente. Las elites políticas y empresariales son un reflejo de ese deterioro de décadas.
Cuando se ve esta trayectoria desde afuera, sin entender qué fuerzas políticas e ideológicas se han desplegado en nuestro país, resulta difícil de entender la postración nacional.
El actual gobierno parece ofrecer un catálogo completo de ejemplos de cómo lograr la prolongación del subdesarrollo y el reforzamiento de la dependencia.
La ley Bases es un ejemplo perfecto, actual, de cómo se van definiendo los roles en el sistema de producción mundial. De cómo cada región, cada país, va ocupando un rol en la división del trabajo que se va redefiniendo en cada momento de la historia, en función de los intereses de los países centrales. Cuando en muchas ocasiones nos preguntamos sobre cómo fue que un país se hundió en la pobreza, o que sufrió alguna crisis de proporciones, las respuestas que nos ofrecen los textos de historia son incompletas, y queda un conjunto de interrogantes sin resolver.
En este caso, Argentina 2024, tenemos ante nuestros ojos el espectáculo de la construcción local, desde adentro, de la dependencia: qué medidas se toman para asegurar el despilfarro y la fuga de valiosos recursos, cómo se van instrumentando las decisiones ruinosas a futuro, quiénes son los que las promueven y quiénes ganan con ellas, y de qué forma se manipula a la sociedad –en un contexto formalmente democrático– para que preste su consentimiento a un conjunto de disposiciones que traban el desarrollo productivo y condenan al estancamiento.
Un banquete para la politología es la forma en que el sistema político-parlamentario fue capaz de procesar –y aprobar– un conjunto de leyes que transfieren ingresos a favor de minorías con especial capacidad de lobby e influencia sobre el personal político.
El RIGI, en cambio, es un banquete para la economía del desarrollo: es el ejemplo perfecto de lo que no hay que hacer si un país quiere usar sus recursos naturales para apalancar su progreso. Es un régimen diseñado, desde las necesidades de las empresas, para desaprovechar las oportunidades de desarrollo interno de nuestro país.
¡Estamos en el siglo XXI, idiotas!
En todo caso, todos estos paquetes legislativos tendrán un tiempo hasta que comiencen a plasmarse en realidades económicas concretas. En el camino hay un panorama extremadamente inestable, tanto a nivel nacional como internacional, que no resulta ser precisamente el contexto ideal para abandonarse a las tendencias caprichosas de los mercados, ni para dejar desamparada a la población a merced de los vientos huracanados del mundo.
En el plano local ya hemos mostrado un conjunto de inconsistencias de la política económica que amenazan con desestabilizar la macroeconomía, asentadas en la incongruencia estructural de los sectores dominantes en la Argentina.
Y en el plano internacional, el escenario político y económico es también extremadamente fluido e inestable.
Hace apenas unas semanas, Arabia Saudita abandonó el acuerdo histórico con los estadounidenses que los comprometía a vender el petróleo saudita exclusivamente en moneda norteamericana. Esto significa una aceleración en la des-dolarización global, y un debilitamiento de la ya cuestionada hegemonía del “líder de Occidente” a nivel mundial.
En el Reino Unido acaba de arrasar en las elecciones generales el Partido Laborista, hundiendo a los conservadores en la peor derrota de su historia electoral. Es evidente que canalizan un hastío generalizado en relación a las políticas de recortes y más recortes de los últimos 14 años de los tories.
En Francia, la polarización electoral ha llevado al hundimiento del “centro” de Macron, con el sorprendente resultado electoral –muy preocupante para los mercados financieros– de que en la segunda vuelta o triunfa Le Pen (29% de los votos) o triunfa el Nuevo Frente Popular, de izquierda, que recibió el 28% de los votos. Más allá de quién gane, Francia está llamada a cambiar de política económica interna y de posición en el terreno internacional, lo que afecta a toda la Unión Europea.
La crisis iniciada en octubre entre Hamas e Israel, a su vez, amenaza con el potencial de desestabilizar a todo el Mediterráneo oriental, y escalar a niveles peligrosísimos, involucrando al Líbano, Irán, Egipto, Turquía, Chipre y Grecia, escenario dantesco que ninguna potencia desea.
El debate presidencial en Estados Unidos mostró contornos calamitosos: un Presidente con signos de senilidad se enfrentó en el primer debate presidencial a un ex Presidente convicto por la Justicia. El Partido Demócrata está deliberando sobre la posibilidad de nominar a un/una candidato/a de emergencia en sustitución de Biden, seguro perdedor.
Este nivel de incertidumbre global, sumado al endeble esquema financiero vigente en nuestro país, con el efecto insoportable de desmoronamiento productivo, salarial y del empleo, debería obligar a los vastos sectores populares a pensar, con muchísima libertad intelectual, en el formato político más adecuado y en las medidas económicas más audaces y efectivas para abandonar nuestra actual postración nacional, y poder adaptarnos con inteligencia y rapidez a las nuevas realidades de la política mundial, que está cambiando aceleradamente delante de nuestros ojos.
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